Derrotado en las elecciones de 2023, Sánchez ha logrado atrincherarse
en La Moncloa fraguando pactos con otros perdedores de las mismas elecciones (Junts,
ERC, PNV), cambiando Podemos por Sumar, y con el apoyo incondicional de los bilduetarras
los únicos que ganaron 75.000 votos entre Navarra y el País Vasco en aquella
ocasión. Sánchez olvidó el viejo refrán español: “al perro flaco, todos
son pulgas”. Quienes no lo olvidaron fueron todos los partidos que le dieron
mayoría en la investidura y que, a partir de ese momento, formaron el cartel de
los chantajistas: si Sánchez quería mantener su mayoría debía pagarla a precio
de oro.
Y, probablemente, el electorado hubiera aceptado la nueva situación,
si la situación general del país hubiera mejorado y si el gobierno fuera ejemplo
de virtudes cívicas. Pero ha resultado todo lo contrario y, en cada elección
celebrada desde entonces, tanto el PSOE como sus apoyos, han ido perdiendo votos
y poder autonómico y municipal (con la excepción catalana que, como veremos,
repite el drama del PSOE en el Estado, pero a nivel regional). La mala gestión,
los casos de corrupción (que indican la podredumbre avanzada del PSOE), la
imposibilidad para cumplir pactos contraídos, las excusas de mal pagador, el
descontento creciente (manifestado en una radicalización del electorado,
especialmente hacia la derecha), han sido las causas del desgaste que están
sufriendo los apoyos de Sánchez tanto como el propio PSOE.
Los que pensaban obtener grandes avances en su apoyo a Sánchez,
olvidaban que, en su caída hacia el abismo, el “galgo de Paiporta”, los iba arrastrar
con él a la sima. No en vano, en estos dos años, PNV,
Junts, Sumar, ERC, CC, han sido cómplices necesarios en el desaguisado de la
política española. ¿Cómo hemos llegado al punto en el que nos encontramos
hoy? Un PSOE agónico, dirigido por un enfermo y un país paralizado camino de su
noche más oscura, sin un solo elemento que permita el optimismo a corto y medio
plazo: esta es la realidad de España a finales de octubre de 2025.
Vamos a examinar algunos aspectos de la actual situación:
1. La tocata y fuga de Junts: lo que implica
2. La Cataluña de Illa como la España de Sánchez
3. El deterioro imparable del PSOE
4. El test extremeño
5. Un Feijóo superado y a la espera
6. Lo que puede ocurrir a partir de ahora
* * *
1. Lo que implica la tocata y fuga de Junts
Los herederos de la muy corrupta Convergencia Democrática de Cataluña
van sumando lastres: primero la herencia envenenada del pujolismo que, en su
momento, convirtió a Cataluña ex aequo con Andalucía, en vanguardia de
la corrupción del Estado; luego, la insensata e imposible aventura del “procés”
y la no menos prolongación de Waterloo; finamente, los acuerdos con Sánchez que
han terminado desmoronando a los restos de Junts.
Desde el principio, parecía claro -incluso para los miembros de
ERC que fueron encarcelados por el “procés”, que Puigdemont se había portado
como un cobarde, huyendo en el maletero de un coche y viviendo a cuerpo de rey
en el barrio más lujoso de Bruselas. A los
epítetos de “irresponsable”, “no particularmente inteligente”, “nulo estratega”
y de “dejarse arrastrar por las bases”, repetidos por la derecha, se unió el
mucho más hiriente -pero también muy real- de ”cobarde”, difundido por lo bajini
por ERC. Todos ellos, tanto la derecha estatalista como el independentismo,
tenían razón: Puigdemont hubiera sido un alcalde aceptable de su pueblo, Amer
con 2.000 habitantes, un excelente presidente de una comunidad de vecinos… pero
no de una comunidad autónoma enfebrecida desde 2003 por el “nou estatut” de Maragall.
No era ni un líder, ni un estratega, ni siquiera un político inteligente.
Y pasó lo que tenía que pasar: que el tiempo lo mata todo y lo
pone todo en su lugar. La última vez en la que Puigdemont vivió una situación e
“popularidad” fue el 11-S de 2024 cuando, arropado por un sector los “mossos”
realizó una fugaz aparición a este lado de los Pirineos. De hecho, por
entonces, solamente se tenía el recuerdo de Puigdemont gracias a los
informativos de TV3. Su figura, resultaba cada vez más distante, oscura y
olvidada para el catalán de a pie.
En su partido, Puigdemont seguía siendo el “líder”… hasta que de
la montaña catalana descendió Silvia Orriols. Un
personaje limpio, sincero, con ideas muy claras y, sobre todo, sin ningún
compromiso previo, salvo con el sentido común. Con dos diputados en el parlamento
regional, inicialmente ninguneada por Illa y por TV3, despreciada por el resto
de fuerzas políticas y recluida en el “corral” junto con Vox, ha logrado, en un
tiempo récord, ganar unas sólidas bases en toda Cataluña a expensas de ERC, en
gran medida de CUP, y, sobre todo, de Junts.
Y este es el nuevo elemento que ha generado terror entre los
cuadros “profesionales” de Junts: ver que su electorado está migrando hacia
Alianza Catalana (las encuestas en este momento, le dan 20 diputados), mientras
Puigdemont sigue solamente preocupado por resolver su situación personal.
Y las bases de Junts han impuesto a Puigdemont un alto en el camino
y la ruptura con la coalición que propició la investidura de Sánchez.
Después de ocho años del “procés”, ha ocurrido lo que era lógico y
ha tardado en manifestarse: que su impulsor cargara con los efectos secundarios
de aquel fenomenal error de cálculo. Hoy Puigdemont pesa muy poco en Cataluña y
nada en España. Su “venganza” es que Sánchez “se
sentará en la poltrona, pero no gobernará”. Y, de partida, excluyen
cualquier pacto con él. Sánchez desearía satisfacer hasta las trancas a
Puigdemont, pero el problema es que ya no le quedan opciones.
La última, casi grotesca, ha sido la declaración de que Alemania
había aceptado el uso del catalán en la UE: menos de tres horas después, el
gobierno alemán desmentía el bulo propagado por Sánchez. En realidad, por tres
veces, la UE, con Alemania en cabeza, ha dado portazo al “catalán en la UE”. En
cuanto al “retorno” de Puigdemont, sin pasar por la trena, tampoco depende de
Sánchez. Y eso era lo que cada vez interesa más al “fugado” y menos a su propio
partido.
Tal como están las cosas, Junts se enfrenta a un dilema dramático:
si no se celebran elecciones en los próximos meses, cada vez es más seguro que
Alianza Catalana, le supere en votos (al ritmo que está creciendo y a la vista
de las cifras de delincuencia, okupación e inmigración ilegal en Cataluña).
Junts precisa elecciones a la voz de ya. Y quien
tiene el peso real en el partido en este momento, ya no es Puigdemont (que desde
ayer ha dejado de tener peso en el gobierno del Estado) sino los siete
diputados que mantiene en el Congreso: y estos están a favor de pasar a la
oposición y de despedirse del sanchismo y del PSOE para siempre.
Pero esto tiene una parte negativa -y de ahí el drama de Junts-:
han esperado demasiado tiempo y, ahora mismo, su clientela electoral ya no es
la misma que la de la antigua convergencia, sino que está formada por “independentistas
moderados”… que se llevan mal con el bloque de la derecha españolista.
En una palabra: carecen de estrategia, su política cotidiana con
el Puigdemont de Waterloo ha sido un ejercicio continuo de tacticismo, no
han sido capaces de reconstruir un proyecto político tras el fracaso del “procés”,
ni siquiera de reconocer públicamente que hoy, Cataluña, es más débil que hace
ocho años, que está más islamizada, y que se ha convertido en la capital
europea del fracaso escolar, de la inmigración ilegal y en la capital mundial
de la okupación.
El drama actual de Junts es que, si apoya una moción de censura
del PP (incluso con un candidato “instrumental” que convoque elecciones
inmediatamente) puede ser acusada de facilitar el gobierno de la derecha
estatalista, pero si se niega a esta posibilidad irá, inevitablemente,
menguando electoralmente en beneficio de Alianza Catalana.
La posibilidad de que, a partir de ahora, Sánchez logre llegar a
acuerdos circunstanciales con los siete diputados de Junts, es remota. Ya no le
queda nada que ofrecer e, incluso, la posibilidad de un referéndum no
vinculante, genera vértigo en Junts: es lo que han pedido reiterada y
atolondradamente, pero la diferencia con 2017 es que hoy son perfectamente
conscientes de que el Si a la independencia no pasaría del 20-25%.
Por otra parte, la actitud ambigua de Junts indica su grado de
desconexión de la realidad: “pasar a la oposición”, pero no aceptar una moción
de censura, “dejar en la poltrona a Sánchez sin poder gobernar”, a parte del
eclecticismo que supone, es sobre todo una irresponsabilidad (es como decir: “eres
un mangante, pero te dejo en la poltrona para que sigas ejerciendo de lo que
eres”).
El futuro de Junts es, pues, hoy, mucho más negro que ayer: si creían que rompiendo con el sanchismo iban a resolver sus problemas internos, se han equivocado: estos se han agravado y en los próximos meses asistiremos a una lucha entre la “camarilla Puigdemont” y la “camarilla de los siete diputados”. No creemos que el partido pueda sobrevivir mucho tiempo en esas circunstancias.










