INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

martes, 9 de septiembre de 2025

LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO (6) - Sólo fracasan las políticas progresistas en materia de seguridad y delincuencia


EL FIN DE LA PERMISIVIDAD: CONTRA LA DELINCUENCIA SE PUEDE VENCER

La droga ha causado -está causando- estragos en Occidente. Hasta ahora, la política “progresista”, compartida incluso por cierta derecha se basaba en la resignación y en la atención al drogadicto. En la segunda mitad de los 80 y en los 90, cuando aún no había aparecido el “negocio de la inmigración” el big bussines del stablishment era la “ayuda al toxicómano” que, salvo honrosas excepciones, era “ayuda a las ONGs del ramo”, a pesar de que las rehabilitaciones de toxicómanos eran escasas. Paralelamente se abrió el debate fatalista sobre la legalización de las drogas, justificado en que “es imposible vencer al narcotráfico”.

Hoy, sin embargo, sabemos que la lucha contra las drogas puede vencerse y que el narcotráfico sobrevive solo cuando el sistema policial es corrupto, la sociedad permisiva y el Estado se abstiene (por temor al rechazo o por complicidades inconfesables) de aplicar toda su fuerza coercitiva contra la delincuencia.

Era la crónica de un fracaso anunciado. Con leyes garantistas, con una filosofía penal laxa, con las cárceles convertidas en hoteles de una o dos estrellas, con juzgados saturados, con prisiones cada vez más sobrecargadas, con todas las variedades de drogas circulando casi con entera libertad, con gente cultivando cientos de plantas de marihuana en casa, incluso con la disolución de unidades de eficiencia demostrada en la lucha contra el narcotráfico y acuerdos preferenciales con Estados especializados en la exportación de haschisch… ¿qué podía salir mal?

Estas políticas llevaron a sucesivas crisis.

La primera de todas fue cuando en los años 80, el PSOE se vio obligado a cumplir su promesa electoral de “despenalización de las drogas” que le había reportado en la campaña electoral de 1983 entre 1 y 3 millones de votos. El resultado fue que dos años después, el 80-85 de los presos en las cárceles españolas estaban condenados por delitos relacionados con la salud pública y dos años después, empezó a morir de sobredosis y de VIH, toda una generación de toxicómanos.

Desde entonces, España se ha convertido en la puerta de entrada para toda Europa de haschisch rifeño, de cocaína y de heroína colombiana. Por lo demás, el “espacio común europeo” aprobado en 1985 en Schengen facilita el que una tonelada de heroína puesta en Kosovo a través del “corredor turco” de los Balcanes, pueda llegar a Madrid sin problemas o que la cocaína y el haschisch que llega a Almería pueda viajar en camión hasta Narvik

El resultado es que España -algo de lo que se suele olvidar la prensa subsidiada- está a la cabeza europea en el tráfico y en el consumo de drogas (y Cataluña sea puntera en el consumo…). Es el resultado de estas cuatro actitudes: permisividad social, garantismo judicial, objetivos de reinserción penal y fatalismo progresista.

EL SALVADOR Y EL CAMBIO DE PERCEPCIÓN: LA LUCHA CONTRA LA DELINCUENCIA PUEDE VENCERSE

Pero luego resultó que, en un pequeño país centroamericano, El Salvador, prácticamente un “Estado fallido” dominado por las mafias y que estaba a la cabeza mundial en cualquier ranking de delitos graves y asesinatos, considerado como “el país más peligroso del mundo”, llega al poder democráticamente un hombre con el cerebro bien amueblado: Nayib Bukele. Y, a partir de entonces, todo cambia.

Bukele no procedía de la extrema-derecha; había militado en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, del que terminó siendo expulsado. Llegó a la presidencia en 2019 avalado por el 53% de los votos. Y cumplió lo prometido: las “pandillas” fueron liquidadas en apenas dos años; no era algo muy meritoria: se les reconocía fácilmente por sus tatuajes. Su “Plan contra las pandillas en el Salvador”. En solo un año las tasas de asesinatos se redujeron de 52 por cada 100 000 habitantes en 2018, a 35 en 2019, a 7,8 en 2022. En 2023, Bukele pudo anunciar que, por primera vez en su historia reciente El Salvador no había registrado ni un solo homicidio durante 365 días. Hoy, El Salvador es un paraíso turístico. La lucha contra la delincuencia se había saldado con un éxito rotundo y al precio de 70.000 indeseables almacenados en una macroprisión en Tocoluca…

Las ONGs de “derechos humanos” han denunciado al “Centro de Internamiento de Tecoluca” como “inhumana” (y, de hecho, lo es), pero Bukele no ha tenido empacho en decir que ese es el precio por atentar contra la vida de personas honestas… En realidad, lo que Bukele ha hecho por primera vez en la modernidad ha sido situar los derechos de las víctimas y de los ciudadanos por delante de los derechos de los asesinos. Eso es todo. En las elecciones de 2024, Bukele fue reelegido con el 84,65% de los votos y el más alto índice de aprobación de toda Iberoamérica.

La gestión de Nayib Bukele en El Salvador no es una fábula. Confirma lo que muchos pensamos desde siempre:

1) La justicia debe ser implacable: si es permisiva y garantista no es justicia, es incitación al crimen.

2) El sistema penal no puede ser una recompensa por la comisión de un delito. Es un castigo y una advertencia. Dulcificarlo, convertirlo en una estancia placentera en un hotel pagado, con televisión, internet y telefonía móvil, es un error: el preso debe resarcir a la sociedad con su trabajo penitenciario. Una cárcel no puede ser un spa.

3) Al crimen se le combate poniendo a los criminales en un lugar al margen de la sociedad.

4) A las “pandillas” se les combate encerrando a sus miembros, desde el jefe hasta el último mono, no puede negociarse, ni ofrecer salidas pactadas: el que la hace, la paga.

5) A la criminalidad, al tráfico de drogas, a las bandas de delincuentes armados, se las puede aplastar como a gusanos malolientes. No hace falta siquiera aumentar el presupuesto policial o de defensa: basta con tener voluntad política, utilizar el puño de hierro y realizar las reformas legislativas necesarias para que la delincuencia y el narcotráfico sean considerados delitos de terrorismo.

Hoy Nayib Bukele es el ídolo de toda la clase política iberoamericana. Su programa ha funcionado. En El Salvador se puede vivir y dormir tranquilo.

EN EL PAÍS MÁS LIBERAL DEL MUNDO, LA CIUDADANÍA PEDÍA EFECTIVIDAD

Pero El Salvador es un país muy pequeño, pero su ejemplo ha cundido: en el fondo, la política antidelincuencia y antinarcos de Donald Trump es una copia de la aplicada por Bukele, pero a escala de la superpotencia que son los EEUU. En Argentina, Ecuador, Perú, se están aplicando políticas similares. Las imágenes del impacto directo de un misil contra una lancha cargada de droga frente a las costas de Venezuela, que han merecido el elogio universal -salvo de los últimos mohicanos del progresismo-, indican que la etapa de las negociaciones entre narcos y el Estado (para el establecimiento de topes máximos de narcotráfico, más allá de los cuales, las policías de fronteras incautan los alijos), pertenece a otra época y a otras administraciones norteamericanas.

La escena de una narcolancha saltando por los aires está en las antípodas de las bochornosas imágenes tomadas en el mar de Alborán de lanchas cargadas de droga, perseguidas, como en un videojuego, por lanchas de la Guardia Civil o helicópteros, en un juego del gato y del ratón, con orden de no disparar no sea que vaya a resultar contusionado un narco. Esas imágenes no van a repetirse en el Caribe nunca más: los narcos saben que cualquier lancha localizada en alta mar con drogas, va a saltar por los aires con sus tripulantes y su cargamento.

Las bandas étnicas norteamericanas que controlan distritos y barrios de las grandes ciudades y norteamericanas y administran el tráfico de drogas, se van a tener que enfrentar ahora con la Guardia Nacional y con fuerzas armadas, que están tomando el control de los barrios conflictivos. Y, allí, si que no hay arsenal de armas modernas con las que pueda proveerse una banda étnica para afrontar la disciplina, la organización y la potencia de fuego de las fuerzas armadas. En EEUU, las autoridades locales y las de los Estados no ponían suficiente empeño en combatir a los narcos. Hoy, el Estado Federal solo quiere aplastar al narcopoder. Y lo está haciendo.

En el momento de escribir estas líneas, la delincuencia en Washington y Chicago está debajo de las piedras, escondida en sus cloacas y dudando si volver a salir a la superficie. Y mientras ¿cómo ha reaccionado la progresía? Negando la realidad, diciendo que la situación no era tan grave en estas ciudades y que Trump no ha hecho otra cosa que un paso adelante para “militarizar la sociedad”. Lamentablemente para ellos, lo cierto es que la ciudadanía de estas ciudades está apoyando masivamente el plan de Trump: querían eficiencia, exigían seguridad y la han obtenido. Los argumentos “progresistas” solo podían ser aceptados en una sociedad en el que la seguridad estuviera bien establecida. Y no era el caso.

ELEGIR EL CAMINO: O “GARANTÍAS” O “JUICIOS SUMARÍSIMOS”

Esto es lo que cada vez más ciudadanos experimentan como una necesidad: aplastar, de una vez por todas, a las mafias, al narcotráfico, desterrar la delincuencia de las calles, reducirla al mínimo. Y, también cada vez sectores más amplios de la población se dan cuenta de que esto no puede realizarse jamás sin una acción decidida de gobierno: esa acción no debe temer ni limitaciones legales (“la ley es como el timón, hacia donde se le da, gira”, decía Lao Tsé), ni temer lo que el “progresismo” mundial dirá: si Bukele hubiera hecho caso de las ONGs “humanitaristas”, 80.000 sicarios y miembros de bandas, delincuentes y narcos seguirían asesinando, en lugar de estar almacenados en un pudridero.

Hay que elegir: o “garantías” o “juicios sumarísimos” para delincuentes y mafias cogidos in fraganti; o cárceles cómodas -un preso tunecino me decía: “Estoy mejor en cárcel de La Santé que en la calle en mi país”- y leyes permisivas, verdadero efecto llamada para delincuentes, o campos de concentración -y digo bien: campos de concentración, baratos, modulares, masivos, en zonas despobladas del país- con trabajo penitenciario para pagar la indemnización civil y las costas.

Hay que elegir y la gravedad de la situación sugiere que erradicar la delincuencia para por:  juicios sumarísimos y puestas en libertad tras el cumplimiento de la pena con expulsión del país, pérdida de nacionalidad española a los que la hayan obtenido previamente en el sorteo convocado por los gobiernos anteriores y expulsión tras el cumplimiento de la condena. Y en cuanto a las narcolanchas: autorización para disparar tras tres avisos ordenando inmovilizar motores. Los once tripulantes de la narcolancha reventada por un mísil son lamentables, pero no pueden hacer olvidar que las varias toneladas de droga hundida hubieran generado mucho más dolor, delitos, víctimas y debilitado mucho más a las sociedades.

La lucha contra el narcotráfico puede vencerse sin necesidad de legalizar las drogas (y, de paso, hundir un poco más el sistema sanitario ¿o es que a estas alturas todavía vamos a cuestionar que el uso y abuso de haschisch, presentada como la más inofensiva de todas las drogas, es la llave que abre la puerta a la esquizofrenia?).

El tiempo en el que valía la pena abordar ese debate ya ha quedado muy atrás. La permisividad ha hecho que el fenómeno se pudra. Y, ahora, a nadie le puede extrañar que la sociedad, cada vez más, pide contundencia. Y si alguien tiene que morir (porque estamos en guerra contra el narcotráfico y la delincuencia, aunque el Ministerio de Interior no lo quiera reconocer, y en las guerras la gente muere) mejor que sean los delincuentes que la gente honesta.

 

Vale la pena enumerar algunas de las erráticas políticas del errático Marlaska:

  1. Unidades eficientes de la Guardia Civil disueltas,
  2. Medios inadecuados y presupuestos exiguos (que contrastan con el despilfarro generalizado por el gobierno Sánchez) para la lucha actual contra las mafias de la droga,
  3. Políticas de dejar que zonas económicamente deprimidas vivan del narcotráfico,
  4. Negarse a reconocer que hay grupos étnicos que mayoritariamente cometen delitos, especialmente, sexuales,
  5. No modificar el procedimiento de los “juicios rápidos” (que demuestran su “rapidez” prologándose meses y años),
  6. Políticas de no encarcelar preventivamente a la espera de juicio a gentes sin domicilio fijo y sin ninguna garantía de que se le podrá encontrar el día del juicio (con la excusa de que las cárceles “están saturadas”)
  7. Los legajos y más legajos necesarios en procedimientos contra delincuentes pillados in fraganti que podrían ser juzgados en el mismo momento de su detención por el Juez de Guardia,
  8. Las estadísticas trucadas para contar historietas increíbles sobre el “descenso del número de delitos” o sobre “el descenso de la población penitenciaria”,
  9. La prohibición inducida para que los medios de comunicación que aspiran a ser subvencionados eviten publicar el perfil étnico de los delincuentes,
  10. La inclusión como “delincuentes españoles” a gentes que han recibido la nacionalidad hace poco,
  11. La condescendencia hacia el consumo de determinadas drogas,
  12. Pero, sobre todo, la negativa a considerar como delito de terrorismo cualquier delito relacionado con el tráfico de drogas duras (heroína, cocaína, especialmente)
  13. Y la inhibición de las Fuerzas Armadas a la hora de luchar contra el narcotráfico y HUNDIR cualquier narcolancha….

Esta política de [in]seguridad”, en definitiva, es lo que sectores crecientes de la población no entienden. Y, cada día que pasa, la situación exige actitudes enérgicas.

He de decir que, no tengo la menor duda de que Marlaska hace lo que le ordena el “capo de tuti i capi”, seguramente como resultado de los pactos de Sánchez con Mohamed VI. Incluso el negarse a dimitir.

No está claro si después de Sánchez, seguirá una era de políticas enérgicas o timoratas en materia de seguridad. Es muy posible que Feijóo termine pactando con lo que quede del PSOE tras las próximas elecciones como ha hecho su equivalente en Alemania. Los hechos demuestran que un gobierno de derecha moderada que decepciona a sus electores no se mantiene mucho en el poder. Está, en cambio, mucho más claro el camino por el que quiere seguir un sector creciente de la ciudadanía.

Los años de permisividad han llevado a la época de la confrontación.