Nunca como ahora, la clase política ha estado tan alejada de la
población, pero nunca como en estos meses se han concentrado tantos procesos
electorales en tan poco tiempo: elecciones vascas en abril, elecciones
catalanas en mayo, elecciones europeas en junio. ¿Hay que votar? No
necesariamente, incluso es lícito pensar -a la vista de lo visto- que votar no
sirve absolutamente más que para resolver la vida de los candidatos electos.
Claro está que no votar, implica aumentar las posibilidades de que cualquier desaprensivo
ocupe el poder y saquee las arcas públicas.
Incluso es posible votar sin creer en que los recuentos de votos
reflejen la “voluntad popular”, ni mucho menos asumir el fetichismo de la
“soberanía popular” teóricamente implícita en una papeleta. No, de hecho, me repugna el que mi voto tenga el mismo valor que
el de un ignorante en las materias que personalmente conozco, de la misma forma
que no me siento competente en opinar con rigor en determinados temas que
ignoro. No creo en la “igualdad”, ni de sexos, ni de voto… Por no creer, no
creo ni siquiera en el sistema y la trayectoria de la España constitucional,
con la vida política, social y pública, cada vez más degradada, me confirma en
esta opinión.
Pero, posiciones personales como ésta, pueden ser consideradas
como fundamentalistas y, por lo demás, carecen de desembocadura política:
surgen de críticas “doctrinales” al sistema político demo-liberal, pero no
afectan al día a día impuesto por la legislación vigente. Así pues, vale la
pena, plantearse 1) A quién votar, 2) Lo que implica votar a cada opción.
ORDEN DE PRIORIDADES
Votar es un gesto banal. Irrelevante, incluso, para unos y un acto
religioso para otros (no en vano el voto se considera sagrado, se introduce en
una especie de relicario de la democracia -la urna-, situada sobre un ara, con
un sumo sacerdote -el presidente- y dos monaguillos -los vocales-, y de ahí,
mediante el exorcismo del recuento, de aquellos papeles, se dice que emana la
“soberanía popular”; puro animismo). El ciudadano, incluso el que no cree en
el sistema, pero no está dispuesto a que su absentismo electoral le sirva de
mucho, debe plantearse qué es lo esencial para él.
Nuestro orden de prioridades sería, en principio, el siguiente;
para que un partido merezca nuestro voto, debe:
1) Demostrar que resuelve más problemas de los que genera.
2) Demostrar que sus miembros son honestos y que los corruptos están ausentes.
3) Demostrar que tiene soluciones razonables a problemas reales.
4) Demostrar que cumple sus promesas.
A partir de estas exigencias, parece evidente que el número de
opciones a las que se puede votar se ha reducido extraordinariamente. Ninguno
de los partidos que han ostentado el poder desde 1978 cumple NINGUNA de estas
condiciones. Así pues, quedarían las opciones minoritarias. Pero, el
problema que tienen estas es que, en tanto que minoritarias, tienen pocas
posibilidades de gobernar o bien de ser determinantes y deberemos conformarnos
con que nuestro voto, literalmente, no sirva tampoco para nada, si va a parar a
estos pequeños partidos que, hasta ahora, se han visto apeados del poder y
tienen, hoy por hoy, pocas posibilidades de asumirlo en solitario.
Así pues, habrá que establecer otros baremos. El primero de
todos es la orientación política de cada candidatura. Y por eso es
necesario que nos fijemos en:
1) Su actitud ante la unidad del Estado: todo el que habla de “autonomías” tiende a disminuir el peso del Estado y a generar taifas autonómicas. Y de la misma forma que la proliferación de moneda da lugar a la inflación, o la multiplicación de leyes devalúa también la propia Ley, así mismo, la reproducción de “territorios autonómicos” debilita la idea de Estado, de Autoridad y de Poder.
2) Su actitud ante las ideas y los valores: aquí solo hay dos posibilidades. O se vota a una opción “progresista” o se vota a una opción “conservadora”. La primera es una permanente fuga adelante: lo que está de moda es lo que propone, sin más consideraciones. La segunda, en cambio, aspira a mantener posiciones que han existido siempre: la familia heterosexual, la defensa de la vida, la unidad del Estado, etc.
3) Su énfasis en la defensa de lo que dice defender: ahí es donde quiebran los centrismos, el centro-derecha o el centro-izquierda, la derecha progresista y demás. Si se está en política se está porque se dispone de un modelo: en el “centro político” no hay otro modelo que el oportunismo. Se defiende lo que se tiene la sensación de que va a ser apoyado por el voto mayoritario de la ciudadanía. La defensa centrista es siempre tibia, oportunista y justifica cualquier traición y todo incumplimiento de promesas electorales.
Pero esto es excesivamente vago y no resuelve los grandes
problemas que este país y cada “comunidad autónoma” afronta. En primer lugar, porque los partidos mayoritarios apoyan el
“Estado de las autonomías” (en la medida en que facilita una distribución
del poder y de los recursos públicos entre muchas distintas opciones política a
pesar de que supongan una losa para un país de recursos limitados como España).
En segundo lugar, porque no está suficientemente clara la divisoria entre
conservadores y progresistas al existir posiciones equívocas: el Casado
luciendo la misma escarapela de la Agenda 2030 que luce Sánchez es buena
muestra de ello. Las reiteradas declaraciones de Feijóo afirmando que su
principal opción de pacto sigue siendo el PSOE, tampoco contribuyen a
clarificar la posición del PP. Y, finalmente, actitudes como la de Page y Vara
en el PSOE resultan incomprensibles: si estás tan en desacuerdo y te sientes
tan incómodo en el partido pedrosanchista ¿porqué no lo abandonas de una vez?
Así pues, un análisis “doctrinal” de las propuestas de los
partidos políticos, tampoco lleva a nada concluyente. Así pues, será necesario
realizar un ANÁLISIS POLÍTICO en donde, resultará mucho más claro a quien votar.
EL ANÁLISIS POLÍTICO DEL VOTO
Para determinar a quien votar hace falta, antes, hacer unas
precisiones:
- votar no implica comprometerse con ninguna opción. No es necesario que exista ningún nexo de militancia, ni siquiera de simpatía, entre lo que uno cree y a quien entrega su voto.
- el voto es algo volátil, fluido. Hoy se vota a éste, mañana a aquel, pasado al otro, nada obliga -salvo la cerrilidad- a votar siempre por la misma opción, con lo que se obtiene inevitablemente el mismo resultado.
- no hay que plantearse a quién votar por una cuestión de afinidad o proximidad doctrinal o ideológica, sino en función de los efectos que se quieren obtener.
Vamos a poner un ejemplo reciente: en las anteriores elecciones
generales, existía la presunción de que Sánchez había demostrado
suficientemente ser el “peor presidente de la democracia”. Con mucho. Superando
incluso la mediocridad de ZP: ZP vivía en un mundo de Bambi y nunca se enteró
de gran cosa, especialmente en materia económica. Con Sánchez estamos ante un
caso clínico, un ególatra sin escrúpulos, sin principios. No cree en nada salvo
en su propia ambición que vive de espaldas a cualquier empatía. Así que había
que votar “a la derecha”… pero ésta se presentaba dividida en dos opciones.
El resultado fue que Sánchez sigue en el poder y la derecha se
sigue desgañitando y ni siquiera parece haber entendido la lección: presentar
a dos candidaturas conservadoras en provincias pequeñas implica dividir el voto
y, por tanto, facilitar el que los candidatos del PSOE logren colocar a uno de
sus candidatos, perdiéndose los “restos” de las opciones de derecha gracias a
la malhadada Ley d’Hondt. Lo normal -SI DE LO QUE SE TRATABA ERA DE EXPULSAR A
SANCHEZ DEL PODER- era que las dos opciones de derecha hubieran adoptado alguna
de estas posiciones:
- Elaborar un PROGRAMA COMÚN, y una única candidatura
- O bien, haber llegado a acuerdos para presentarse UNIDAS en algunas provincias,
- O bien que alguna candidatura renunciara a presentarse en alguna provincia obteniendo compensación en otra.
Ahora bien, las dos opciones de derecha querían conservar sus
posiciones, avanzarlas y pensaban, el PP que alcanzaría la mayoría absoluta y
Vox que el PP estaría dispuesto a gobernar con ellos en coalición. El
resultado ha desmentido a unos y a otros: sigue gobernando Sánchez.
Seguramente, los electores que votaron a Vox y los que votaron al
PP se sintieron muy cómodos con sus respectivas opciones. Bien por ellos. Pero
Sánchez sigue en el poder, así que algo falló en sus cálculos. Y cuanto antes
lo reconozcan, antes Sánchez será desalojado del poder.
LA PRIMERA VALORACIÓN:
ENEMIGA PRINCIPAL Y ENEMIGO SECUNDARIO
De lo anterior, se deduce que el primer problema que un
ciudadano debe plantearse a la hora de depositar su vota consiste en valorar,
según él, cuál es su “enemigo principal” y qué otro es su “enemigo secundario”.
El “enemigo principal” será aquel que es considerado como el principal riesgo
(por su insensatez, por su corrupción, por los problemas que genera y por los
que ha generado). Es contra él que deben dirigirse todas las baterías: porque
si es el “enemigo principal” se trata de desalojarlo del poder antes de que sea
tarde.
Es posible que el “enemigo secundario” suponga también un riesgo,
e incluso cabe la posibilidad de que el “enemigo secundario” de hoy pueda
llegar a ser “enemigo principal” en una legislatura posterior. También esto es fluido y debe analizarse en función de cada
momento político concreto.
Para aquellos que dicen “PP y PSOE son lo mismo”, cabe
responderles que tienen razón en el terreno doctrinal (ambos son dos muestras
de “centrismo”, hipócrita, poco comprometido con “valores” que pueden
traicionar -y que, de hecho, traicionan en cada momento). También tienen razón
en que hemos llegado a la situación actual de la mano de gobiernos de
centro-izquierda (González, ZP), de centro-derecha (Aznar, Rajoy). Pero no
estamos haciendo historia sino valorando cuál es el “mal menor”: porque de eso
se trata. De elegir entre una opción “mala” y otra opción “peor”.
En el fondo se trata de “subir” o “bajar” un peldaño: al final
de la escale, arriba a todo, se encuentra el ideal, resplandeciente, pulcro, un
Estado eficiente, en el que impera el orden y la autoridad, la justicia y la
prosperidad. Por eso se trata de aproximarse, peldaño a peldaño, hacia ese
objetivo ideal. Por el contrario, en los peldaños descendentes, puede llegarse
a las puertas del mismísimo infierno. Nosotros, estamos en camino de llegar
a ese punto omega en el que ya se percibe el calor abrasador del averno… El
votante debe ser consciente de si su voto va a servir para subir o para bajar
un peldaño en esta escalera ideal.
Pero ni siquiera este criterio es suficiente.
SEGUNDA VALORACIÓN:
TEMPUS FUGIT
Para la mayoría de conciudadanos, el voto supone un desahogo
momentáneo y puntual. Pero, si se decide votar, hay que tener en cuenta la
proyección de ese voto en el futuro. Alguien cambiará la imagen anterior y
dirá: “No, no se trata de una escalera, sino de caminar o no hacia el
precipicio”, con la lógica conclusión: no puede votarse a aquel cuyo
programa nos propone un salto sin red al vacío… Si vemos así las cosas, las
fuerzas políticas se caracterizan:
- la extrema-izquierda, LGTBIQ+, por proponer un salto al vacío a paso de carrera.
- la izquierda socialista, por marchar hacia el abismo a paso ligero.
- la derecha pepera, con ralentizar el paso hacia el abismo, e incluso por detenerse.
- la extrema-derecha, por tratar de invertir la marcha decididamente.
Así pues, si aceptamos este análisis, aceptaremos que el voto
más razonable debe orientarse hacia Vox, salvo que se aspire a contribuir al “suicidio
nacional”.
Pero, lo hemos dicho en el título del parágrafo: el tiempo fluye. Cada
momento requiere un análisis “estratégico” preciso. ¿Y esto por qué? Respuesta:
por lo dicho anteriormente, porque cada momento tiene su “enemigo principal” y
su “enemigo secundario”.
Seamos más claros: si el elector juzgaba que había que alejar el
fantasma depredador del pedrosanchismo, en las pasadas elecciones generales, lo
más razonable hubiera sido votar directamente al PP, y no por identidad con el
programa de Feijóo, sino para que alcanzara mayoría absoluta y lanzara a la
cuneta al pedrosanchismo. Pero ¿no estaría el voto a Vox mucho más próximo de
quien sostiene que, ya no se trata de “saltar o no al vacío”, sino de revertir
la marcha hacia ese vacío…? En efecto, pero, como hemos visto, el voto a Vox en
algunas provincias “de derechas”, determino el que, además de un diputado de
derechas, los restos negaran un segundo diputado siendo este… socialista. Fue
así como la derecha no obtuvo la mayoría absoluta, ni siquiera relativa.
Lo esencial y lo que Vox y, mucho más que Vox, sus votantes, deben
entender es que EL MOMENTO DE VOX TODAVÍA NO HA LLEGADO. Para que el electorado considere masivamente el voto a Vox,
la derecha pepera debe de haber tocado poder y fracasado en su gestión del
poder. Será esa imposibilidad del PP para alcanzar los objetivos conservadores,
lo que decantará el voto a Vox (o a un partido que surja de unión de Vox con
una eventual ruptura entre el sector conservador y el sector
liberal-progresista del PP). Y eso se producirá después de que el PP
FRACASE en su gestión del poder.
¿Fracasará? Tal como quedará España cuando Sánchez sea desalojado
del poder, a cualquier gobierno le resultará prácticamente imposible superar
las lacras en política internacional, el caos legislativo, el crecimiento de
los nacionalismos periféricos, la deuda pública, la inseguridad jurídica, la
cuestión de la inmigración masiva (que no admite más que una solución:
expulsiones masivas, cierra de fronteras y control de costas y aeropuertos por
parte de las fuerzas armadas), reformas legislativas en todos los ámbitos, etc,
etc, etc. Y el PP no está preparado, prácticamente, para hacer ninguna de
estas tareas, ni Feijóo tiene carácter para afrontar en bloque la “tormenta
perfecta” que tenemos ante la vista.
¡Claro que un gobierno del PP fracasará! Por eso decimos: hoy, la
hora de Vox todavía no ha sonado. Hace falta que el PP tenga el timón en sus
manos, pero que demuestra que, efectivamente, su papel histórico en esta hora
de España, ha sido SOLAMENTE desplazar al pedrosanchismo -hoy por hoy es el
partido que más posibilidades tiene de cumplir esta tarea- pero esto es todo: a
partir de ese momento, ya no se tratará de pensar en su detenerse en la marcha
que hemos seguido hacia el abismo, sino de dar invertir el camino. Y aquí
si que el PP no está ni anímica, ni programática, ni doctrinalmente preparada
para acometer esa tarea.
No olvidemos que el “Estado de las Autonomías” y la “constitución”
llegaron de la mano de Fraga Iribarne, no olvidemos que Aznar “hablaba catalán
en familia” y que nos embarcó en la guerra de Irak, no podemos olvidar los
casos de corrupción protagonizados por el PP, no olvidemos que Rajoy
“solucionó” el problema del “procés”, judicializándolo, una salida falsa como
se ha demostrado cuando Sánchez lo “desjudicializó” amnistiando a diestro y
siniestro por siete votos parlamentarios…
TERCERA VALORACIÓN:
¿DE QUÉ ELECCIONES ESTAMOS HABLANDO?
En junio elecciones europeas, son de un rango muy diferente a las
elecciones autonómicas catalanas y vascas. En
todas ellas, el voto debe valorarse en función de los objetivos políticos
propuestas. Obviamente, en todas ellas, se trata de alcanzar el objetivo
principal: golpear al pedrosanchismo, de tal forma que sucesivas derrotas
-unidas a las causas judiciales abiertas- afecten a su permanencia en el poder
y le obliguen a convocar elecciones antes de fin de año.
Así pues, en las elecciones autonómicas catalanas y vascas se
trata de votar a la opción que más y mejor pueden contribuir a este objetivo.
De lo único que se trata es de que la sigla PSOE, la sigla PSE y la sigla PSC,
sean revolcadas en el fango de la pocilga. Así de sencillo. Se trata, pues,
de votar a opciones que más puedan deteriorar la imagen y el peso del
pedrosanchismo en la política española.
La tendencia actual es a que el “PSOE” vaya disminuyendo en votos
y, por tanto, se vuelva cada vez más irrelevante en política española. Repasar la historia de ese partido, es repasar los peores
momentos de nuestro país, en los que siempre ha ocupado un papel protagónico y
desencadenante, incluida en el tránsito seguido entre 1933 y 1936 que llevó a
la guerra civil. Que la “sigla maldita” desaparezca cuanto antes y para siempre
(como, por lo demás, han hecho sus hermanos italianos y franceses). La
tendencia actual es a la radicalización de los bloques: derecha contra
¿izquierda? No, en realidad: ESPAÑA contra NO-ESPAÑA. Galicia: PSOE tercera
fuerza, segunda fuerza, UPG. Madrid: PSOE tercera fuerza, segunda fuerza Mas
Madrid… Todo induce a pensar que, en el futuro, el único debate será entre
los partidarios de la “unidad del Estado” y los partidarios de la “desaparición
del Estado Español”. Y es bueno que así sea, para que las cosas estén
claras: o a favor o en contra, sin oportunismos “federalistas”, ni búsqueda de
equidistancias imposibles.
Por tanto, en las elecciones catalanas y vascas, yo me atrevería a
recomendar el voto para cualquier partido que se oponga a las políticas
oportunistas del socialismo y que, por tanto, contribuya a debilitar al PSOE en
su hegemonía política sobre el aparato del Estado. En ambas comunidades, todo
induce a pensar que el PP va, en estos momentos, por delante de Vox y, por lo
demás, como hemos dicho, la hora de Vox todavía no ha sonado.
Sin embargo, en las elecciones europeas la correlación de
fuerzas es distinta. En el parlamento europeo, las fuerzas de la derecha
liberal con las que se identifica Feijóo son precisamente las que están
permitiendo los destrozos contra la agricultura europea, los que están aislando
a países díscolos centro-europeos, los que pactan con la izquierda progresista
el bloque a medidas antiinmigración. Pero en estas elecciones europeas
puede producirse un vuelco total en las posiciones. En el momento de
escribir estas líneas, todos los sondeos prevén un avance brutal de las
posiciones de la derecha nacional europea, un descalabro de la izquierda y un
retroceso. Y en esas elecciones si que está claro que el voto a Vox es la
opción más razonable, pensando que, en el parlamento europeo, el ascenso de los
distintos grupos de la derecha nacional conseguirá bloquear los aspectos más
deletéreos de la política impuesta por Von der Leyen.
Al igual que en otros países europeos, también en España, la victoria en unas elecciones europeos puede ser el signo del inicio de la decadencia de la “derecha liberal” y del tránsito de votos a la “derecha nacional”. Y, por otra parte, en el Parlamento Europeos, la “derecha libertad”, la “socialdemocracia” y el “ecologismo”, frecuentemente asociados en los mismos proyectos, y, por tanto, unidos en un “bloque progresista” (sin el cual los liberales del PP se sienten huérfanos), constituyen el “enemigo principal”, mientras que los partidos de la derecha nacional son estos momentos, los únicos que pueden reformar desde dentro la UE, proceder al cierre de fronteras, a la reversión del fenómeno migratorio, a las expulsiones masivas, y a la abolición de los tratados que perjudiquen a la agricultura y resten soberanía alimentaria a los países europeos, o detengan la locura armamentística injustificada que se está alimentando desde Washington con el visto bueno del “bloque progresista”.