Un psicopatón en Madrid y un cobardica
en Waterloo ¿pueden llegar a hacer buenas migas? Difícilmente, por mucho que la
intermediaria sea la tonta del bote. Tal es el tríptico del que
depende la gobernabilidad del Estado. El psicópata es consciente de la
situación y piensa: “Necesito al cobardón y luego para un momento de
votación y luego que le den los duros, ya echaré la culpa a otro”. El
cobardón, por su parte, ve las cosas de otra manera: “¿Para qué voy a volver
a Barcelona con lo bien que estoy en Waterloo? Hasta me han empezado a gustar
los mejillones al vapor con patatas fritas. Además, el tipo este me intentará
engañar”. Y, finalmente, la tonta del bote es consciente de su debilidad y
cree que: “Cualquier cosa que me haga figurar en los medios es bueno para mí
a la vista de que, electoralmente no despego”. Supongo que habrán
reconocido a los personajes principales del vodevil.
LOS QUE ESTÁN “ARRIBA”
Quedaría hablar de “los que están arriba” de ellos, por un lado, y
de los que se sitúan en el escalón inmediatamente inferior a los tres protagonistas
del vodevill, a saber: tertulianos y comparsas.
Los que “están arriba” son los que manejan más poder que los protagonistas (de hecho, el único que “toca poder” es Pedro Sánchez, Puigdemont
es un cero a la izquierda -incluso en Cataluña fuera de una fracción de su
partido- y en cuanto a Yolanda Díaz… bueno, es Yolanda Díaz). Los que “están
arriba” se dividen en dos sectores:
- la patronal y la mayor parte de la “autoridad europea”, por un
lado, y,
- por otro, los patronos de la progresía internacional que operan
desde la ONU y la UNESCO promoviendo la Agenda 2030, los promotores del
wokismo, del lobby LGTBIQ+ y de la corrección política a través de redes de
ONGs financiadas -y dirigidas- mayoritariamente por los dos organismos
internacionales mencionados y por sectores del capital financiero.
Al primer grupo -la patronal española y la “autoridad europea”- no
aman particularmente a Pedro Sánchez y son conscientes de que está conduciendo
al país a un callejón sin salida, no tanto político, como económico (parten de
la base de que la economía debe guiar a la política y que las decisiones
políticas deben tomarse en función de los intereses de los consejos de
administración). Saben que el gobierno Frankenstein 2.0., que
intenta gestar, será inestable y que, para satisfacer a las partes
comprometidas, estará dispuesto a dar mucho más de lo que el país pueda
soportar. Saben, también, que de no seguir con la política de subvenciones y
regalos judiciales, sus apoyos se cortarían de un día para otro. Así que, si
Sánchez quiere sobrevivir está obligado, puede conseguirlo a plazo inmediato,
pero, a corto plazo, supondrá una catástrofe para el país que puede arrastrar a
la propia Unión Europea (las dimensiones de España no son las de Grecia y
un crack económico aquí puede repercutir en todo el continente).
En cuanto al segundo grupo, piensa solamente en términos de
conveniencia. Por supuesto, solamente a unos cuantos perturbados atrincherados
como funcionarios en la ONU y en la UNESCO, les interesa la realización de la
Agenda 2030, pero han sabido transmitir esta “necesidad” a gobiernos de izquierda que, desde la crisis
de 2008-2011 habían perdido el norte al caer sus planteamientos
socialdemócratas: fue, a partir de ese momento, cuando estos partidos buscaron
una “ideología de sustitución” y la encontraron en las propuestas de la Agenda
2030 que se resumen en “igualdad – inclusión – diversidad”, nacida en
los oscuros laboratorios del mundialismo y de la globalización. Y este sector,
sobre todo, quiere en los organismos de poder nacional a gentes que no tengan
por costumbre ni pensar excesivamente, ni mirar por algo más que sus propios
intereses, que sean sumisos, los “yes man” de la cultura anglosajona (los
carpetovetónicos lameculos). Sumisos ante los que “están por encima” y
tiránicos con los ciudadanos de a pie, de los que solamente aspiran a comprar
su favor con mentiras y/o su voto.
Estos últimos, sin ninguna duda, prefieren que el debate político esté
en manos del personajillos como Yolanda Díaz, Carles Puigdemont o el mismo
Pedro Sánchez, al que le basta una llamada del secretario del secretario de
cualquier oficina de la Casa Blanca para que, inmediatamente, envíe más ayuda a
Ucrania.
LOS QUE ESTÁN “DEBAJO”
Son los qu comentaristas políticos, tertulianos, editorialistas y
comunicadores. Su poder mediático es cada vez
menor a la vista de la bajada constante de las audiencias de los canales
generalistas y de las radios, en comparación con el ascenso de las audiencias
de youtubers o de podcats. Los primeros no son libres: dependen de los temas
que les plantean.
Son los temas de moda marcados por la actualidad más banal y venal:
que si Bertín Osborne va a tener otro hijo, que si el hijo de un actor de
campanillas ha convertido en picadillo a un cirujano en el otro extremo del
mundo, que si en España, los famosos también mueren, como en Hollywood, a pares
(María Teresa Campos y María Jiménez), la reaparición de la Pantoja o el beso
de la muerte de Rubi a Jenny…
¡Como si no fuera de interés general que el “gobierno en funciones”
haya seguido aumentando la deuda cada día que pasa, o la constitución del
parlamento con Francina Armengol -que ha dejado en Baleares el aroma de una de
las peores y más corruptas gestiones políticas de todos los tiempos- como
presidente, o el hecho de que los socialistas hayan “prestado” diputados a
independentistas catalanes para que pudieran constituirse como “grupo
parlamentario” y -lo importante- disponer de los cuantiosísimos fondos en tanto
que “grupo” con personalidad propia; tampoco se ha mencionado el que se haya
alcanzado un rédord histórico de llegadas de pateras, cayukos y charters
repletos de inmigrantes, o que la criminalidad está creciendo cada día más -y
no, no lo comprobaréis en los canales generalistas, sino en los medios
independientes. Los tertulianos no imponen los temas, pero acceden a
discutir sobre lo irrelevante y a eludir todo lo que ha ocurrido el pasado mes
de agosto.
PUIGDEMONT O EL CLÍMAX DE LO IRRELEVANTE
En ese contexto, los tertulianos han recibido la orden de rescatar
del olvido a un personajillo, entre tontorrón, mediocre y cobardón. Tontorrón
porque a nadie con dos dedos de frente y una mínima experiencia política,
sentido común y niveles de razonamiento básico, se le podía ocurrir que la
aventura independentista podría terminar bien. Mediocre porque en su
historial previo a la llegada a capitoste de la gencat, no había dado un palo
al agua. Su biografía en Wikipedia es el reflejo de lo que es: empezó varias
carreras, pero no terminó ninguna, preparación previa para vivir de la
política, esto es, del cuento. Y cobardón porque el día antes de huir,
cuando ya lo tenía todo preparado, se despidió de Junqueras y de sus aliados,
diciéndoles que “fins demà”, sabiendo que no mañana ya estaría camino de
Waterloo, algo que Junqueras y quienes “chuparon talego” de ERC no le han
perdonado nunca.
En los últimos cinco años, Carles Puigdemont, solamente ha
existido para los habituales de TV3. Quienes tenemos a bien no ver una cadena
de propaganda del independentismo, incluso viviendo en Cataluña, habíamos
olvidado por completo a este fulano. El precio
del fracaso -y Puigdemont es, sobre todo, un fracasado- es el olvido. Y a
Puigdemont se le había olvidado en Cataluña. Son pocos los que lo quieren de
regreso. Durante su estancia en Waterloo, el independentismo se ha deshinchado.
Las tiendas chinas retiraron hace tiempo las banderas independentistas a cinco euros
unidad, con garantía de desteñirse a las 24 horas de estar expuestas al sol. La
asistencia a los últimos 11-S iba en disminución. Las encuestas confirmaban que
los partidarios de la “independencia” de Cataluña estaban en torno al 30% (lo
que es normal, si tenemos en cuenta que entre el 32 y el 35% de la población catalana
se expresa en la lengua de Pompeu Fabra).
En las últimas elecciones generales se demostró la caída en picado
del voto independentista hasta el punto de que grupos como la CUP quedaron,
literalmente, liquidados y, tanto ERC como PDcat, hoy, representan al 30% del
electorado que acudió a las urnas en junio, lo que apenas suponen entre una
quinta y una cuarta parte del electorado de la región catalana. Quien no se lo
crea, le recomiendo vaya cualquier tarde a eso de las 19:00 frente a la
estación del metro de Fabra i Puig y vea a las ruinas humanas que se
manifiestan diariamente en favor del referéndum: una decena los mejores días
(hasta no hace mucho esa decena, elevada a veinte, en los mejores momentos,
custodiada por la Guardia Urbana de la Colau, cortaba los accesos a la
Meridiana en las tardes durante cuatro años). Eso es el independentismo en uno
de los barrios más populosos de la Ciudad Condal.
CUANDO EL PSICOPATÓN RESUCITA AL COBARDICA
A partir del final del “procés”, lo único que quedaba era asistir
al baile intercambio de votos menguante entre formaciones indepes: las
anteriores elecciones generales ya mostraron esa tendencia, ahora confirmada. El
independentismo catalán muere. Pero las simetrías electorales hacen que siga
presente -como nunca- en la política española. Lo paradójico es que las
concesiones de Sánchez a los independentistas catalanes (indultos) y vascos
(libertad presos) no se han traducido en un avance de unos y de otros, sino en
un reforzamiento del presidente. A cambio de estas concesiones, los independentistas
han apoyado sistemáticamente a Sánchez durante cuatro años. Eso es lo que ha
provocado dos fenómenos: desmovilización del voto independentista y trasvase de
votos del independentismo al socialismo. ¿Y Puigdemont? Olvidado por completo desde
que cogió las maletas y se introdujo con ellas en el maletero de su coche.
Y hete aquí, que ahora, Puigdemont se ha convertido en el centro
del debate político ¿en Cataluña? ¡No, en toda España! La gobernabilidad del
Estado depende de él… Sería grotesco si no tuviera un punto de dramatismo y,
por sí mismo, el episodio indicara la situación de desidia, despropósito y
oportunismo político de las partes implicadas. Por curiosidad, estos días
he sintonizado TV3: no ha pasado ni una hora, ni un programa, en el que no se
haya dado vueltas al tema del “president”. Es más, incluso en la cada vez mayor
programación en catalán de RTVE, el único tema de debate ha sido Puigdemont y
la amnistía.
UNA AMNISTÍA CADA CUARENTA AÑOS SI HACE DAÑO…
En España, una amnistía cada 40 años no parece dar los resultados
esperados. En la anterior, en 1977, todos los presos de ETA, del GRAPO y del
FRAP, con delitos de sangre, fueron puestos en libertad. ETA y GRAPO
reincidieron y costó 30 años y 800 muertos, convencerlos de que dejaran de
matar. Entonces se nos dijo que sería la última amnistía y que la constitución no
lo permitía. Cuarenta años después, se vuelve a hablar de otra. Se aspira a que
todos los delitos vinculados a la intentona independentista, sean amnistiados,
incluso las multas y los descerebrados que sembraron el terror en Barcelona
quemando contenedores… ¡Cuando los protagonistas a los que se ha dado voz en
los medios, todos sin excepción, han dicho que “reincidirán”! Entre las
peticiones indepes figura la condonación de 50.000 millones de deuda de la
gencat… que es como liberar a la institución de una carga, repartirla entre
todos los españoles, poner el contador a cero y permitir que en poco tiempo se
vuelvan a alcanzar las mismas cotas de despilfarro. Es como hace 40 años,
cuando a cada nuevo paso dado por el gobierno de Adolfo Suárez en dirección a
la amnistía era respondida por ETA y por el GRAPO con más crímenes.
España no tiene remedio. Vale la pena reconocerlo y aceptarlo. Gobierne
quien gobierne. Irá más o menos rápido hacia el despeñadero, pero terminará
desintegrada, la sociedad atomizada e indefensa, el Estado en suspensión de
pagos, la Nación balcanizada y la clase política invirtiendo beneficios en
paraísos fiscales …
No es una “especificidad española”. Toda Europa Occidental va en
la misma dirección. Incluso Suecia. A la vuelta de cinco años, el Estado estará
en suspensión de pagos, el peso de la deuda y los cambios tecnológicos,
generarán un mercado laboral cada vez más reducido ante el que el Estado tendrá
que ampliar sus subsidios o afrontar revueltas sociales. Y esto en un momento
en el que las mafias africanas se enseñorean de Europa, desde Malmoe hasta
Cádiz, desde Atenas hasta Brest.
Duele que, ante esta perspectiva -la más realista y objetiva que
cualquier tertuliano que mostrara un mínimo de independencia podría percibir- el
debate político esté capitalizado por un cobardica, una tontita y un psicopatón.