He votado por dos razones: porque el psicópata que ha gobernado
España durante cinco años debe pasar al basurero de la historia a la voz de ya;
y, porque el colegio electoral lo tengo cruzando la calle. Con un presidente
más digerible y con una mesa electoral situada cien metros más lejos, no me
hubiera tomado la molestia de ejercer mi improbable “parcela de soberanía”. Se
vote a quien se vote, estas elecciones no van a solucionar ninguno de los
graves problemas que nuestro país arrastra desde hace décadas. Cambiarán los
rostros, cambiará la velocidad de aproximación al precipicio, pero muchas cosas
-todavía- deberían de cambiar para que nuestro país “volviera a ser”. De hecho,
nunca unas elecciones han servido para algo más que para cambiar a los
mascarones de proa.
La solución no pasa por las urnas. Pasa, en primer lugar, por una
regeneración moral del país. Algo difícil que nunca se produce espontáneamente. Las élites no nacen por generación espontánea ni con “coincidencias
cósmicas”. Y lo que Europa necesita son nuevas élites capaces de alumbrar un
lúcido proyecto de regeneración continental y tener la determinación suficiente
para ponerlo en práctica: con las urnas a su favor, con las urnas en su contra
o prescindiendo de las urnas.
Supongo que en esta convocatoria electoral ganará el bloque de la
derecha. Veremos lo que Feijóo hace desde el poder. No seáis muy optimistas. Lo
ha dicho por activa y por pasiva: su primera opción de pacto es un PSOE
liberado del psicópata que eligieron como secretario general.
Es evidente que, si el PSOE no se hace con el triunfo, esta misma
noche, los barones del partido se comerán a su “secretario general”. Mañana
lunes, a media mañana, le habrán obligado ya a dimitir de sus cargos dentro del
partido y por la tarde, incluso, podríamos conocer los nombres de la gestora
que tomará las riendas del socialismo en los días de la desgracia. Claro está
que también puede ocurrir que eso mismo ocurra con Feijóo.
Todo está en el aire: ésta, de todas formas, ha sido -lo reconocen
todos los analistas- la peor campaña electoral de la historia (¿hay alguna que
sea “brillante, inteligente y reflexiva”?). Feijóo ha tenido que moverse poco.
No es carisma, precisamente, lo que destila. Con él ha valido aquello de “no te
muevas que es peor”. Su campaña se ha basado en el desgaste de Sánchez y en su
falta de credibilidad. No se vota a Feijóo: se vota contra Sánchez.
Quien ha prodigado un activismo casi juvenil ha sido el psicópata
de la Moncloa: primero con aquellas entrevistas a sus ministros, luego buscando
un hueco en todos los telediarios, más tarde en mítines siempre alejados del
gran público y que reunían solo a adictos filtrados no fuera que alguien le
recordara el “que te vote Txapote”, verdadera consigna electoral del
antisanchismo, todo ello acompañado por promesas de pisos para todos, prácticamente
a precios de remate, por promesas de subsidios para todo lo subsidiable y
ocultamiento de las verdaderas intenciones y de quién pagará la broma; con el
falseamiento de datos “macroeconómicos” que choca con la realidad que todos
vivimos al ir a comprar una docena de huevos, un litro de aceite o un buen
filete de ternera. Flanqueado por Yolanda Díaz, que no se ha quedado atrás en
promesas electorales cada vez más delirantes (la paguita de 20.000 euros a los
jóvenes en su vigésimo cumpleaños es de escándalo), la suerte es que, gane
quien gane, está claro que los “ministres” de Podemos no volverán a sentarse en
un consejo de ministros y que sus rostros se olvidarán pronto.
Es bueno -casi es una exigencia moral- votar hoy contra el
pedrosanchismo. Pero es mucho más importante, no hacerse ilusiones sobre lo que
pasará después. Los destrozos operados en la sociedad española desde el período
zapaterista se han visto centuplicados en estos últimos cuatro años. Suelo recordar una explicación que me dio un sacerdote (el “padre
Valls” de los Escolapios de Balmes) cuando distinguía entre “pecado mortal” y “pecado
venial”. Me contaba que el pecado venial es como cuando tienes una bata con
algunas machas y la madre la mete en la lavadora y la limpia en un momento,
mientras que comparaba al pecado mortal con una bata que está literalmente
destrozada, sucia de grasa, de tinta, desgastada, con el tejido debilitado y
las costuras rotas: esa bata, ya no se puede limpiar, está para tirar. Eso
mismo es lo que le pasa hoy a nuestro país: hace unas décadas, todavía era
lícito pensar que los problemas de encaje en la UE o la cuestión de la
vertebración del Estado podían resolverse; en algunos momentos era lícito
pensar que le economía estaba mejorando y que no había sino unos pocos
nubarrones en el horizonte; podíamos pensar que con una nueva ley de
inmigración se resolvería el problema o que con mano dura contra la
delincuencia y los tráficos ilícitos, la sociedad recuperaría la normalidad. Hoy,
nada de todo esto es posible: no solamente los problemas que ya existían en
2003 se han centuplicado, sino que han aparecido otros nuevos y todo esto con
una coyuntura internacional ampliamente desfavorable. España está hoy como
la bata que me describía el “padre Valls”: España es de muy difícil, de casi
imposible, regeneración. Y, desde luego, no a través de las urnas.
¿Entonces? ¿Qué precisa España? Lo que no ha tenido en los últimos
40 años: un nuevo cirujano de hierro con valor suficiente para utilizar el
bisturí y extirpar los problemas de manera radical y sin piedad. Pero, ni
siquiera esto bastaría. Porque un “cirujano de hierro”, precisa de un “equipo
médico habitual”, de una élite nacional que lo apoye. Y no soy muy optimista sobre la posibilidad de que surja tal
cirujano y, mucho menos, sobre que nuestra sociedad tenga todavía capacidad
para alumbrar algo más que “influencers”. No hay otra solución.
Una victoria del bloque de la derecha, en el mejor de los casos,
supondría un tratamiento paliativo: nos liberaría
de levantarnos cada mañana escuchando las mismas monsergas en los informativos
o la última ley estúpida elaborada por completos analfabetos político-sociales.
Incluso es posible que mejorase algo el déficit público y se contuviera el
gasto público. Pero, poco más.
El bloque de la derecha, en general, no ha sido capaz, ni en
España ni en ningún otro país en el que existe en la práctica, de aislar el
origen del problema. No es que la izquierda esté
a la búsqueda de nuevas bolsas de electores (que lo está) y haya perdido
cualquier referencia ideológica al socialismo o a la socialdemocracia, no
digamos al comunismo, no es que haya empeñado en loar, glosar y alabar al
colectivo LGBTIQ+, no es que practique la cultura de la muerte (aborto+eutanasia),
no es que haya atomizado a la sociedad española (ha hecho todo esto y mucho
más) y que se limite a echar la culpa a “los que tienen posibles”, “a los
milmillonarios”, “a las grandes fortunas del Ibex 35”.
El gran problema de nuestro tiempo es la existencia de unas
organizaciones internacionales (ONU, UNESCO, FAO, OMS, FMI, especialmente), en
manos de unas clases funcionariales que nadie ha elegido y que lanzan programas
y proyectos mundialistas. De esa cúpula mundialista derivan tanto la Agenda
2030, como las iniciativas mundialistas, incluso -lo
hemos visto no hace mucho- los “protocolos” para tratar a los pacientes de
Covid-19 cuya aplicación ha causado más víctimas que el propio virus, o la promoción
de unas “vacunas” sin testar que se han mostrado en miles de casos peores que
la enfermedad. Porque, a decir verdad, ni la UNESCO culturiza, ni la FAO
resuelve los problemas de adulteraciones alimentarias y de salud alimentaria,
ni la OMS vela por la salud mundial, ni el FMI es salvaguarda de la estabilidad
y prosperidad económica planetaria, ni, por supuesto la ONU resuelve conflictos
internacionales. Todos ellos predican los contenidos en la Agenda 2030, al mayor
amasijo de medias verdaderas, mentiras conscientes y aberraciones absolutas jamás
redactado desde la Declaración Universal de Derechos Humanos en la que no
figura el derecho a la seguridad, sin el cual, ningún otro derecho puede
ejercerse.
Este amasijo de siglas internacionales, dirigidas por alucinados
en el mejor de los casos y por aprovechados en el peor, constituyen el peor
lastre de nuestro tiempo. ¿Hay algún candidato que haya propuesta el abandono
de nuestro país de esas organizaciones? Ninguno ¿verdad? Eso implica que
nuestra clase política todavía no es consciente de dónde está situado el foco
originario de todos los problemas. Y si no ha sido capaz de esto, le va a
resultar -gane quien gane hoy- abordar una resolución radical de los problemas.
Seguimos a espera del cirujano de hierro y de la aparición de una
élite. Mientras, votad malditos, votad… cambiaréis rostros, pero no resolveréis
problemas.