INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

martes, 4 de julio de 2023

EL CONFLICTO UCRANIANO Y LA DERIVA DE LA POLÍTICA INTERNACIONAL (2 de 3) - Origen histórico, actores, horizontes y

1. La Guerra Fría desde las dos partes de la trinchera

El origen del “conflicto ucraniano”, paradójicamente, se sitúa en el final de la Guerra Fría. Durante cuarenta años, entre 1948 y 1988 se nos había explicado que la URSS era un Estado agresivo e imperialista y que los partidos comunistas eran las quintas columnas de su política exterior; que su gobierno era antidemocrático y que, por todo ello, si triunfaban los partidos comunistas o si los blindados del Pacto de Varsovia atravesaban las líneas defensivas de la OTAN, nos esperaba un tiempo de opresión, oscuridad y terror.

Esta perspectiva era aceptada por todas las fuerzas políticas en Occidente -salvo, claro está, por los partidos comunistas- y tenía una parte de verdad. El problema era que, en la otra parte, las cosas se veían exactamente igual: los EEUU y su capitalimperialismo buscan oprimir a las clases sociales y a los países libres, someterlos a sus intereses económicos y a su inmoralidad disfrazada con la máscara de Disneyworld. Por tanto, era preciso defenderse de esta agresión contra los pueblos libres y plantar cara al imperialismo como se hizo en Vietnam, en Cuba, etc. A pesar de que, en Occidente, esta posición no era compartida más que por la izquierda y la extrema-izquierda, lo cierto es que también había algo de verdad en las afirmaciones.

La cuestión era que tanto la URSS como EEUU se sentían amenazados y reaccionaban asestando cuantos zarpazos podían. Cuarenta años después del inicio del conflicto, EEUU resultó vencedor. Desapareció el Pacto de Varsovia y el COMECON, desaparecieron los residuos de la segunda guerra mundial en los países del Este, las bases rusas en Europa del Este, se desmontaron. El peligro había pasado… Sin embargo, EEUU siguió en pie de guerra.

Cuando cae la URSS, EEUU interviene masivamente en un conflicto local -el que había estallado entre Kuwait e Irak- y, operando mediante bombardeos a gran altura, lluvias masivas de misiles e incluso bombardeos navales desde acorazados supervivientes de la Segunda Guerra Mundial; tras obligar a Saddam a retirarse de Kuwait, proclama en boca de George Busch senior, “el nuevo orden mundial”. En otras palabras: mundialismo cultural, globalización económica, dominio del dólar como única moneda de cambio internacional. O se aceptaban las nuevas reglas del juego o quien mostrara reservas sería destruido.

Y, por supuesto, ¿para qué respetar las promesas y las seguridades dadas por Bush a Gorbachov de que la OTAN no crecería hacia el Este? El vencedor siempre tiene la potestad de imponer las reglas a la parte derrotada. No hay generosidad, ni puede haberla. En la película La Casa Rusia (1990), el agente de la CIA encarnado por Roy Scheider, en un momento dado dice: “Cuando tienes al adversario en el suelo, no se trata de darle la mano para que se levante; hay que aprovechar para patearle el estómago”. Esto es, precisamente lo que trataron de hacer los EEUU. Intervinieron en la política interior rusa, promovieron la figura de un personaje nefasto, mediocre, alcoholizado hasta la saciedad, Boris Eltsin, a la presidencia del país. Durante los ocho años que ocupó el cargo, Rusia se hundió hasta el extremo de que apareció una poderosa oligarquía, la economía se hundió, el PIB cayó un 50%, apareció la hiperinflación, el paro masivo, la esperanza de vida retrocedió casi un lustro, se produjeron estallidos de guerra civiles generados artificialmente en la periferia del país.

La situación de Rusia a finales del milenio era parecida a la de la Alemania de 1930 o a los EEUU de 1929-39. Hoy nadie puede dudar que la llegada de Putin a la presidencia -y poco importan las artimañas y las operaciones de “bandera falsa” que se realizaron para auparlo- frenó este proceso de decadencia y supuso un acicate para la tarea de reconstrucción nacional.

2. El dogmatismo geopolítico novecentista
o la obsesión anti-rusa del Pentágono

Mientras, en el Pentágono, los análisis de Zbigniew Brzezinsky seguían siendo “oráculos sagrados”. Su teoría era que la “seguridad” del “tablero mundial” solamente dependía de unos EEUU que estuvieran presentes en el espacio euroasiático y de que Rusia nunca pudiera reconstruir su poder imperial. Así pues, el problema no era el “comunismo”: el problema era Rusia.

En realidad, Brzezinsky no había inventado nada nuevo: se había limitado a trasladar las líneas maestras de la política colonial británica durante más de dos siglos, a la otra orilla del Atlántico. En efecto, desde los años 30, el Imperio Británico en decadencia ya no podía garantizar su hegemonía en Europa continental y precisó “exportar” su tesis central, a saber, impedir que en el espacio europeo existiera una potencia dominante y, sobre todo, impedir entendimientos París-Berlín-Moscú. Y no era una cuestión “ideológica”, no se trataba de si los “comunistas” gobernaban en alguna de estas capitales, sino de que ni franceses, ni alemanes, ni rusos pudieran ser potencias hegemónicas, ni siquiera aliadas, en Europa (lo que hubiera arrojado fuera del espacio europeo al mundo anglosajón).

En 1992 era evidente que una parte de Europa, la Europa del Este, había sido evacuada por las tropas rusas y, al menos momentáneamente, parecía haber superado las consecuencias de la “derrota de Europa” en 1945 (cuando no solo Alemania e Italia fueron derrotadas, sino cuando norteamericanos y soviéticos ocuparon Europa evidenciando su derrota como continente), pero en la Europa del Oeste, las cosas seguían exactamente igual que antes: no solo eso, sino que la OTAN, esa alianza creada para defender a Europa de la amenaza soviética, seguía viva y activa, ampliándose, a pesar de que esa amenaza se había extinguido. Ni Bush ni sus sucesores tuvieron nunca la más mínima intención de disolver la OTAN, ni mucho menos de evacuar las bases militares norteamericanas en Europa Occidental. No solo eso, sino que, mediante pactos económicos, obligaron a los países del Este Europeo que se habían liberado del comunismo a ingresar en la OTAN, como condición sine qua non para sumarse a los beneficios alegremente ofrecidos por la UE.

A lo largo de la década de los 90, EEUU mantuvo un pulso con Alemania y con el Vaticano en el territorio de Yugoslavia. Alemania, en aquel momento, creía que un corredor hacia el Mediterráneo a través de Austria, Eslavonia y Croacia, beneficiaría a su comercio; el Vaticano quería hacer de Croacia lo mismo que había hecho con Polonia: un Estado en el que su influencia fuera determinante. Y, finalmente, los EEUU, siempre guiados por las visiones geopolíticas de Brzezinsky y sus neurosis obsesiones antirusas, quería destruir a los “eslavos del Sur”. Estos tres países hicieron que un problema que hubiera podido solucionarse en la mesa de negociaciones o, incluso, en el marco de la UE, se solventara mediante distintos episodios bélicos en los que el gobierno de Slovodan Milosevic se llevó la peor parte.

Hubo que esperar hasta que Javier Solana, un clásico socialista-oportunista, llegara a la jefatura de la OTAN para que aceptara ser el telefonista de Clinton y transmitiera a las bases aéreas militares las órdenes de bombardear y destruir lo que quedaba de Yugoslavia. Y Solana demostró saber marcar bien los teléfonos. La OTAN había demostrado ser un instrumento del Pentágono y del complejo militar-industrial norteamericano, contra los pueblos europeos. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, europeos habían matado a europeos para mayor gloria del “imperio global norteamericano”.

3. Cuando el “nuevo orden mundial USA"
sigue siendo “nuevo”, pero ya no es USA

Pero las cosas iban a cambiar a partir del año 2000. Los EEUU seguían creyendo que el “nuevo orden mundial” definido tras la guerra de Kuwait sería “el suyo”: mundialismo cultural y globalización económica. No contaban con que había un país que se vería beneficiado por encima de cualquier otro. Era el país al que se habían deslocalizado las plantas de producción: la República Popular China. A partir del año 2000, el despegue económico de China fue hasta tal punto brutal que algunos años superó el crecimiento del PIB con cifras de dos dígitos. Washington seguía obsesionado con Rusia, creía que los chinos serían una potencia económica de segundo orden, irrelevante desde el punto de vista militar. Se equivocaban en ambos factores.

En China se daban cuatro condiciones para convertirse en una superpotencia: vitalidad demográfica, tecnología y territorio. Y, a medida que el mundo iba entrando en la Cuarta Revolución Industrial, estuvo claro que, estos cuatro elementos se iban a combinar para desplazar el eje de la historia, del Atlántico a Asia-Pacífico.

Pero hasta la gran crisis de 2007-2011, los EEUU estaban convencidos de que las inyecciones diarias de yuanes chinos en las bolsas norteamericanas contribuirían, no solo a garantizar el consumo en los EEUU, sino a alejar los riesgos de guerra con China; este país habría entendido cuál sería su papel en la historia mundial del siglo XXI: convertirse en la “gran factoría mundial”. Los EEUU creyeron que los excedentes económicos chinos seguirían invirtiéndose ad infinitum en las bolsas norteamericanas, por lo que el verdadero enemigo, incluso en el nuevo escenario Asia-Pacífico, seguía siendo Rusia. Así pues, era necesario torpedear a cualquier aliado que pudiera tener Moscú en cualquier parte del mundo. El análisis era una muestra de cómo el rigidismo dogmático geopolítico puede llevar a desenfoques en la percepción y, de ahí, a errores en las políticas adoptadas.

La crisis de 2007-2011, hizo reflexionar al gobierno chino: estuvo a punto de perder medio billón de dólares invertidos en los bancos de inversión Fanie Mae y Freddie Mac, que estuvieron a punto de seguir el camino de Leman Brothers. Fue un toque de atención. A partir de ese momento, China dejaría de apostar masivamente por las bolsas norteamericanas, iría reduciendo sus inversiones, diversificándolas y, sobre todo, las reorientó a otros escenarios: Iberoamérica, África… Pero hizo algo más.

La crisis de 2007-2011, recordó a la República Popular China quién era su adversario: el dólar y la economía dolarizada; por eso, desde mediados de la década siguiente se preparó para torpedear la hegemonía mundial del dólar como primera divisa de intercambio mundial. China había entendido que la fortaleza norteamericana derivaba de un dólar sobredimensionado gracias a su papel en la economía mundial. Con un dólar debilitado, el único recurso al que podría aspirar sería el militar para mantener su hegemonía mundial, pero la sociedad norteamericana no toleraría esa vía y se entregaría a cualquier presidente aislacionista en materia internacional.

4. Rusia y China, mismo lado de la trinchera,
pero distintas posiciones

Rusia, por su parte, desde el momento en que su reconstrucción empezó a dar frutos -lo que coincidió con la primera gran crisis de la globalización, 2007-2011- se mantuvo fiel al esquema que había trazado el Estado Soviético en su última etapa, con Gorbachov: la construcción de un mundo multipolar en el que Rusia sería una de las patas y que se apoyaría en otras potencias regionales. Este proyecto, para muchos países, era mucho más atractivo que el “nuevo orden mundial” dictado desde Washington y, mucho más prometedor: tal fue el origen de los “países BRICS” (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que, unido a la red de alianzas que había tejido Moscú con Irán, suponía un polo de atracción para tres quintas partes de la población mundial.

Hoy, la política exterior de Putin tiene ese objetivo: un mundo multipolar capaz de asegurar la estabilidad y la paz a través de potencias regionales. En este proyecto queda implícito el reforzamiento del papel del Estado -herencia de la época soviética- que una vez despojado de la idea mesiánica marxista, se convertía en un instrumento político que en cada país podía adaptarse según la propia tradición y las propias circunstancias antropológicas, históricas y culturales. No era preciso que el mismo modelo de democracia triunfara en todo el mundo: era preciso que cada modelo de estado fuera lo suficientemente fuerte como para garantizar políticas estables y constantes que evitaran tensiones provocadas por cambios de gobiernos o la aparición de grupos de presión que forzaran al Estado a plegarse a sus intereses. En este sentido, Putin representa hoy el viejo principio mussoliniano: “nada por encima del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.

Este diseño no es el mismo que el que guía a la República Popular China. Ésta aspira a la hegemonía económica mundial. China ha mantenido la integridad del Estado comunista en toda su dureza y especialmente porque corresponde a las características del pueblo chino que no ha conocido a lo largo de su historia otra fórmula de gobierno más que el mandarinato.

El maoísmo no fue nada más que la actualización de esa fórmula a la realidad china del siglo XX. Hoy, esa fórmula sigue estando vigente en China, pero no aspira a exportarla. Ha entendido -como Julius Evola había anticipado ahora hace casi 100 años- que la tendencia del capitalismo a convertir al productor alienado en consumidor integrado es el destino final de los regímenes liberales y que basta con generar histeria consumista y desenfrenadas y delirantes carreras hacia el consumo masivo, para mantener “contenta” y entretenida a la población. Gracias, además, a las nuevas tecnologías es posible garantizar el control de las poblaciones y facilitar el que el Estado o las grandes corporaciones, utilizando los elementos de análisis del comportamiento facilitados por el big-data, conozcan al consumidor mejor de lo que se conoce a sí mismo, puedan prever sus reacciones y garanticen el orden y la estabilidad social. En otras palabras, la República Popular China engloba e integra, aquí y ahora, lo peor del capitalismo, con lo peor del comunismo y tiende a materializar el imperio del “último hombre”, mejor que cualquier otro sistema político.

5. EEUU: “La vida sigue igual…” (como decía la canción)
en la “sociedad molusco”

Para los EEUU nada ha cambiado. Presos de su dogmatismo geopolítico, no advierten que en el último lustro han cambiado muchos elementos de la ecuación:

- La OTAN se va ampliando en dirección a Moscú, pero las nuevas incorporaciones son interesantes solamente porque permiten instalar bases militares del Pentágono cada vez más avanzadas. En realidad, cada paso que da hacia adelante la OTAN, cada nueva incorporación, suma un elemento de disensión interna: los últimos ingresos de Finlandia (2023), Macedonia del Norte (2020), Montenegro (2017), Albania (2009), no aportan nada desde el punto de vista militar, generan, simplemente, una factura que tendrá que pagar la UE. La permanencia de la mayoría de estos países en la OTAN dependerá de que sean o no admitidos o no en la UE. Ya hemos visto como Turquía, socio fundador de la OTAN en 1949, ha cambiado prácticamente de bando, después de ver decepcionadas sus expectativas de ingreso en la UE. En otras palabras: las ampliaciones facilitan únicamente tránsitos territoriales de tropas, pero apenas refuerzan el potencial de conjunto, más bien introducen posibilidad de posiciones contrapuestas en el interior.

- Por otra parte, el sistema americano de bases avanzadas en las fronteras de Rusia, resulta ilusorio desde el punto de vista militar mucho más que intimidatorio. Recordemos que la preparación del ataque contra Irak en 2003, se prolongó durante casi un año. Disponer, por ejemplo, de una base avanzada en Georgia con 40 marines, más que un punto de observación o de respuesta rápida es tener a 40 futuros rehenes al alcance de la mano del enemigo. Un misil hipersónico puede liquidar esa base de un plumazo. Los EEUU están presos en la lógica colonial heredada del imperio británico que ya se demostró falso en la guerra del Vietnam: una base, por grande que sea, no sirve para nada más que para controlar lo que está dentro del perímetro de esa base, y muy difícilmente lo que está en el exterior, especialmente, si la población es hostil.

- Mientras el complejo militar-petrolero-industrial genera conflictos armados desde los años 40, aumentando su peso en la industria norteamericana, no advierte que, interiormente, su sociedad se está debilitando cada vez más. La fisonomía de los EEUU es hoy similar a la de un molusco provisto de un caparazón aparentemente duro, pero bajo cuyas balvas se encuentra un cuerpo y unos organismos extremadamente blandos y frágiles: la crisis del fentanilo ha demostrado que el imperio de las corporaciones farmacéuticas es intocable; los 400.000 muertos por esta droga hablan por sí mismos. El hecho de que carteles mexicanos hayan cambiado su producción, de cocaína a fentanilo, es igualmente significativo: es una droga destinada a destruir la clase media blanca. Recorrer los EEUU supone advertir que se han quedado atrás en lo que a infraestructuras se refiere. Desde hace décadas aprovecha las construidas entre los años 40 y 70, las remienda, las repara una y mil veces, pero es incapaz de alcanzar los estándares europeos y no digamos chinos. De los últimos presidentes de los EEUU, solamente Donald Trump fue consciente de este problema y obró en consecuencia adoptando una política aislacionista en beneficio de la reconstrucción interior, pero eso implicaba merma en los beneficios del complejo militar-petrolero-industrial.

- Los aliados europeos de los EEUU se encuentran al límite de su capacidad. Cuatro décadas de inmigración masiva han alterado completamente las sociedades de Europa Occidental, el eje franco-alemán, motor de la UE, está agotado. Las muestras de este agotamiento es la incapacidad de ambos países por integrar a millones de inmigrantes, los problemas generados por esos contingentes inintegrables y subsidiados gracias al trabajo de la clase media autóctona. Las sacudidas que sufre periódicamente Francia o el hecho de que, en el momento de escribir estas líneas, Acción por Alemania figure en las encuestas como el “segundo partido en intención de voto”, el rechazo cada vez más generalizado a la Agenda 2030 y especialmente a la “soga verde” que asfixia a la economía europea con sus monsergas de “transición energética”, “energías renovables”, etc, el hecho de que los gobiernos europeos sean los únicos que se han tomado en serio los 17 puntos contenidos en el proyecto de ingeniería social de la ONU o el que cualquier “refugiado” (o presunto tal) procedente de un conflicto en las antípodas aspire simplemente a establecerse en Europa, la negativa a cortar radicalmente el flujo de inmigrantes, permite pensar que hoy, ya, las sociedades de Europa Occidental carecen de vitalidad y de cohesión interior incluso para garantizar su propia supervivencia y que, en apenas una generación, los contingentes llegados en tres generaciones de inmigrantes, harán imposible la existencia de sociedades europeas occidentales e impondrán su ley en determinadas zonas, exigiendo seguir recibiendo subsidios y completándolos con periódicos saqueos con cualquier excusa: ayer la final de la Champion’s, hoy la muerte de un pequeño delincuente, mañana las Olimpiadas de París, poco importa. Los “aliados europeos” de la OTAN no están mucho mejor que los propios EEUU: sociedades “molusco”, duras por fuera, blandas por dentro.

En estas circunstancias, provocar guerras o conflictos resulta suicida. Es más, cualquier pequeña alteración en la normalidad puede generar el hundimiento de esas sociedades, tanto en EEUU como en Europa Occidental. Pero la ceguera del complejo militar-petrolero-industrial norteamericano y la falta de talla de la clase política europea es tal, que el camino está marcado: era evidente que tratar de adelantar las líneas de la OTAN hasta las puertas de Moscú era una provocación en toda regla que no estaba motivada por ningún gesto hostil de Rusia… ¡pero era una necesidad del complejo militar-industrial! ¡sin guerras no hay beneficios! Y la ominosa retirada de Afganistán y el final contundente de la guerra civil siria generó un vacío en la tesorería de estos consorcios. Era preciso generar nuevos focos de tensión.

6. Y así llegamos al “conflicto ucraniano”...

Y ahí estaba un individuo sin experiencia política, sin partido digno de tal nombre, sin ideas, sin objetivos, al frente de Ucrania, un “Estado fallido” en el que los oligarcas hacen y deshacen a su antojo y que hoy ocupa el puesto número 116 en el ranking mundial de la corrupción (sobre 180, España ocupa el puesto 35, así que puede compararse), un Estado endeudado, que mantenía una guerra de baja cota contra las repúblicas del Dombas, haciendo gala de un nacionalismo propio del primer tercio del siglo XX y de reivindicaciones territoriales desmesuradas hacia el sudeste e, incluso, hacia Polonia, que tras veinte años de inestabilidad, había votado a un actor, Volodimir Zelensky, consciente de que o se lo comían los oligarcas gracias a los cuales había llegado al poder, o se lo comían sus propios votantes si la situación económica no remontaba, o se lo comían la población rusófona mayoritaria en la mitad Este del país… Zelensky solamente tenía una posibilidad de salir adelante: contar con los fondos de la UE, pero, para ello, debía de ingresar en la OTAN. Y Zelensky realizó ese movimiento peligroso que, en la práctica, suponía colocar misiles a 15 minutos de Moscú.

Es más que probable que los servicios de inteligencia occidentales le garantizaran que Rusia no estaba preparada para la guerra (en 1939, los servicios de inteligencia ingleses garantizaron a Polonia que el Tercer Reich no estaba preparado para la guerra, sino que tenía paridad de fuerzas, en apenas quince días, la caballería polaca llegaría a Berlín… La historia nuevamente se ha repetido y un nacionalista poco avezado en temática militar, en historia, incluso en cultura general y no digamos en operaciones de intoxicación, fiándose de informaciones falsas, ha dado el paso al frente). Zelensky pone los muertos; el complejo militar-industrial norteamericano pone las balas; la UE paga la factura.

Desde el principio hemos dicho que, en este conflicto, como en la Segunda Guerra Mundial, el responsable del desencadenamiento de las hostilidades no es el que dispara primero, sino el que crea las condiciones para que la única salida al conflicto no sea la mesa de negociaciones, sino la guerra. En este caso, el complejo militar-industrial norteamericano, verdadero poder en EEUU sobre un presidente aquejado visiblemente de demencia senil, es el culpable último, no solo del desencadenamiento del conflicto, sino de todo lo que ocurre durante el tiempo que se prolongue.

7. La naturaleza y los límites del conflicto

Desde el principio del conflicto hemos sostenido que se trata:

- de una guerra limitada para preservar la integridad y la identidad de las poblaciones rusófonas del Sureste de Ucrania y a las repúblicas formadas que se han integrado en la Federación Rusa.

- de una guerra defensiva, destinada a advertir a la OTAN: “hasta aquí hemos llegado, pero no más allá” y “las ampliaciones de la OTAN en 2004 (Bulgaria, países bálticos, Eslovaquia, Eslovenia), en 1999 (Polonia, Hungría, Chequia), en 2009 (Albania y Croacia), en 2017 (Montenegro), en 2020 (Macedonia del Sur), han terminado”. La OTAN ha ido sistemáticamente desestabilizando Ucrania generando “revolución verde”, “euromaidán”, golpe de Estado, destituciones de gobernantes elegidos, etc. Esta época ha terminado.

- se trata de una guerra de posiciones, no de movimientos. Esto implica que una vez alcanzados los objetivos de las operaciones limitadas al control de las regiones sobre las que se ha desencadenado las operaciones (el Dombas y el corredor que une a Rusia con Crimea a través de la costa del Mar Negro), el frente se estabilizaba, se creaban fuertes barreras defensivas y así hasta llegar a la mesa de negociaciones.

- habrá, por supuesto, negociaciones. Rusia ya ha alcanzado los objetivos que pretendía. La eficacia de la barrera defensiva se ha evidenciado con el fracaso de la “contraofensiva ucraniana”. Ahora queda esperar a las próximas elecciones norteamericanas y al paso del tiempo para que los países de la UE vayan atemperando su actitud (Francia en primer lugar, ya está revisando su posicionamiento internacional, insinuando Macron que podía pedir su “adhesión” a los “países BRICS”), antes de que Zelensky acceda a lo inevitable: reconocer mermas territoriales, neutralismo, y su alejamiento del poder, a cambio de participación rusa en la reconstrucción de las infraestructuras.

8. El tiempo no juega a favor de “Occidente”

Estos datos parecen difícilmente controvertibles. Ahora bien, podemos especular añadiendo un elemento adicional: el tiempo juega en contra de “Occidente” (EEUU+UE). Los EEUU se encuentran cada vez más debilitados. China les come cada vez más terreno. Están sufriendo, además, un conflicto entre dos formas de capitalismo: el de las corporaciones clásicas y el sistema bancario tradicional, con las big-tech, esto es, entre las empresas surgidas de las anteriores revoluciones industriales (el “dinero viejo”) y las surgidas de la cuarta revolución industrial (el “dinero nuevo”).

Los EEUU están sufriendo la crisis social más grave de su historia y poco importa que los negocios de las big-tech o del complejo militar-industrial vayan viento en popa: la realidad es que la vida se está haciendo cada vez más difícil para el ciudadano de a pie, la tercermundización de su sociedad es visible incluso en zonas que hasta ayer eran privilegiadas (San Francisco, meca del mundo LGTBIQ+, hoy convertido en sumidero social), la desdolarización de la economía mundial hará el resto. Y los EEUU ya no están en condiciones de intervenir militarmente contra China como cuando hicieron otro tanto después de que Saddam Hussein aceptara euros para pagar el petróleo que vendía.

En cuanto a los “aliados europeos” la situación no es mucho mejor. Ningún país europeo, ninguna sociedad europea, está dispuesta a “morir” ni por Kiev, ni por Washington, y si hasta ahora no han existido movimientos de protesta por la actitud seguidista en relación a los EEUU de los gobiernos europeos en el conflicto ucraniano, no hay garantías de que, de un día para otro, en caso de que el conflicto fuera a más, estalle un fuerte movimiento popular que garantice que aquel dirigente que elija “OTAN” inmediatamente perderá las elecciones siguientes.

Por otra parte, países como Francia están viviendo los chispazos de una guerra civil étnico-social, susceptible de extenderse desde Bélgica hasta los países mediterráneos. Y, en cuanto a Alemania, es inevitable que, antes o después, reaparezca la línea política de “marcha hacia el Este”, que traducido al siglo XX, equivaldría a una mayor cooperación con Rusia (línea que se cortó con la firma del Tratado de Maastrich).

La UE, como institución, se ha convertido en un monstruo burocrático, abandonando incluso la línea originaria de carácter tecnocrático y planificador que, al menos, tenía un sentido y una finalidad. Hoy, la UE no es nada más que un conjunto de instituciones y una pesada burocracia, lenta, paquidérmica, que, tras aspirar a ser la “pata europea” de la economía mundial globalizada, si ha visto sorprendida por el conflicto ucraniano. Porque esta es la gran novedad aportada por el conflicto: la globalización ha muerto.

9. “Ríe caminante, aquí yace la globalización”

Una vez iniciado el conflicto, el complejo militar-petrolero-industrial USA, obligó a los Estados de la OTAN a adoptar sanciones económicas contra Rusia que, en la práctica han tenido como único resultado el encarecimiento de los suministros de gas y petróleo. Al imponer estas sanciones, el complejo militar-petrolero-industrial veló solamente por sus propios intereses: se trataba de mostrar “unidad” frente a Rusia. El problema era que esa “unidad” era menor a la que mostraban los países BRICS o las simpatías que suscitaba la causa rusa en el mundo árabe, en Iberoamérica o en África. Y, cuando las empresas occidentales empezaron a retirarse de Rusia, so pena de sanciones, cuando la información procedente de Rusia era sistemáticamente censurada y se impedía la difusión de cualquier noticia procedente de canales rusos, cuando se impusieron las reducciones de compras energéticas a Rusia, éste país, simplemente, vendió sus excedentes, sin el más mínimo problema, a terceros países. Y lo que era peor, impuso recortes equivalentes y simétricos a los que era objeto. El resultado fue que, en apenas unos meses, el “mundo globalizado” dejó de serlo.

Ya no hay “una” globalización, hay “dos” caminos: el de “Occidente” (EEUU+UE) y el de los BRICS (que cuentan con la amistad creciente de Iberoamérica, Asia y África). El “nuevo orden mundial” definido por George Bush tras la guerra de Kuwait, ha terminado. Los EEUU no van a ser protagonistas de este nuevo ciclo histórico, sino China. Cada día que pasa, “Occidente” se va debilitando (internamente en cada país y en su papel en el mundo), mientras que China ofrece, fuera del marco del FMI y del Banco Mundial, créditos a devolver en yuanes, sin exigir más garantías que la apertura de puertas a su comercio y a su tecnología.

Es posible que EEUU, ante esta pérdida de poder, opte por desencadenar más conflictos localizados, más situaciones de tensión, incluso intente generalizar el conflicto ucraniano, ampliándolo. Será un mal cálculo. Nadie, ni siquiera en los EEUU aceptaría morir para mayor gloria de la cuenta de resultados del complejo militar-industrial. Y mucho menos en Europa.

10. Final: el marco teórico en el que nos situamos

Este es el esquema sobre el que se desarrolla el conflicto ucraniano. No se trata de establecer “quien tiene razón” o “quién es responsable” del conflicto (algo que, para nosotros, por lo demás, resulta, extremadamente claro). Se trata de situarlo en la historia de nuestro tiempo e insertarlo dentro del marco teórico histórico dentro del cual nos movemos. Un “progresista”, por supuesto, daría una interpretación completamente diversa, pero que para un “tradicionalista”, cada día que pasa, se confirma más en la legitimidad de su planteamiento: nos aproximamos al final de un ciclo histórico.

Estamos viviendo una Cuarta Revolución Industrial que tardará todavía entre 10 y 25 años en mostrar toda su potencialidad. Podemos aceptar que el protagonista de este momento histórico es el “último hombre” del que hablara Nietzsche, aquel que ya no tiene nada en lo que creer, nada que esperar, nada que construir, ni cada que hacer salvo consumir o soñar con consumir, habitar en mundos virtuales ante su incapacidad para reformar mundos reales. No habrá una “quinta” revolución industrial, como máximo, una profundización de la Cuarta. Más allá, ya resulta imposible establecer un horizonte.

La revolución a la que estamos asistiendo es sobre todo antropológica. Cualquier forma de identidad (nacional, cultural, sexual) puede ser cuestionada, incluso la biológica. Se tiende a la fusión hombre-máquina. Todo valor absoluto debe ser desterrado (salvo la creencia en el progreso ilimitado). La “bidimensionalización” del ser humano le ha convertido en consumidor integrado y su único problema es cómo adquirir fondos suficientes para alcanzar un nivel de consumo ideal. No existe, salvo como consumidor. Está amputado de su dimensión en profundidad, su “tercera dimensión”, aquella en la que su vida tendría un sentido y de la que se han alimentado la humanidad desde la noche de los tiempos. El consumismo compulsivo es la manifestación última de la materialización de las concepciones humanas y del reduccionismo de considerar al ser humano solamente como materia susceptible de ser satisfecha en sus necesidades animales. Es una idea propia de períodos de decadencia: cuando el hedonismo sustituye a cualquier otra aspiración.

Por tanto, el conflicto ucraniano hay que insertarlo como una parte, una simple escena, del fin de un ciclo histórico. En sí misma significativa porque supone la repetición de esquemas que ya hemos vivido anteriormente. No puede valorarse como algo aislado del contexto de crisis de civilización, sino que debe ser visto como una parte importante de esa misma crisis.

Como hemos visto, de entre las distintas posiciones que manifiestan hoy las partes implicadas, resulta muy difícil solidarizarse con Zelensky, el hombre de Washington en Kiev, el que aspira a que la UE reconstruya, subvencione y amamante al país y especialmente a sus oligarcas judíos; resulta muy difícil asumir el relato elaborado por Washington de un ataque contra Ucrania practicado por un ser malvado y despiadado, un psicópata enloquecido, Vladimir Putin. De la misma forma que resulta inasumible la primera versión dada por Putin, un ataque justificado para expulsar a los “nazis ucranianos del poder”.

Ahora bien, parece muy claro que si se trata de establecer qué parte está en el camino más correcto, habrá que reconocer que la tarea de Putin, más de veinte años trabajando para la reconstrucción del Estado ruso, que ha sacado a su país del hoyo más profundo al que un líder borracho, impuesto por los EEUU, hundió a su país, que no aspira a la hegemonía mundial, sino a un mundo multipolar, representa una opción mucho más saludable que unos EEUU que creen que nada ha cambiado desde la guerra de Kuwait, o de una República Popular China interesada solo en extender el modelo ultraconsumista a todo el mundo, basado en el control tecnoburocrático de su propia población y en la exportación de esos sistemas.

Queda por examinar la última trinchera de los partidarios de un alineamiento pro-ucraniano. Aquellos que alegan que los “camaradas ucranianos” están en la línea correcta y que defienden la memoria de los que murieron por la libertad de Europa entre 1939 y 1945. Veamos, brevemente, este apartado.