La consulta electoral del 23 de julio puede ser otro momento banal
en el que un gobierno catastrófico será sustituido por otro cuya tarea no será
realizar una reforma necesaria en todas las estructuras del Estado, de la
economía y de la sociedad, sino limar los destrozos más notables del gobierno
anterior. Feijóo “el gris”, sustituirá a Pedro “el psicopatón”. Poco más.
Si eso es todo, las próximas elecciones aportarán poco a este país. Otra
ocasión perdida. Y, sin embargo, estas elecciones podrían -deberían- servir
para algo más: por ejemplo, para enterrar a unas siglas malditas, golpeteras y
corruptas desde los años 30 que luce en su nombre su primera mentira: “Partido
Socialista Obrero Español”.
En las encuestas más creíbles publicadas estos días, el PSOE no
estará en condiciones de superar los votos de las derechas, por bien que fuera
el invento de “Sumar”. Sánchez y sus ministros lo han hecho demasiado mal como
para repetir otros cuatro años. De acuerdo. Pero el problema no es ese, sino
que esas mismas encuestas solamente dan leves pérdidas de porcentaje al
PSOE, apenas unas décimas. Esto es lo preocupante: que, tras la gestión de
Zapatero, el PSOE debería estar muerto, y, sin embargo, tras otra gestión aun
más catastrófica, apenas pierde “décimas”. Y si esto es así -y tenemos
tendencia a pensar que las encuestas aciertan-, sabemos lo que ocurrirá después:
dentro de 4 u 8 años volveremos a tener al socialista de turno, encumbrado por
los medios, como alternativa a “la derecha”. Patxi López ya está preparando su candidatura para cuando se produzca el hundimiento del pedrosanchismo.
Estamos en 2023; en este país han pasado muchas cosas desde el
11-M. De ZP a Sánchez, la política del PSOE ha sido cada vez más errática. Hay
que reconocer que, en esto, sigue las orientaciones de lo que queda de la
izquierda europea. De ahí la mentira que enarbola su misma sigla:
- el PSOE, ya no es “partido”, es, como toda la izquierda europea, una amalgama de círculos, baronías, tendencias, sensibilidades, afinidades, incluso “bandas” delincuenciales, que comparten un espacio de izquierdas en comandita con otras siglas aún más atomizadas: Podemos, Sumar, Mas Madrid, En Común, Compromís, etc.
- el PSOE, ya no es “socialista”, no ya “socialista marxista” que dejó de serlo en las profundidades de la transición por presiones de la socialdemocracia alemana (que era -a fin de cuentas- quien pagaba el lanzamiento de la sigla), sino que fue perdiendo su perfil socialdemócrata (especialmente a partir de la crisis económica de 2007-2011 en donde la Internacional Socialdemócrata perdió toda credibilidad entre la clase obrera lanzándose a salvar a la banca ante todo y por encima de todo). Tampoco es la mezcla de buenismo, humanismo de mercadillo, “renuncia preventiva” y grandilocuente “alianza de civilizaciones” que fue con ZP. Con Sánchez, el ”socialismo” es, simplemente, la etiqueta de un poder personal, al albur de alianzas necesarias para mantenerse en el poder. La negación de cualquier principio más allá de los cuatro rasgos propios del perfecto psicópata de manual: falta de empatía con todos, incluso con sus más próximos; capacidad para la mentira; desprecio por el sufrimiento de otros; convicción de que lo propio es lo único que merece ser defendido. Después de eso, ya no hay otro peldaño descendente: tan solo la camisa de fuerza y el frenopático.
- el PSOE ya no es “obrero”, es el partido de los propietarios de ONGs subvencionados, es el partido de los intelectuales y profesionales progresistas surgidos de universidades y que se reconocen en los modos y en los tópicos de Sánchez, es el partido de los inmigrantes naturalizados, de los okupas permitidos y de los crédulos que creen en las promesas electorales de carácter social y de los devoradores de gambas sindicalistas, con algún ecologista fiel a las sublimes ideas de “Greta Majareta”. Eso es todo. Lo que peor resisten los dirigentes del PSOE es que los “obreros”, no solamente ya no engordan los votos de su partido, sino que prefieren las siglas situadas en las antípodas.
- finalmente, el PSOE ya no es “español”, ni probablemente lo ha sido desde la prehistoria del zapaterismo, cuando Maragall firmó el “Pacto del Tinell”: todos contra el PP (lo cual es legítimo), pero también todos por el “nou Estatut” (que entonces no tenía la más mínima demanda social). A partir de aquí, ZP aceptó que la centrifugación del Estado era una posibilidad: no creía en las naciones y por tanto le daba igual que España se fuera al garete. Aquellas aguas trajeron los lodos indepes que, como era de esperar, quedaron en nada. Pero, cuando se pensaba que el problema había sido conjurado por el sentido común, falto de apoyos, falto de votos, falto de convicciones, Sánchez se arrojó en brazos de la “no-España” para poder gobernar España. Y lo peor ha sido lo que, no se ha tratado solo de “alianzas coyunturales”, sino que se ha comprometido la política exterior, se ha seguido alterando el sustrato étnico, cultural y religioso de nuestro país, se ha renunciado a realizar políticas que beneficien al pueblo español…
La gran mentira del PSOE, por todo ello, es el propio paradigma
que encierra su sigla.
Se entiende que en los períodos de ZP y Sánchez, se haya dado máxima
importancia al tema de la memoria histórica. Cuando yo iba al cole, hacía 70
años que habían terminado las guerras carlistas. No puedo imaginar que, en los
años 50, los tradicionalistas más exaltados buscaran fosas con lupa o
procedieran a desenterrar a sus muertos. Y es que, lo normal, después de toda
guerra, es superar el conflicto. Aquí parecía superado (esta humilde bloguero,
aficionado al cine sabe que en la película Frente
de Madrid, filmada por Edgar Neville ¡en 1939! Ya había un primer guiño
a la “reconciliación”, guiños que se fueron prodigan en las décadas posteriores
en muchas otras cintas, incluida El
santuario no se rinde, dedicado a la resistencia en el Santuario de
la Virgen de la Cabeza o en Mi
Calle, otra vez de Neville, que vehiculizaban de nuevo el mensaje de
superación de la guerra civil.
En mi familia, viví esa situación:
mi abuelo, teniente-coronel del ejército republicano, dos veces condenado a
muerte e indultado, se llevaba bien con mi padre, hombre de derechas que se vio
obligado a abandonar el caos catalán en septiembre de 1936 para huir a Francia
por la montaña y entrar en la “España Nacional” una vez liberado Irún. Nunca
hubo entre ellos una fricción, ni un comentario hostil. Los españoles se
habían reconciliado… hasta que Zapatero decreto la obligatoriedad de la “memoria
histórica” y, luego, Sánchez, fue todavía más allá, reescribiendo la historia, profanando
tumbas, con penas de prisión y multas para quien se saliera de su “revisionismo”.
Era preciso para Sánchez “reescribir la historia” y olvidar el ominoso
papel del PSOE durante la Segunda República. Hay mucha literatura a disposición
sobre este tema. Si el 18 de julio hubo una insurrección cívico-militar
contraria a la república, fue porque casi dos años antes una insurrección socialista
había prendido en Asturias (cayendo en el más espantoso de los ridículos en
Cataluña) solo por el hecho de que el gobierno de Lerroux había nombrado a unos
pocos ministros procedentes de la CEDAD… que, por cierto, había ganado
ampliamente las elecciones de 1933. Y, si, es cierto que aquella insurrección
siguió a la “sanjurjada”, pero también es cierto que la sublevación del General
había sido el resultado directo de la legislación sectaria y anticatólica que se
aprobó en los primeros meses de una república, que había llegado sorpresivamente
y sin el más mínimo consenso…
Luego, tras la guerra civil, llegaron los “40 años de vacaciones”.
Los dirigentes del PSOE, medraron en el exterior. No existió PSOE durante los
40 años de franquismo. Los círculos de Sevilla, de Madrid y de Bilbao, eran
minúsculos. Lo esencial del PSOE fue lo que marchó al exilio y se negó a
volver. Fueron los dineros del SPD alemán, los que resucitaron a la sigla
fantasma. Aquellas aguas, trajeron esos lodos por los caminos que hemos
descrito rápidamente.
Y es así como llegamos al 23 de julio de 2023. Una gran ocasión
¿para qué? para que la sigla maldita desaparezca de una vez para siempre. Lo
mejor que cabría esperar de esas elecciones, no es la subida al poder de Feijóo
“el gris”, ni siquiera la posibilidad de que dependa de los votos de Vox, sino
el que el PSOE siga el camino emprendido por sus hermanos italiano y francés, partidos
socialistas hoy inexistentes o reducidos a la mínima expresión.
Si la sigla maldita no desaparece, estas elecciones habrán servido
para poco.
En 2011, como fruto de la crisis económicas aparecieron nuevas
siglas políticas (Cs y Podemos) y, más tarde, las tendencias populistas
europeos generaron otras (Vox). Las primeras ya han desaparecido y las
segundas, todo induce a pensar que tendrán su momento después del pasó de
Feijóo por la presidencia. El sistema de partidos se va reajustando con el paso
del tiempo: el PSOE es un arcaísmo, una antigualla olvidable por su historia y
por su presente. Una ofensa al sentido común y que desdice la posibilidad de
discernimiento del electorado.
La última reunión de la dirección del PSOE en la que se elaboraron
las listas electorales, demostró que la sigla es una estructura autoritaria,
verticalista, que trata de asegurar “puestos de trabajo” a los amigos del
presidente. Ahí ya no queda nada de doctrina, de “proyecto”, de política: sólo
amiguismo, pago de favores, nepotismo y fatuidad. Es un síntoma de una situación
de descomposición interior. Dentro ya no queda ningún líder capaz de reorientar
el partido. Su mejor destino es desaparecer.
Si tras las elecciones del 23-J la sigla se hunde, este país podrá darse con un canto en los dientes. Si pierde “por unas décimas” y queda en torno a los 90-95 diputados, la sigla maldita todavía tendrá resuello para presentarse a las siguientes elecciones. Y eso si sería una tragedia nacional.