Recupero este artículo escrito en 2007 y
publicado en la revista IdentidaD. Me lo he releído e, incluso, he sonreído. Lo
que era evidente en 2007, es aún más claro y cristalino quince años después. No
he tocado ni una coma.
Los
españoles desconfiamos de nuestra clase política, pero les votamos… cada vez
menos, bien es cierto. Cada caso de corrupción suscita un aumento de esa
desconfianza. La clase política está bajo sospecha. Esté alerta: la clase
política ejerce el noble arte de la estafa. Y está especializada en la peor
forma de estafa: la promesa incumplida, la estafa moral. Sepa cómo lo hacen y
sepa como defenderse.
La clase política alcanza unos niveles
de desafección inéditos en democracia
En
1986, cuando estallaron los primeros casos de corrupción la justificación
utilizada por todos los partidos, en especial por aquellos que concentraban más
tasa de corrupción por carnés entregados, insistían en que “la corrupción es
una excepción, la mayoría de los políticos son honestos”. Hoy podemos dudar
de este principio.
Si
cada día se inspeccionara en profundidad la concejalía de urbanismo de
cualquier pueblo o ciudad, se descubrirían, casi inevitablemente,
irregularidades que pudieran oscilar entre la incompetencia, la prevaricación,
el cohecho y la estafa pura y simple. No se hace porque se sabe lo que se va a
encontrar. El político honesto es hoy una excepción (y, seguramente hay alguno
a título de excepción). La clase política en su totalidad está bajo sospecha.
En 5
de diciembre se publicó el Informe PISA que situaba a nuestro país en la cola
de la educación europea y a Andalucía en el farolillo rojo de Europa, hasta el
punto de que la consejera de educación de esa comunidad decía con una seriedad
pasmosa: “Ocupamos el décimo puesto en España”… claro, pero es que el
estudio solamente se había realizado sobre diez comunidades. Surge la sospecha
de si la clase política tolera y estimula este descalabro educativo para formar
ciudadanos sin la más mínima capacidad crítica, carentes por completo, no sólo
de fundamentos culturales y científicos, sino también éticos y morales. En
especial el sentido común se ha convertido en el menos común de todos los
sentidos.
Ocurre
diariamente y lo percibimos cada vez que le dan a un político la oportunidad de
aparecer en un medio: ofenden, sin el más mínimo recato, nuestro sentido común.
Retuercen los argumentos en beneficio propio hasta distorsionar la realidad y
convertirla en irreconocible. Están permanentemente en campaña electoral,
visiblemente preocupados por su poltrona y su barriga, intentando seducirnos
con sus tópicos y sus justificaciones. El problema es que treinta años de
democracia son muchos como para no suscitar desconfianza. Hace unos años
podíamos preguntarnos si “¿no estarán tomándonos el pelo?”. Hoy, esa duda, se
ha convertido en una certidumbre.
Cómo los partidos ofenden el sentido
común
Las
técnicas son muchas y multiformes. Destacaremos solamente unas pocas:
1) Nos
prometen en períodos preelectorales lo que no han sido capaces de hacer cuando
estaban en el poder. Y aquí no hay diferencias: si el PP o el
PSOE querían eliminar el lacerante “impuesto de sucesiones”… lo podían haber
hecho ya y no convertirlo en zanahoria electoral.
2) Tienden
a eludir responder concretamente a preguntas directas y recurriendo a
subterfugios. Si a Zapatero le preguntan por qué está a
la cola de la educación, la respuesta es que la culpa es de “las generaciones
precedentes”. Un político en ejercicio de su cargo nunca reconocerá que ha roto
un plano. Le puede perjudicar en los sondeos.
3) Justificando
los datos negativos con argumentos “iniciáticos” e incomprensibles. El
área económica del gobierno suele utilizar esta práctica aludiendo a “cifras
macroeconómicas” para justificar que “todo va bien”, ante la imposibilidad de
explicar que según las “cifras de la economía doméstica”, nos empobrecemos.
4) Atribuyéndose
todos los éxitos en propiedad y todos los fracasos a la tarea de la oposición.
Suelen ansiar las inauguraciones en períodos electorales, aun cuando el
proyecto pertenezca al gobierno anterior de otro partido. Así mismo, atribuyen
todos los fracasos a la gestión del anterior gobierno.
5) Descargan
responsabilidades en otros niveles de la Administración. En
esta España rica en niveles administrativos apenas es reconocible un “centro de
imputación”. Los ayuntamientos pasan su responsabilidad a las comunidades
autónomas y estas la descargan en el gobierno central, el cual las traslada a
la Unión Europea. Nadie tiene la culpa de los problemas, pero todos se disputan
los éxitos.
6) Los
políticos son más previsibles que un reloj suizo.
Cada día, cuando sus portavoces dan la consiguiente rueda de prensa, asistimos
a la ceremonia de lo irracional: es posible prever lo que van a decir
conociendo simplemente la lógica con la que se mueve ese partido. Por lo demás,
en esas ruedas de prensa mostradas en TV, se ven sólo a los portavoces en la
tribuna, nunca al aforo de informadores: vacío o semidesierto.
7) Todos
cultivan la moderación y atribuyen el radicalismo al oponente.
Decir las cosas claras, por ejemplo, se considera una intolerable forma de
radicalismo o de catastrofismo. Todos buscan el espacio centrista en el que
están los caladeros de votos que dan o quitan mayorías absolutas.
8) Ofrecen
promesas que no pueden ser cumplidas. ¿Os acordáis de aquella
promesa de autobuses gratuitos para menores de 21 años? ¿o aquella otra de
pisos para todos los que tengan ingresos menores de 3.000 euros? Por no hablar
del derecho de los españoles a una vivienda digna, incluido en la constitución.
Quizás aludían al “derecho a la ocupación”.
9) Negarán
siempre que la corrupción sea algo que les afecta al otro partido, nunca al
propio. Siendo así, pedirán la cabeza, las “responsabilidades
políticas” (que nadie sabe exactamente en qué consisten) y la dimisión, pero si
se comparte sigla con él, lo que procederá es pedir “presunción de inocencia” y
alegar que “los otros más”.
10) Apelando a los tópicos de moda en ese
momento. Hoy, los dos grandes tópicos son los “derechos de
las minorías” y “el cambio climático”. Decir algo que cuestione
estos dos temas puede suponer una pérdida de espacio centrista. ¡Que se lo
pregunten a Rajoy y a su primo el catedrático! Algo que entendió muy bien un
Gallardón a la búsqueda de clientela gay.
11) Obstinándose en no reconocer ninguno de
sus errores. El político nunca se equivoca, por tanto,
nunca dimite. Su infalibilidad es proverbial y palidece la del Papa que, en el
fondo, solamente es en materia teológica. La infalibilidad del político es
integral.
12) Demostrando que allí donde van arrasan.
Para ello precisan mostrar público en sus mítines y, especialmente, detrás de
los oradores. ¿De dónde diablos sacarán a esos chicos de mirada inexpresiva que
agitan las siglas del partido en los mítines? ¿lo harán por el “ideal”?
¿cobrarán como figurantes?
13) Afirmando en la noche electoral que, sea
cual sea el resultado, han triunfado. En 1981, cuando el PCF fue
masacrado electoralmente, su secretario general, Georges Marchais, afirmó con
una seriedad pasmosa que “el resultado ha sido una gran victoria para la
izquierda”. En las pasadas elecciones municipales no hubo derrotados. Y en
el referéndum catalán [alusión a la reforma del Estatuto propuesta por Pascual Maragall
en 2004, Nota de 2023], todos pudieron justificar su éxito a la vista del
resultado.
14) Negarse a reconocer que se desea el
poder para mejorar la propia situación personal. Sabido
es que los grandes negocios se hacen a la sombra del poder y que un sector de
la clase política se ha habituado a cobrar comisiones en lugar de trabajar. El
ejercicio del poder se ha convertido en un medio para servirse “del pueblo” en
lugar de “servir al pueblo”
Siguiendo
todas estas técnicas, la clase política sigue trampeando elecciones y
encaramándose al poder en medio de una indiferencia cada vez más generalizada,
soportando unos índices de abstención crecientes y la hostilidad de una parte
de la población que exige opciones nuevas, estilos nuevos, honestidad,
sinceridad y claridad. Y eso, la clase política de los partidos mayoritarios ni
puede, ni está dispuesto a consentirlo.
¿Cómo el ciudadano puede evitar que le
tomen el pelo?
La
estafa moral o el engaño preelectoral no son nuestro destino ineludible.
Existen alternativas. El ciudadano siempre tiene la posibilidad de evitar ser
víctima de carroñeros políticos. Le sugerimos:
-
Ejerza
su capacidad crítica. Pregúntese siempre qué ha hecho una sigla cuando
ha tenido el poder entre las manos.
-
Compare
lo que se dice con lo que se hace. Mucha promesa, poca
realización, es igual a mucha corrupción.
- Establezca
índices de honestidad. Si un político sale del cargo renovando
casa, coche, comprando chalet o si se ven signos externos de este tipo en sus
cuñados, hermanos, testaferros, no lo dude: ese tipo es un corrupto.
-
Practique
sistemáticamente el ejercicio de la desconfianza: el
político no es honesto por principio y a la vista de la que ha caído en este
país. La honestidad no es el valor del soldado que “se le supone”. Lo debe
demostrar, día a día.
-
La
lógica rige también para el político. Si un político no utiliza
las leyes de la lógica correctamente para construir sus argumentos, es que, o
es un completo ignorante o, simplemente, miente.
-
Observe
si asume o no sus errores. Los errores son humanos y el político
no está más allá de lo humano, por mucho que lo crea. El reconocimiento de los
propios errores y de la propia responsabilidad es un atributo de lo humano.
-
Observe
como responde a la crítica. Si no la admite, si desvía los
argumentos, si ataca al adversario antes de defenderse a sí mismo: ese político
es culpable de algo.
-
Observe
su lenguaje gestual, delata más que una colilla a un fumador. Si
el político se toca la nariz o se rasca bajo la oreja cuando responde, no lo
dude: ese político está mintiendo.
-
No
sea fanático de nadie, sea usted mismo. No apoye cerrilmente a tal
o cual sigla, simplemente porque siempre lo ha hecho. Así resultará eternamente
decepcionado. Cambie sus preferencias, no se aferre a ninguna. No sea ese
bovino “voto cautivo” que todos los partidos tienen como “suelo”.
-
Atrévase
y descienda al ruedo. Si hoy la honestidad y el sentido común en
política es pura ficción, eso no quiere decir que no se requiera. Observe lo
que proponen opciones políticas hoy minoritarias, siglas que todavía no han
tenido la opción de entrar en las instituciones o que no gozan del favor de los
medios. Seguramente ahí hay más honestidad concentrada y más sinceridad que en
los dos grandes partidos.
[ESCRITO
EN MAYO DE 2007]