Desde hace unos meses otro fantasma recorre el mundo: las big-tech, las grandes empresas tecnológicas están en crisis. Google (Alphabet) ha descendido sus ingresos en publicidad y sus ingresos han descendido un 11% en 2022, Facebook (Meta) ha visto como en un año su valor bursátil ha pasado de 750.000.000.000 de euros a una tercera parte, 250.000.000 y anuncia la reducción de un 10% de su plantilla (11.000 personas). Amazon va a despedir a unos cuantos miles de trabajadores en todo el mundo (entre 10 y 18.000). Los ingresos de YouTube apenas han aumentado a lo largo del año y lo poco que lo han hecho ha sido por debajo de las previsiones. Por su parte, Microsoft -que había cerrado el anterior ejercicio con unos beneficios históricos- ha visto como todo se torcía: su obligada retirada de Rusia ha dejado un hueco de deudas incobrables (casi 600 millones de dólares) y ha anunciado que dejaba de realizar nuevas contrataciones (algo que se ha extendido también a Apple). La empresa del fallecido Steve Jobs parece haber perdido la inercia que imprimió su impulsor, además se vio muy afectada por la crisis en la cadena de suministros que se produjo en 2021. A pesar de que sus beneficios este año han sido récord, la venta de algunos productos estrella -los iPad- ha descendido un 18%. En conjunto, las tecnológicas despedido a lo largo de 2022 ¡a 120.000 trabajadores! Y el diario 5Días informaba que el conjunto de estas empresas había dejado ¡dos billones de dólares! en valor bursátil hasta octubre de 2022.
LA CRISIS DE LAS BIG-TECH (2022)
NO ES LA CRISIS DE LAS PUNTOCOM (1999)
Así pues, estamos ante una crisis de los gigantes tecnológicos que
los analistas comparan a la que se produjo en 2000 y 2001 y que ha pasado a la
historia como “la crisis de las puntocom” o “burbuja puntocom”. Pero las
circunstancias y las causas de esta crisis son completamente diferentes e impiden
que se pueda trazar un paralelismo. Por entonces,
las “puntocom” tenían detrás inversiones procedentes de capital-riesgo atraído
por los ascensos que se produjeron en las tecnológicas de la época entre 1995 y
200: un 400%. Cuando estalló la burbuja, no solamente, todas estas ganancias se
diluyeron, sino que, además, muchas empresas se perdieron para siempre. Solo algunas
empresas -Amazon, por ejemplo- que habían visto caer sus acciones un 96% consiguieron
sobrevivir.
¿Qué había ocurrido? En 1995 los sistemas de transmisión de datos
todavía eran muy primitivos. La fibra óptica solamente fue operativa a mediados
de los años 80 en los EEUU y no fue sino hasta 1988 cuando Europa y EEUU
quedaron unidos por un cable que fue sustituido cuatro años después por otro
que duplicaba la capacidad del primero. Pero la inversión para extender la
fibra óptica por todo el mundo, uniendo continentes y, al mismo tiempo, dentro
de cada nación para hacer posible las comunicaciones y el tránsito de la
información, era un coste elevado que se llevó por delante a muchas empresas.
La gran ventaja fue que, cuando cesó la crisis, se habían habilitado centenas
de miles de kilómetros de fibra óptica que tendrían una importancia decisiva en
el desarrollo de Internet en la primera década del milenio.
Para poder realizar aquella inversión, las empresas de
comunicaciones de la época habían vivido del dinero procedente de las empresas
de capital-riesgo y de préstamos bancarios. Las noticias constantes sobre
la extensión del uso de internet en todo el mundo generaron euforia inversora
en los mercados y facilidades de acceso al crédito. Esto produjo que se
empezara a inflar una “burbuja” sin tener en cuenta los altos costes de
inversión. Mientras siguieron llegando inversores, no hubo problema en pagar
beneficios, pero cuando, los analistas percibieron hasta qué punto había
llegado la burbuja, tanto inversores “conservadores”, como “aventureros”
cesaron de comprar acciones de estas empresas y empezaron a deshacerse de las
que tenían. El final estaba cantado. Empresas como Altavista, Yahoo,
Nestcape, las más conocidas por su utilización en los primeros años de generalización
de Internet, vieron reducidos sus beneficios, estancadas en su crecimiento y se
eclipsaron de la primera fila de empresas tecnológicas, si bien lograron
sobrevivir.
La explicación final de cómo se produjo aquella primera crisis de
las puntocom es fácil: la mayoría de ellas, estaban más próximas a las empresas
convencionales de comunicación que a las nuevas empresas. El trabajo de las más
importantes no era crear algoritmos (lo que implicaba un altísimo valor añadido
y una mínima inversión), sino extender la red de fibra óptica, lo que suponía,
sobre todo, una inversión de futuro, pero a tan alto coste que resultaba insostenible. A ello se unía el hecho de que las mangueras de fibra óptica y
los chips de la época, todavía hacían imposible la “revolución tecnológica” que
vendría quince años después.
TRAS LA PANDEMIA, UCRANIA…
Ahora, las circunstancias son completamente diferentes y la crisis
de las tecnológicas se debe a otros motivos completamente diferentes. En primer
lugar, claro está, el conflicto ucraniano. Tal como comentábamos en nuestro
artículo del 29 de octubre (Estáis
asistiendo al final de la globalización y no os habéis enterado), la
actitud de los EEUU imponiendo a las empresas que tienen residencia fiscal en
su territorio y a sus aliados de la OTAN, el embargo a Rusia, ha sido una de
las causas de que el proceso de globalización se haya detenido: ahora, ya no
hay “un mundo”, hay “dos”, de un lado EEUU y sus perros fieles de la OTAN y de
otro los “países BRICS” (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
La demografía juega a favor de estos últimos: en total son 3.100
millones que empiezan a pensar en una moneda de cambio alternativa al dólar, que sustraen espacio demográfico para el “mercado mundial”
querido por los neoliberales y que, para colmo, tienen un buen nivel
tecnológico y, en lo que se refiere a China y Rusia, estructuras estatales
fuertes y sociedades con un crecimiento del PIB superior a la otra mitad del
mundo.
Además, los BRICS constituyen una asociación “voluntaria” de países
sin que existan intereses comunes que se trate de imponer al resto, a
diferencia de la asociación “forzosa”, especialmente de los países europeos de
la OTAN, resultado del final de la Segunda Guerra Mundial y de la derrota
de Europa. Una asociación que evidencia una forma de neolonialismo que
genera rechazo en buena parte de la población del continente.
Esto -que está cobrando forma en estos meses y ante nuestra vista,
ha generado desconfianza en los inversores “conservadores” que temen que,
ocurra una “crisis de las puntocom 2.0” y hayan rescatado sus inversiones
ante la perspectiva de pérdidas inmediatas. Pero, por otra parte, estas
pérdidas bursátiles también son propias de períodos de crisis económica y de
recesión (que ya ha afectado a EEUU y que afectará a la UE a lo largo de
2023). Cuando se producen estas situaciones, la economía se ralentiza y,
obviamente, las big-tech, que forman parte de ese entramado empresarial
sufren también mermas en beneficios e inversiones. No olvidemos que la
publicidad es el primer ingreso de estas compañías y que, ante perspectivas de
recesión, los dos rubros elegidos por las compañías para superar la crisis son:
despido de personal y… reducción de publicidad.
EL CASO PARTICULAR DE FACEBOOK
A esto se une otro problema que afecta de manera distinta a cada
una de estas empresas (y, estadísticamente a todo el conjunto). Meta (Facebook)
lanzó demasiado pronto su idea del “Metaverso” (un universo virtual al que
podremos acceder gracias a unas gafas de “realidad aumentada”). Facebook estaba
viendo como el perfil de sus usuarios estaba cambiando: las nuevas generaciones
se interesaban menos por esta red que se estaba convirtiendo en una “red para seniors”
y, a la vuelta de 10 años, podría incluso desaparecer. Así que la empresa tenía
prisa por lanzar un producto que atrajera a las nuevas generaciones.
Zuckerberg pretendía -y pretende, en la práctica- que el “universo
virtual” sea la alternativa más cómoda al incómodo “universo real”; pretende
que sustituyamos nuestra vida cotidiana como seres biológicos y sociales, por
una vida social electrónica en donde no tengamos limitaciones, seamos lo que
queramos ser y otorguemos esa personalidad a nuestro avatar. Pero este es
todavía un objetivo que, para alcanzarlo, hace falta un impulso tecnológico que
implica costes elevados. Y, en este sentido, Meta, si está experimentando
algo parecido a lo que ocurrió en la “crisis de las puntocom 1.0”: demasiado
inversión que se come los beneficios y, por tanto, ahuyenta a inversores.
Y, hoy, a medida que pasan las semanas y las gafas de realidad aumentada siguen
costando entre 1.600 y 1.400 euros, lo cierto es que el “metaverso” no genera
ningún beneficio, pero se come inversiones muy altas.
ENCUADRAR ESTA CRISIS EN EL TRASFONDO HISTORICO DEL CAPITALISMO
Los analistas convencionales, detienen aquí sus explicaciones y
aceptan unánimemente lo que hemos reproducido hasta aquí para explicar la
crisis actual por la que atraviesan las big-tech. Ahora bien, se trata
de explicaciones coyunturales que no dicen nada sobre el “trasfondo histórico”
en el que se desarrolla este episodio. Para entender mejor y de manera
definitiva lo que está ocurriendo, es preciso distanciarnos de los problemas
temporales (recesión, conflicto ucraniano, fin de la globalización) y ver las
cosas dentro de una perspectiva mayor: la evolución del capitalismo. Esto nos
dará una visión de lo que está en juego y hacia dónde se orientará el futuro.
El marco teórico en el que podemos insertar nuestra hipótesis
en la concepción de la historia como decadencia. Las bases de esta
interpretación pueden encontrarse en los escritos de René Guénon (La
crisis del mundo moderno y El reino de la cantidad y los signos
de los tiempos) y en Julius Evola (Revuelta contra el mundo
moderno y Cabalgar el Tigre). El principio general es: cualquier
manifestación que se da dentro de la post-modernidad, es un paso adelante en la
decadencia.
Esta decadencia se expresa por el alejamiento del ser humano de
todo lo que, originariamente, constituía su razón de ser, existir y vivir y,
por tanto, de sus valores. El origen constatable de este proceso decadente y el
punto en el que se acelera la velocidad de caída es con la irrupción del
iluminismo y es este ciclo de 400 años -al final
del mismo- es constatable un progreso en el bienestar, pero un descenso, hasta
llegar a su actual disolución, en los valores que hacen posible la convivencia
humana y sobre los que se ha asentado la supervivencia de la especie. Los “valores
universales” de otro tiempo, han sido sustituidos por un único valor instrumental,
“la técnica”, que facilita la “felicidad”. Y es esa “felicidad” artificial,
irreal, la que Zuckerberg pretende satisfacer con su metaverso.
Ahora bien, este proceso de decadencia, se superpone a otro de carácter
económico-social, las revoluciones industriales.
La irrupción del vapor en el siglo XVIII generó la primera oleada
industrializadora. Le correspondió a Adam Smith, la elaboración de una teoría
que interpretara este proceso y estableciera “leyes” (las del mercado) para la
nueva época. Así nació el liberalismo económico; pero, paralelamente, la sociedad
británica experimentó un cambio radical en su forma de gobierno y en sus costumbres
(véase la obra de Bernard Fay, La
revolución intelectual del siglo XVIII que nosotros mismos hemos
traducido y prologado). De esa primera revolución industrial puede deducirse
que los “propietarios” de las nuevas tecnologías, son quienes establecen las
reglas del juego.
Esto mismo puede confirmarse con la Segunda Revolución Industrial,
protagonizada por la electricidad, el motor de explosión interna, la industria
pesada y la producción en cadena. Desde que comenzó esta revolución a
mediados del siglo XIX, se produjo una acumulación de capital, pero no ya en
manos de los industriales del textil, sino de las nuevas industrias nacidas de
las nuevas tecnologías: fue lo que en EEUU se llamó “barones ladrones”, los Rockefeller,
los Cornelius Vanderbild, los Andrew Carnegie, los Mellon, los Randolph Hearts,
los Morgan, etc. Fueron ellos, a partir de ese momento, los que impusieron las nuevas
reglas del juego que, en realidad, no era más que la corrección del sistema
parlamentario en una forma de “plutocracia” (poder del dinero) que condicionaba
cualquier decisión de gobierno y alteraba las costumbres sociales (consumismo).
La Tercera Revolución Industrial, apareció entre finales de los 70
y principios de los 80, con la generalización del chip y de la
microinformática. Al mismo tiempo, las grandes acumulaciones de capital del
período anterior que habían desembocado en la formación de consorcios
multinacionales impusieron la globalización económica y la transformación del
globo en un “mercado mundial”. Cambiaron los hábitos sociales nuevamente, se
produjo un repliegue hacia lo particular y una deserción de lo comunitario, empezaron
a difuminarse las identidades tradicionales y apareció un grupo de pensadores y
filósofos “post-modernistas” que aportaron una perspectiva ideológica a esta
nueva fase, sin modificar las estructuras políticas que, básicamente eran
similares a las que existían ya durante la Revolución Industrial anterior. Al
aparecer la economía especulativa y consolidarse el neoliberalismo, el sistema
pareció viable entre la caída del Muro de Berlín y el estallido de la burbuja
económica de 2007 en EEUU. En esa época, las dinastías económicas, mediáticas e
industriales, organizadas en “sociedades de poder mundial” (básicamente Bildelberg
y el Foro Económico Mundial), aprovechando que parte de las competencias de los
Estados Nacionales había sido subrogadas a la ONU y a organismos internacionales,
debilitando la soberanía de los Estados, aumentaron la presencia del “mercado” que
se empezó a mostrar hegemónico sobre los Estados. Fue ese grupo de
inversores de capital-riesgo, junto con las antiguas dinastías económicas y las
acumulaciones de capital que habían apostado por la globalización, los que
fueron dueños de la situación. Estas inmensas masas de capital es lo que
podemos llamar con propiedad “dinero viejo”. La crisis de 2007-2011, demostró
que el “dinero viejo” quedaba muy expuesto si apostada solamente por el “capital
riesgo” (máximo beneficio, con el riesgo de máximas pérdidas, opuesto al “capital
prudente” (beneficio reducido a cambio de máxima seguridad en recuperar la
inversión). No bastaba solamente con controlar a los Estados, también los
inversores debían controlarse a sí mismos. Los brokers, personas de
carne y hueso, fueron sustituidos por algoritmos que tomaban las decisiones.
Pero cuando esto ocurría se había instalado un fenómeno nuevo. Estábamos
entrando en la Cuarta Revolución Industrial.
Esta irrumpía del brazo de las nuevas tecnologías; de tres,
fundamentalmente: Inteligencia Artificial, ingeniería genética y
nanotecnologías. Ahora bien, el capital de esta nueva área económica ya no
procedía solamente del “dinero viejo”, sino que había aparecido un nuevo elemento
en el escenario: las grandes empresas tecnológicas (las big-tech).
Estas tenían una ventaja sobre el “dinero viejo”: su
capitalización en bolsa era infinitamente mayor, habían crecido más en menos
tiempo, lo habían hecho sin recurrir al préstamo con interés, eran empresas de
altísimo valor añadido, requerían infraestructuras relativamente sencillas,
nada comparable a lo que era necesario para la industria automovilísticas, los
ferrocarriles o la industria pesada. Sus beneficios empezaban a ser
multimillonarios, y, no solamente, podían repartir jugosos beneficios a sus
accionistas, sino que, además, disponían de un excedente de capital que se
derivaba hacia la investigación de proyectos de Inteligencia Artificial,
ingeniería genética y nanotecnologías, incluso en investigación espacial. La
irrupción de las criptomonedas fue otro elemento nuevo que no habría sido
posible sin la aparición de la tecnología blockchain y el desarrollo de
nuevos chips capaces de procesar más información en menos tiempo.
Además, el big-data garantizaba que cualquier dato generado
por cualquier ciudadano o conjunto social, sería aprovechado para rentabilizar
aun más los beneficios de estas empresas, al permitir intervenir en la toma de
decisiones del consumidor con una precisión asombrosa. Todo esto generó que
entre el final de la crisis de 2007-2011, el poder de las big-tech y su
capital, creciera como la espuma, desde luego, a mucha más velocidad que el
generado por el “dinero viejo”.
LA REACCION DEL “DINERO VIEJO”
En 2015 ya era evidente que estábamos entrando en la Cuarta
Revolución Industrial y, por lo tanto, quien fuera el patrón de las “nuevas
tecnologías”, sería quien marcase las nuevas reglas del juego, especialmente
porque era imposible seguir gestionando -en el mundo de la política- a las
comunidades del siglo XXI con los principios y los métodos de finales del
XVIII. Pero esto planteaba un problema grave: las dinastías económicas,
industriales y bancarias, se arriesgaban a que otro grupo les usurpara la
hegemonía económica.
Veían además el riesgo que esto podía tener, incluso, para sus
propios negocios que, en el fondo, dependían de las redes de comunicación, de
la seguridad en la transmisión de datos y, en el futuro, la incorporación de la
Inteligencia Artificial les haría todavía más dependientes del nuevo y pequeño
grupo de gigantes tecnológicos, que habían irrumpido apenas 20 años en todas
las actividades económico-sociales. Porque si en las anteriores revoluciones
industriales, los propietarios de las tecnologías marcaban las reglas del
juego, en la Cuarta no había motivo para pensar que sería diferente.
Fue por eso, por lo que en 2015 apareció un libro escrito por un
personaje notable, Klaus Schwab, presidente y fundador del Foro Económico
Mundial. Los objetivos de la obra eran tres:
- dar cuenta de los cambios que podían introducir las “nuevas tecnologías convergentes” y el impacto de iban a causar en la sociedad.
- proponer una colaboración entre “Estado” y “Empresa” para que este tránsito fuera lo más suave posible.
- llegar a un acuerdo entre el “dinero viejo” y el “dinero nuevo” para evitar que un enfrentamiento directo pudiera llevar al traste a la economía mundial.
Schwab no era del todo sincero. De hecho, era todo lo contrario: en el primer punto se preocupo de presentar el amplio abanico de
nuevas tecnologías y sus ventajas, pero evitó señalar los efectos negativos que
generaría. En el segundo, lo único que pretendía era dar un paso más adelante
en el viejo proyecto liberal de “más mercado, menos Estado”. Las empresas
deberían de participar en la gestión pública, limitando y anulando la capacidad
soberana de los gobiernos para tomar iniciativas. Y, finalmente, el tercer
punto reconocía implícitamente el riesgo de que las big-tech se hicieran
con la cabina de mando y modelaran a la sociedad a su gusto, restando
protagonismo al “dinero viejo” y usurpándole el poder plutocrático.
Y es así como llegamos a la situación actual. El mensaje de Schwab
no ha sido tomado en consideración por las big-tech que no habían
modificado sus posiciones desde 2016 e, incluso aumentaban su capitalización bursátil.
Las tecnológicas estaban invirtiendo e impulsando los sectores con más
perspectivas de crecimiento en las próximas décadas. Y lo hacían dando la
espalda a la banca y aumentando su valor añadido. Y esto en un momento en el
que todavía estaban lejos de haber exprimido todas sus posibilidades y cuando
aún falta mucho para que la Cuarta Revolución Industrial alcance su plenitud.
Además, la privatización de determinadas actividades por parte de
los Estados ha permitido a las big-tech invertir en proyectos lucrativos, antes
impensables: la conquista espacial, la red de satélites de telecomunicaciones,
incluso que se permitan “dar” o “retirar” la libertad de expresión (ya no son los estados los que deciden sobre esta temática, sino
las “redes sociales” que impiden debates sobre tal tema y los estimulan en
otras direcciones). Ya no es el Estado el que decide ni el gran adalid de la
libertad de expresión, sino un Elon Musk condescendiente el que restituirá la
libertad de expresión en Twitter…
Llegados a ese punto, aprovechando las tensiones y la nueva
situación económica generada por el conflicto ucranianos, el “dinero viejo”
trata de minimizar la ventaja obtenida en la última década por las big-tech.
No quiere que tengan excesivo poder, quiere recortarles las uñas, entrar en sus
consejos de administración, hacerlas dependientes de los fondos de inversión y
del “dinero viejo”, neutralizarlas, en una palabra.
UNA MENCION A LA CRISIS DE LAS CRIPTOS
En este contexto hay que insertar también la crisis de las
criptomonedas. El “dinero viejo” les había declarado la guerra desde el
principio. No solamente es un dinero que escapa al control de los bancos
centrales, sino que, además, era un instrumento en el que puede seguirse con
claridad meridiana el recorrido del dinero público en ese gran libro mayor
contable que ofrece la tecnología blockchain. Ni interesaba al “dinero
viejo”, ni interesaba a las élites políticas por la facilidad con la que, de
generalizarse su uso, se podría seguir los dineros obtenidos ilícitamente. Además,
se unieron dos problemas.
Elon Musk, sobre todo, pero también el resto de magnates de las big-tech,
eran capaces de provocar deliberadamente una fiebre alcista, cuando habían
acumulado bitcoins, con una sola declaración de pocas líneas que al día
siguiente era reproducida en millones de webs y en toda la prensa convencional
(“Tesla aceptará el pago en bitcoins”), para, al cabo de unos meses
desandar lo andado y provocar caídas en picado del valor cripto (“Abandonamos
las criptomonedas porque van contra el medio ambiente”). Musk entendió
que basta con generar un movimiento alcista para centuplicar beneficios e
hinchar activos; luego con venderlos antes de provocar su hundimiento, lograba
obtener inmensos beneficios especulativos. Al no existir reguladores, prácticas
de este tipo han sido frecuentes desde el inicio de la fiebre cripto. A esto se
unió el comportamiento aventurero y delictivo de empresas como FTX (la tercera
en el mundo que movía más criptomonedas), que practicaba el viejo “truco de
Ponzi”, una estafa piramidal con fines especulativos, con pérdidas de
25.000.000.000 de dólares.
Parte del dinero que terminaba en las criptos procedía de empresas
de capital-riesgo y de inversores privados que pedían créditos bancarios para
invertirlos en este negocio. Sin embargo, la subida de los tipos de interés y
el descenso del valor de las criptomonedas, han generado la retirada de
inversores “aventureros” y la ruina de pequeños inversores, desincentivando por
completo la inversión en estos productos. Los
métodos del “dinero viejo” actuando a través de los bancos centrales y de las
subidas de interés, justificados para contener la inflación, han dado
resultados.
Obviamente, este es uno de los frentes de lucha entre “dinero
viejo” y “dinero nuevo”. Y la balanza, por el momento, se ha decantado a favor
del primero. Pero utilizar los aumentos en los tipos de interés no está
justificado por la situación económica: los actuales procesos inflacionarios no
son el resultado del “recalentamiento de la economía”, sino de otros problemas
muy diferentes (conflicto ucraniano, medidas contra Rusia, encarecimiento de la
energía, escasez de chips, etc). El aumento de los tipos de interés
solamente debería aplicarse para detener momentos de locura consumista, no
cuando las alzas en los precios se deben a otras causas, como en este caso. La
medida, parece haber apuntado a la línea de flotación de las criptos.
CONCLUSIÓN
Esto da una perspectiva más amplia del problema y de la evolución
del capitalismo y sitúa perfectamente la crisis actúa de las big-tech
dentro del contexto de una lucha sin piedad por quién dirigirá el mundo del
futuro: si seguirá en manos de las “viejas dinastías” o caerá en manos de “Silicon
Valley”. Habrá lucha entre estos dos niveles de capitalismo avanzado y será
a muerte.
Por mi parte, creo que el “vinero viejo” tiene la batalla
perdida a medio plazo. Pero toda lucha desgasta a las dos partes y, en este
caso, puede genera espacios de libertad en el que se sitúan aquellos que
perciben el problema. No habrá “quinta revolución industrial”: esta es
la última en la medida en que sus consecuencias corren el riesgo de conducir al
grado extremo degenerativo: pérdida de identidad (incluso humana), negación de
la realidad en favor de los mundos virtuales, disolución de la frontera entre
lo humano y lo artificial, máxima división social entre los que tendrán acceso
a tecnologías de la salud avanzados y los que deberán limitarse a las
convencionales, niveles de paro nunca vistos hasta ahora a causa de la
automatización de los procesos y la robótica, etc, etc. La culminación de los
objetivos de la Cuarta Revolución Industrial no supone un simple cambio
tecnológico, sino que es mucho más: una amenaza a lo humano. El futuro tal como
lo pintan los transhumanistas -y todos los propietarios de las big-tech
comparten estos criterios- es “post-biológico”. Ya no es posible concebir un
grado más allá de este punto cero degenerativo.
Las nuevas tecnologías y sus propietarios, inevitablemente,
arrasarán con las viejas y con sus representantes, de la misma forma que la
electricidad y el motor de explosión arrasó a los telares movidos por vapor, o
como el michochip se llevó por delante a la válvula de vacío, incluso por qué
los Cromagnones se impusieron sobre los Neandertales. Quien dispone de una
tecnología más puntera, se impone sobre su oponente. Y no hay excepciones para
esta regla.