INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Entender nuestro tiempo: LA LUCHA ACTUAL ENTRE DOS FASES DEL CAPITALISMO, EL AVANZADO Y EL TECNOLÓGICO

Desde hace unos meses otro fantasma recorre el mundo: las big-tech, las grandes empresas tecnológicas están en crisis. Google (Alphabet) ha descendido sus ingresos en publicidad y sus ingresos han descendido un 11% en 2022, Facebook (Meta) ha visto como en un año su valor bursátil ha pasado de 750.000.000.000 de euros a una tercera parte, 250.000.000 y anuncia la reducción de un 10% de su plantilla (11.000 personas). Amazon va a despedir a unos cuantos miles de trabajadores en todo el mundo (entre 10 y 18.000). Los ingresos de YouTube apenas han aumentado a lo largo del año y lo poco que lo han hecho ha sido por debajo de las previsiones. Por su parte, Microsoft -que había cerrado el anterior ejercicio con unos beneficios históricos- ha visto como todo se torcía: su obligada retirada de Rusia ha dejado un hueco de deudas incobrables (casi 600 millones de dólares) y ha anunciado que dejaba de realizar nuevas contrataciones (algo que se ha extendido también a Apple). La empresa del fallecido Steve Jobs parece haber perdido la inercia que imprimió su impulsor, además se vio muy afectada por la crisis en la cadena de suministros que se produjo en 2021. A pesar de que sus beneficios este año han sido récord, la venta de algunos productos estrella -los iPad- ha descendido un 18%. En conjunto, las tecnológicas despedido a lo largo de 2022 ¡a 120.000 trabajadores! Y el diario 5Días informaba que el conjunto de estas empresas había dejado ¡dos billones de dólares! en valor bursátil hasta octubre de 2022.

LA CRISIS DE LAS BIG-TECH (2022)
NO ES LA CRISIS DE LAS PUNTOCOM (1999)

Así pues, estamos ante una crisis de los gigantes tecnológicos que los analistas comparan a la que se produjo en 2000 y 2001 y que ha pasado a la historia como “la crisis de las puntocom” o “burbuja puntocom”. Pero las circunstancias y las causas de esta crisis son completamente diferentes e impiden que se pueda trazar un paralelismo. Por entonces, las “puntocom” tenían detrás inversiones procedentes de capital-riesgo atraído por los ascensos que se produjeron en las tecnológicas de la época entre 1995 y 200: un 400%. Cuando estalló la burbuja, no solamente, todas estas ganancias se diluyeron, sino que, además, muchas empresas se perdieron para siempre. Solo algunas empresas -Amazon, por ejemplo- que habían visto caer sus acciones un 96% consiguieron sobrevivir.

¿Qué había ocurrido? En 1995 los sistemas de transmisión de datos todavía eran muy primitivos. La fibra óptica solamente fue operativa a mediados de los años 80 en los EEUU y no fue sino hasta 1988 cuando Europa y EEUU quedaron unidos por un cable que fue sustituido cuatro años después por otro que duplicaba la capacidad del primero. Pero la inversión para extender la fibra óptica por todo el mundo, uniendo continentes y, al mismo tiempo, dentro de cada nación para hacer posible las comunicaciones y el tránsito de la información, era un coste elevado que se llevó por delante a muchas empresas. La gran ventaja fue que, cuando cesó la crisis, se habían habilitado centenas de miles de kilómetros de fibra óptica que tendrían una importancia decisiva en el desarrollo de Internet en la primera década del milenio.

Para poder realizar aquella inversión, las empresas de comunicaciones de la época habían vivido del dinero procedente de las empresas de capital-riesgo y de préstamos bancarios. Las noticias constantes sobre la extensión del uso de internet en todo el mundo generaron euforia inversora en los mercados y facilidades de acceso al crédito. Esto produjo que se empezara a inflar una “burbuja” sin tener en cuenta los altos costes de inversión. Mientras siguieron llegando inversores, no hubo problema en pagar beneficios, pero cuando, los analistas percibieron hasta qué punto había llegado la burbuja, tanto inversores “conservadores”, como “aventureros” cesaron de comprar acciones de estas empresas y empezaron a deshacerse de las que tenían. El final estaba cantado. Empresas como Altavista, Yahoo, Nestcape, las más conocidas por su utilización en los primeros años de generalización de Internet, vieron reducidos sus beneficios, estancadas en su crecimiento y se eclipsaron de la primera fila de empresas tecnológicas, si bien lograron sobrevivir.

La explicación final de cómo se produjo aquella primera crisis de las puntocom es fácil: la mayoría de ellas, estaban más próximas a las empresas convencionales de comunicación que a las nuevas empresas. El trabajo de las más importantes no era crear algoritmos (lo que implicaba un altísimo valor añadido y una mínima inversión), sino extender la red de fibra óptica, lo que suponía, sobre todo, una inversión de futuro, pero a tan alto coste que resultaba insostenible. A ello se unía el hecho de que las mangueras de fibra óptica y los chips de la época, todavía hacían imposible la “revolución tecnológica” que vendría quince años después.

TRAS LA PANDEMIA, UCRANIA…

Ahora, las circunstancias son completamente diferentes y la crisis de las tecnológicas se debe a otros motivos completamente diferentes. En primer lugar, claro está, el conflicto ucraniano. Tal como comentábamos en nuestro artículo del 29 de octubre (Estáis asistiendo al final de la globalización y no os habéis enterado), la actitud de los EEUU imponiendo a las empresas que tienen residencia fiscal en su territorio y a sus aliados de la OTAN, el embargo a Rusia, ha sido una de las causas de que el proceso de globalización se haya detenido: ahora, ya no hay “un mundo”, hay “dos”, de un lado EEUU y sus perros fieles de la OTAN y de otro los “países BRICS” (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

La demografía juega a favor de estos últimos: en total son 3.100 millones que empiezan a pensar en una moneda de cambio alternativa al dólar, que sustraen espacio demográfico para el “mercado mundial” querido por los neoliberales y que, para colmo, tienen un buen nivel tecnológico y, en lo que se refiere a China y Rusia, estructuras estatales fuertes y sociedades con un crecimiento del PIB superior a la otra mitad del mundo.

Además, los BRICS constituyen una asociación “voluntaria” de países sin que existan intereses comunes que se trate de imponer al resto, a diferencia de la asociación “forzosa”, especialmente de los países europeos de la OTAN, resultado del final de la Segunda Guerra Mundial y de la derrota de Europa. Una asociación que evidencia una forma de neolonialismo que genera rechazo en buena parte de la población del continente.

Esto -que está cobrando forma en estos meses y ante nuestra vista, ha generado desconfianza en los inversores “conservadores” que temen que, ocurra una “crisis de las puntocom 2.0” y hayan rescatado sus inversiones ante la perspectiva de pérdidas inmediatas. Pero, por otra parte, estas pérdidas bursátiles también son propias de períodos de crisis económica y de recesión (que ya ha afectado a EEUU y que afectará a la UE a lo largo de 2023). Cuando se producen estas situaciones, la economía se ralentiza y, obviamente, las big-tech, que forman parte de ese entramado empresarial sufren también mermas en beneficios e inversiones. No olvidemos que la publicidad es el primer ingreso de estas compañías y que, ante perspectivas de recesión, los dos rubros elegidos por las compañías para superar la crisis son: despido de personal y… reducción de publicidad.

EL CASO PARTICULAR DE FACEBOOK

A esto se une otro problema que afecta de manera distinta a cada una de estas empresas (y, estadísticamente a todo el conjunto). Meta (Facebook) lanzó demasiado pronto su idea del “Metaverso” (un universo virtual al que podremos acceder gracias a unas gafas de “realidad aumentada”). Facebook estaba viendo como el perfil de sus usuarios estaba cambiando: las nuevas generaciones se interesaban menos por esta red que se estaba convirtiendo en una “red para seniors” y, a la vuelta de 10 años, podría incluso desaparecer. Así que la empresa tenía prisa por lanzar un producto que atrajera a las nuevas generaciones.

Zuckerberg pretendía -y pretende, en la práctica- que el “universo virtual” sea la alternativa más cómoda al incómodo “universo real”; pretende que sustituyamos nuestra vida cotidiana como seres biológicos y sociales, por una vida social electrónica en donde no tengamos limitaciones, seamos lo que queramos ser y otorguemos esa personalidad a nuestro avatar. Pero este es todavía un objetivo que, para alcanzarlo, hace falta un impulso tecnológico que implica costes elevados. Y, en este sentido, Meta, si está experimentando algo parecido a lo que ocurrió en la “crisis de las puntocom 1.0”: demasiado inversión que se come los beneficios y, por tanto, ahuyenta a inversores. Y, hoy, a medida que pasan las semanas y las gafas de realidad aumentada siguen costando entre 1.600 y 1.400 euros, lo cierto es que el “metaverso” no genera ningún beneficio, pero se come inversiones muy altas.

ENCUADRAR ESTA CRISIS EN EL TRASFONDO HISTORICO DEL CAPITALISMO

Los analistas convencionales, detienen aquí sus explicaciones y aceptan unánimemente lo que hemos reproducido hasta aquí para explicar la crisis actual por la que atraviesan las big-tech. Ahora bien, se trata de explicaciones coyunturales que no dicen nada sobre el “trasfondo histórico” en el que se desarrolla este episodio. Para entender mejor y de manera definitiva lo que está ocurriendo, es preciso distanciarnos de los problemas temporales (recesión, conflicto ucraniano, fin de la globalización) y ver las cosas dentro de una perspectiva mayor: la evolución del capitalismo. Esto nos dará una visión de lo que está en juego y hacia dónde se orientará el futuro.

El marco teórico en el que podemos insertar nuestra hipótesis en la concepción de la historia como decadencia. Las bases de esta interpretación pueden encontrarse en los escritos de René Guénon (La crisis del mundo moderno y El reino de la cantidad y los signos de los tiempos) y en Julius Evola (Revuelta contra el mundo moderno y Cabalgar el Tigre). El principio general es: cualquier manifestación que se da dentro de la post-modernidad, es un paso adelante en la decadencia.

Esta decadencia se expresa por el alejamiento del ser humano de todo lo que, originariamente, constituía su razón de ser, existir y vivir y, por tanto, de sus valores. El origen constatable de este proceso decadente y el punto en el que se acelera la velocidad de caída es con la irrupción del iluminismo y es este ciclo de 400 años -al final del mismo- es constatable un progreso en el bienestar, pero un descenso, hasta llegar a su actual disolución, en los valores que hacen posible la convivencia humana y sobre los que se ha asentado la supervivencia de la especie. Los “valores universales” de otro tiempo, han sido sustituidos por un único valor instrumental, “la técnica”, que facilita la “felicidad”. Y es esa “felicidad” artificial, irreal, la que Zuckerberg pretende satisfacer con su metaverso.

Ahora bien, este proceso de decadencia, se superpone a otro de carácter económico-social, las revoluciones industriales. La irrupción del vapor en el siglo XVIII generó la primera oleada industrializadora. Le correspondió a Adam Smith, la elaboración de una teoría que interpretara este proceso y estableciera “leyes” (las del mercado) para la nueva época. Así nació el liberalismo económico; pero, paralelamente, la sociedad británica experimentó un cambio radical en su forma de gobierno y en sus costumbres (véase la obra de Bernard Fay, La revolución intelectual del siglo XVIII que nosotros mismos hemos traducido y prologado). De esa primera revolución industrial puede deducirse que los “propietarios” de las nuevas tecnologías, son quienes establecen las reglas del juego.

Esto mismo puede confirmarse con la Segunda Revolución Industrial, protagonizada por la electricidad, el motor de explosión interna, la industria pesada y la producción en cadena. Desde que comenzó esta revolución a mediados del siglo XIX, se produjo una acumulación de capital, pero no ya en manos de los industriales del textil, sino de las nuevas industrias nacidas de las nuevas tecnologías: fue lo que en EEUU se llamó “barones ladrones”, los Rockefeller, los Cornelius Vanderbild, los Andrew Carnegie, los Mellon, los Randolph Hearts, los Morgan, etc. Fueron ellos, a partir de ese momento, los que impusieron las nuevas reglas del juego que, en realidad, no era más que la corrección del sistema parlamentario en una forma de “plutocracia” (poder del dinero) que condicionaba cualquier decisión de gobierno y alteraba las costumbres sociales (consumismo).

La Tercera Revolución Industrial, apareció entre finales de los 70 y principios de los 80, con la generalización del chip y de la microinformática. Al mismo tiempo, las grandes acumulaciones de capital del período anterior que habían desembocado en la formación de consorcios multinacionales impusieron la globalización económica y la transformación del globo en un “mercado mundial”. Cambiaron los hábitos sociales nuevamente, se produjo un repliegue hacia lo particular y una deserción de lo comunitario, empezaron a difuminarse las identidades tradicionales y apareció un grupo de pensadores y filósofos “post-modernistas” que aportaron una perspectiva ideológica a esta nueva fase, sin modificar las estructuras políticas que, básicamente eran similares a las que existían ya durante la Revolución Industrial anterior. Al aparecer la economía especulativa y consolidarse el neoliberalismo, el sistema pareció viable entre la caída del Muro de Berlín y el estallido de la burbuja económica de 2007 en EEUU. En esa época, las dinastías económicas, mediáticas e industriales, organizadas en “sociedades de poder mundial” (básicamente Bildelberg y el Foro Económico Mundial), aprovechando que parte de las competencias de los Estados Nacionales había sido subrogadas a la ONU y a organismos internacionales, debilitando la soberanía de los Estados, aumentaron la presencia del “mercado” que se empezó a mostrar hegemónico sobre los Estados. Fue ese grupo de inversores de capital-riesgo, junto con las antiguas dinastías económicas y las acumulaciones de capital que habían apostado por la globalización, los que fueron dueños de la situación. Estas inmensas masas de capital es lo que podemos llamar con propiedad “dinero viejo”. La crisis de 2007-2011, demostró que el “dinero viejo” quedaba muy expuesto si apostada solamente por el “capital riesgo” (máximo beneficio, con el riesgo de máximas pérdidas, opuesto al “capital prudente” (beneficio reducido a cambio de máxima seguridad en recuperar la inversión). No bastaba solamente con controlar a los Estados, también los inversores debían controlarse a sí mismos. Los brokers, personas de carne y hueso, fueron sustituidos por algoritmos que tomaban las decisiones. Pero cuando esto ocurría se había instalado un fenómeno nuevo. Estábamos entrando en la Cuarta Revolución Industrial.

Esta irrumpía del brazo de las nuevas tecnologías; de tres, fundamentalmente: Inteligencia Artificial, ingeniería genética y nanotecnologías. Ahora bien, el capital de esta nueva área económica ya no procedía solamente del “dinero viejo”, sino que había aparecido un nuevo elemento en el escenario: las grandes empresas tecnológicas (las big-tech).

Estas tenían una ventaja sobre el “dinero viejo”: su capitalización en bolsa era infinitamente mayor, habían crecido más en menos tiempo, lo habían hecho sin recurrir al préstamo con interés, eran empresas de altísimo valor añadido, requerían infraestructuras relativamente sencillas, nada comparable a lo que era necesario para la industria automovilísticas, los ferrocarriles o la industria pesada. Sus beneficios empezaban a ser multimillonarios, y, no solamente, podían repartir jugosos beneficios a sus accionistas, sino que, además, disponían de un excedente de capital que se derivaba hacia la investigación de proyectos de Inteligencia Artificial, ingeniería genética y nanotecnologías, incluso en investigación espacial. La irrupción de las criptomonedas fue otro elemento nuevo que no habría sido posible sin la aparición de la tecnología blockchain y el desarrollo de nuevos chips capaces de procesar más información en menos tiempo.

Además, el big-data garantizaba que cualquier dato generado por cualquier ciudadano o conjunto social, sería aprovechado para rentabilizar aun más los beneficios de estas empresas, al permitir intervenir en la toma de decisiones del consumidor con una precisión asombrosa. Todo esto generó que entre el final de la crisis de 2007-2011, el poder de las big-tech y su capital, creciera como la espuma, desde luego, a mucha más velocidad que el generado por el “dinero viejo”.

LA REACCION DEL “DINERO VIEJO”

En 2015 ya era evidente que estábamos entrando en la Cuarta Revolución Industrial y, por lo tanto, quien fuera el patrón de las “nuevas tecnologías”, sería quien marcase las nuevas reglas del juego, especialmente porque era imposible seguir gestionando -en el mundo de la política- a las comunidades del siglo XXI con los principios y los métodos de finales del XVIII. Pero esto planteaba un problema grave: las dinastías económicas, industriales y bancarias, se arriesgaban a que otro grupo les usurpara la hegemonía económica.

Veían además el riesgo que esto podía tener, incluso, para sus propios negocios que, en el fondo, dependían de las redes de comunicación, de la seguridad en la transmisión de datos y, en el futuro, la incorporación de la Inteligencia Artificial les haría todavía más dependientes del nuevo y pequeño grupo de gigantes tecnológicos, que habían irrumpido apenas 20 años en todas las actividades económico-sociales. Porque si en las anteriores revoluciones industriales, los propietarios de las tecnologías marcaban las reglas del juego, en la Cuarta no había motivo para pensar que sería diferente.

Fue por eso, por lo que en 2015 apareció un libro escrito por un personaje notable, Klaus Schwab, presidente y fundador del Foro Económico Mundial. Los objetivos de la obra eran tres:

- dar cuenta de los cambios que podían introducir las “nuevas tecnologías convergentes” y el impacto de iban a causar en la sociedad.

- proponer una colaboración entre “Estado” y “Empresa” para que este tránsito fuera lo más suave posible.

- llegar a un acuerdo entre el “dinero viejo” y el “dinero nuevo” para evitar que un enfrentamiento directo pudiera llevar al traste a la economía mundial.

Schwab no era del todo sincero. De hecho, era todo lo contrario: en el primer punto se preocupo de presentar el amplio abanico de nuevas tecnologías y sus ventajas, pero evitó señalar los efectos negativos que generaría. En el segundo, lo único que pretendía era dar un paso más adelante en el viejo proyecto liberal de “más mercado, menos Estado”. Las empresas deberían de participar en la gestión pública, limitando y anulando la capacidad soberana de los gobiernos para tomar iniciativas. Y, finalmente, el tercer punto reconocía implícitamente el riesgo de que las big-tech se hicieran con la cabina de mando y modelaran a la sociedad a su gusto, restando protagonismo al “dinero viejo” y usurpándole el poder plutocrático.

Y es así como llegamos a la situación actual. El mensaje de Schwab no ha sido tomado en consideración por las big-tech que no habían modificado sus posiciones desde 2016 e, incluso aumentaban su capitalización bursátil. Las tecnológicas estaban invirtiendo e impulsando los sectores con más perspectivas de crecimiento en las próximas décadas. Y lo hacían dando la espalda a la banca y aumentando su valor añadido. Y esto en un momento en el que todavía estaban lejos de haber exprimido todas sus posibilidades y cuando aún falta mucho para que la Cuarta Revolución Industrial alcance su plenitud.

Además, la privatización de determinadas actividades por parte de los Estados ha permitido a las big-tech invertir en proyectos lucrativos, antes impensables: la conquista espacial, la red de satélites de telecomunicaciones, incluso que se permitan “dar” o “retirar” la libertad de expresión (ya no son los estados los que deciden sobre esta temática, sino las “redes sociales” que impiden debates sobre tal tema y los estimulan en otras direcciones). Ya no es el Estado el que decide ni el gran adalid de la libertad de expresión, sino un Elon Musk condescendiente el que restituirá la libertad de expresión en Twitter…

Llegados a ese punto, aprovechando las tensiones y la nueva situación económica generada por el conflicto ucranianos, el “dinero viejo” trata de minimizar la ventaja obtenida en la última década por las big-tech. No quiere que tengan excesivo poder, quiere recortarles las uñas, entrar en sus consejos de administración, hacerlas dependientes de los fondos de inversión y del “dinero viejo”, neutralizarlas, en una palabra.

UNA MENCION A LA CRISIS DE LAS CRIPTOS

En este contexto hay que insertar también la crisis de las criptomonedas. El “dinero viejo” les había declarado la guerra desde el principio. No solamente es un dinero que escapa al control de los bancos centrales, sino que, además, era un instrumento en el que puede seguirse con claridad meridiana el recorrido del dinero público en ese gran libro mayor contable que ofrece la tecnología blockchain. Ni interesaba al “dinero viejo”, ni interesaba a las élites políticas por la facilidad con la que, de generalizarse su uso, se podría seguir los dineros obtenidos ilícitamente. Además, se unieron dos problemas.

Elon Musk, sobre todo, pero también el resto de magnates de las big-tech, eran capaces de provocar deliberadamente una fiebre alcista, cuando habían acumulado bitcoins, con una sola declaración de pocas líneas que al día siguiente era reproducida en millones de webs y en toda la prensa convencional (“Tesla aceptará el pago en bitcoins”), para, al cabo de unos meses desandar lo andado y provocar caídas en picado del valor cripto (“Abandonamos las criptomonedas porque van contra el medio ambiente”). Musk entendió que basta con generar un movimiento alcista para centuplicar beneficios e hinchar activos; luego con venderlos antes de provocar su hundimiento, lograba obtener inmensos beneficios especulativos. Al no existir reguladores, prácticas de este tipo han sido frecuentes desde el inicio de la fiebre cripto. A esto se unió el comportamiento aventurero y delictivo de empresas como FTX (la tercera en el mundo que movía más criptomonedas), que practicaba el viejo “truco de Ponzi”, una estafa piramidal con fines especulativos, con pérdidas de 25.000.000.000 de dólares.

Parte del dinero que terminaba en las criptos procedía de empresas de capital-riesgo y de inversores privados que pedían créditos bancarios para invertirlos en este negocio. Sin embargo, la subida de los tipos de interés y el descenso del valor de las criptomonedas, han generado la retirada de inversores “aventureros” y la ruina de pequeños inversores, desincentivando por completo la inversión en estos productos. Los métodos del “dinero viejo” actuando a través de los bancos centrales y de las subidas de interés, justificados para contener la inflación, han dado resultados.

Obviamente, este es uno de los frentes de lucha entre “dinero viejo” y “dinero nuevo”. Y la balanza, por el momento, se ha decantado a favor del primero. Pero utilizar los aumentos en los tipos de interés no está justificado por la situación económica: los actuales procesos inflacionarios no son el resultado del “recalentamiento de la economía”, sino de otros problemas muy diferentes (conflicto ucraniano, medidas contra Rusia, encarecimiento de la energía, escasez de chips, etc). El aumento de los tipos de interés solamente debería aplicarse para detener momentos de locura consumista, no cuando las alzas en los precios se deben a otras causas, como en este caso. La medida, parece haber apuntado a la línea de flotación de las criptos.

CONCLUSIÓN

Esto da una perspectiva más amplia del problema y de la evolución del capitalismo y sitúa perfectamente la crisis actúa de las big-tech dentro del contexto de una lucha sin piedad por quién dirigirá el mundo del futuro: si seguirá en manos de las “viejas dinastías” o caerá en manos de “Silicon Valley”. Habrá lucha entre estos dos niveles de capitalismo avanzado y será a muerte.

Por mi parte, creo que el “vinero viejo” tiene la batalla perdida a medio plazo. Pero toda lucha desgasta a las dos partes y, en este caso, puede genera espacios de libertad en el que se sitúan aquellos que perciben el problema. No habrá “quinta revolución industrial”: esta es la última en la medida en que sus consecuencias corren el riesgo de conducir al grado extremo degenerativo: pérdida de identidad (incluso humana), negación de la realidad en favor de los mundos virtuales, disolución de la frontera entre lo humano y lo artificial, máxima división social entre los que tendrán acceso a tecnologías de la salud avanzados y los que deberán limitarse a las convencionales, niveles de paro nunca vistos hasta ahora a causa de la automatización de los procesos y la robótica, etc, etc. La culminación de los objetivos de la Cuarta Revolución Industrial no supone un simple cambio tecnológico, sino que es mucho más: una amenaza a lo humano. El futuro tal como lo pintan los transhumanistas -y todos los propietarios de las big-tech comparten estos criterios- es “post-biológico”. Ya no es posible concebir un grado más allá de este punto cero degenerativo.

Las nuevas tecnologías y sus propietarios, inevitablemente, arrasarán con las viejas y con sus representantes, de la misma forma que la electricidad y el motor de explosión arrasó a los telares movidos por vapor, o como el michochip se llevó por delante a la válvula de vacío, incluso por qué los Cromagnones se impusieron sobre los Neandertales. Quien dispone de una tecnología más puntera, se impone sobre su oponente. Y no hay excepciones para esta regla.