Resulta
difícil resumir el estado de la cuestión en Francia y cómo el "antinmigracionismo" de Le Pen tuvo un eco tan fuerte en Francia. Para entenderlo estamos obligados a realizar la recensión de una obra de Guillaume Faye1, que no
milita en el Front National, «enfant terrible» de la «nouvelle droite»
intelectual, y que en su obra «La Colonisation de l’Europe» define la situación
que está afrontando el vecino país en relación a la delincuencia, la
inmigración, el racismo y la xenofobia. [Este texto fue escrito hace 20 años, y, por tanto, refleja la situación que se daba en Francia en aquel momento. Ni que decir tiene que en la actualidad esa situación se encuentra mucho más degradada, NdA]
Por que las
cosas en Francia, al decir de Faye, están como siguen. No pierdan nota. Algunos
de los datos que les vamos a ofrecer les parecerán extremos y quizás frunzan el
entrecejo en gesto forzado de incredulidad. Si Faye tiene razón, Francia tiene
un problema y ese problema no es Le Pen. Hemos preferido traer a colación un
texto que no perteneciera al acervo
documental del Front National o de Le Pen, lo cual hubiera implicado sospechas
de subjetividad. Tampoco hemos optado por evaluar nosotros mismos la situación:
hace falta estar en Francia todos los días para advertir la situación; no es
nuestro caso, si el de Faye. Y, finalmente, Faye es un intelectual polémico, no
un buscador de votos. Hace veinte años, no sólo era indiferente a Le Pen, sino
además le era hostil. No ahorraba ironías ni maldades sobre el líder del Front
National que para él y para la tendencia a la que pertenecía era el más
conspicuo representante de la «vieja derecha» y ellos (Benoist, Vial, Louis
Pauwels, etc.) se consideraban «nueva
derecha». Vale la pena conocer su opinión. Sus libros han sido editados por
Editions de L’Aencre y, con su enorme carga polémica, resumen la situación
mucho mejor de lo que podríamos hacer nosotros.
LA
CUESTION DEL ISLAM
Presentamos
a continuación un resumen de la obra de Guillaume Faye “La Colonisation de
l’Europe”2.
Hemos intentado resumir en 30 folios un libro de 350 páginas, recogiendo los
datos esenciales.Y lo hacemos sin añadir ningún comentario por nuestra parte:
«Actualmente
hay en Francia 4 millones de musulmanes. Nadie duda que se trata solo de gente
regularizada, la mayoría tienen incluso en la actualidad la nacionalidad
francesa. Pero entre legales e ilegales, se admite que cifra de musulmanes
puede llegar a 6 e incluso a 7 millones. En el momento de escribir estas líneas
el Islam es la segunda religión de Francia. En menos de veinte años se han
construido casi 1500 mezquitas con altavoces que llaman a la oración sin
preocuparse si existe una legislación que limite este tipo de manifestaciones.
Sus
practicantes son jóvenes, mientras que los practicantes católicos son viejos;
tienen un alto nivel de evolución demográfica, tanto por el flujo masivo de
inmigrantes como por la alta natalidad de los Islamistas. En realidad el Islam
será la primera religión de Francia en el 2015. Ya hoy existen más musulmanes
en Francia que en Albania y en la antigua Yugoslavia juntas. Tampoco hay que
perder de vista que en el ámbito de la Unión Europea, existen 15 millones de
musulmanes y en diez años, la cifra se habrá duplicado.
El 25% de
las personas entre 5-20 años en Francia son ya de origen extraeuropeo. En el
2010 el Islam será la primera religión practicada dentro de Francia. El 75% de
los actos delictivos violentos en el año 1998 son el hecho de magrebies o
africanos. Son datos del Ministerio del Interior. El 30% de los nacimientos en
la Francia de hoy tienen un ascendente extranjero de primera o segunda
generación, la gran mayoría de procedencia afro-asiática. De los 780.000
nacimientos anuales, una de las tasas más bajas de Francia, 250.000 nacimientos
son de mujeres magrebies, africanas, asiáticas o mixtas. Hoy, el 8% de adultos
son de origen extra-europea, el 20% de alumnos son en mayoría afro-magrebies, y
el 34% de los niños de menos de 5 años. A partir del 2010 el número de
electores africanos negros y musulmanes en Francia alcanzará el 20% de los
votantes. Luego esta cifra no cesará de aumentar (Journal of Demographic
Studies, Boston UP. Nº1439, dic.1998).
Podremos
ver como se constituye un partido islamista que alcanzará rápidamente el poder
en un centenar de municipios con las elecciones municipales. ¿Se impondrá la
«sharia» en esas zonas? Y, finalmente, si el crecimiento demográfico sigue como
hasta ahora, en unas décadas ese partido alcanzará mayoría en la sociedad
francesa e impondrá la ley coránica en todo el territorio francés...
En Francia
está larvando una guerra étnica que ya ha empezado y que, año tras año, se
extiende. Por ahora toma la forma de una guerrilla urbana poco organizada:
incendios de coches (el 91% exactamente de coches incendiados son de europeos)
o comercios, agresiones a europeos, pedradas, ataques a los medios de
transporte públicos, emboscadas a policías y bomberos, ataques sorpresas en los
centros urbanos, etc. La delincuencia se ha convertido en un medio de creación
de zonas de «non-droit» [donde no rije el Estado de Derecho], en las cuales los
europeos son expulsados. Es decir que asistimos a una verdadera conquista
territorial.
Contrariamente
a la opinión de los islamófilos, el Islam no es solamente una «fe universal»,
como el cristianismo, sino una «comunidad de civilización» («umma») que tiende
a la expansión. El proyecto implícito del Islam en Europa es simplemente la
conquista de Europa, como así lo estipula el Corán. Ya estamos en guerra, y los
europeos occidentales no lo hamos comprendido. Los rusos, por el contrario, sí.
Porque el Islam es un vehículo de valores trascendentes que propone una
doctrina individual y colectiva en la cual las normas superiores e intangibles
se imponen a los creyentes, dando así un valor a su existencia.
Su
introducción masiva en Europa desfigurará la cultura europea más aun que el
hecho de la americanización. Un dogmatismo reivindicado, una ausencia de
espíritu faústico, una negación fundamental del humanismo (entendido como
autonomía de la voluntad humana) en nombre de una sumisión absoluta a Dios, un
rigidismo extremo de obligaciones y de relaciones sociales, un monoteísmo
absoluto, una confusión teocrática de la sociedad civil, una reticencia
profunda hacia la libre creación artística o científica, son los trazos
incompatibles con la tradición mental europea.
Aquellos
que creen que el Islam pudiera europeizarse, adoptar la cultura europea,
aceptar la noción de laicidad, cometen un grave error. El Islam, por esencia,
no aceptará ese compromiso. Su esencia es autoritaria y guerrera. Dicho de otra
forma, con la introducción del Islam en Europa, se presentan dos riesgos:
desfiguración o guerra.
En una
primera etapa, el discurso del Islam en Europa se hace relativamente tolerante.
Los responsables musulmanes dicen «querer respetar las leyes de la República» y
la laicidad, a pesar de que ello es totalmente incompatible con el Corán, pues
allí no se acepta otro derecho mas que el derecho coránico, que también incluye
el derecho civil. Se presenta con un mensaje que pertenece a la «estrategia del
zorro» evocada por Maquiavelo.
Pero ya se
elevan en Francia, como en Gran Bretaña, las voces que demandan para los
musulmanes un derecho especial. Sus partidarios creen llegada la hora de
afirmar estas reivindicaciones. Como veremos más adelante, el Islam no revela
jamás con franqueza sus intenciones a aquellos que considera enemigos,
nosotros, los Infieles; este camuflaje es para ellos una obligación teológica y
moral.
En un
segundo tiempo, con el aumento constante de efectivos musulmanes gracias al
vuelco del diferencial demográfico, los flujos constantes de inmigración, más
la conversión de los autóctonos, Europa será declarada «tierra de conquista»
por el Islam, lo que constituye una revancha radical de las tendencias
históricas de siglos pasados. Revancha contra las cruzadas y la humillación de
la colonización, y conquista mediante un gran movimiento de expansión.
El Islam es
por esencia intolerante y maquiavélico, utiliza conjuntamente la fuerza y la
astucia. La astucia se emplea siempre que los musulmanes son minoritarios y
débiles; la fuerza, en el momento en que su dominación está asegurada. Entre
los inmigrantes árabe-africanos, el Islam se piensa no como una religión de
esencia espiritualista, sino como una autoafirmación étnica y de revancha
frente a los europeos. Más aún que el cristianismo, hoy muy debilitado, el
Islam es la religión por esencia de la verdad revelada e imperativa, y, con una
conciencia ciega, siempre se cree en su derecho y justifica todos sus actos,
hasta la exacción, cometidos en nombre de su expansión y de la gloria de Allah.
Los
europeos, ingenuos defensores del Islam, cometen el error de no conocer ni
interpretar el Corán como un bloque sincrético, como un texto globalmente
lógico, sino que lo consideran un texto de «varias lecturas», rico en
interpretaciones.
Se subraya
la «tolerancia y la fraternidad entre las religiones, la libertad de
creencia» inscritas en los preceptos coránicos (sura II, 256); se insiste
en el rechazo de todo integrismo y fanatismo, «el Islam como comunidad del
justo medio» (II, 143), o bien «el rechazo de la violencia en materia de
religión» (II, 257). El Islam estaría unido a la compasión y al perdón de
las ofensas: no se debe responer el mal al bien (XLI, 34; XXIII, 96; XII, 22);
o bien el Islam estaría unido a la humanidad hacia los enemigos, que obliga a
todo musulmán a darles protección (IX, 6).
Pero estos
versículos se contradicen con catorce siglos de comportamiento del Islam, que
privilegia la violencia siempre que las relaciones de fuerza le son ventajosas,
que ignora el perdón y la compasión, que erradica o somete en ghettos a las
otras religiones en los territorios que han conquistado, que no tolera bajo
ningún concepto ni a los paganos politeístas ni a los ateos.
Estos
versículos pacíficos son un engaño, una astucia. Teológicamente, en el Corán,
son anulados por los versículos bélicos escritos con posterioridad,
especialmente aquellos de la sura IV, sobre la cual hablaremos más adelante.
De manera
general, el Islam no practica una política de paz y de tolerancia aparente sino
cuando se encuentra en minoría. Varios países musulmanes, como Arabia Saudita,
proscriben absolutamente la construcción de iglesias en sus territorios. La
práctica de un culto cristiano está prohibida a los extranjeros residentes en
el país. En la mayor parte de los países musulmanes, la entrada o la residencia
de sacerdotes cristianos es casi imposible, y todo proselitismo está
rigurosamente prohibido, bajo pena de expulsión inmediata. En Europa, el
proselitismo musulmán está protegido y financiado (construcción de mezquitas)
por los poderes públicos, confundiendo la laicidad con la ingenuidad. La regla
de la reciprocidad que por siempre ha regido el derecho internacional no se
corresponde aquí, y los europeos lo aceptan con toda naturalidad, en su
demérito, esta regla del «dos pesos, dos medidas», que a los ojos musulmanes no
es sino un signo de debilidad y de claudicación, que justifica y legitima la
«voluntad divina» de su movimiento de conquista etno-religiosa de Europa. En el
espíritu del Islam, el hecho de que los europeos no exijan a los países
musulmanes la misma neutralidad laica, la misma libertad de culto que ellos
practican hacia los musulmanes, significa aquí que «Los europeos saben que
están en el error; ellos reconocen la superioridad del Islam y ante la
superioridad de Allah se postergarán ante nosotros reconociéndose Infieles y
que es justo que sean para nosotros tierra de conquista»; estas palabras de
un famoso imán egipcio fueron recogidas en el diario AI Ahram, de El Cairo.
Los
europeos ignoran los mismos fundamentos del Islam, especialmente el cínico
imperativo de las tres etapas de conquista: en un primer tiempo, la comunidad
musulmana instalada en un territorio extranjero, al encontrarse en minoría,
debe practicar el «Dar al-Sulh», la «paz momentánea», para que los infieles, en
su ignorancia e ingenuidad, permitan el proselitismo islámico en su propio
suelo, sin exigir ninguna reciprocidad en tierras musulmanas. Es la etapa que
vivimos actualmente en Europa, que hace creer que un Islam laico y europeizado
es posible.
En un
segundo tiempo, cuando la implantación de la comunidad islámica está
confirmada, entra en juego el imperativo de la conquista y de la violencia. Es
el «Dar al-Harb», donde la tierra de la infidelidad se convierte en «zona de
guerra», y en la cual toda resistencia a la implantación del Islam debe ser
aplastada, ya que su número suficiente hace posible que los musulmanes
abandonen la prudencia de los primeros tiempos de la conquista. Esta es la fase
que no tardaremos en vivir: ya estamos viendo las premisas.
La tercera
etapa es aquella en la que los musulmanes acaban por dominar. Es el «Dar
al-Islam», el «reinado del Islam». Los judíos y los cristianos son tolerados
como minorías, sujetos a un derecho inferior como «dhimmis» («protegidos») que
les sustrae la mayor parte de sus derechos civiles; los paganos politeístas
(«idólatras») y los ateos son perseguidos, y toda la población debe someterse a
las reglas sociales del Islam. Los no-musulmanes no pueden beneficiarse de una
posición social dirigente.
Para muchos
actuales líderes islámicos mundiales, el objetivo declarado es imponer en
Europa la ley del «Dar al-Islam». Hablamos de un proyecto planificado, de una
voluntad política puesta en marcha, ya que Dios así lo ordena. El Islam es un
universalismo absoluto y proselitista con vocación imperativa de conquistar
toda la tierra. El proselitismo cristiano desea imponer una fe universal, pero
el proselitismo musulmán desea implantar una civilización, un modo de vida y
una sumisión política. El Islam no es tanto una religión, en el sentido
espiritual del término, como un imperialismo político y étnico con la voluntad
de implantar en todos sitios una civilización intolerante en la cual los
musulmanes dominarían a todos los demás, como el hombre domina a la mujer.
Pretender separar, en el Islam, la política de la religión es completamente
vano; ambas no son sino una sola y la misma cosa.
Los
sermones de los imanes en las mezquitas de nuestros suburbios, que los
Islamófilos de salón no han entendido jamás, apelan abiertamente a la conquista
del suelo francés y al trabajo proselitista de conversión. Desde hace tiempo
las noticias dan cuenta de ciertos imanes que predican directamente la
violencia armada. Cuando se piensa que el ecumenismo jamás ha funcionado con
los protestantes y los judíos, ¿cómo imaginar que pudiera ser posible con el
Islam? Es la fábula del pastor que deja entrar en el aprisco a los lobeznos;
cuando crecieron y se convirtieron en lobos ya era tarde.
La doctrina
de la cohabitación de comunidades es inaplicable al Islam. Los partidarios del
chador, de los derechos específicos al culto musulmán, de una cohabitación
harmoniosa como una «piel de leopardo» según un confuso derecho a la
diferencia, se equivocan de cabo a rabo. Porque el Islam es visceralmente
opuesto a todo derecho a la diferencia. Su monoteísmo absoluto le ordena reinar
sin oposición sobre la sociedad conquistada. Intrínsecamente, el Islam se
piensa a sí mismo como la única comunidad legitima, la comunidad de los
creyentes, que posee el monopolio de la existencia y de la expresión, y donde
las otras comunidades no pueden beneficiarse sino de un status inferior de
infieles y tolerados. Para el Islam, una sociedad plural, caleidoscópica, es
fundamentalmente impía; no es más que una transición para conseguir la
dominación de una comunidad –la musulmana sobre las otras–, preludio para su
eliminación o conversión.
Hoy día,
los líderes musulmanes, en las sociedades europeas, juegan la carta de una
coexistencia comunitaria, y proclaman sus sentimientos laicos. Pero no dejan de
tener como objetivo a largo plazo la implantación de la «sharía», la ley
islámica. La aceleración de la historia demográfica llegará a convencer a los
más escépticos.
¿Saben que
el Islam es el más ardiente defensor de lo «Único», que rechaza y refuta todas
las diferencias? ¿Imaginan los defensores del chador en las escuelas
republicanas que en los colegios coránicos de Francia las cruces, las estrellas
de David, los martillos en miniatura, cualquier tipo de medallas y símbolos
religiosos ajenos al culto musulmán están prohibidos sin apelación?
El Islam
funciona exactamente según el mismo principio totalitario que el comunismo. Al
igual que éste, con sus doctrinas del proletariado como única comunidad, de la
lucha de clases y del partido único, el Islam tiene vocación de absorber todo
el campo social y político. La visión de una sociedad de «libertad de
comunidades» le es tan extraña como insoportable, tal como el multipartidismo
lo es para el comunismo. Durante los años cincuenta, los comunistas tomaron la
consigna de no hablar de la dictadura del proletariado y la conquista de la
sociedad, tal como los Islamistas esconden hoy sus verdaderos objetivos,
hablando de multipartidismo y de libertad de opinión. El comunismo se derrumbó.
Pera en el Islam, tal mutación es imposible. Marx está desacreditado, pero no
Allah.
Desgraciadamente,
aquellos intelectuales o políticos que defienden al Islam no le conocen.
Ignoran su naturaleza teocrática según la cual todo Estado es ilegítimo si no
se rige según los preceptos de la religión islámica. Para un musulmán no pueden
coexistir una ley laica neutral y pública y una ley musulmana fundada sobre la
fe y que se extiende hasta el dominio privado. La fe y la ley son
indisociables, lo cual significa que desde el momento en que la religión islámica
deviene mayoritaria en un país, tal país debe abandonar sus costumbres
legislativas y adoptar el derecho coránico. Si nada se le opone, si la lógica
demográfica se consuma, el Islam devendrá la religión mayoritaria en muchos
países de Europa. Sería una estupidez pensar que entonces no pasaría nada…
Los
europeos subestimamos la determinación islámica, su potencia y su peligro.
Consideramos que son «una religión como cualquier otra», que se inscribe en un
«nicho», como el judaísmo o el budismo, cuando en estas religiones no existe en
absoluto la obligación del proselitismo. El Islam no reposa sobre
especulaciones, dudas, interrogaciones, abstracciones, sino sobre principios.
Por definición, estos principios son intangibles. Para hacerse respetar ante los
musulmanes habría que hacerles respetar los mismos principios intransigentes
que ellos manifiestan. Conviene sobre todo no mostrar ninguna debilidad,
ninguna tolerancia ante sus exigencias.
El genio
del Corán no reside en su espiritualidad religiosa, que es casi inexistente,
sino en constituir el mejor tratado de estrategia de conquista geopolítica de
la humanidad. El Corán supera con creces las obras de Sun-Tzu, de Maquiavelo o
de Clausewitz.
La mayor
parte de los europeos no se han dado cuenta, especialmente los islamófilos y
los inmigracionistas; ninguno de ellos ha leído jamás el Corán, ni habla árabe,
ni han puesto jamás sus pies en país musulmán alguno. Para ellos, el Islam, y
toda la inmigración, son hechos abstractos, lejanos, simpáticos. Son gentes que
viven una vida propia de las clases descomprometidas, virtual, alejada de la
realidad; son gentes que se derrumbarán ante la realidad que se aproxima.
¿Qué nos
depara el porvenir?, preguntaba Albert Kehl. «Un sobresalto de autoridad que
traerá la calma, la obediencia a nuestras leyes, y por lo tanto el fatalismo
instalado por un tiempo entre la población musulmana, el dejarse llevar,
estallará en un punto de fanatismo declarando la conversión al Islam o la
condición de “dihimmis” de nuestro pueblo sobre nuestro propio suelo hasta los
tiempos indefinidos. La única solución verdaderamente eficaz, la única digna
para nosotros, pueblos de Europa, pasa por el retorno a sus países de origen de
la inmensa mayoría de los Islamistas».
Se puede
decir mejor, pero no más claro. Bien entendido, este género de propuestas es
hoy considerado, en estos tiempos de neurosis etnomasoquista, como diabólico.
No es perverso el permitir que el enemigo nos conquiste, pero es perverso que
nos defendamos. Bien, seamos perversos.
El Islam
está fundamentalmente atormentado por la idea de la guerra santa. Los conceptos
de muerte, de venganza, de exterminio, de matanza son constantes en el Corán.
Quienes hablan del Islam como una religión de paz y de cohabitación son
precisamente aquellos que ignoran el Islam. Los recientes sucesos en Afganistan
y Argelia, Chechenia y Macedonia, las escenas de barbarie cotidiana, son un
hecho consustancial al Islam. No se trata de accidentes o de crímenes cometidos
por falsos musulmanes, sino de un salvajismo inscrito en el cuadro teológico de
esta religión. Se pretende hacer creer que existen un fundamentalismo
extremista y un Islam civilizado. Se olvida que el mismo «Islam civilizado»
puede en cualquier momento devenir bárbaro, pues el Corán se esmalta con
llamamientos a muerte contra los infieles o los traidores. El «no matarás» es
una prescripción desconocida entre los musulmanes.
Para
mostrar que no hablamos de fantasmas o de acusaciones malévolas, veamos algunos
pasajes del Corán, ampliados con unos comentarios. Sura 2, versículo 190: «Y
combatid en la senda de Dios a aquellos que os combaten»; sura IX,
versículo 5: «…Y matadlos donde les encontréis, cazadlos, sitiadlos,
preparadles toda clase de emboscadas». Aquí se encuentra la justificación
del mártir, una de las bases fundamentales del terrorismo Islamista: «Que
seáis muertos o que seáis matados, sí, es con Dios con quien os reuniréis. No
penséis como difuntos a los que han muerto en la senda de Dios (la guerra
santa), al contrario, viven al lado de su Señor. Porque la vida presente no es
sino un objeto de goce engañoso. Aquellos que están expatriados, aquellos que
han sido expulsados de su residencia, que han perseguido Mi sendero, que han
combatido y que han sido muertos, Yo les haré entrar en el paraíso» (sura
3, versículos 158, 169, 185, 195). El morir en el nombre de Dios es la
certidumbre de obtener el paraíso. La fuerza del Islam reposa en estos
simplismos brutales. He aquí otros versículos, recogidos de las suras 4, 5, 8,
9, 17, 33, 47
«A
quienquiera que combate, tanto si muere o vence, Nosotros le daremos un gran
salario. No cojas amigos entre los infieles hasta que ellos acepten la senda de
Dios. Pero si ellos se vuelven de espaldas, matadles entonces y donde les
encontréis». «Por consiguiente, si
ellos no quedan neutros ante vuestras consideraciones, no les tenderéis la paz
y no les daréis la mano, sino que les matareis allá donde les encontréis. No
son iguales los creyentes que se quedan sentados y los que luchan en la senda
de Dios». Aquí se puede ver, en esta afirmación de la superioridad
intrínseca del mujaidin; que la guerra santa es una etapa permanente, casi
obsesiva. «El musulmán que combate, que milita, es superior a aquel que se
contenta con practicar su fe». «Y cuando os lancéis sobre el Mundo, no temáis
que los infieles os pongan a prueba, los infieles son para vosotros,
verdaderamente, enemigos declarados».
Triple
alusión: en situación de debilidad, el musulmán puede practicar el engaño y no
seguir su religión para así obtener ventajas, por otra parte todo ecumenismo
con otras religiones está proscrito. La Iglesia católica es una ingenua… En
fin, el deber del Islam es la conquista.
Buena
conciencia del combatiente o del terrorista: «Cuando das muerte, no eres tú
quien les da muerte, sino que es Dios quien les mata. Y cuando disparas (la
flecha), no eres tú quien dispara, sino que es Dios quien dispara. Oh, Profeta,
anima a los creyentes al combate».
Conquista y
guerra santa permanentes son preferibles al trabajo, a la perspectiva y a la
fundación, a una civilización pacífica: «Oh, los creyentes. Partid en
campaña en la senda de Dios. ¿Os agrada la vida presente? ¿Os pesa más la
tierra que el más allá? Si no partís en campaña, Dios os castigará con un
castigo doloroso. Ligeros o pesados, partid en campaña y luchad en la senda de
Dios. Quienes se retrasan y se quedan sentados se oponen al mensaje de Dios y
rechazan combatir en la senda de Dios. ¡Oh, los creyentes! Combatid a los
infieles que se os acerquen, que encuentren en vosotros la fuerza».