INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

martes, 30 de agosto de 2022

EL PRESENTIMIENTO DE LA GUERRA QUE VENDRÁ (III) - 1939 CRISIS DEL IMPERIO INGLÉS - 2022 CRISIS DEL IMPERIO AMERICANO -GUERRAS PARA RETRASAR LA CAÍDA

Los paralelismos entre la situación y los movimientos previos a la Segunda Guerra Mundial y la situación actual resultan escalofriantes para aquel que conoce la historia de aquella época. No es raro que la “industria cultural” tienda a reducir aquel conflicto a tres puntos: “Hitler = loco expansionista”, “Holocausto” y “victoria de la democracia”… con lo cual, resulta imposible entender todo lo que ocurrió antes -¿cómo fue que Hitler llegó al poder y cómo Alemania en tres años, entre 1933 y 1936 se pasó del hundimiento económico a una economía pujante e inédita en la historia del país- y todo lo que ocurriría después -¿cómo fue posible que ya en las últimas semanas de la guerra se presintiera lo que iban a ser los 40 años de Guerra Fría? ¿cómo es posible que dos de los vencedores, Francia y el Reino Unido, 15 años después de su victoria hubieran visto evaporados sus imperios?-. La “versión oficial” de la Segunda Guerra Mundial, está articulada de tal manera que, a fuerza de repetirla una y mil veces, ha pasado a ser un producto clásico del “ministerio de la verdad” que, además, ningún historiador se atreve a contradecir, porque al hacerlo, se exponen a ver sus carreras en barbecho, en vías muertas y, en el peor de los casos, a enfrentarse a procesos judiciales. No, no es una “conspiración”, es simplemente un “acto de prevención” con el que, especialmente los EEUU y los instigadores de la Segunda Guerra Mundial, se guardan de poder utilizar el mismo mecanismo en caso de que aparezcan nuevos enemigos de su poder mundial.

Y esa ocasión ha llegado: EEUU está perdiendo cada día que pasa, un poco más de su posición de “primera potencia mundial”. Su ejército ha sido derrotado en Irak y Afganistán, en donde, ninguno, absolutamente ninguno de los objetivos propuestos al iniciarse el conflicto, ha sido alcanzado. En donde, a pesar de no tener un número excesivo de bajas -como tampoco en la Segunda Guerra Mundial, los EEUU sufrieron excesivas bajas: 174.000 muertos, son muy poco comparados con los 9.360.400 muertos de la URSS o los 3.640.000 muertos del Reich… o en la guerra del Vietnam en donde murieron 58.126 norteamericanos por 1.100.000 norvietnamitas- la sociedad norteamericana no pudo sostener la presión de unas guerra inútiles emprendidas, oficialmente, por “razones geopolíticas” y, en la práctica justificadas solamente para mayor gloria del complejo militar-industrial. Su situación es muy parecida a la del Reino Unido en 1939: un imperio que amenaza disgregarse, cuyas costuras se mantienen por la presencia militar y naval en todos los escenarios, pero cuya sociedad ha perdido interés en el Imperio y los beneficios solamente son cosechados por las grandes corporaciones. Reino Unido en 1939 y EEUU en 2022 son dos imperios al borde de la evaporación, conteniendo en su interior todos los elementos para intuir que han agotado su ciclo vital.

Desde Vietnam, la esperanza del Pentágono era entrar en lo que llamaron “guerras asimétricas” en las que todas las bajas correspondieran “al enemigo” y el bando propio no registrara ni una sola escena de bolsas de plástico y féretros repatriando soldados. Y ese sigue siendo, aún hoy, el concepto. Pero, finalmente, todo lo que implica dominio, conquista, victoria, implica que, antes o después, se debe producir la ocupación del territorio por parte de unidades de infantería. Y es aquí en donde los sistemas contrainsurgencias, la observación a distancia, las redes de inteligencia, se muestran incapaces de contener ataques de guerrilleros motivados. Y esto pertenece al pasado más reciente, casi a la actualidad informativa: estas semanas se ha cumplido un año de la llegada de los talibanes a Afganistán. En 1939, el Reino Unido envió un “cuerpo expedicionario” a Francia. Después de haber arrastrado a Francia al conflicto, el Reino Unido, tras el avance alemán de mayo de 1940, optó por refugiarse en Dunkerque y reembarcar abandonando a los franceses (y, dos semanas después, bombardeando a la escuadra francesa en Mers-el-Kevir). En 2022, ningún europeo quiere comprometer a su país en una guerra con Rusia en defensa de la “democracia en Ucrania” o de la integración de Ucrania en la OTAN o en la UE… Y, por lo demás, hay que dudar de la eficacia del ejército norteamericano en una lucha en Europa que no despertaría entusiasmos en los EEUU como se podía dudar en 1939 de la eficacia inglesa en defender un territorio que no era el propio. Los polacos creyeron en esa eficacia y Polonia desapareció del mapa en apenas tres semanas. El peor aliado es aquel que no está en condiciones de cumplir sus promesas. El Reino Unido no lo estaba en 1939, ni lo están hoy los EEUU.

Hasta la Primera Guerra Mundial, la historia de los EEUU era la historia de un país gobernado por unas élites mesiánicas desconectadas por completo de una población que creía verdaderamente en el contenido de sus documentos fundacionales y convencidos de que estaban constituyendo una sociedad libre. La historia de los EEUU empieza con una gran mentira: el “motín del té de Bostón” en donde los miembros de la logia masónica de la ciudad se disfrazaron de indios, atacaron un buque inglés anclado en el puerto y arrojaron las cajas de té al mar. Fue la primera operación “false flag” de su historia (salvo que se considere el episodio del caballo de Troya como precedente mítico). Seguirían otras. Hoy se sabe, por ejemplo, que el “incidente de Tonkin” que justificó la intensificación de la guerra del Vietnam, jamás existió y se duda de la solidez de la “versión oficial” sobre los ataques del 11-S que dieron lugar a las invasiones de Afganistán e Irak, como se duda también de que el gobierno de los EEUU no conociera la fecha de ataque a Pearl Harbour, sin el cual los EEUU no hubieran podido entrar nunca en la Segunda Guerra Mundial.

Históricamente, la población norteamericana siempre ha sido aislacionista, pero las élites han precisado guerras de conquista para ampliar su cuenta de resultados. Y para obligar a la población a abandonar ese aislacionismo tradicional y lograr que aceptaran morir en los escenarios más alejados de sus grandes, se vieron obligados a recurrir a dos métodos, por este orden: el papel instigador de los medios de comunicación (que preparaban el camino) y la operación de “bandera falsa” (que provocada el traumatismo en la conciencia americana: “o ellos o nosotros”).

Siempre ha sido así y no hay motivos para pensar que esto cambiará alguna vez. La única defensa de la “verdad oficial” consiste en tildar de “conspiranoicos” a quienes presentan pruebas y razonamientos lógicos para demostrar que se ha producido una operación de “bandera falsa”, e insistir en los quiméricos contenidos de la “verdad oficial”. Y recordamos que hoy, en 2022, el poder de penetración y la concentración de los medios de comunicación es mucho mayor que en los tiempos en los que Randolph Hearst declaró la guerra a España solamente excitando a la población norteamericana, para ampliar las ventas de sus diarios.

Así pues, el “anuncio” de una próxima guerra es una mecánica con pocas innovaciones en el último siglo y medio de historia. Pero sería absurdo considerar que solamente la “provocación” (o, si se prefiere, la operación “false flag”), bastan para generar un conflicto. Ese es solamente, el detonante. Pero, para llegar hasta allí se tienen dar una serie de condiciones previas que afectan, por un lado, a la preparación del conflicto y síntomas que evidencien que se trata la única salida lógica para la “élite” que gobierna aquel país

Vemos cuales son estos elementos:

1.- Crisis económica prolongada con imposibilidad de salida

En 1939, los EEUU vivían todavía las consecuencias de la crisis de 1929. Dirigía el país Franklin Delano Roosevelt, el presidente que, por las circunstancias ha tenido un mandato más largo en la historia del país: 12 años. Llegó al poder proponiendo un “New Deal” (= nuevo acuerdo) que consistía en una serie de programas de ayudas sociales e inversiones públicas. A pesar de que este “new deal” suele ser considerado por los historiadores oficialistas como un “éxito”, lo cierto es que constituyó un inmenso fracaso. Copiamos de Wikipedia, de la entrada sobre el presidente Roosevelt: “El New Deal no resolvió la crisis, que perduró hasta que Estados Unidos movilizó su economía con la Segunda Guerra Mundial, momento en el que el número de parados seguía siendo alto”. En efecto, los motivos del fracaso hoy están muy claros y fueron los mismos por los que los planes de Zapatero E2010 de 2009 no sirvieron para nada: al entregar a las autoridades autonómicas y locales (en el caso de los EEUU, a los Estados) los fondos para invertir en infraestructuras, la “parte del león” de los mismos fue a parar a constructores y empresarios y no volvió al circuito social de consumo y de reactivación económica, sino a las cuentas bancarias de élites y patronos. Y esto misma explica por qué planes similares de construcciones de infraestructuras entre 1933 y 1936 en el Tercer Reich tuvieran éxito: en efecto, el dinero era invertido directamente por el Estado, a través de empresas públicas creadas al efecto y se evitaba la parte de beneficios de los empresarios privados.

Esto hizo que, en 1938, la situación fuera extremadamente difícil para la administración Roosevelt: el desempleo seguía  manteniéndose alto y, para colmo, en 1937 se produjo una desaceleración de la economía que se prolongaría hasta que se inició la Segunda Guerra Mundial y los EEUU, a pesar de su neutralidad inicial, empezaron a producir municiones y material de guerra que exportaron al Reino Unido. En 1942, la producción ya había logrado superar los baches de 1929 y de 1937 e inició el “gran despegue” o los “30 años gloriosos” que se prolongarían hasta la crisis del petróleo de 1973.

Los historiadores del futuro, no podrán limitarse a eludir el problema del fracaso del “new deal”. Si hoy persisten en esa idea se debe a que, reconociéndola, aparecen claramente los motivos por los que los EEUU, en 1938 hicieron todo lo posible para que el problema de Danzig fuera irresoluble y llevara a un nuevo conflicto. Por otra parte, desde 1933 el Consejo Judío Americano había declarado la guerra a Alemania en el mismo momento en el que Hitler llegó al poder. Esto implicaba que buena parte de la prensa, de los medios de comunicación y de Hollywood, adoptarían esa posición desde el momento en el que la presencia judía era muy notable.

Así pues, si aceptamos el hecho demostrado de la incapacidad de los procedimientos “keynesianos” para reactivar la economía norteamericana, entenderemos que la única vía para poner en marcha de nuevo las fábricas, era generando las condiciones para que estallara una guerra, bien en Europa, o bien en Asia. En cualquiera de los dos casos, EEUU se configuraría, inicialmente, como proveedor de armamentos, tarea que, en sí misma, ya suponía reactivar los circuitos de producción.

Paralelamente existía una segunda intención: el proyecto de convertir los EEUU en potencia hegemónica mundial. Y, para eso, era necesario intervenir en la guerra directamente. Pero, el problema que se le planteaba a Roosevelt era que, después de casi una década de “operaciones psicológicas” para convertir al americano medio en belicista, la mayoría del pueblo norteamericano, era partidario de mantener la postura aislacionista. Esto explica, el porqué, inmediatamente estalló la guerra chino-japonesa en 1937, los EEUU firmaron con China un contrato secreto por valor de 50.000.000 de dólares, enviando 100 aviones Curtiss P-40 y 300 militares norteamericanos (dados de baja nominalmente del servicio para no involucrar a su país y atraídos por la paga) dirigido por el general Claire Lee Chennault (que había sido dado de baja en EEUU y entró en china como “agricultor”). Y por qué, a partir de 1938, los EEUU iniciaron el embargo de petróleo y de minerales en bruto, congelaron los bienes japoneses en territorio norteamericano y cerraron el canal de Panamá a buques japoneses. Pero, a pesar de que los medios de comunicación norteamericanos solían aludir a masacres y crueldad en China, no lograron que la opinión pública norteamericana aceptara entrar en una guerra abierta contra Japón (que hubiera implicado también guerra contra Alemania, en el momento en el que la Operación Barbarroja suscitaba simpatías en la opinión pública y había neutralizado los resultados de las operaciones psicológicas belicistas). Los EEUU entraron en “negociaciones” con Japón que alcanzaron su clímax con la nota del Cordell Hull, secretario de Estado, del 26 de noviembre de 1941 que fue considerado por el gobierno japonés como un “ultimátum”.  A partir de ese momento, los EEUU, solamente esperaron el ataque a Pearl Harbour -que conocían bien y que hubieran podido desactivar- que, por sí mismo, cambio de un día para otro, la opinión del pueblo norteamericano y facilitó la entrada en guerra, no solamente contra Japón, sino también en Europa.

Esa misma situación es la que, en estos momentos, se está generando. Después de prometer a Gorvachov que la frontera de la OTAN no se movería, los EEUU facilitaron la ampliación de este organismo hacia el Este: pero, ya en 1991, instigados por los EEUU, Polonia, Hungría y Checoslovaquia pidieron el ingreso en la UE y en la OTAN y llevar a cabo reformas militares para equiparar sus ejércitos a los de la OTAN. En la Cumbre de Madrid de 1997, Polonia, Hungría y Chequia, ingresaron. En la Cumbre de Washington de 1999, la OTAN emitió directrices para la adhesión de Albania, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Macedonia, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, a los que se sumaría Croacia, países que se integraron en la Cumbre de de Estambul en 2004. En 2017 ingresaría Montenegro y en 2020 lo hizo Macedonia del Norte. Así pues, la promesa realizada en 1990, por el secretario de Estado de EEUU, James Baker, al presidente Mijaíl Gorvachov, había demostrado ser papel mojado. Un simple engaño. Y no solo eso: la ampliación iba a proseguir con la incorporación de Ucrania que desató, finalmente, el conflicto.

¿Por qué ese conflicto y por qué ahora? Los dos años de pandemia sirvieron solamente para aplazar el gran problema que se presentía en 2019: la inflación castigaría a la economía mundial. El confinamiento detendría el consumo y, consiguientemente, la economía se “enfriaría”, como, efectivamente, así ocurrió. Pero el problema fue que, dos años después, al reactivarse el consumo, la inflación, contenido en los años anteriores, se disparó.

A esto se unió el problema interior de los EEUU y la lucha entre el stablishment y el “nuevo conservadurismo” (o “nuevo aislacionismo” representado por Trump). La medida de manual para contener la inflación es subir los tipos de interés, encarecer el dinero, en una palabra. Y eso fue lo que se está aplicando en estos momentos. Eso, indudablemente, afecta a la población, que ve encarecidas las hipotecas y los préstamos, pero, beneficia a los grandes poseedores de capital que ven como su dinero evitar la pérdida de valor con los procesos inflacionistas y, por el contrario, genera más intereses. Pero, el problema ha sido que la subida de tipos de interés ha “enfriado” la economía y los EEUU han entrado en recesión en un momento muy peligroso en el que el país esta divido en dos (progresistas pro-stablishment y conservadores trumpistas).

En este contexto, la instigación para la entrada de Ucrania (y luego de Finlandia y Suecia) en la OTAN suponen verdaderas provocaciones anti-rusas, en un momento en el que el gobierno ruso no manifestaba absolutamente ninguna tendencia belicista ni expansionista. Porque, tras la entrada de Ucrania en la OTAN era evidente que la siguiente maniobra sería atacar el corazón del régimen ruso. Vale la pena recordar aquí que la responsabilidad en el desencadenamiento de una guerra no es de quien disparó primero, si no de quien creó la situación para que alguien disparara. Y, en este caso, la responsabilidad de los EEUU es absoluta, total e incontrovertible, de la misma forma que en 1937-1941, Japón tuvo todo el derecho de sentirse agredido por los EEUU que intervinieron en el contencioso que mantenía con China. Al igual que, en esta ocasión, los EEUU han seguido aguijoneando en dirección a la guerra:

- obligando a los países europeos a comprometerse a favor de la OTAN (esto es, a favor de los EEUU, pues nadie puede dudar de que, más que una “alianza”, esta organización es el rebaño dirigido por el perro pastor del Pentágono, esto es, una estructura militar que certifica y evidencia la dependencia política de Europa y su estado de vasallaje en relación a los EEUU), aun a sabiendas de que este compromiso iba a ser mucho más perjudicial para los pueblos europeos y no iba a significar absolutamente nada para Rusia.

- enviando armamento sofisticado de última generación a Ucrania, simplemente para observar su comportamiento en combate y su utilidad. Algo que ya realizaron en la guerra chino-japonesa de 1937-1945, enviando a los Curtiss P-40 con sus tripulaciones. Parece demasiado evidente que las asimetrías entre Rusia y Ucrania hacen completamente imposible una victoria ucraniana y que seguir enviando armas a este país, supone un intento de prolongar una guerra, en lugar de entrar en negociaciones.

- realizando maniobras de aislamiento contra otros países considerados por el stablishment como “enemigos” (léase “competdores”): tal ha sido el viaje de Nancy Pelosi (miembro del partido demócrata, presidenta del congreso y uno de los pesos pesados del stablishment) a Taiwán (país que fue abandonado por los EEUU desde 1972, tras la “política del ping-pong” y del viaje de Nixon y Kissinger a Pekín y del que no se había vuelto a preocupar, sino más bien que ha hecho todo lo posible por aislar y expulsar de foros internacionales) y luego la formalización de un primer acuerdo económico-comercial con el gobierno de este país, por el simple hecho de que supone un gesto hostil hacia la República Popular China a causa de su acercamiento a Moscú. A lo que ha seguido, el envío de dos pequeños destructores a la zona que separa la masa continental china de la isla de Formosa. No es nada que no hubiera hecho antes una administración norteamericana: desde 1937, Roosevelt mantenía comunicación con Stalin para tratar de aislar a Alemania. Igualmente, la actividad de Roosevelt convenciendo al gobierno polaco de 1938-39 de que se cuidara de negociar con el Reich y de garantizarle todo el apoyo diplomático y militar, constituyó otro frente del complejo panorama europeo que culminó con el estallido de la guerra por un problema que hubiera podido resolverse por la vía de la negociación. Si Polonia se negó a negociar fue, precisamente, por la presión anglo-americana.

- enviando información estratégica, obtenida mediante satélites espía, al mando militar ucraniano, asumiendo la dirección de las operaciones psicológicas mientras dure el conflicto. Las fake news no son cosa del siglo XXI, empezaron a multiplicarse durante la Primera Guerra Mundial, se hicieron habituales para la “causa antifascista” en los años 20 y 30 y dominaron la narrativa de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Las cosas no han sido muy diferentes desde el inicio del conflicto ucraniano: cada mañana asistimos a la ración de fake news aportadas por cada parte. Detrás de muchas de ellas, son perceptibles los mismos elementos presentes en todas las operaciones psicológicas desarrolladas por el Departamento de Estado de los EEUU y por sus organismos de inteligencia: utilización preferentemente de mujeres y niños como víctimas, informaciones sobre crueldades cometidas solamente por un bando que ni siquiera se tiene la seguridad de si son ciertas o faltas pero que, en cualquier caso, han sido manipuladas y/o exageradas, informaciones sobre victorias imposibles en frentes en donde no se ha producido ninguna actividad militar, noticias sobre bajas asimétricas y sobre deserciones en el bando contrario, noticias sobre ataques a hospitales, centrales nucleares y colegios, inútiles desde el punto de vista militar, pero efectivos para proclamar la crueldad y la irresponsabilidad criminal del otro bando… Tras la mayoría de estas noticias se reconoce perfectamente el “buen hacer” de los laboratorios de operación psicológicas que han actuado en la guerra de Siria, en la guerra de Irak, en la guerra de Afganistán y que han contribuido a reforzar el relato norteamericano de estos conflictos, utilizando el cual resulta incomprensible su final.

2.- Aparición de “potencias emergentes” que comprometen el proyecto unilateralista norteamericano.

En 1939, la aparición de un “nuevo poder” en Europa, representado por los fascismos, se unía a la decadencia que experimentaban el imperialismo francés y el británico desde el final de la Primera Guerra Mundial. La importación masiva de tropas procedentes de las colonias para combatir a los Imperios Centrales, hizo que -y fue Spengler el primero en señalarlo en Años Decisivos- favoreció el que sectores nativos de esas colonias se dieran cuenta de que el “hombre blanco” no era invulnerable, aprendieran el manejo de armas y empezaran a pensar que nunca más volverían a enviarlos a morir por una causa que no era la suya, sino la de la metrópoli colonial. Eso hizo que, a lo largo de los años 20, empezaran a fermentar ideas independentistas en esas colonias que luego, en el curso de los 30, cristalizaran en movimientos de “liberación nacional”. Tras la Segunda Guerra Mundial, en todo el mundo árabe, en Asia y en la zona subsahariana el clamor por la independencia que el observador atento podía escuchar desde mediados de los años 20, cristalizó y la descomposición de los imperios europeos quedó patente.

La enseñanza histórica muestra que los “imperios” modernos, no son eternos, sino que su ciclo vital es cada vez más breve. Nada que ver con el milenium del Imperio Romano y nada, por supuesto que ver con la longevidad del imperio chino. Cuanto más “moderno” es un imperio, más breve es su ciclo vital. El imperio británico quedó establecido oficialmente en 1497 y se disolvió en 1997, pero estaba muerto a partir de la independencia de la India en 1947, antes incluso de lo previsto. En ese momento el Reino Unido estaba prácticamente en bancarrota, con insolvencia que solamente se había evitado el año anterior, después de que los EEUU le concedieran un préstamo de 4.330.000.000 de dólares (que se acabó de pagar en 2006). Cuando Francia y el Reino Unido intentaron recuperar el terreno perdido en 1956 invadiendo el Canal de Suez, se dieron cuenta de que ya no pesaban en la escena internacional: EEUU impuso la retirada, mientras la URSS aprovechaba la invasión para liquidar la revolución anticomunista en Hungría. Francia, por su parte, se benefició tras la Primera Guerra Mundial de la incorporación de colonias sustraídas a Alemania (Togo y Camerón) y mandatos en territorios que habían pertenecido al Imperio Otomano (Siria y Líbano), pero inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial empezó a descomponerse rápidamente y, tras las pérdidas traumáticas de Indochina y Argelia, la “grandeur” fue solamente una fantasía megalomaníaca del general De Gaulle.

A partir de 1945 el mundo quedó dividido entre la “zona de influencia” norteamericana y la “zona de influencia” soviética. Tras los 40 años de Guerra Fría (1948-1989), siguió el breve período de hegemonía indiscutible de los EEUU (1989-2001) que terminó en un momento indeterminado entre la caída de las Torres Gemelas y la crisis económica iniciada en 2007 (con el estallido de las hipotecas “subprimes”). A partir de ese momento, tres hechos pusieron fin a la hegemonía de los EEUU: la reconstrucción de Rusia operada por Vladimir Putin, el formidable despegue económico de la República Popular China y la aparición de “potencias emergentes” (India, Brasil, Irán). Fue solamente durante la presidencia de Donald Trump que los EEUU comprendieron que ya no eran “la única potencia global”, sino una más en un mundo que, a partir de ese momento, iba a ser “multipolar”. A partir de ese momento, la gran contradicción y el gran riesgo de nuestro tiempo es la inevitable decadencia del “imperio americano” y su resistencia a no ser solamente una “pata” más de un orden multipolar asentado sobre distintas potencias regionales.

En ese contexto, el gran drama europeo es haber renunciado a su proyecto unitario que hubiera debido tender hacia la independencia y soberanía política, económica y militar del continente, confirmándose como otra de las “patas” del orden multipolar. En lugar de eso, la UE aceptó ser la “delegación” en esta región del globo del sistema de economía neoliberal globalizado, seguir acogiéndose al teórico paraguas protector ofrecido por los EEUU en el seno de la OTAN, ante riesgos inexistentes, y aceptar ser un enano político sin personalidad ni peso en la escena internacional.

En 1939 era el imperialismo británico el que declinaba a mayor velocidad. El “partido de la guerra” británico (Churchill, Lord Halifax, Anthony Eden) temían -y, con razón- que la irrupción del Tercer Reich hiciera posible el fantasma que más temían y ante el cual la política británica mantenía una oposición constante desde el siglo XVIII: la aparición de un eje París-Berlín-Moscú. Y, en un período comprendido entre 1936 y 1938, el “partido de la guerra” británico, de común acuerdo con la administración Roosevelt, hizo todos los esfuerzos para impedir un acuerdo en Europa y azuzar el estallido de un conflicto.

El motivo era claro: Alemania se había reconstruido económica y políticamente. Tras la incorporación del Sarre, de Austria y de los Sudetes, y, tras la desintegración de Checoslovaquia, cuyas dos partes aceptaron entrar en el área del a influencia alemana, el Reich quedó formado por casi 100 millones de habitantes provistos de una capacidad industrial y tecnológica que, en apenas diez años, junto a sus países aliados, hubieran logrado con facilidad y sin necesidad de una guerra, que todo el continente europeo hubiera gravitado en torno a Berlín. La “Europa alemana” a la que aludió Thiriart. Eso implicaba, en la práctica, la expulsión del mundo anglosajón de la principal zona de consumo del mundo en aquel momento. El “partido de la guerra” británico decidió que esta hipótesis era intolerable para los intereses británicos (que, por otra parte, percibían la imposibilidad de mantener un imperio en el que, en todas partes, aparecían movimientos centrífugos) y de ahí su colusión con los intereses de la administración Roosevelt.

Ahora se da una situación parecida. Se han cumplido las previsiones geopolíticas de un desplazamiento de la economía mundial al área del Asia-Pacífico… pero lo que no se ha cumplido es la expectativa de que los únicos contendientes fueran China y EEUU. Rusia se ha reconstruido como se reconstruyó Alemania tras la Primera Guerra Mundial y la geopolítica rusa juega con estimular las relaciones de amistad con tres zonas geográficas contiguas: China, Irán y la Unión Europea. Con los dos primeros países esta política ha podido saldarse con éxitos (a los que se ha unido la creación del Grupo de Países BRICS). El problema radica en Europa (esto es, en la UE) y en su cerril alianza contra natura con los EEUU. Ya hemos demostrado que la UE es el único “aliado” seguro que le queda en el mundo a los EEUU (además del Reino Unido). La negativa a reconocer la tendencia inevitable de la política internacional y la existencia de imperios que se desmadejan (el francés y el británico en 1939 y el norteamericano en 2022) es el mayor riesgo de guerra. Porque, entonces los británicos aceptaron entrar en el juego de los EEUU, como hoy los europeos vuelven a hacerlo en el caso del conflicto ucraniano y sin ninguna resistencia (a diferencia de cuando estalló la guerra de Irak en donde sí hubo oposición a que la “doctrina del caos” se instalara en la región; sólo Blair y Aznar apoyaron la aventura colonial de Bush). El resultado fue que en 1946 el Imperio Británico, que ya estaba en crisis desde los años 30, empezó su rápida agonía, de la misma forma que hoy, la Unión Europea se encamina hacia su ocaso después de quince años de crisis.

El Tercer Reich ayer, hoy Rusia, son la excusa para llamar a formar a los vasallos para un conflicto que, de prosperar, se libraría especialmente en territorio europeo.

- Creación de focos de tensión permanentes y “guerras menores”

Desde el final de la Guerra de Secesión, los EEUU, sistemáticamente, se han cuidado de atizar conflictos locales para mayor gloria de su expansionismo y de su industria armamentística. A partir del siglo XX, se trata de que estos conflictos sucedan siempre en los lugares más alejados de los EEUU y de apoyar siempre a la fracción más proclive a los intereses de las corporaciones norteamericanas. A fin de cuentas, nada de esto es extraño: se trata de una potencia comercial, como antes lo fue el Reino Unido y que toma como modelo a Cartago. Cartago, por cierto, no se eclipsó para siempre hasta la tercera guerra púnica, cuando Roma decidió sembrar con sal las ruinas de la capital del imperio comercial.

Cuando en marzo de 1939, Roosevelt envió una “carta abierta” a Hitler, repleta de recriminaciones y amenazas, el Führer desde la tribuna del Reichstag le respondió con una contundencia que pocos historiadores tienen el valor de reconocer hoy: ante la acusación de que el Reich buscaba la guerra en Europa, Hitler recordó:

Después del Tratado de Paz de Versalles, solamente entre 1919 y 1938, se libraron catorce grandes guerras, en ninguna de las cuales Alemania estuvo involucrada, pero en las que estuvieron sin duda inmiscuidos, países del hemisferio occidental, en cuyo nombre también habla el Presidente Roosevelt. Además, se produjeron en el mismo periodo 26 intervenciones violentas y sanciones llevadas a cabo mediante el uso de la fuerza y del derramamiento de sangre.  Alemania no participó en ninguna de ellas tampoco. Sólo los Estados Unidos, desde 1918, han llevado a cabo intervenciones militares en seis casos.  La Unión Soviética, desde 1918, se ha visto involucrada en 10 guerras y acciones militares en las que la fuerza y el derramamiento de sangre estuvieron presentes. Una vez más, Alemania no participó en ninguna de ellas, ni fue responsable por lo ocurrido”.

Sin embargo, la prensa norteamericana (especialmente la controlada por capitales de origen judío), había bombardeado sistemática a la población con noticias falsas (el envío de 20.000 soldados del Reich a Marruecos durante la guerra civil española, no fue la mayor) generando la idea de que “Alemania quería la guerra”…

A lo largo de la Guerra Fría la estrategia de los EEUU consistió en desencadenar guerras, directamente o a través de terceros, en frentes secundarios. Y, cuando acabó ese conflicto con la caída del Muro de Berlín, nada varió: EEUU siguió generando más y más conflictos. ¿O es que hay que recordar que el desmembramiento de Yugoslavia y los bombardeos de la OTAN en 1999 sobre este país, no tuvieron ninguna justificación ética o política? ¿Y luego? ¿Estuvieron justificadas las invasiones de Afganistán e Irak con la excusa del “terrorismo internacional” que nadie ha demostrado jamás que procediera de estos países? ¿Vamos a dudar que las “revoluciones verdes” que sacudieron los países árabes hace diez años y sumieron  en crisis todavía hoy no superadas a países del Magreb y de Oriente Medio y guerras provocadas como en Siria, fueron instigadas sin excepción desde Washington? La “teoría del caos” establece que si una región del planeta puede declararse neutral o inclinarse a favor del enemigo geopolítico, es mejor generar una situación de crisis y guerra destructiva para que la otra potencia no pueda beneficiarse. Eso es lo que se ha hecho en Libia, en Siria… sin olvidar que ningún país en los que se produjo una de estas “revoluciones verdes” ha logrado estabilizarse diez años después (Túnez o Egipto).

Y entonces estalla el conflicto ucraniano. ¿Por qué Ucrania? En primer lugar, porque en Ucrania es un país de confianza: con una oligarquía de origen judío, como la mayor parte de altos cargos de la administración Zelensky y el propio presidente, con fuertes lazos con la comunidad judía norteamericana, Ucrania tiene la particularidad de que está en la frontera de Europa, a las puertas de Rusia, país que tiene todo el derecho a sentirse amenazado por el intervencionismo norteamericano y los silencios cómplices europeos.

Es evidente que Ucrania no tiene ninguna posibilidad de resistir mucho tiempo, incluso al ataque limitado del ejército ruso y que, enviar armamento solamente retrasa el fin del conflicto, el sentarse a la mesa de negociaciones, y empeorar la situación de la UE a causa de las sanciones impuestas a Rusia por presión de los EEUU; la UE es la verdadera víctima indirecta del conflicto. Lo que Rusia niega a Europa, lo ofrece EEUU… a un precio mucho más alto. Ahí está el motivo de uno de esos conflictos generados artificialmente. 

Una Ucrania neutral, la única fórmula que puede aceptar Rusia y que no resulta perjudicial para Europa, sino que supondría la existencia de un “estado tapón” que impidiera “roces” entre la OTAN y Rusia, equivaldría a la desaparición de una frontera de tensión y, por tanto, a corto plazo aumentaría los intercambios mutuos entre Rusia y la UE, con la consiguiente relajación del “vínculo atlántico”. Y, de la misma forma, que la política inglesa en 1939 seguía siendo la de impedir un entendimiento París-Berlín-Moscú, hoy los EEUU la han asumido con idéntico vigor.

Ahora bien, el problema es saber si el conflicto ucraniano seguirá siendo un conflicto localizado con repercusiones internacionales especialmente negativas para los países de la UE, o si degenerará en un conflicto más amplio, lo que, a fin de cuentas, es el deseo de la administración ucraniana, como en 1939, Polonia quería que Francia, Inglaterra y EEUU se comprometieran con su causa. Incluso el Estado Mayor polaco, intoxicado por informes falsos de inteligencia entregados por los países anglosajones, estaba convencido de que, en caso de estallar la guerra, el ejército polaco se plantaría en dos semanas a las puertas de Berlín… gracias a los ataques operados desde la frontera franco-alemana por las tropas anglo-francesas. 

Incluso en esto existen paralelismos: ni la Francia de 1939 deseaba la guerra, ni mucho menos estaba preparada para la guerra, ni hoy los pueblos de la UE quieren “morir por Kiev”, ni entienden que suba el precio de la electricidad, del gas y de los alimentos a causa de un conflicto que los medios de comunicación, lejos de explicar, convierten en un galimatías ininteligible. Ni siquiera quieren "pasar frío por Kiev”…








viernes, 26 de agosto de 2022

EL PRESENTIMIENTO DE LA GUERRA QUE VENDRA (II) - LA TERRIBLE DISYUNTIVA QUE SE ANUNCIA EN EL HORIZONTE

Los imperios en decadencia tienen dos opciones: reconocer su debilidad y lo finito del tiempo que todavía les queda, adaptándose a la idea de que su poder ya no es el que era, o bien realizar una fuga hacían delante, para tratar de jugar sus últimas cartas. Los EEUU, durante el mandato de Donald Trump eran perfectamente consciente de que la época del “unilateralismo” hacía tiempo que había terminado (cuando se evidenció la imposibilidad por parte del Pentágono de vencer a la resistencia iraquí y afgana y, mucho más, desde la crisis económica del 2007-2011 y del consiguiente despegue chino). La propuesta de Trump era la más razonable que podía realizarse: concentrarse en el interior del país, reconstruir las infraestructuras, reindustrializar el país y tratar de ser una “pata” más en un mundo multipolar. Trump no ha sido nada más que el despertar de un fenómeno habitual en la historia de los EEUU: el aislacionismo, el “decoupling” de cualquier alianza y de cualquier pacto exterior y la priorización del “American first”.

El norteamericano medio, con sus tradiciones extrañas a ojos de nosotros europeos, con sus tics que proceden de la llegada del May Flower, con sus tres “despertares espirituales” (que para los europeos no dejan de ser tres oleadas de supersticiones. Véase la serie de artículos que dedicamos a este fenómeno: Para entender mejor a los EEUU), con sus hitos de la guerra de la independencia y de la guerra de secesión, con la simplicidad de los granjeros y de los baptistas del Sur, está más próximo al “aislacionismo” que a cualquier otra concepción de la política internacional. Sin embargo, históricamente, los EEUU han sido gobernados por plutócratas, representantes de los distintos grupos económicos a los que han servido con fidelidad perruna, especialmente a partir de Woodrow Wilson. El control sobre los medios de comunicación ha podido operar el milagro de que un país de contrastes y contradicciones como los EEUU hayan llegado hasta el siglo XXI siendo potencia hegemónica mundial desde 1944. La inercia de los 30 años gloriosos de la economía (1943-1973) operó el milagro. Para ello hizo falta, como hemos visto, una guerra mundial y una victoria que los europeos todavía estamos pagando.

Pero esto ha llegado a su fin. Los EEUU viven una situación interior y exterior absolutamente insostenible. Todos los equilibrios generados por el propio sistema resultan absolutamente precarios. Da la sensación de que el país ha alcanzado un punto de no retorno.

La competición electoral entre Hilary Clinton y Donald Trump en 2017 no fue solamente otro episodio de la lucha entre demócratas y republicanos, fue mucho más que eso: una lucha entre dos concepciones de los EEUU. El elector tuvo que elegir entre el “stablishment” y el “americano medio”. Eso fue todo. Y eligió al “hombre hecho a sí mismo”, triunfador que, de paso, le prometía no más guerras, dedicar los esfuerzos a la reconstrucción del país, reformar, mejorar y actualizar las infraestructuras, dejar de obsesionarse por la corrección política, afrontar el problema migratorio que estaba cambian al país, y, en la práctica, una política de “decoupling” con los aliados europeos y de paz en Oriente Medio. Los EEUU debían de reducir su dependencia de la globalización, reindustrializarse y volver a ser el país de las oportunidades. La fórmula era “mirar hacia adentro”. La otra opción era, justo su opuesta: afirmar el liderazgo y la primacía norteamericana en todo el mundo, la presencia militar allí en donde se requiriera porque algún “enemigo de América” se había hecho demasiado poderoso, y todo ello acompañado por monsergas sobre “perspectivas de género”, “derecho al aborto”, “corrección política”, etc. Y los EEUU votó por la primera opción.

Desde entonces, el stablishment reaccionó de manera histérica: una cosa era que en algún pequeño país europeo gobernara algún partido populista y otra muy diferente que el populismo hubiera vencido en la meca de las multinacionales, del dominio corporativo, en la Meca del neocapitalismo. Desde el primer día que se conoció el resultado electoral, el stablishment declaró la guerra a su gobierno y a él mismo. Esa guerra se prolongó durante cuatro años hasta llegar a las elecciones de 2020 concluidas con aroma de fraude. Pero la guerra contra Trump no se detuvo allí. Se prolonga todavía hoy. Dentro del Partido Republicano nadie duda que será el candidato en las próximas elecciones y, por el momento, la candidatura que se anunciaba de Charlize Cheney, embarrancó de partida, cuando perdió las primarias de Wyoming a mediados de agosto. De los 10 senadores republicanos que habían adoptado posiciones anti-trumpistas, 8 perdieron su escaño. Charlize (“Lyz”) Cheney, hija del antiguo vicepresidente de los EEUU Con George W. Busch, es la representante del stablishment dentro del Partido Republicano y su candidatura, podía definirse más como anti-trumpista que como anti Partido Demócrata.

La victoria de los candidatos trumpistas ha hecho que la derecha republicana, incluida Sarah Palin, se sitúe indiscutiblemente en torno a Trump, justo en el momento en el que el presidente Joe Biden registra unos índices de popularidad a mínimos históricos. El registro del domicilio de Trump para encontrar pruebas que lo incriminen y le impidan presentarse como candidato a las próximas elecciones, apenas sirvió para ocultar que ese mismo día, en el Estado de Florida habían sido condenados una veintena de exconvictos por fraude electoral, como resultado de las denuncias de los partidarios de Trump al conocerse los resultados de las elecciones de noviembre de 2019. Así pues, si hubo “fraude electoral”, por mucho que, aún hoy, resulte difícilmente cuantificable, pero es, en cualquier caso, significativo que fuera en los estados con mayor número de “votos electorales” (en el peculiar sistema electoral norteamericano, los ciudadanos -el “voto popular”-, votan a los “representantes” y estos, con su “voto electoral”, diferente en número en cada Estado, votan al candidato a la presidencia.

El registro al domicilio de Trump ha coincidido con el punto más bajo en la popularidad de Biden y, no solo eso, sino con la generación de las críticas a su estado de salud. Ahora ya no es un rumor, como durante la campaña electoral, y durante el primer año de su mandato: ahora, ya es inocultable y pertenece al dominio público el que el presidente tiene sus cualidades mentales absolutamente disminuidas. Son frecuentes -sino diarios- sus discursos y gestos erráticos, que denotan problemas avanzados de senilidad y que no han pasado desapercibidos de los mandatarios extranjeros a los que ha saludado. Inicialmente, se pensaba que estos problemas se manifestaron cuando ya era tarde para cambiar al candidato demócrata en plena campaña electoral y por eso se nombró a una candidata a la vicepresidencia Kamala Harris, hija de tamil y de jamaicano. La Harris, tiene un currículo como miembro indudable del stablishment y era previsible que, ante la imposibilidad de que una mujer negra, fuera elegida presidenta (ella misma, se considera “negra”), dos años después de gobierno de Biden, éste dimitiría por razones de salud y ella lo sustituiría, preparando desde el poder su reelección en 2024. Pero el problema es que la popularidad de Kamala Harris, está en unos niveles todavía más bajos que Joe Biden. Así pues, en las actuales circunstancias, la operación es imposible.

Por tanto, la única vía que resta es imputar a Trump por algún delito -real o supuesto- que, automáticamente, impediría la presentación de su candidatura a la presidencia. Resulta innegable que ese es el punto punto al que quiere tender el stablishment en estos momentos. Esto ha encolerizado todavía más a los seguidores de Trump, convencidos de que, no solamente se le robó la presidencia en 2020, sino que ahora, se pretende impedir su presentación (y, seguramente, su triunfo, mientras persistan las actuales circunstancias).

Si a esto unimos, los problemas interiores a los que se enfrenta el país: la inflación, los aumentos de los tipos de interés, el hecho de que 2022 esté resultando el año más violento en la historia de los EEUU con más de 20.400 fallecidos por armas de fuego, 23.800 suicidios, 39.900 heridos por arma de fuego, 686 tiroteos masivos, con unos problemas raciales que lejos de solucionarse se agravan de día en día (los EEUU son una sociedad tan “multirracial” como “multirracista”), los destrozos generados por drogas y fármacos adictivos (ahora entre la clase media blanca, con 107.000 muertos en 2021, de las que 70.000 están relacionadas con opioides sintéticos como el fentanilo, 30.000 con metanfetaminas, 25.000 por cocaína y 13.000 por heroína, con un total de ¡750.000 muertos desde que se inició la crisis de 2007!), la imposibilidad de dejar atrás a China, y la persistencia en la práctica de los mitos neoliberales, todo esto hace que las elecciones que tendrán lugar el próximo mes de noviembre, sean una prueba de fuego para la administración Biden que se arriesga a perder la mayoría en las dos cámaras y, consiguientemente. Trump ha supeditado su candidatura en 2024 a una victoria republicana neta en esas elecciones.

La realidad es que las “dos américas” (en realidad, los “dos EEUU”) están ya demasiado distantes como para pensar que unas simples elecciones resolverán la cuestión en noviembre de 2022 o dos años más tarde. Los partidarios de las dos opciones no van a aceptar los resultados que salgan de los recuentos. Sea cual sea el resultado y el vencedor, la otra parte, lanzará la acusación de fraude.

Son ya muchos los que perciben el clima de guerra civil en el ambiente. Ese clima ya se percibió en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 y ha vuelto a revivirse tras la revocación de la sentencia que autorizaba el aborto, el pasado 24 de junio de 2021. La “gran conquista” de la UNESCO, la gran propuesta de la Agenda 2030 de la ONU, barrida de un plumazo en los EEUU. Y no hay término medio. Difícilmente puede pensarse que en un país en el que hay 120 armas de fuego por cada 100 habitantes, y un total de 393 millones de armas en manos de particulares, incluidas armas de repetición, en el estado actual de cosas, con una exaltación creciente y una radicalización de los dos campos políticos, pueda pensarse en una solución racional y pacífica de los problemas.

Así pues, el primer término de la disyuntiva, sugiere que los EEUU caminan a marchas forzadas hacia una guerra civil que, puede concluir con la rotura del país en varios fragmentos, atendiendo a distintos factores: orientaciones políticos (Estados más liberales y más conservadores), étnicos (Estados con mayoría blanca, negra o hispana), religiosos (Estados cristianos -el “cinturón del a Biblia”-, agnósticos o dominados por alguna confesión concreta -Utah mormona, el Sur baptista), lingüísticos (hispanoparlantes y angloparlantes), nivel de desarrollo tecnológico (Estados rurales y Estados disponiendo de centros de alta tecnología), etc, etc. El resultado de este puzzle que son hoy los EEUU parece imprevisible y, no albergamos la menor duda de que parte del país caerá en manos de mafias armadas o de ejércitos privados.

Ahora bien, la pregunta preocupante, deriva del segundo término de la disyuntiva: ¿Qué será primero, la anulación de los EEUU como potencia internacional, a causa del desplome interior, que todos los datos sugieren que va a ocurrir, o el stablishment optará por una “fuga hacia adelante”, previendo este escenario y generará otro todavía más peligroso: el desencadenamiento de una guerra exterior que atraiga el interés de la opinión pública norteamericana y desmovilice las protestas interiores? En otras palabras: La dramática alternativa a la que nos enfrentamos es, o bien los EEUU se sumen en un conflicto civil autodestructivo o bien, lo evitan -al menos temporalmente- mediante la generación artificial de un conflicto internacional.

Y no creemos ser los únicos analistas que piensan en estas posibilidades. Es más, estamos convencidos de que esta hipótesis es la que está manejando en estos mismos momentos el stablishment, para el que todo consiste en decidir qué camino es el menos gravoso para sus intereses y de qué manera puede resultar mejorada la cuenta de beneficios.

Cualquier gobierno mínimamente responsable, ante esta hipótesis trataría de preservar la paz y la estabilidad mundial. Y eso implica hoy, desde Europa, alejarse urgentemente de la OTAN y establecer un régimen europeo de neutralidad para todo el continente. Neutralidad, implica amistad con los países vecinos. El único riesgo para la supervivencia de Europa en estos momentos, procede de África y de las oleadas de inmigración masiva. Restablecer la normalidad en este terreno implica deshacerse de los partidos que han dejado que las cosas se pudran hasta el extremo que estamos advirtiendo: en materia económica, en materia laboral, en materia de orden público, en materia de criminalidad, en materia de valores, en la propia degradación de la vida social, y, especialmente, en materia de política exterior, permitiendo que la Europa vencido y ocupada de 1945 siga estándolo casi 80 años después. Deshacer las últimas secuelas del orden nacido en Yalta y cerrar las bases de los EEUU en los distintos países europeos es la condición sine qua non para iniciar este nuevo curso en el que es preciso recordar la fórmula lanzada por Jean Thiriart en los años 60: “Europa neutral, pero armada”.








jueves, 25 de agosto de 2022

EL PRESENTIMIENTO DE LA GUERRA QUE VENDRA (I) - EUROPA DEBE TOMAR CONCIENCIA DEL BANDO EN EL QUE SE ENCUENTRA

Nunca me he considerado pesimista. Lo que ocurre es que, en determinados períodos históricos, el pesimismo se confunde con el realismo. No creo que en el verano del 493 con Odoacro y sus hérulos a las puertas de Roma, ningún romano, por optimista que fuera, minimizara la evidencia de que el Imperio estaba viviendo sus últimos días. En el verano de 1939, era, así mismo evidente que se aproximaba una nueva guerra. No había más que leer la prensa para advertirlo: y si íbamos más allá de los titulares y examinábamos la cuestión cautelosamente, era evidente que la masacre que empezaría 1939 y terminaría en 1945, estaba siendo instigada, en especial y por encima de todo, desde el despacho oval de la Casa Blanca. Ese mismo, desde la llegada de Biden al poder, se decidió que había que adelantar la frontera de la OTAN y colocar las baterías de misiles nucleares a menos de 20 minutos de Moscú. Puede decirse que no hay nada nuevo bajo el sol. Seamos más claros todavía: todo induce a pensar que se aproxima una nueva guerra. Y esta vez sí, se tratará de la Tercera Guerra Mundial. Una serie de noticias inquietantes permiten justificar esta afirmación.

EUROPA DEBE TOMAR CONCIENCIA DEL BANDO EN EL QUE SE ENCUENTRA

En su absoluta mediocridad -decía el padre del cantante argentino Facundo Cabral que los idiotas son peligrosos porque son mayoría y en ocasiones “hasta eligen presidente”- los “líderes” de Europa Occidental, creen que, al ponerse del lado de la OTAN, esto es, del lado de los EEUU, se encuentran del lado de la “mayoría” de países. En esto, como en todo lo demás, se equivocan. Unos informativos, verdaderas sucursales del “ministerio de la verdad” orwelliano y unos medios de comunicación, convencionales y digitales, sugieren que al alinearse con los EEUU y con Ucrania, la UE, está en la parte de “la justicia, la libertad, contra el totalitarismo y por el libremercado” que, además, son “la mayoría”. Quien no esté ahí, es un país aislado internacionalmente. En estos últimos meses, los medios han insistido tanto en que Rusia, al atacar a Ucrania, ha quedado “internacionalmente aislado” que hemos terminado creyendo que la retirada de McDonals del territorio ruso constituye una tragedia insuperable para el gobierno de Moscú.

En realidad, ocurre todo lo contrario. Cuando Rusia lanzó el ataque limitado para detener la incorporación de Ucrania a la OTAN, sabía perfectamente lo que hacía. No fue una decisión impulsiva de Vladimir Putin (al que los medios de comunicación occidentales han llegado a tachar de “loco”), sino que el gobierno ruso había valorado las consecuencias y estaba preparado para ello. Quienes no habían valorado absolutamente nada eran los gobiernos occidentales, cuyas sanciones, por primera vez en la historia, no han tenido absolutamente ninguna consecuencia para Rusia, pero son susceptibles de generar una catástrofe en la UE.

La UE no ha advertido todavía la debilidad de su posición. Se enterará en el mes de octubre cuando empiece a arreciar el frío y la exigencia de consumo energético y gasístico. Veremos qué gobierno occidental, resiste un mes de restricciones energéticas. Pero el problema es mucho más agudo. Basta mirar las maniobras, los gestos y las tendencias de la diplomacia rusa en los últimos meses y cómo se han reordenado los principales actores en la escena internacional.

Nadie duda que el primer y esperado efecto de la situación creada en Ucrania, ha sido la aproximación entre Moscú y Pekín. No es algo nuevo, pero si culmina una tendencia iniciada por la República Popular China tras la catástrofe económica de 2007-2011. En aquel momento, China era el principal inversor mundial en bolsas norteamericanas. En especial, el gobierno de Pekín había invertido en los dos bancos hipotecarios, Fannie Mae y Freddie Mac, una cantidad próxima a los 400.000 millones de dólares. Cuando ambas entidades entraron en crisis y el gobierno Bush anunció que no las “salvaría”, bastó la amenaza de Pekín de cortar cualquier otra inversión en EEUU y retirar los fondos invertidos en ese país, para que Ben Bernanke, entonces presidente de la Reserva Federal, asegurase a Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco de China, que la administración, salvaría a ambos bancos hipotecarios y, con ello, las inversión chinas… Se dice incluso que los presidentes de ambos países pactaron ese acuerdo. ¿Todo olvidado? En absoluto: a partir de 2008, China se convenció de que los EEUU eran un “mal negocio”, en manos de irresponsables, disminuyó drásticamente sus inversiones y concentró sus excedentes de capital en inversiones interiores. Ese fue el principio del despegue chino que sitúa hoy a su economía, prácticamente, como la primera mundial. Por cierto, Rusia era el segundo inversor en importancia en ambos bancos hipotecarios.

Ambos países, desde entonces, aproximaron sus posiciones, previendo que la crisis del capitalismo iniciada con las “subprimes” en el verano de 2007, no terminaría ahí. En 2009, se creó la asociación de las cinco economías emergentes, los llamados “Países BRICS”, por las iniciales de sus respectivas naciones: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En los países occidentales apenas se difundió la noticia y, sin embargo, era trascendental: se trataba de naciones que suponían algo más de la mitad de la población mundial y un territorio de casi 40 millones de kilómetros cuadrados. Pero era mucho más que eso: la economía brasileña es líder en Iberoamérica, mientras que la sudafricana es la única que cuenta en todo aquel continente. El ministro ruso de exteriores que participó como delegado de su país en las reuniones de los “países BRICS” fue Serguéi Lavrov, el mismo que sigue ostentando el cargo, quince años después.

Pero la actividad de Lavrov no se detuvo aquí, sino que, en el verano de este año, realizó una gira por África para obtener apoyos, explicar los motivos del conflicto ucraniano y preparar la Cumbre Rusia-África que tendrá lugar en 2023. En cada país visitado, Lavrov firmó acuerdos económicos de cooperación. No era una política improvisada, sino la continuación de la cumbre de Sochi en la que Rusia invitó a los gobernantes de los países africanos. Lavrov lo expresó con claridad: “Sabemos que nuestros colegas africanos no aprueban los intentos no disimulados de Estados Unidos y sus satélites europeos de tomar la delantera e imponer un orden mundial unipolar” y agradeció el hecho de que los países africanos no se sumaran a los llamamientos de la OTAN de romper relaciones con Moscú e introducir sanciones económicas. El propio Borrell, tuvo que reconocer que “Europa” estaba perdiendo la “narrativa global” en África.

El 24 de julio de 2022, Lavrov inició una gira en busca de apoyo y se reunió en El Cairo con representantes de 22 países árabes durante la reunión de la Liga Árabe, para “fortalecer la Alianza BRICS”. Es cierto que la dinastía de los Saud está, históricamente, ligada a los EEUU, pero también es cierto que Irán ha solicitado su entrada en la Alianza BRICS y que, la mayoría de países de la Liga Árabe contempla con mucha más condescendencia la posición rusa que la de la OTAN (que, en el fondo, está vinculada al antiguo colonialismo, a los ataques injustificados a Iraq y Afganistán y, finalmente, a la actitud favorable al Estado de Israel).

En cuanto a Brasil, dentro de poco se abrirá un nuevo ciclo electoral. La tendencia general, desde hace dos años, es a registrar un giro a la izquierda en los gobiernos de esa zona geográfica. Pero ya no se trata aquella izquierda que se peleaba -como hemos visto directamente en Bolivia- por ser invitada a las recepciones mundanas en la Embajada de los EEUU, antiguos guerrilleros convertidos en “socialdemócratas” y servidores del gran capital. Dentro de la confusión y el caos propios de la política Iberoamérica, los gobiernos de derecha están siendo reemplazados por otros de carácter “bolivariano” e “indigenista”. No se trata de un fenómeno profundo, sino de simples oscilaciones pendulares en países en los que la corrupción, la incapacidad por estabilizar la economía, la delincuencia, las mafias y la incapacidad y el oportunismo de los partidos políticos, impiden que su potencial económico se haga valer en el contexto mundial. Lo importante no es quién gobierno en Iberoamérica, sino hacia donde mira: y la izquierda que en estos momentos ascienda en países como Chile, está mucho más interesada por la “corrección política”, el “indigenismo”, los lenguajes “inclusivos”, la ideología de género y demás, que por la resolución de los problemas económicos reales. En Perú, vamos a asistir al desmoronamiento de un gobierno indigenista, en Chile al alumbramiento de una constitución “ultrasuperprogresista” imposible e inviable, en Colombia a una forma de “bolivarismo nacional”, en Venezuela a una dinámica adaptacionista a las circunstancias y a esperar que EEUU cese su presión sobre el régimen, en Argentina a un giro a la izquierda que precederá a un ulterior giro a la derecha y en Brasil un posible cambio de gobierno que, no por ello, supondrá un giro en su política internacional.

Esta es la situación internacional. A partir de ahí, cabe preguntarse ¿quién está verdaderamente aislado? ¿los países Rusia o la UE, China o los EEUU? Más aún: cabe preguntarse, ¿la Unión Europea es verdaderamente una “unión”? ¿o, más bien, en cualquier momento, corre el riesgo de que las fuerzas centrífugas se impongan sobre unas fuerzas centrípetas que, en el fondo, desde Maastrich no han hecho más que consagrada a la Unión Europea como “pata” regional de la globalización económica?

Europa está aislada y dividida. Aislada en tanto que federación de Estados. Sus relaciones internacionales están supeditadas a las exigencias de Washington. Dividida, porque no todos los países que la componen tienen las mismas orientaciones en política internacional y porque la situación de algunos gobiernos nacionales es extremadamente precaria como se demostrará, en primer lugar, a finales de septiembre cuando Italia vote.

En dos años, de persistir la actual situación y las sanciones a Rusia, ninguno de los gobiernos que hoy están en el poder en los países de Europa occidental podrá mantenerse en el poder. Si tras la final de la Champions en París ocurrieron los incidentes que conocemos y que están directamente relacionados con los 87 diputados obtenidos poco después por Marine Le Pen, podemos pensar lo que ocurrirá dentro de dos veranos cuando se abran los Juegos Olímpicos en la capital francesa. Ni en Italia, ni en España existen buenas perspectivas para los gobiernos actualmente en el poder. Y, en cuanto a Alemania, una crisis energética es el peor escenario para una coalición tripartita verdes-socialdemócratas-liberales.

Europa no lo ha advertido, pero ha elegido el bando de los perdedores, la OTAN, que, para colmo, ni siquiera tiene la legitimidad moral, ni la honorabilidad que puede exigirse a aquel por el que uno decide sacrificarse. Es el precio de haber perdido la Segunda Guerra Mundial. Hoy, en los distintos países europeos, hay 452 instalaciones militares norteamericanas (219 del ejército, 53 de la marina y 180 de la USAF), más de la mitad de estas bases están instaladas en Alemania. Solamente la base de Ramstein tiene 50.000 militares, en Italia hay diez bases más y en Bélgica se encuentra el cuartel de Daumerie, cerca de Mons, para apoyar las actividades de las fuerzas estadounidenses en el cuartel general de la OTAN, dos bases en España, en Morón de la Frontera y Rota… Sin olvidar 40 bases instaladas en las islas del Japón.

Es el precio por haber perdido una guerra… y no estar en condiciones de detener a la que vendrá.









miércoles, 24 de agosto de 2022

LA ESCUELA DE FRANKFURT (VIII) - ANTIFASCISTAS SOBRE TODO - ANTIFASCISTAS FREUDIANOS POR ENCIMA DE TODO (1ª PARTE)

 


LOS CONTENIDOS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT

A la hora de abordar las aportaciones específicas del grupo “frankfurtiano” al pensamiento resulta necesario establecer tres influencias que resultaron determinantes en sus divagaciones: por una parte, el pensamiento marxista del que todos ellos se sentían hijos y continuadores; consideraban que el legado marxista, sin embargo, debía de ser rectificado, completado y convertido en una totalidad orgánica que superase la dimensión economicista en la que había quedado encasillado. De otra parte, al buscar una metodología sociológica para realizar esta tarea se vieron obligados a recurrir a Max Weber, fundador de la sociología científica. Y, finalmente, para explicar aquello que no podía explicarse mediante el simple economicismo y el mecanicismo marxista, optaron por extraer de otro pensador de moda en la época, Sigmund Freud, algunas constantes, especialmente cuando tratan de comprender la realidad a través del psicoanálisis y del recurso al inconsciente.

En resumen, de Marx aprovechan el método dialéctico, el materialismo histórico, la lucha de clases y la alienación del trabajador. De Freud retienen que las patologías psicológicas están determinadas por el entorno social. Esto les permitirá afirmar que el objetivo del ser humano es “la felicidad” y que si no es feliz se debe a la existencia del capitalismo y a la cultura que éste ha generado. Aprovecharán de Freud el descubrimiento del subconsciente, su versión del “complejo de Edipo”, el análisis de las pulsiones autoritarias y de los comportamientos irracionales. Finalmente, de Max Weber utilizarán su sistema sociológico basado en estudios estadísticos, el análisis de la formación de los Estados modernos y el análisis de la racionalidad científica, de la cultura y de la religión.

Todo esto conformará su idea central, a saber, que la historia de occidente es una forma repetida y continuada de “represión” y que el racionalismo y el progreso “ilustrado” han terminado generando “la barbarie”, entendiendo por tal, la aparición del fascismo. Así pues, para “liberar” a los pueblos de Occidente de esta “represión” habrá que identificar y destruir a los elementos que la han generado. Básicamente, la “personalidad autoritaria”, que ha cristalizado socialmente a través de la religión, a la familia y a la educación.

Vamos a analizar rápidamente, los seis vectores principales de la Escuela de Frankfurt.

1. El antifascismo como temática estrella

Uno de los factores que unió a los miembros de la Escuela de Frankfurt fue el antifascismo: fueron antifascistas en los momentos previos a la fundación del Instituto de Investigaciones Sociales; el antifascismo siguió siendo una de sus motivaciones cuando fundan la entidad, en el momento en que el fascismo estaba prácticamente reducido al NSDAP disuelto tras el golpe de Munich. Sufren un sobresalto digno de película de terror cuando en 1928 el NSDAP obtiene 800.000 votos en las elecciones. Se horrorizan en 1930 cuando el NSDAP obtiene 18.000.000 millones de votos y, a partir de ese momento, se obstinan en intentar “comprender” el fenómeno. Elaboran su versión interpretativa y, en el momento en que el NSDAP sube al poder abandonan Alemania, a pesar de que no existía ningún elemento objetivo como para pensar que iban a terminar en algún “lager”: no militaban en ningún partido de extrema izquierda, no se dedicaban a actividades terroristas, su trabajo era simplemente intelectual en una universidad cuyos estudiantes mayoritariamente militaban en las filas del NSDAP. Y, si bien es cierto que, en los primeros momentos, especialmente tras el incendio del Reichstag -cometido por un miembro de la extrema-izquierda ajeno al Komintern- se produjeron detenciones de militantes y cuadros comunistas, en 1936 el Partido Comunista Alemán a la desbandada era solamente un recuerdo weimariano y los pocos cuadros que seguían activos se encontraban en el exilio, mientras que, buena parte de la militancia del KPD se integraría, especialmente a partir de 1935 en las estructuras del Estado ocupando puestos de responsabilidad en materias sociales y sindicales.

Los “frankfurtianos” nunca fueron, a fin de cuentas, militantes comunistas a los que les interesaba el bienestar propio y el de sus familias y compañeros y tajo y se sentían cómodos con un régimen que había cumplido todas sus promesas: trabajo, pan y unidad. Los miembros de la Escuela tenían otro punto de vista: eran, ante todo, antifascistas. Ni siquiera puede hablarse de ellos como “militantes comunistas”. Eran “intelectuales antifascistas”. Judíos e hijos de familias acaudaladas. Podían permitirse examinar las cosas solamente desde el prisma de las “ideas” (“ideas marxistas”, especialmente). Más aun, como ya hemos apuntado, cuando llegaron a Estados Unidos, varios de ellos empezaron a trabajar para la inteligencia del país anfitrión y a seguir ejerciendo como “antifascistas”, pero cobrando del “Tío Sam”. Marcuse y Adorno participaron en la campaña de agitación psicológica iniciada por cuenta de la Administración Roosevelt para hacer que el pueblo norteamericano dejara de ser crítico con el “new deal” e hiciera causa común con la Organización Mundial Judía mostrándose beligerante contra el Tercer Reich. La notoriedad alcanzada por Marcuse en los años 60, hizo que este tema saliera a la luz pública y el propio interesado, en conversación con Habermas, se viera obligado a reconocerlo, aunque restó importancia limitando los contactos con las distintas organizaciones de inteligencia norteamericanas hasta 1952.

Sea como fuere, el antifascismo es uno de los pocos denominadores comunes, tanto de los distintos miembros de la escuela como de sus distintas épocas de actividad. Veamos como “resolvieron” el problema.

En primer lugar, no interpretaron el fenómeno de los fascismos como un movimiento nuevo aparecido después del trauma generado por la Primera Guerra Mundial y las revoluciones rusa, húngara y alemana entre 1919 y 1921 que unía una doble intencionalidad de liberación nacional y social, sino como una “patología social”. Ellos, los “frankfurtianos”, seguían la única doctrina “científica”, “crítica” y “objetiva”, por tanto, no podían estar equivocados. Si acaso, quien estaba equivocado era la realidad, así que eso solamente podía deberse a la aparición en el organismo social de una patología. Pero les cuesta explicar su origen. Es entonces, cuando recurren a Freud. No son originales. Wilhelm Reich, alemán como ellos, de origen judío como ellos, pero más freudiano que marxista (a diferencia de ellos), les había marcado la pauta en su Psicología de Masas del Fascismo. Y luego estaban los escritos de Gramsci sugiriendo que las “condiciones subjetivas” impactan e influyen sobre las “condiciones objetivas”: no todo es economía, en definitiva.

La pregunta que se plantean es: “¿por qué los trabajadores están ingresando en el NSDAP? ¿por qué en los barrios obreros de Berlín, los miembros de este partido conviven con los del KPD y se han visto muchos casos de respeto mutuo? ¿Por qué los sindicatos nacionalsocialistas y los comunistas han declarado huelgas conjuntas de alquileres y de transportes en Berlín? ¿qué han hecho con su “conciencia de clase”? ¿Y los “empleados”? ¿Cómo explicar que no haya prácticamente comunistas entre los empleados y sí, en cambio, mayoritariamente se hayan decantado hacia el NSDAP? Para responder a estas cuestiones el Instituto de Investigaciones sociales, haciendo honor a su nombre habilita un cuestionario de 272 preguntas que responden 3.700 asalariados. Es un cuestionario largo y repleto de “preguntas – trampa”. Por ejemplo, se pregunta: “¿Cuáles son los tres personajes más grandes de la Historia?”. Y varios responden: “Marx, Lenin y Thälman”, “correcta” respuesta correspondiente a un “obrero de izquierdas”. Pero la pregunta siguiente es capciosa: “¿Cree que es necesario utilizar castigos corporales en la educación?” Y la respuesta de muchos de ellos es afirmativa… una actitud que, desde el punto de vista de los “frankfurtianos” evidencia una “personalidad autoritaria” y, por tanto, “de derechas”, esto es “fascista”. Las respuestas, les demuestran que los trabajadores pasaban con facilidad de actitudes de derechas a actitudes de izquierdas y viceversa. Así pues, uno de los síntomas de esa “patología” que sufrían los obreros era disminuir sus defensas ante el “autoritarismo” y ¡por eso perdían su “conciencia de clase”!

Hubiera sido mucho más fácil realizar un análisis sobre los contenidos reales de la “conciencia de clase” para percibir con facilidad que lo más aproximado a una “conciencia común de la clase trabajadora” era el deseo de vivir como un burgués y dejar atrás la condición de proletario. Sin embargo, las respuestas que reciben los “frankfurtianos” los llevan a enunciar su “gran hallazgo”: existen “personalidades autoritarias”. Una personalidad autoritaria es aquella que resulta proclive al fascismo. Cuando uno se encuentra ante una personalidad de este tipo, lo más probable es que, antes o después se decante hacia el fascismo. No importa si se trata de militantes comunistas o libertarios: si viven en sí mismo el principio de autoridad, si buscan imponer su ascendiente a otros, si en su hogar se comportan como padres de familia imponiendo criterios de educación a sus hijos y de convivencia a su esposa, no importa donde militantes. En ellos late el germen del fascismo.

¿Cómo es que la “personalidad autoritaria” ha aparecido entre los obreros, pervirtiéndolos y disolviendo su “conciencia de clase”? Respuesta: gracias a las viejas estructuras autoritarias que se reproducen en cada escalón de la sociedad. La familia, la primera de todas: el “pater familias” es asimilado al “líder máximo”, “al gran timonel”, al “ayatolah”. El futuro obrero, desde la cuna, aprende a subordinarse a la “personalidad autoritaria” del padre y luego, de motu propio reproducirá este esquema allí donde vaya: buscará ser él también una autoridad para la familia que él mismo forme, buscará un movimiento de masas en el que exista un líder autoritario cuya figura equivalga a la del “padre” y en el que pueda reconocer al “padre”.

Y luego está la religión que exige sumisión total a “Dios Padre”… La religión parte de la existencia de una autoridad superior al individuo, indiscutible, intangible, canalizada mediante el sacerdocio y la jerarquía de la Iglesia, detentadora del dogma que está al servicio de los poderosos para convencer a los “parias de la tierra” de que tengan paciencia, aguantes a la espera de una vida mejor en el más allá. Y ellos le creen porque es palabra de Dios, esto es “del Padre”. Y el padre siempre mira por el bien de los hijos. O al menos, eso proclama. Pero, en realidad, no es así: la religión es un instrumento de control social creado por las clases poderosas para someter a los débiles. El “opio del pueblo”. Un recurso autoritario para la manipulación y la alienación de las masas.

Así que, lo que ha bajado las defensas de la sociedad, lo que ha posibilitado la aparición de los fascismos, lo que ha pervertido a la clase obrera, no es nada más que dos estructuras tradicionales que siempre habían existido: la familia y la religión. Destruir su influencia en la sociedad será, a partir de entonces, uno de los objetivos de la Escuela, uno de los temas que han sido heredados por el mundialismo del siglo XXI.

Pero ninguno de los dos “enemigos” de la “conciencia de clase” son hallazgos de la camarilla “frankfurtiana”. Marx ya había cargado contra ambos y Engels en El origen de la familia, la propiedad y el Estado, había hecho otro tanto. El Instituto de Investigaciones Sociales, recupera esta temática y la pondrá en el candelero en los años del exilio y cuando trabajen la para inteligencia de los EEUU.

En realidad, durante mucho tiempo, el único hallazgo importante de esta “investigación” es el reconocimiento de que las “condiciones objetivas”, esto es, las que dependen de la situación económica, no bastan para explicar el nacimiento del fascismo. Está claro que la economía sirve para explicar el crack de 1929 y la crisis que se prolongaría en los años siguientes. Pero la economía, por sí misma, no explicaba los 19.000.000 de votos del NSDAP en 1932 y los 20.000.000 que obtuvo al año siguiente, ni cómo era posible que entre 1928 y 1932, en apenas cinco años, hubiera pasado de 800.000 votos a esos resultados espectaculares. Tampoco explica por qué en el momento en el que se desencadenó la crisis, las masas obreras, dirigidas por el Komintern, no habían tomado la iniciativa, justo cuando las “condiciones objetivas” eran más favorables.

Hay que repetir que la constatación de todo esto -que antes ya habían realizado Wilhelm Reich y Antonio Gramsci- es, hasta ese momento lo único que puede considerarse como “realista” en la obra de los “frankfurtianos”. Ellos lo explican en su jerga particular: “la personalidad autoritaria exige sumisión absoluta”, esto es un proceso “estandarización” de las personalidades que implica “la muerte del invididuo”. Horkheimer buscará ejemplos históricos para tratar de encontrar una constante que lo explique. Y lo hará en el Renacimiento en la figura de Lutero y de Savonarola. En ambos verá “racionalidad” e “irracionalidad”, rasgos que identificará también en el NSDAP y en Hitler.

Una de las inclinaciones de esta “patología” que conduce a la fiebre fascista, como hemos dicho, es la pérdida de la “conciencia de clase”. El “caudillo autoritario”, aprovechando que las masas están en la ignorancia y han perdido de vista sus propios intereses, puede imponer su autoridad. Si las masas fueran conscientes de quienes son, si controlaran conscientemente su vida, si no estuvieran “alienadas”, no aceptarían ninguna autoridad superior a su propio criterio. Dicho de otra manera: un obrero está alienado siempre que no reconoce su “conciencia de clase”; por ejemplo, cuando se convocan las Olimpiadas de 1936 en Berlín y todo el mundo puede ver el escaparate de las realizaciones del Tercer Reich en apenas tres años, encontrándose Alemania en situación de pleno empleo, los “frankfurtianos” juzgan que la clase obrera que, en ese momento, agradecía al régimen haber conseguido “pan y trabajo” (e incluso dignidad nacional tras la vergüenza del diktat de Versalles, porque se obrero y ser patriota nunca han estado reñidos) estaba “alienada”. ¿La prueba? Que sólo en el momento en el que deje de estarlo será capaz de modificar la realidad sin necesidad de caudillos ni figuras autoritarias. Mientras existan caudillos, por grandes que sean los logros, por muchas que sean las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores, no a lugar a una situación aceptable. Al no reconocer la “conciencia de clase”, y por tanto, ignorar sus intereses, las masas trabajadoras, seguían en la inopia… alienadas y manipuladas.

Todo esto, parece muy poco convincente. La Escuela de Frankfurt advirtió que en los miles de páginas escritas por Marx no había nada en donde pudiera asentarse una crítica al fascismo. Por tanto, les será necesario incorporar los trabajos de otro pensador de moda en la época: Sigmund Freud.

En 1921 apareció Psicología de las Masas de Freud, quizás uno de los libros más controvertidos de su obra y que, trataba de construir una teoría propia a algo que Gustav Le Bon ya había resuelto veinte años antes con su Psicología de las Muchedumbres, mucho más convincente, directa, sin pretensiones de verdad absoluta y mucho menos especulativa. Freud sostiene que en las masas existe un instinto gregario que hace que tiendan a converger (algo que Le Bon ya había dicho). Las masas se juntan “por instinto” (sobre la importancia de los instintos, los “frankfurtianos” nunca se pusieron de acuerdo del todo: para Marcuse, los instintos podían modificar también las condiciones objetivas, mientras que Adorno lo niega, reconociendo solamente que “el capitalismo va contra los instintos”). Para unirse y hacer posible la cristalización de su gregarismo, las masas humanas precisan de la figura magnética del líder que asume la función de “padre”. Ahora bien, dado que el complejo de Edipo hace que las masas (los hijos) odien el “padre” y deseen su muerte, en la contradicción entre el instinto natural y el subconsciente, se afirma lo que los “frankfurtianos” reconocen como “patología social”: el fascismo.

Ellos mismos eran conscientes de que les iba a ser muy difícil sostener una teoría así, especialmente porque en los países democráticos y socialistas también existían “líderes” que nada impedía que pudieran ser equivalente a la figura paterna. Así que buscaron algún otro elemento para reforzarse orden de ideas y lo encontraron, nuevamente, en Freud y en un texto anterior, fechado en 1908: Carácter y erotismo anal. Al introducir estos elementos, el antifascismo y la “dialéctica” de la Escuela de Frankfurt, se convierten en bromas de mal gusto.

Freud sostenía en esa época que existían dos tipos de personalidades: “anales” y “genitales”. Al parecer, había encontrado en varios pacientes “resistencias de carácter” a su tratamiento y esto le llevó a estudiar las personalidades de los sujetos que manifestaban esta traba para la tarea del psicoanalista. Llegó a la conclusión de que existen dos tipos de personalidades que definió, una como admiradora del orden, tenaz, pulcra y avariciosa. Llamó a esta personalidad “anal”, mientras que la personalidad alternativa era la que caracterizaba a personas adornadas por la generosidad, el desinterés y las virtudes sociales, que constituían la personalidad “genital”. Este planteamiento -tan simple como falso- fue rescatado por la Escuela de Frankfurt y trasladado a su esquema marxista de lucha de clases. Obviamente, las características “anales” serían las de la burguesía, mientras la personalidad “genital”, que salía muy favorecida, sería la propia de la clase obrera. A partir de este momento, el concepto “carácter” ya podía vincularse a clase social y a aspectos de la lívido.

¿De dónde había salido todo esto? Cuando Freud comenzó a atender pacientes, se encontró con algunos cuya patología no se manifestaba en síntomas sino en su forma de ser, es decir, en lo que llamó rasgos de carácter. Las pacientes con estos rasgos de carácter no tienen conciencia de su perturbación, viven normalmente, incluso con la conciencia de ser felices, sin embargo, quienes conviven con ellos son los que advierten sus problemas de carácter (familia, compañeros de trabajo, amigos). Llamó a estos rasgos “caracteropatías”. En la obra de 1908, Freud observó que las características comunes de estos pacientes eran la terquedad, la obstinación, el ser metódicos y escrupulosos, ahorrativos hasta la avaricia, puntuales, corteses, formalistas... Los afectados por esta “caracteropatía”, no la consideran como tal, son capaces de explicarla y de razonar su comportamiento. Freud, añade que, estas personas no son conscientes de su dolencia (son, por tanto “egosintónicos”, es decir que estos rasgos están en sintonía con su “yo”, a diferencia de los “egodistónicos” que serían aquellos rasgos que generan rechazo en el sujeto que los posee), sin embargo, de cómo se ven afectadas sus relaciones con los demás, a causa de estos rasgos. El término “carácter” deriva del griego characterem (“grabador”), y este del griego antiguo χαρακτήρ (charaktér). El carácter es, por tanto, algo que está grabado en la personalidad y que, por tanto, tiene un peso indeleble en la misma.

El carácter surge de la combinación de distintos rasgos, algunos de los cuales predominan sobre otros. Freud propuso diversas interpretaciones a la aparición de los síntomas y los rasgos del carácter. Como siempre, se remontó al proceso de la infancia. En algunos casos, el carácter dependerá de personas que convivan con el sujeto en la infancia y que él tome como referentes. En otros surgirá como resultado de los deseos sexuales infantiles inconscientes. El ambiente puede tener su parte de importancia en el proceso de formación del carácter. Vale la pena constatar que, a pesar de haber sido escrito en 1908, los temas de Carácter y erotismo anal, fueron desarrollados por Freud en los años 20, es decir, de manera paralela al Escuela de Frankfurt. A lo largo de aquella década, Freud delimitó tres tipos de carácter según la etapa de desarrollo de la lívido: oral, anal y genital o fálica.

Los caracteres “orales”, son personas dependientes, con necesidad de ser queridos y aceptados por los demás, voraces y ávidos, les interesa la investigación científica y poseen notables capacidades de comunicación. Las personalidades anales, son rebeldes, se sitúan siempre en actitudes de rechazo y oposición, son estrictos, inflexibles, les gusta cumplir las normas, tienen capacidad de organización y capacidad para las matemáticas. Finalmente, la personalidad genital o fálica, es exhibicionista, compite por atributos físicos, siente la necesidad de sentirse y mostrarse como seductores, únicos, está presente en aquellos hombres deseosos de mostrar su masculinidad y en aquellas mujeres que quieren hacer gala de feminidad.

Freud, además, reconoció otros rasgos de la personalidad que modelaban distintos caracteres particulares y que, estaban en mayor o menor medida, incluidos en los tres tipos anteriores. El carácter impulsivo, por ejemplo, anidaba en personalidades con dificultades para controlar sus impulsos sexuales, son pendenciaros; lo opuesto sería el “carácter conciliatorio”, propio de personas pacíficas que evitan conflictos y tratan de amortiguar posiciones conflictivas. Y, por supuesto, la personalidad narcisista, arrogante, soberbia y autosuficiente, independiente y que se cree por encima de todos los demás. Los masoquistas que gustan ser maltratados por los demás y que buscan serlo. Los paranoides, que creen que todos los demás tratan de hacerles daño, o que están pendientes de ellos. Y así sucesivamente…

A Freud no se le ocurrió ni nunca estuvo en su intención vincular estos “caracteres” a grupos sociales. Simplemente, enunció estos rasgos como propios de determinados individuos que habían llegado a su consulta. La traslación al plano social corrió a cargo de la Escuela de Frankfurt. En efecto, se limitaron a modificar algunos de estos rasgos y concluir que la personalidad “anal” correspondería a la burguesía, mientras que agruparon otros rasgos opuestos en la categoría “genital” que definirían al carácter proletario. Así se incorporaban elementos psicológicos de moda en la época -es importante señalar que en los años 20 la discusión sobre esta temática estaba de moda- a la temática de la “lucha de clases”.

La “investigación” no es, desde luego, concluyente, ni siquiera para los más condescendientes partidarios de la Escuela de Frankfurt. Pero siempre hay una excusa utilizable cuando un argumento es débil: el problema, nos dicen, fue que la investigación no pudo terminarse por la llegada del fascismo, quedó incompleta y perdió la coherencia que hubiera tenido si el fascismo no hubiera llegado al poder en Alemania desperdigando a los miembros de la Escuela. Y, al perderse las encuestas realizadas, la investigación quedó inconclusa. En realidad, lo que pasó fue que Erich Fromm se quedó con las encuestas y, dado que, poco después de llegar a Estados Unidos terminó siendo despedido e indemnizado por Horkheimer, permanecieron en su poder durante treinta años, sin que nadie se preocupara por ellas. Hay que pensar, sin embargo, que, a partir de su establecimiento en los EEUU, las perspectivas de los miembros de la Escuela cambiaron radicalmente, como veremos más adelante. Seguirían haciendo antifascismo, pero ahora pagado por la Fundación Rockefeller y por el gobierno de los Estados Unidos.