¿Nacional-socialista?
Tras la guerra,
algunos han reprochado a Jünger una presunta simpatía por el
nacional-socialismo o, al menos, el haber facilitado al NSDAP elementos
ideológicos. Ciertos periodistas subrayaron también que había dedicado un
ejemplar de Feuer und Blut a Hitler
en 1926.
Según la tesis de Louis Dupeux, tres rasgos distinguen a los nacional-bolcheviques de los nacional-socialistas:
- Una orientación protestante que implicaba un civismo riguroso;
- El desdén por la ideología de masas y por el espíritu elitista.
- La voluntad de romper con el espíritu burgués.
Sería preciso
añadir el rechazo al racismo y más particularmente al antisemitismo.
Aunque Louis
Dupeux no lo considera como un nacional-bolchevique completo, por nuestra parte
encontramos todas estas características en Ernst Jünger. Sin pertenecer al
movimiento, participaba de este ambiente mediante sus escritos, su trabajo de
coeditor y también por la connivencia intelectual que le vinculaba a Ernest
Nietkisch.
Jünger
evidenciaba en sus artículos un nacionalismo socializante. Al principio de su
compromiso, deseaba la unión de los partidos nacionalistas. En ese momento no
excluía a los nacional-socialistas. Pero, a partir de 1926, rechazó el que
Hitler pudiera convertirse en el guía de Alemania. En realidad, no distinguía a
ningún hombre que pudiera dirigir Alemania, proponía que se instaurase un
comité provisional, que comprendiera al menos un jefe de Estado Mayor, para
vigilar la pureza y el rigor del movimiento.
Su actitud
personal hacia el nacional-socialismo no era equívoca. En realidad, Hitler le
parecía un dirigente “peligroso” y aborrecía especialmente “la brutalidad” de
las bases de las SA. Jamás conoció a Hitler y entre la cúpula del NSDAP
solamente tenía amistad con Goebbels. Una entrevista con Hitler prevista para
1927, fue anulada en el último minuto. Ese año, el NSDAP le propone un puesto
en su lista electoral con posibilidades de salir elegido como diputado para el Reichstag, pero Ernst Jünger rechazó la
oferta precisando que prefería “escribir
un solo verso antes que representar a sesenta mil cretinos en el Parlamento”.
Poco después de
su ascenso al poder, el nuevo régimen le propuso convertirse en miembro de la
Academia Alemana de Poesía. Una vez más Jünger rechazó la oferta. La Gestapo registró su domicilio bajo el
pretexto de buscar cartas de su amigo anarquista Mühsam. En 1934, habiendo
sabido que el Völkischer Beobachter
publicó sin su conocimiento, un extracto del Corazón venturoso, escribió al diario para protestar, porque no
quería pasar como uno de sus colaboradores. Cuatro años más tarde, Goebbels le
invitó, una vez más, a unirse al NSDAP, pero, al igual que Ulises, rechazó el
canto de sirena que quería atraerle hacia los arrecifes. Habiendo rechazado
toda colaboración, incluso literaria, con el nuevo régimen, Jünger podía
esperar, sino represalias, si al menos hostilidad y, en el mejor de los casos,
indiferencia.
LOS ACANTILADOS DE MÁRMOL [1939]
Una frase de Sobre los acantilados de mármol [Auf den Marmoklippen] muestra el desdén
que sentía hacia el poder: “No vamos a
considerar en absoluto a los brotes del bosque como adversarios”. En
efecto, Jünger distinguía siempre sus adversarios [Gegner] para los que evidenciaba respeto, de sus enemigos [Feind] a
los que despreciaba.
Durante una
estancia en Suiza, soñó con un incendio que le inspiró su novela Sobre los acantilados de mármol.
Redactó la novela entre febrero y julio de 1939 y, movilizado, corrigió las
pruebas en septiembre, en un bunker
de la línea Sigfried. Catorce mil ejemplares se vendieron en pocas semanas. Se
ha considerado el libro como una crítica de la tiranía en general.
La historia de
desarrolla en un país fabuloso, sede de una alta civilización. Este lugar
mítico estaba dividido en dos partes, la Marina y la Campania, por los
acantilados de mármol. En los confines de la Campania, se extendían los
humedales y los bosques, sobre los que reinaba un ser misterioso y bárbaro, el
Gran Guardabosques [Oberfoerster],
cuyo aspecto y maneras algunos han querido ver a Hitler. Sin embargo, el Gran
Guardabosques no se identifica enteramente con él, posee más bien algunos
rasgos de Stalin. En realidad, la figura del Gran Guardabosques supera a los
personajes históricos, simboliza al eterno tirano. Algunos comentaristas
extranjeros de la novela subrayaron la similitud entre la figura jungueriana y
el canciller, sin tener en cuenta las consecuencias que podía tener para el
autor. Se critica igualmente su estetización de la violencia.
En la novela,
encontramos a la mayor parte de miembros del entorno de Ernst Jünger. Así, los
dos hermanos protagonistas, se parecen extrañamente a Ernst y a Friedrich
Georg. Sin embargo, habían combatido juntos durante la guerra de Alta-Plana. En
la época, todavía hacían apología de la potencia y se mostraban implacables
ante los débiles. Ahora, se habían retirado del mundo y se consagraron
enteramente al estudio de las plantas, constituyendo poco a poco un gran
herbolario, a la manera de Linneo. Así mismo, el personaje de Perpetua, símbolo
de la eternidad, corresponde a su compañera y el niño adoptado por la pareja,
Erion, su hijo Ernstel.
Jünger describió
el lento pero inexorable ascenso de la amenaza, hasta su apogeo, cuando las
fuerzas maléficas destruyeron los acantilados de mármol. Varios episodios de su
novela, nos parecen hoy premonitorios. Durante una patrulla, los dos hermanos
descubren con horror el taller de descuartizamiento de Köppels-Beeck. Se
encuentra también en el texto una expresión que se ha convertido en célebre: “El bandolerismo que la Campania ya conocía,
se repitió entonces, y los habitantes se habían retirado resguardados por la
oscuridad y la niebla [= Nacht und Nebel]. Nadie volvió”.
Jünger
sobrevivió bajo el Tercer Rech, en parte gracias a su condición de héroe
nacional, pero también gracias al éxito de sus escritos de guerra que el propio
Hitler admiraba. Por el contrario, jamás leyó Sobre los acantilados de mármol. El Führer ordenó a sus servicios policiales no importunar al
escritor. Tras la guerra, Jünger realizó un sibilina alusión a sus protectores,
sin nombrarlos. Por nuestra parte, nos inclinamos a creer que Goebbels se
encontraba entre ellos.
LA GUERRA DE KNIEBOLO
El capitán
Jünger participó en la campaña de Francia en 1940. En su diario afirma que se
trata de la guerra de Hitler y no de la suya. Por prudencia, mencionada a
Hitler con el seudónimo de “Kniebolo”.
En junio de 1941, su regimiento parte para Rusia. El general Speidel, que era
uno de sus admiradores y un opositor al régimen, destinó a Jünger al control
del correo militar, en París, a fin de que pudiera proseguir su obra literaria.
Sobre los acantilados de mármol, en su
segunda versión, la segunda versión del Corazón
Venturoso, así como Jardines y Rutas
[su primer diario] fueron publicados en traducción francesa en 1942. Durante el
mismo año inicia la redacción de La
llamada, texto que se titulará
más tarde La Paz. Frecuentaba los medios intelectuales parisinos y se
entrevistó con la mayoría de grandes escritores de la época, conoció a Sacha
Guitry, Jean Giraudoux, Marcel Jouhandeau y al menos conocido Jean Paulhan del
que sabía que era un resistente activo. Fue así como participo en la gran
“República de las Letras”. No pasaba un día sin que discutiera con un
intelectual. Se encontró igualmente con Céline en el Instituto Alemán.
A finales de
1942, Heinrich Stüpnagel, uno de los futuros conjurados del 21 de julio de
1944, lo envío en misión al Cáucaso, a fin de que valorara la moral de las
tropas y la actitud de la oficialidad. De retorno, redactó para Speidel un
informe sobre las sórdidas luchas de influencias que se producían entre el
ejército y el partido. En su Garten und
Strasen, Jünger comentaba el Salmo 73.
La censura le pidió que suprimiera este fragmento. Él lo rechazó. Fue
suficiente para que las autoridades del Reich prohibieran su publicación.
El mariscal
Rommel fue el primer lector de su texto La
Paz. Rommel en ese momento ya se había comprometido a participar en el
complot del 20 de julio. Se ha dicho que La
Paz, se convirtió en una especie de manifiesto de los conjurados lo que es,
todas luces, exagerado. Parece ser que Jünger tenía idea de que se preparaba un
complot pero no participó en él en absoluto. Su combate era en solitario.
Además, no aprobaba los atentados políticos. Tras el fracaso del pustch se vio obligado a destruir
papeles comprometedores. Sin embargo, fue puesto en situación de destino y las
autoridades le pidieron que dimitiera de las fuerzas armadas. Llegó a su
domicilio de Kichhorst. El 1º de diciembre de 1944, el juez Fresler dirigió una
carta a Martin Bormann sobre el procedimiento abierto contra Jünger por su
novela Sobre los acantilados de mármol.
La maniobra tendía probablemente a llevarlo ante el Volksgerecht [tribunal popular] por crimen de alta traición.
El 24 de
noviembre, su hijo mayor, Ernstel, de entonces 18 años, resultó asesinado por
los partisanos italianos no lejos de los “acantilados
de mármol” de Carrara. Jünger se sintió culpable de su muerte. En 1950,
Jünger llevó el cadáver de su hijo a la propiedad de Wilflingen, que había
pertenecido a una rama de la familia Stauffenberg, donde permaneció siempre con
flores.
EL “PACIFISTA”
Al acabar la
guerra, Jünger rechazó someterse a los procesos de desnazificación, ya que
nunca había pertenecido al NSDAP. Esto no evitó que a menudo se viera
estigmatizado como autor maldito, denigrado, sobre todo por los intelectuales
comunistas y los que querían adquirir “buena conciencia”. El silencio de sus
amigos parisinos le hizo sufrir todavía más que las vociferaciones de sus
enemigos. Bertold Brecht fue el único que pidió a sus camaradas comunistas que
cesaran los ataques contra él. Algunos de sus detractores esperaban
beneficiarse criticándolo, otros le reprochaban su ensayo El Trabajador en el que el Tercer Reich encontró argumentos para su
propaganda. La bajeza de los primeros era evidente, la irracionalidad de los
segundos consternadora. En efecto, se trataba de la misma técnica que consistía
en acusar a Nietzsche de los excesos del Tercer Reich, al margen de cualquier
consideración cronológica. En la senda del filósofo de Sils Maria, Jünger
detestaba las ideologías de masas y proponía más bien una forma de
aristocracia, en el sentido etimológico.
Los aliados
mantuvieron la prohibición de que publicara hasta el año 1949, si bien La Paz, que había dedicado a la
juventud de Europa y del mundo, apareció clandestinamente en Amsterdam en 1945.
Cincuenta años más tarde, declaró: “En mi
opinión, el futo más precioso de estas guerra fue mi ensayo titulado La Paz; allí afirmaba la necesidad de una Europa unificada”.
El texto no cae
en los excesos universalistas tan frecuentes entre los pacifistas. Por el
contrario, Jünger, remite a un estilo poético, con acentos guerreros para
predicar la paz. En alemán, el sustantivo Friede
es de género masculino.
Según el autor,
el último conflicto no fue un enfrentamiento entre naciones, sino una guerra
civil mundial [Welbürgerkrieg] que
forjó tanto a los pueblos como a los corazones. Fue la primera obra en común de
la humanidad; la paz debe ser la segunda. Para realizarla, es preciso resolver
tres problemas fundamentales: el espacio, porque los Estados luchan por
conquistar territorios; el derecho a la concordia no puede establecerse más que
entre pueblos libres; y finalmente, la cuestión del Trabajador, única figura
capaz de colocar la movilización total, operada por la guerra, al servicio de
la paz.
Ahora, cuando
las fronteras quedan rotas por el seísmo, llega el momento propicio para que
los pueblos se unan en amplios bloques geopolíticos. Europa no puede ser
dominada por sus dos avatares, los Estados Unidos y la Unión Soviética, los
Imperios [Imperien] instaurarán en su
seno una unidad en la diversidad. En el interior del Imperio, cada uno será
libre de pertenecer al pueblo que desee. El nuevo Estado reconciliará las dos
formas de la democracia, la liberal y la totalitaria. Bajo la égida del Estado
totalitario, serán situados los aspectos que tengan que ver con la
civilización: la técnica, la industria, la economía, la defensa. Mientras que
en los dominios culturales serán regidos por el poder liberal: la lengua, la
historia, las costumbres, las leyes, las artes y la religión. El Orden Nuevo se
fundará sobre una teología post-nihilista y el Estado no concederá su confianza
más que a los individuos que crean en una razón superior al hombre.
EL EQUILIBRO DE LAS FUERZAS: HELIÓPOLIS
[1949]
Heliópolis traslada en parte la
atmósfera que reinaba en el Cuartel General alemán en París y las luchas por el
poder entre la Wehrmacht y el partido
nacional-socialista, en un mundo donde el Estado universal se ha realizado. En
la ciudad de Heliópolis, dos poderes se enfrentan, de una parte el procónsul,
que tiene como héroes al oficial Lucius de Geer; de otra parte, el Alguacil, un
tirano demagogo que asienta su poder sobre la fuerza, el temor y la técnica. El
que realiza los trabajos sucios para el Alguacil, el inquietante Messer Grande,
es por otra parte un apasionado del progreso en todas sus formas y
particularmente por los trabajos del doctor Mertens, que dirige el Instituto de
Toxicología, donde, según se rumorea, se envenena a los opositores. Lucius se
enamora de Boudour Péri, la sobrina de un comerciante parsi, un pueblo
perseguido. Pronto, ambos son víctimas del Alguacil. Lucius salvará a Boudour y
a su tío Antonio con peligro de su vida, luego se exiliaran en los astros, el
dominio de una tercera fuerza, el Regente, que corresponde tanto a la esfera
religiosa como a una sabiduría superior que protege la libertad del individuo.
Si al final de
los Acantilados de Mármol, el mal
triunfa, en Heliópolis, sin embargo,
se restaura un precario equilibrio de fuerzas. De nuevo, la resistencia es
asumida por un grupo aristocrático de militares. En la final de la novela, el
piloto de la nave espacial, Phares, declara a Lucius: “Conocemos vuestra posición, la del espíritu conservador que ha querido
servirse de los medios revolucionario y ha fracasado”. Jünger constata el
fracaso de su compromiso político y se vuelve hacia la esfera mágico-religiosa.
APORÍAS DEL REBELDE [1951]
En El Tratado del Rebelde o El
emboscado [Der Waldgänger], Ernst
Jünger dibuja una nueva figura. La palabra Waldgänger
designa al proscrito islandés de la Alta Edad Media escandinava que se
refugiaba en los bosques. Excluido de la comunidad, este réprobo podía ser
abatido por cualquier hombre que lo encontrara. Por su parte, Jünger define al Rebelde de la siguiente manera: “Llamamos así a aquel que, aislado y
expulsado de su patria por la marcha del universo, se en finalmente entregado a
la nada. Tal podría ser el destino de un gran número de hombres e incluso de
todos, es preciso pues que se añada un carácter. El rebelde se ha comprometido
a la resistencia y tiene una intención de participar en la lucha, aunque sin
esperanza. Por lo tanto, rebelde es aquel que se pone por su naturaleza al servicio
de la libertad, relación que le conduce con el tiempo a una revuelta contra el
automatismo y a un rechazo a admitir la consecuencia ética, el fatalismo. Al
tomarlo así, seremos pronto sorprendidos por el lugar que tiene el recurso a
los bosques, en el pensamiento y en la realidad de nuestros años".
Al principio de
su ensayo, el autor denuncia el sistema de plebiscito practicado por las
dictaduras, pero está muy claro que los reproches se dirigen a estas
caricaturas de elecciones o de referéndums que se aplican en las democracias
parlamentarias. El Rebelde rechaza
la sociedad moderna que considera como totalitaria, sea cual sea su forma de
gobierno. A la inversa del Trabajador, rechaza la necesidad y combate la
técnica que conduce al mundo a su perdición.
Sin embargo, no renuncia a los instrumentos modernos de los que tiene
necesidad para preservar su libertad. Su actitud paradójica recuerda la de los
dos hermanos de los Acantilados de
mármol. En efecto, ¿cómo combatir al Mal utilizando los mismos instrumentos
y métodos que él?
Por el
contrario, el Rebelde puede refugiarse en los bosques que todo hombre lleva en
sí mismo: el arte y el pensamiento. Las aporías [paradojas o dificultades
lógicas insuperables NdT] del Rebelde aparecen, cuando debe traducir en actos
su revuelta interior… Sobre este punto, el Rebelde se parece al Lucius de Geer
que conoce una apoteosis espiritual refugiándose en los dominios del Regente,
pero que, a nivel político, es un vencido. Jünger tiene razón al subrayar que
los regímenes totalitarios son frágiles, porque deben movilizar lo esencial de
su energía en la represión de una minoría de resistentes, pero este acceso de
optimismo no convence en absoluto al lector. Ni Lucius, ni el Rebelde, ni el
mismo autor pueden permanecer indiferentes ante el dolor de otros, pero se
privan de los medios necesarios para combatir a los verdugos.
Con Heliópolis y El Tratado del Rebelde,
Ernst Jünger se separa de la filosofía contemplativa y del retiro interior que
había propuesto en Los Acantilados
de Mármol, para afirmar la necesidad de la resistencia.
EUMESWIL
Eumeswil es el límite del ciclo de metamorfosis de las figuras jungianas.
Ahora enuncia los rasgos del Anarca, una figura refinada del Rebelde. El héroe
y narrador de la novela, Venator, es un historiador que centra sus
investigaciones en torno a una visión cíclica de la Historia, sigue la pista de
las figuras perennes, los arquetipos de personajes o de acontecimientos, por
medio de un ordenador gigantesco, el Luminar, que contiene todo el material
histórico acumulado por la humanidad.
El autor adopta
el estilo que presta al historiador, hecho de frases cortas e incisivas. Por la
tarde, Venator oficia como barman del círculo privado de Condor, el dictador
hábil y esteta que reina en Eumeswil,
una de las ciudades-Estado nacidas de la desintegración del Estado universal.
Su bar es un lugar privilegiado para observar los juegos del poder. A
diferencia del anarquista convencional, el Anarca no desea suprimir la
autoridad, se acomoda y aprende a vivir en su seno, preservando su liberta de
espíritu.
El Rebelde huía
de la sociedad, el Anarca se inserta en ella. “El anarquista viven en la dependencia, primeramente de su voluntad
confusa y en segundo lugar del poder. Se une a los poderosos como una sombra;
el soberano, en su presencia, siempre está en guardia (…) El anarquista es un
partener del monarca que sueña con destruir. Golpeando a la persona, fortalece
el orden de la sucesión. El sufijo “ismo” tiene una acepción restrictiva:
acentúa quiere el querer a expensas de la sustancia [...] La contrapartida
positiva del anarquista, es el Anarca. Este no es el partener del monarca, sino
su antípoda, el hombre que el poderoso no lleva a captar, aunque él también sea
peligroso. No es el adversario del monarca, sino su antítesis. El monarca
quiere reinar sobre una multitud de personas y incluso sobre todos; el Anarca
sobre sí mismo y sobre él solo. Lo que le procura una actitud objetiva, es
decir escéptica hacia el poder, es que deja desfilar ante él a las figuras
inteligibles, seguramente, pero no sin emoción íntima, no sin pasión histórica.
Anarca, todo historiador de nacimiento lo es más o menos; si es grande, accede
imparcialmente, de este fondo de su ser, a la dignidad de árbitro”.
En varias obras
de Jünger, encontramos la oposición entre dos fuerzas contradictorias y el
recurso a una tercera potencia que trasciende a las dos primeras. Los dos
hermanos de Los Acantilados de Mármol
se enfrentan al Gran Guardabosques, luego se refugian en sus antiguos adversarios
de Alta-Plana. En Der Friede, el
Estado totalitario y el Estado liberal engendran el Imperio. En Heliópolis, la lucha entre el Procónsul
y el Alguacil, es superada por el recurso al Regente. Con Eumeswill, el conflicto parece neutralizado. Existe una oposición
al Cóndor, encarnado por los liberales, vanos habladores refugiados en los
sótanos de la ciudad. En cuanto al Anarca, no experimenta la necesidad de
luchar contra la soberanía, ya que participa de ella a su manera.
LOS “ACECHADORES”
Jünger llamaba Verfolger [rastreador, perseguidor], a
los profesionales de la prensa escandalosa. Estos individuos le persiguieron
hasta el final de su vida. El autor no les concedió la más mínima importancia.
En 1983, las
autoridades alemanas organizaron una recepción para entregarle el premio
Goethe. Los Verdes empezaron a vituperar en la calle contra el escritor a quien
asimilaban a una reliquia de un pasado vergonzoso. La cosa era todavía más
sorprendente dado que, Jünger se había interesado desde principios de los años
60 en los problemas de la ecología e incluso porque numerosos antiguos
nacional-revolucionarios, entre ellos Paul Weber, militaban en las filas de los
Grünen.
El 6 de junio de
1994, el Der Spiegel publicaba una
carta considerada como “prueba” de que el “Merlín” de los Diarios de guerra no era otro que Céline. En realidad, se trataba
de un secreto a voces, aireado desde hacía mucho tiempo. En efecto, el nombre
de Céline aparecía ya en todas las cartas en la traducción francesa del Diario de guerra. Su biógrafo, Banine,
en efecto, había traducido el sobrenombre a instancias del autor. Furioso,
Céline había intentado un proceso por difamación contra Jünger. Señalemos que
Jünger suprimió los fragmentos que mencionaban a Céline en las ediciones
ulteriores. No sabemos si quería borrar de su obra al personaje, evitar un
nuevo proceso o volver su diario menos denso como le pedía el editor.
En la edición
del 18 de noviembre de 1993, del Die
Woche, el periodista Víctor Farias, muy conocido en Alemania por sus
diatribas contra Heidegger, acusaba a Ernst Jünger de haber escrito un artículo
antisemita, en los años treinta. El folletinista afirmaba que Jünger no se
había nunca separado de sus simpatías nazis y había incluso deseado el
genocidio de los judíos. En realidad, se trataba de un artículo que Ernst
Jünger había publicado en los Suddeutschen
Hefnen en 1930, en el marco de un dossier que trataba sobre el problema de
la condición judía. La mayor parte de los demás redactores de la revista eran,
por otra parte, judíos. De forma insidiosa, Farias no había precisado en qué
revista ni en qué circunstancias el artículo de Jünger había sido publicado, lo
que dejaba al lector suponer que se trataba de un periódico nazi o antisemita.
En su contribución, Jünger se pronunciaba por la asimilación de los judíos
alemanes y concluía que debían “ser
judíos en Alemania o no ser”, fórmula que incluso interpretada con mucha
mala fe, no significaba en absoluto que deseara el exterminio de los judíos…