Hasta ahora, los gobiernos del PP han muerto de “muerte súbita”:
¿quién iba a pensar en 2003 que con las elecciones prácticamente en el
bolsillo, los errores cometidos en apenas 24 horas después del atentado, iban a
restar la victoria al PP? En aquellas elecciones, lo único que se cuestionaba
era si el PP se impondría por mayoría absoluta, o relativa. Y, en cuanto a la
votación parlamentaria por la que Rajoy fue sustituido por Pedro Sánchez,
tampoco se esperaba y constituyó una sorpresa para la mayoría. En cambio, los
fines de gobierno socialistas han sido, siempre, agónicos: y en el caso de
Sánchez ya han aparecido todos los elementos propios de un proceso de
descomposición terminal.
LA LARGA AGONÍA DEL FELIPISMO
Felipe González, consiguió mantenerse en el poder, con todo tipo
de marrullerías y artificios durante la friolera de catorce años (1982-1996). Aquello
parecía no terminar nunca. Especialmente duras fueron las dos últimas
elecciones, cuando ya era demasiado evidente que habían estallado una serie de
escándalos de corrupción (a partir de la estatización de RUMASA, madre de todas
las corruptelas), insuficientemente investigados, sino cubiertos y que, incluso
el terrorismo antiterrorista de los GAL se había convertido en una forma de
muñir los fondos de reptiles del ministerio del interior por parte de los
allegados.
Por mucho cuidado que pongan los historiadores de cámara en defender
al felipismo, lo cierto es que ya en su primera legislatura, el escándalo y la
corrupción fueron sus compañeros permanentes. Y así será recordado por la
posterioridad. Apenas tres años después de las elecciones de 1993, en las que
solamente pudo mantenerse por el apoyo de CiU (la versión catalana de la
corrupción, hermanos de leche con el PSOE), se vio obligado a convocar nuevas
elecciones, que ganó el PP, con un margen estrecho (156 escaños contra 141 del
PSOE). Felipe se fue a disfrutar, dejando una España en la OTAN, con una
mala negociación con la UE, origen de todos nuestros problemas posteriores,
incluso actuales, con los “contratos basura” y “planes de empleo juvenil” que
no empleaban pero que abrieron las puertas a las malhadadas “Empresas de Trabajo
Temporal”, contratos en precario, “leyes sociales” que recortaban las
prestaciones por desempleo, “medicamentazos”, y toda una batería de medidas antisociales
que le salieron electoralmente gratis durante cuatro ciclos electorales.
El éxito de Felipe fue tal que optó por nacionalizarse dominicano
el 2 de febrero de 2022 e irse a vivir allí.
COMO LAS COSAS PODÍAN IR A PEOR, APARECIÓ ZP “EL NULO”
Zapatero, desde el principio, apareció como algo anómalo en el PSOE y en la sociedad española. Hoy todavía subsiste el “enigma ZP” y lo que tenía en la cabeza el sucesor improvisado de Aznar. Si es que tenía algo.
Lo
más probable es que los socialistas lo colocaran al frente, a la vista de que
el “aznarato” tenía todas las características de prolongarse en el tiempo y el
candidato socialista que se le enfrentara estaba destinado al “morituri”. Pero
las bombas del 11-M cambiaron el voto de 3.000.000 de españoles y apareció
aquel tipo, quintaesencia de la blandenguería, de la falta de cualidades de
gobierno, de ausencia completa de visión de Estado, el de la “renuncia
preventiva”, el de la “Alianza de Civilizaciones”, el de “nos vamos de Irak,
pero, en contrapartida, nos zambullimos en Afganistán”, el del “proceso de
paz”, el de la prohibición de ir más allá en la investigación del 11-M, y,
¿cómo olvidarlo? “No, aquí no hay crisis económica”, cuando las bolsas de todo
el mundo se desplomaban, los bancos caían en picado y la construcción se
convertían en un erial. O los “Planes E2010” que situaron a España en números
rojos que, desde entonces, no han dejado de aumentar. Sin olvidar la famosa
“prima de riesgo” que aproximaba al bono español a la categoría de “bono
basura”.
El último año del zapaterismo fue memorable: el presidente se
resistía a irse y convocar elecciones anticipadas, pero ya nada en el país
funcionaba y todas las estupideces retóricas de la primera legislatura quedaban
lejos en una España empobrecida y con más de seis millones de parados.
PEDRO SANCHEZ, EL HOMBRE QUE NUNCA HA GANADO UNA ELECCIÓN
Después de ZP el PSOE parecía haber caído demasiado bajo, incluso
para su sigla. Y, sin embargo, emergió la figura de Pedro Sánchez, de la nada.
No había ganado una elección, pero siempre “estaba allí” sustituyendo al
candidato de la lista inmediatamente anterior que, por algún motivo, había
dimitido o se había ido a casa.
De él se sabía poco, tan solo que había sido concejal por Madrid,
por carambola: era el número 23 de la lista y solamente salieron elegidos 21.
Luego sustituyó a uno y a otro y consiguió su primer sueño. En 2008, fue
candidato socialista por Madrid a las generales, pero no obtuvo escaño. Pero
como Pedro Solbes renunció, él ocupó su escaño. En 2011, onceavo de la lista
por Madrid, quedó también fuera del congreso, por un escaño. Cristiana Narbona
renunció para irse al Consejo de Seguridad Nuclear y Sánchez volvió al
parlamento…
Nunca, hasta entonces había logrado entrar en la Ejecutiva, ni en
el Comité Federal del PSOE, lo que no fue obstáculo para que se propusiera
candidato a suceder a Pérez Rubalcaba en 2014. Se enfrentó a Eduardo Madina (al
que una bomba de ETA dejó en las nubes, les perdonó y todavía no ha aterrizado)
y Pérez Tapias. Ganó Y fue candidato a la presidencia en las elecciones de
2016: obtuvo un resultado récord, el mínimo histórico obtenido por el PSOE
hasta aquella fecha. Rajoy, literalmente, se lo comió. Pero Sánchez tenía
planes: aliarse con los indepes. La idea no gustó y la Ejecutiva Federal se
disolvió y Sánchez dimitió como secretario general. Se formó una gestora. Hizo
campaña y en el XXXIX congreso salió elegido secretario general, frente a
Susana Díaz y Pachi López. Luego vino la moción de censura y su período de
presidente. Vamos ya cuatro años cargando con él.
Nunca se hubiera mantenido de no ser por el apoyo de Podemos
primero y, luego, de los independentistas, más Podemos. Le ha salido relativamente barato en coste económico (unas cuantas
leyes sobre las obsesiones propias de la extrema-izquierda, memoria histórica,
la coña del Valle de los Caídos o la historia interminable, y cinco ministerios
de segunda fila (y alguno de tercera). Su segundo gobierno, el posterior a las
elecciones de 2020, podría llamarse “el gobierno de los impresentables”, con
Iglesias de “vicepresidente”. Desde entonces, todo ha ido mal o muy mal. Y
lleva camino de ir rematadamente mal.
Algunos “tertulianos” frívolos de esta sucesión han dicho: “No
pasa nada, la izquierda se patea el presupuesto, lo hace todo al revés; luego
pierden las elecciones, viene el PP, hace los ajustes y cuando el país está
nuevamente fresco como una rosa, vota socialista, por el simple placer de
situarse ante el abismo”. No es eso. Hasta ahora las cosas han sido, más
o menos, así, pero las soluciones de la derecha no han dejado de ser respuestas
puntuales a males sistémicos y, como tales, limitadas. Ahora, el problema es
que, cada vez, el país está más endeudado, más roto, más desmoralizado y en un
pozo más profundo.
HOY ESTÁN PRESENTES TODOS LOS
SÍNTOMAS DE FIN DE CICLO POLÍTICO
¿Somos pesimistas? En absoluto: vuelven a manifestarse todos los
elementos que han estado presentes en los “fines de ciclo” anteriores. En
primer lugar, crisis económica. Y que no se nos diga que es por la
“coyuntura internacional”, “por el covid” o “por Ucrania”. Es por mala
administración de recursos, pésima gestión, incluso desinterés por todo lo que
no es reparto de comisiones y titulares electoralistas. El socialismo
español siempre, desde el felipismo, ha sido especialista en “poner el cazo” a
Europa. La UE paga y el PSOE distribuye los fondos entre los amigotes. Y no,
esto no es una competición para ver quién es el partido más corrupto: el caso
de los EREs y el “régimen socialista andaluz” ha dejado bien claro quién era el
líder en el tema de las corruptelas.
De hecho, el covid primero y el conflicto ucraniano después,
han sido providenciales para facilitar a Sánchez argumentos para eludir
responsabilidades. Pero el hecho es que la inflación es, aquí y ahora,
un resultado de malas decisiones políticas y el gasto público ha llegado a
extremos lacerantes para el contribuyente. España, desde el felipismo, se
ha ido debilitando económicamente. Es cierto que el modelo económico de Aznar
fue nefasto a medio plazo, pero, al menos fue un modelo coherente con el
neoliberalismo y el papel periférico heredado de la negociación felipista con
la UE. Y también es cierto que, Rajoy fue un don Tancredo en materia de
“vertebración del Estado” y fio la resolución de la cuestión indepe a la
judicatura, pero también es cierto, que logró sacar al país de la crisis
abismal en la que la había hundido ZP por su falta de reconocimiento y reacción
ante la crisis y luego por las decisiones erróneas (los dos Planes E2010).
Pero, ahora, las cosas están mucho más deterioradas que entonces. Las
perspectivas son mucho peores y la estructura económica del país sigue siendo
la misma que en 2007: construcción y turismo, los sectores económicos de más
bajo valor añadido.
El otro síntoma de putrefacción del pedrosanchismo es la
fragilización de su red de “alianzas”: para mantenerse en el gobierno de
España, se vio obligado a pactar con la no-España.
Las consecuencias han sido catastróficas especialmente en Cataluña, en donde, a
fuerza de ceder y ceder a las ambiciones independentistas, ya no queda nada más
que entregarles: indultos, condonación de pagos judiciales, parón a los
procesos al clan Pujol, “mesa de negociaciones” cuando ya no queda nada que
negociar, salvo la fecha de un nuevo referéndum y dinero y más dinero enviado a
ERC para lograr aguantar una semana más en el poder. Y ni siquiera eso basta.
Sánchez hoy preside el gobierno más débil de la democracia, sin precedentes en
la historia política de nuestro país.
La política -como en todas las situaciones en las que un gobierno
socialista entra en situación previa al colapso- se convierte en búsqueda de
titulares, apoyos periodísticos (tertulianos a
los que hay que untar, cadenas que hay que salvar de la quiebra mediante
subsidios, medios de comunicación que han perdido toda credibilidad que
defienden a capa y espada al gobierno, youtubers e influencers de pago que no
logran interesar ni siquiera a los jóvenes). El drama de Sánchez es que los
portavoces del régimen han perdido cualquier credibilidad. Ahora, con una
inflación superior al 8% ya no pueden decir que las cosas van bien y que todo
es prosperidad y buen hacer. La realidad desmiente cualquier síntoma de
optimismo.
Tiene prisa ante la posibilidad de que, en cualquier momento,
Podemos rompa o los indepes cesen bruscamente su apoyo al sanchismo. Tienen
prisa, en primer lugar, porque los fondos que van llegando de la UE se repartan
entre “los amigos” (incluso entre papá y mamá). Tiene prisa en cumplir el
mandato recibido, no por el electorado, sino por algún centro de poder mundial:
más inmigración, más rápido, más armas para Ucrania, más decisión en romper
cualquier vínculo comercial con Rusia, más compromiso con la OTAN, más
servidumbre hacia los EEUU, más LGBTIQ+, más “cambiología” (climática), más
veganismo, más leyes de mascotas, más “memoria histórica”, “más igualdad” y más
agenta 2030, en definitiva. Cualquier cosa antes que preocuparse de sanear
la economía, combatir la corrupción, reformar leyes fracasadas o dar marcha
atrás en aquellos temas que se han demostrado catastróficos para el país y la
sociedad.
La prima de riesgo vuelve a subir. Las bolsas vuelven a bajar. Los
empresarios claman para que la situación política se estabilice. El gobierno
responde -como el felipismo y ZP- con aventuras exteriores: aliarse con
Marruecos dando la espalda al proveedor de gas en el peor momento en que podía
hacerse, utilizar un lenguaje bélico como si estuviéramos ya en guerra,
reuniones de la OTAN en España, y reafirmación de la Agenda 2030, como si no
hubiera vida más allá.
PEDROSACHISMO ESTÁ A PUNTO DE DESAPARECER,
PERO
EL PSOE SEGUIRÁ VIVO
El resultado, es una sociedad harta del pedrosanchismo, cuyo
rechazo irá aumentando a medida que la crisis económica vaya aumentando y la
inflación deprecie más y más el dinero de los españoles. Todos sabemos en
este país, que el pedrosanchismo es un cadáver hediondo, sabemos que está
condenado a desaparecer en el basurero de la historia como los gobiernos
socialistas que le han precedido, generando náuseas, frustración, y situaciones
cada vez más irreversibles. Sabemos que estamos en los últimos meses del pedrosanchismo,
pero el drama es que las encuestas todavía registran una notable intención de
voto hacia el PSOE. Aquí, de momento, no se va a dar la situación francesa, en
la que la candidata socialista a las presidenciales apenas obtuvo un 1,5%. Y
este es el drama. Porque, en la práctica, desde su fundación, el PSOE ha
sido un cáncer, una especie de proliferación vermicular que ha ido consumiendo
al país, ha generado crisis que han llevado a otras mayores (vale la pena
recordar el golpe de Asturias en octubre de 1935, precedente de la guerra civil
cuya única responsabilidad fue de las siglas PSOE). Y esa sigla maldita,
todavía sobrevivirá a la putrefacción del pedrosanchismo. Seguirá al acecho
para cuando las circunstancias le sean favorables, volver a colocar a unos
peones en los mecanismos de poder e iniciar otro ciclo de esquilmado de España.
Yo recomendaría la lectura de la historia de España y el
seguimiento de la trayectoria del PSOE: lo que está ocurriendo ahora no es una
excepción desde que el Pablo Iglesias “de verdad” fundara el PSOE. Es una
constante. Tras la guerra civil, durante los “40 años de vacaciones” del PSOE,
el partido estaba situado a la izquierda del PCE. Vale la pena que no se
olvide. Fue tutelado por el SPD alemán, que lo reconstruyó partiendo de cero
y amamantando a sus retoños más ambiciosos: de ahí nació el felipismo. Fueron
marxistas hasta que el que pagaba la broma, el SPD, les dijo que dejaran de
serlo. Estuvieron contra la OTAN hasta que a toque de pito del Pentágono
formaran en la OTAN y se vanagloriasen de bombardear Yugoslavia. Y ahora, en el
colmo de la irresponsabilidad, comprometen la paz mundial, siguiendo la orden
de internacionalización del conflicto ucraniano, más allá de las fronteras de
este país. Sin ideología ni nada parecido a doctrina. Con unos principios
pedestres enunciados en la Agenda 2030, el PSOE es un zombi que pide ser
enterrado de una vez por todas.
No se trata de “acabar con el pedrosanchismo”: la experiencia
histórica demuestra que, de la misma forma que el gobierno de ZP fue peor que
el felipismo, el pedrosanchismo es aún peor que el zapaterismo. Por esta misma
ley, cabe esperar que lo que suceda al pedrosanchismo, sea, literalmente, el
caos.
El resultado de las próximas elecciones o bien dará una mayoría
absoluta al PP (algo improbable), o bien le dará una mayoría relativa que
precisará del concurso de otro partido para poder gobernar. Núñez Feijóo ha
sido claro -y vale la pena no olvidarlo a la hora de votar al PP- su primer interlocutor
es el PSOE. El nuevo líder de la derecha, aspira, pues, a entenderse con
el PSOE… lo que traducido quiere decir, salvar al PSOE. Y esto, resulta
inadmisible. Así pues, hoy, si se trata de barrer al PSOE no de echarle un
salvavidas en tiempos de derrota- votar al PP es la peor opción que puede
plantearse el electorado.
Hoy, todo lo que no sea colocar, no al pedrosanchismo, sino al
PSOE como enemigo principal es equivocar el disparo. Y todo lo que no sea
establecer una divisoria entre los que están por la Agenda 2030 y los que están
en contra, es desconocer quién es el “amigo” y quien “el enemigo”. Porque,
a fin de cuentas, lo que estamos recordando en esta época crepuscular del
pedrosanchismo, es que ya no basta con votar contra una opción que ha
demostrado sobradamente su perversidad e incapacidad, sino votar contra quien
la ha promovido. En otras palabras, o se está a favor de la Agenda 2030 o se
está en contra. ¿Sánchez? ¿Feijóo? Están al otro lado. Votarles supone
eternizar el problema.