INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

domingo, 15 de mayo de 2022

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: PEDROSANCHISMO: EL INEQUÍVOCO AROMA A FIN DE CICLO

Hasta ahora, los gobiernos del PP han muerto de “muerte súbita”: ¿quién iba a pensar en 2003 que con las elecciones prácticamente en el bolsillo, los errores cometidos en apenas 24 horas después del atentado, iban a restar la victoria al PP? En aquellas elecciones, lo único que se cuestionaba era si el PP se impondría por mayoría absoluta, o relativa. Y, en cuanto a la votación parlamentaria por la que Rajoy fue sustituido por Pedro Sánchez, tampoco se esperaba y constituyó una sorpresa para la mayoría. En cambio, los fines de gobierno socialistas han sido, siempre, agónicos: y en el caso de Sánchez ya han aparecido todos los elementos propios de un proceso de descomposición terminal.

LA LARGA AGONÍA DEL FELIPISMO

Felipe González, consiguió mantenerse en el poder, con todo tipo de marrullerías y artificios durante la friolera de catorce años (1982-1996). Aquello parecía no terminar nunca. Especialmente duras fueron las dos últimas elecciones, cuando ya era demasiado evidente que habían estallado una serie de escándalos de corrupción (a partir de la estatización de RUMASA, madre de todas las corruptelas), insuficientemente investigados, sino cubiertos y que, incluso el terrorismo antiterrorista de los GAL se había convertido en una forma de muñir los fondos de reptiles del ministerio del interior por parte de los allegados.

Por mucho cuidado que pongan los historiadores de cámara en defender al felipismo, lo cierto es que ya en su primera legislatura, el escándalo y la corrupción fueron sus compañeros permanentes. Y así será recordado por la posterioridad. Apenas tres años después de las elecciones de 1993, en las que solamente pudo mantenerse por el apoyo de CiU (la versión catalana de la corrupción, hermanos de leche con el PSOE), se vio obligado a convocar nuevas elecciones, que ganó el PP, con un margen estrecho (156 escaños contra 141 del PSOE). Felipe se fue a disfrutar, dejando una España en la OTAN, con una mala negociación con la UE, origen de todos nuestros problemas posteriores, incluso actuales, con los “contratos basura” y “planes de empleo juvenil” que no empleaban pero que abrieron las puertas a las malhadadas “Empresas de Trabajo Temporal”, contratos en precario, “leyes sociales” que recortaban las prestaciones por desempleo, “medicamentazos”, y toda una batería de medidas antisociales que le salieron electoralmente gratis durante cuatro ciclos electorales.

El éxito de Felipe fue tal que optó por nacionalizarse dominicano el 2 de febrero de 2022 e irse a vivir allí.

COMO LAS COSAS PODÍAN IR A PEOR, APARECIÓ ZP “EL NULO”

Zapatero, desde el principio, apareció como algo anómalo en el PSOE y en la sociedad española. Hoy todavía subsiste el “enigma ZP” y lo que tenía en la cabeza el sucesor improvisado de Aznar. Si es que tenía algo. 

Lo más probable es que los socialistas lo colocaran al frente, a la vista de que el “aznarato” tenía todas las características de prolongarse en el tiempo y el candidato socialista que se le enfrentara estaba destinado al “morituri”. Pero las bombas del 11-M cambiaron el voto de 3.000.000 de españoles y apareció aquel tipo, quintaesencia de la blandenguería, de la falta de cualidades de gobierno, de ausencia completa de visión de Estado, el de la “renuncia preventiva”, el de la “Alianza de Civilizaciones”, el de “nos vamos de Irak, pero, en contrapartida, nos zambullimos en Afganistán”, el del “proceso de paz”, el de la prohibición de ir más allá en la investigación del 11-M, y, ¿cómo olvidarlo? “No, aquí no hay crisis económica”, cuando las bolsas de todo el mundo se desplomaban, los bancos caían en picado y la construcción se convertían en un erial. O los “Planes E2010” que situaron a España en números rojos que, desde entonces, no han dejado de aumentar. Sin olvidar la famosa “prima de riesgo” que aproximaba al bono español a la categoría de “bono basura”.

El último año del zapaterismo fue memorable: el presidente se resistía a irse y convocar elecciones anticipadas, pero ya nada en el país funcionaba y todas las estupideces retóricas de la primera legislatura quedaban lejos en una España empobrecida y con más de seis millones de parados.

PEDRO SANCHEZ, EL HOMBRE QUE NUNCA HA GANADO UNA ELECCIÓN

Después de ZP el PSOE parecía haber caído demasiado bajo, incluso para su sigla. Y, sin embargo, emergió la figura de Pedro Sánchez, de la nada. No había ganado una elección, pero siempre “estaba allí” sustituyendo al candidato de la lista inmediatamente anterior que, por algún motivo, había dimitido o se había ido a casa.

De él se sabía poco, tan solo que había sido concejal por Madrid, por carambola: era el número 23 de la lista y solamente salieron elegidos 21. Luego sustituyó a uno y a otro y consiguió su primer sueño. En 2008, fue candidato socialista por Madrid a las generales, pero no obtuvo escaño. Pero como Pedro Solbes renunció, él ocupó su escaño. En 2011, onceavo de la lista por Madrid, quedó también fuera del congreso, por un escaño. Cristiana Narbona renunció para irse al Consejo de Seguridad Nuclear y Sánchez volvió al parlamento…

Nunca, hasta entonces había logrado entrar en la Ejecutiva, ni en el Comité Federal del PSOE, lo que no fue obstáculo para que se propusiera candidato a suceder a Pérez Rubalcaba en 2014. Se enfrentó a Eduardo Madina (al que una bomba de ETA dejó en las nubes, les perdonó y todavía no ha aterrizado) y Pérez Tapias. Ganó Y fue candidato a la presidencia en las elecciones de 2016: obtuvo un resultado récord, el mínimo histórico obtenido por el PSOE hasta aquella fecha. Rajoy, literalmente, se lo comió. Pero Sánchez tenía planes: aliarse con los indepes. La idea no gustó y la Ejecutiva Federal se disolvió y Sánchez dimitió como secretario general. Se formó una gestora. Hizo campaña y en el XXXIX congreso salió elegido secretario general, frente a Susana Díaz y Pachi López. Luego vino la moción de censura y su período de presidente. Vamos ya cuatro años cargando con él.

Nunca se hubiera mantenido de no ser por el apoyo de Podemos primero y, luego, de los independentistas, más Podemos. Le ha salido relativamente barato en coste económico (unas cuantas leyes sobre las obsesiones propias de la extrema-izquierda, memoria histórica, la coña del Valle de los Caídos o la historia interminable, y cinco ministerios de segunda fila (y alguno de tercera). Su segundo gobierno, el posterior a las elecciones de 2020, podría llamarse “el gobierno de los impresentables”, con Iglesias de “vicepresidente”. Desde entonces, todo ha ido mal o muy mal. Y lleva camino de ir rematadamente mal.

Algunos “tertulianos” frívolos de esta sucesión han dicho: “No pasa nada, la izquierda se patea el presupuesto, lo hace todo al revés; luego pierden las elecciones, viene el PP, hace los ajustes y cuando el país está nuevamente fresco como una rosa, vota socialista, por el simple placer de situarse ante el abismo”. No es eso. Hasta ahora las cosas han sido, más o menos, así, pero las soluciones de la derecha no han dejado de ser respuestas puntuales a males sistémicos y, como tales, limitadas. Ahora, el problema es que, cada vez, el país está más endeudado, más roto, más desmoralizado y en un pozo más profundo.

HOY ESTÁN PRESENTES TODOS LOS
SÍNTOMAS DE FIN DE CICLO POLÍTICO

¿Somos pesimistas? En absoluto: vuelven a manifestarse todos los elementos que han estado presentes en los “fines de ciclo” anteriores. En primer lugar, crisis económica. Y que no se nos diga que es por la “coyuntura internacional”, “por el covid” o “por Ucrania”. Es por mala administración de recursos, pésima gestión, incluso desinterés por todo lo que no es reparto de comisiones y titulares electoralistas. El socialismo español siempre, desde el felipismo, ha sido especialista en “poner el cazo” a Europa. La UE paga y el PSOE distribuye los fondos entre los amigotes. Y no, esto no es una competición para ver quién es el partido más corrupto: el caso de los EREs y el “régimen socialista andaluz” ha dejado bien claro quién era el líder en el tema de las corruptelas.

De hecho, el covid primero y el conflicto ucraniano después, han sido providenciales para facilitar a Sánchez argumentos para eludir responsabilidades. Pero el hecho es que la inflación es, aquí y ahora, un resultado de malas decisiones políticas y el gasto público ha llegado a extremos lacerantes para el contribuyente. España, desde el felipismo, se ha ido debilitando económicamente. Es cierto que el modelo económico de Aznar fue nefasto a medio plazo, pero, al menos fue un modelo coherente con el neoliberalismo y el papel periférico heredado de la negociación felipista con la UE. Y también es cierto que, Rajoy fue un don Tancredo en materia de “vertebración del Estado” y fio la resolución de la cuestión indepe a la judicatura, pero también es cierto, que logró sacar al país de la crisis abismal en la que la había hundido ZP por su falta de reconocimiento y reacción ante la crisis y luego por las decisiones erróneas (los dos Planes E2010). Pero, ahora, las cosas están mucho más deterioradas que entonces. Las perspectivas son mucho peores y la estructura económica del país sigue siendo la misma que en 2007: construcción y turismo, los sectores económicos de más bajo valor añadido.

El otro síntoma de putrefacción del pedrosanchismo es la fragilización de su red de “alianzas”: para mantenerse en el gobierno de España, se vio obligado a pactar con la no-España. Las consecuencias han sido catastróficas especialmente en Cataluña, en donde, a fuerza de ceder y ceder a las ambiciones independentistas, ya no queda nada más que entregarles: indultos, condonación de pagos judiciales, parón a los procesos al clan Pujol, “mesa de negociaciones” cuando ya no queda nada que negociar, salvo la fecha de un nuevo referéndum y dinero y más dinero enviado a ERC para lograr aguantar una semana más en el poder. Y ni siquiera eso basta. Sánchez hoy preside el gobierno más débil de la democracia, sin precedentes en la historia política de nuestro país.

La política -como en todas las situaciones en las que un gobierno socialista entra en situación previa al colapso- se convierte en búsqueda de titulares, apoyos periodísticos (tertulianos a los que hay que untar, cadenas que hay que salvar de la quiebra mediante subsidios, medios de comunicación que han perdido toda credibilidad que defienden a capa y espada al gobierno, youtubers e influencers de pago que no logran interesar ni siquiera a los jóvenes). El drama de Sánchez es que los portavoces del régimen han perdido cualquier credibilidad. Ahora, con una inflación superior al 8% ya no pueden decir que las cosas van bien y que todo es prosperidad y buen hacer. La realidad desmiente cualquier síntoma de optimismo.

Tiene prisa ante la posibilidad de que, en cualquier momento, Podemos rompa o los indepes cesen bruscamente su apoyo al sanchismo. Tienen prisa, en primer lugar, porque los fondos que van llegando de la UE se repartan entre “los amigos” (incluso entre papá y mamá). Tiene prisa en cumplir el mandato recibido, no por el electorado, sino por algún centro de poder mundial: más inmigración, más rápido, más armas para Ucrania, más decisión en romper cualquier vínculo comercial con Rusia, más compromiso con la OTAN, más servidumbre hacia los EEUU, más LGBTIQ+, más “cambiología” (climática), más veganismo, más leyes de mascotas, más “memoria histórica”, “más igualdad” y más agenta 2030, en definitiva. Cualquier cosa antes que preocuparse de sanear la economía, combatir la corrupción, reformar leyes fracasadas o dar marcha atrás en aquellos temas que se han demostrado catastróficos para el país y la sociedad.

La prima de riesgo vuelve a subir. Las bolsas vuelven a bajar. Los empresarios claman para que la situación política se estabilice. El gobierno responde -como el felipismo y ZP- con aventuras exteriores: aliarse con Marruecos dando la espalda al proveedor de gas en el peor momento en que podía hacerse, utilizar un lenguaje bélico como si estuviéramos ya en guerra, reuniones de la OTAN en España, y reafirmación de la Agenda 2030, como si no hubiera vida más allá.

PEDROSACHISMO ESTÁ A PUNTO DE DESAPARECER,
PERO EL PSOE SEGUIRÁ VIVO

El resultado, es una sociedad harta del pedrosanchismo, cuyo rechazo irá aumentando a medida que la crisis económica vaya aumentando y la inflación deprecie más y más el dinero de los españoles. Todos sabemos en este país, que el pedrosanchismo es un cadáver hediondo, sabemos que está condenado a desaparecer en el basurero de la historia como los gobiernos socialistas que le han precedido, generando náuseas, frustración, y situaciones cada vez más irreversibles. Sabemos que estamos en los últimos meses del pedrosanchismo, pero el drama es que las encuestas todavía registran una notable intención de voto hacia el PSOE. Aquí, de momento, no se va a dar la situación francesa, en la que la candidata socialista a las presidenciales apenas obtuvo un 1,5%. Y este es el drama. Porque, en la práctica, desde su fundación, el PSOE ha sido un cáncer, una especie de proliferación vermicular que ha ido consumiendo al país, ha generado crisis que han llevado a otras mayores (vale la pena recordar el golpe de Asturias en octubre de 1935, precedente de la guerra civil cuya única responsabilidad fue de las siglas PSOE). Y esa sigla maldita, todavía sobrevivirá a la putrefacción del pedrosanchismo. Seguirá al acecho para cuando las circunstancias le sean favorables, volver a colocar a unos peones en los mecanismos de poder e iniciar otro ciclo de esquilmado de España.

Yo recomendaría la lectura de la historia de España y el seguimiento de la trayectoria del PSOE: lo que está ocurriendo ahora no es una excepción desde que el Pablo Iglesias “de verdad” fundara el PSOE. Es una constante. Tras la guerra civil, durante los “40 años de vacaciones” del PSOE, el partido estaba situado a la izquierda del PCE. Vale la pena que no se olvide. Fue tutelado por el SPD alemán, que lo reconstruyó partiendo de cero y amamantando a sus retoños más ambiciosos: de ahí nació el felipismo. Fueron marxistas hasta que el que pagaba la broma, el SPD, les dijo que dejaran de serlo. Estuvieron contra la OTAN hasta que a toque de pito del Pentágono formaran en la OTAN y se vanagloriasen de bombardear Yugoslavia. Y ahora, en el colmo de la irresponsabilidad, comprometen la paz mundial, siguiendo la orden de internacionalización del conflicto ucraniano, más allá de las fronteras de este país. Sin ideología ni nada parecido a doctrina. Con unos principios pedestres enunciados en la Agenda 2030, el PSOE es un zombi que pide ser enterrado de una vez por todas.

No se trata de “acabar con el pedrosanchismo”: la experiencia histórica demuestra que, de la misma forma que el gobierno de ZP fue peor que el felipismo, el pedrosanchismo es aún peor que el zapaterismo. Por esta misma ley, cabe esperar que lo que suceda al pedrosanchismo, sea, literalmente, el caos.

El resultado de las próximas elecciones o bien dará una mayoría absoluta al PP (algo improbable), o bien le dará una mayoría relativa que precisará del concurso de otro partido para poder gobernar. Núñez Feijóo ha sido claro -y vale la pena no olvidarlo a la hora de votar al PP- su primer interlocutor es el PSOE. El nuevo líder de la derecha, aspira, pues, a entenderse con el PSOE… lo que traducido quiere decir, salvar al PSOE. Y esto, resulta inadmisible. Así pues, hoy, si se trata de barrer al PSOE no de echarle un salvavidas en tiempos de derrota- votar al PP es la peor opción que puede plantearse el electorado.

Hoy, todo lo que no sea colocar, no al pedrosanchismo, sino al PSOE como enemigo principal es equivocar el disparo. Y todo lo que no sea establecer una divisoria entre los que están por la Agenda 2030 y los que están en contra, es desconocer quién es el “amigo” y quien “el enemigo”. Porque, a fin de cuentas, lo que estamos recordando en esta época crepuscular del pedrosanchismo, es que ya no basta con votar contra una opción que ha demostrado sobradamente su perversidad e incapacidad, sino votar contra quien la ha promovido. En otras palabras, o se está a favor de la Agenda 2030 o se está en contra. ¿Sánchez? ¿Feijóo? Están al otro lado. Votarles supone eternizar el problema.