Que el clima cambia es algo que vengo oyendo desde niños. A veces
los veranos son más cortos y otras se alargan. Este verano, sin ir más lejos,
ha empezado muy pronto. Veremos lo que dura. Algunos meses de noviembre han
sido más fríos que el peor de los inviernos. Y otros veranos han resultado
inolvidables por lo tórrido de la climatología. Así pues, queda aceptada la
realidad del cambio climático. Lo que no está nada clara es que ese cambio
se deba a la intervención humana. Y es aquí, en esta polémica sobre el “cambio
climático antropogénico” o el “cambio climático como rasgo planetario” en donde
reside la polémica. Porque los ecologistas y los partidarios de la Agenda
2030, consideran que el “cambio climático” está provocado por el ser humano. El
que sus argumentos y datos sean cuestionables, no implica que la gravedad del
planteamiento sea todavía mucho mayor.
DE LA ECOLOGÍA AL “ECOLOGISMO”
Ernst Haeckel definió la ecología como “el estudio de la
relación entre las plantas y los animales con su ambiente físico y biológico”.
Hoy, la ecología es cualquier cosa, menos eso, acaso porque lo que hoy se
entiende como tal no es “ecología”, sino “ecologismo”, es decir una forma de
activismo que tiene su origen en la izquierda de los años 60.
En efecto, al principio de esa década, los intelectuales de
izquierda, incluso en la propia Unión Soviética, se empezaban a dar cuenta de
que, a medida que mejoraba la situación de los trabajadores, se preocupaban
menos de los cambios en los procesos de producción, de a quién pertenecía la
plusvalía o de la transformación del mundo capitalista en socialista. Se
daban cuenta de que la argumentación sobre la “lucha de clases” perdía fuerza,
a medida que los trabajadores pudieron -durante los “treinta años gloriosos” de
la economía, de 1943 a 1973- tener acceso a los bienes de consumo y vivir como
burgueses. Los trabajadores no estaban, pues, dispuestos a renunciar, ni al
estado del bienestar, si a su participación en el consumo.
Así pues, era necesario encontrar otras argumentaciones para
estimular las movilizaciones contra el capitalismo y la lucha por el socialismo.
En esa década, primero en las aulas académicas, empezaba a teorizarse sobre la “ecología”.
Una serie de científicos estaban alertando sobre lo que supondría el deterioro
del medio ambiente para las generaciones futuras. Y, entonces, los estrategas
de izquierda elaboraron un planteamiento al que hay que reconocer su oportunismo
tanto como su brillantez: en su maldad innata, el capitalismo estaba
deteriorando el medio ambiente y su afán depredador conducía directamente a liquidar
la propia vida en el planeta tierra. Así pues, los trabajadores, y no solo
ellos, sino todos los que tomaran conciencia de este problema, debían asumir el
ecologismo como actitud vital y, por tanto, luchar contra el capitalismo. Los
intelectuales promotores de la Nueva Izquierda, empezando por las voces de la
Escuela de Frankfurt promovieron la toma de conciencia ecológica y al
ecologismo como -en palabras de Marcuse- “una parte del movimiento
anticapitalista”. Resultaba imposible, salvar al planeta mientras
existiera el capitalismo. Muchos lo creyeron (y aún lo creen).
Se olvidaba, por supuesto, que los destrozos ecologistas en la
URSS eran iguales o mayores que los que se estaban dando en el mundo
capitalista. Desde su arranque como movimiento político, el “ecologismo”
(que no la “ecología”) se ubicó entre la izquierda progresista, habitualmente
flanqueando a los partidos comunistas y, en cualquier caso, a la izquierda.
El ecologismo era una de esas nuevas religiones que aparecía en la
estela de la religión matriz, el marxismo-leninismo. Tiene a sus profetas (hoy la augur es Greta Thunberg,
pero desde el principio siempre han existido anunciadores del caos ecológico
para pasado mañana; no son precisamente, profetas, ni gurús los que han faltado
en este ámbito). Tiene sus “autoridades espirituales”, cuyas opiniones,
a pesar de no derivar de criterios científicos, se convierte en dogmas y
argumentos de autoridad (son los Bill Gates, las voces de la UNESCO y de la
Agenda 2030, de la propia ONU), sus prácticas rituales específicas (el
veganismo, como último hallazgo, o la obsesión por el reciclado, aunque genere
más problemas que beneficios), acepta la existencia de un “pecado original”
que solamente puede atribuirse -y esto es lo importante- al “hombre blanco
heterosexual y cristiano” (en cuyo marco ha nacido el capitalismo, considerando
a cualquier otro pueblo como “natural” y por tanto, libre de mácula), amenaza
con algo parecido a las plagas de Egipto o a los castigos bíblicos de
seguir por la senda del deterioro medioambiental (que si los polos de fundirán,
que si la contaminación hará al planeta inhabitable, que si desaparecerán
especies esenciales para la vida) y tiene sus “biblias” (libros en los
que especialistas anuncian todas estas desgracias sin escatimar ningún drama
futuro). En su conjunto, el “ecologismo” es un nuevo sistema de creencias,
en grandísima medida, discutibles, sobre el futuro de la humanidad y el origen
de los problemas de la misma.
EL CASO DE PAUL EHRLICH Y SU APOCALIPSIS DEMOGRÁFICO
Hablando de “biblias” del “ecologismo”. El problema de las
religiones que auguran el apocalipsis para pasado mañana es que, el tiempo les
obliga a modificar sus profecías. Lo esencial de la narrativa ecologista es
que el actual cambio climático se debe al ser humano (blanco heterosexual y
carnívoro). La idea fue lanzada en 1968 por un libro de Paul Ehrlich, un
entomólogo norteamericano de origen judío, profesor de Estudios de Población
del Departamento de Biología de Stanford. El libro se llamaba The Population
Bomb (traducido al castellano como La bomba demográfica). La
tesis del libro era apocalíptica: antes de llegar al 2000, faltarán alimentos
para la humanidad. Ningún país tendría esperanzas en poder alimentar a su
propia población. Auguraba incluso que para 1970 “cientos de personas morirán
de hambre a pesar de los programas de choque emprendidos ahora”. Sostenía que,
ya entonces, la población terráquea era demasiado grande y que eso generaría hambrunas,
malestar social, etc.
Ninguna de estas profecías se cumplió. Pero Ehrlich solamente se
limitó a decir en 2000, que, a pesar de eso, su tesis era rigurosamente cierta
y que los próximos 2.000.000 millones de nuevos nacimientos supondrán la peor catástrofe ecológica. Por
tanto -y esto es lo esencial- los gobiernos deberían de desincentivar tener
hijos…
Cuando Ehrlich escribió su obra, la población mundial era 3.550 millones y crecía a un
ritmo del 2,09% anual; ahora somos 7.630 millones, con un crecimiento del 1,09%.
Lejos de empeorar la situación alimentaria del planeta, ha ido mejorando
paulatinamente, gracias a lo que se ha llamado “la revolución verde” (que si bien no es una panacea por
la multitud de productos químicos que la han favorecido, ha alejado el fantasma
del hambre). El “especialista” Ehrlich, olvidaba, además que todo nuevo
nacimiento, no tiene solamente una boca para alimentarse, sino dos brazos para
trabajar y generar riqueza… y alimento.
En cuanto al remedio que
proponía Ehrlich -y que sigue proponiendo-, esto es contracepción, aborto,
disminución de la población, eutanasia, políticas que desincentiven los nuevos
nacimientos… es curioso, pero son soluciones que se aplican solamente en los
países occidentales, que han disminuido extraordinariamente sus tasas de
natalidad, pero en absoluto en los países asiáticos y, especialmente,
africanos, que siguen prácticamente con las tesis de natalidad de hace medio
siglo. En la práctica, esto equivale a extinguir la población blanca,
mientras crece la población de origen africano.
Para Ehrlich, la población ideal
del planeta es de, entre 1.500 y 2.000 millones de habitantes. Poco a poco fue
rectificando sus tesis y adaptándolas a la realidad siempre cambiante y que
siempre desmentía sus visiones apocalípticas anteriores: El fin de la abundancia (1975), Extinción (1981), La
explosión de la población (1990), Un mundo herido (1997)… Ehrlich tiene hoy 86 años.
Sobrevive como “especialista” y “autoridad académica”, a pesar de no haber
acertado en sus previsiones. Pertenece a esa saga habitual de predicadores que
anuncian el fin del mundo para pasado mañana y no se inmutan cuando sus
previsiones resultan erróneas. Anuncian otra fecha y, en paz.
LA ONU, LA UNESCO Y LA AGENDA 2030, RECOGEN LAS
TESIS DEL PROFETA FRACASADO
Ehrlich ha tenido continuadores y epígonos. La
idea de todos ellos, integrada en la Agenda 2030, es que el cambio climático se
debe a la acción del ser humano. Desde el momento en el que estas tesis han
pasado a ser aceptadas por la UNESCO y por la ONU, han pasado a alcanzar el
rango de incuestionables y sus consecuencias sobre la natalidad, imperativos
categóricos en la acción de los gobiernos nacionales.
Por tanto, hay que reducir la población para
salvar al planeta, porque el daño -presunto o real- al medio ambiente es mucho
más importante que la población del planeta. Hay algo detrás de esta dogmática
estremecedor: detrás de ella resulta imposible ocultar el odio que quienes la
han enunciado sienten hacia el ser humano. El ser humano es visto como una
plaga. Y, como ocurre ante cualquier plaga, se trata de reducir el número de
sus agentes patógenos. No es que el ser humano “contamine” (siempre, cualquier
organismo vivo, ha generado algún tipo de “contaminación”, incluso con sus
simples excrementos), se trata de trasladar la idea de que el ser humano es el
gran responsable del cambio climático.
El arsenal para lograr una disminución de la
población es inmenso y siempre avalado por la ONU y la UNESCO, sobre la base de
los estudios de Ehrlich. Y ha logrado avances: la natalidad mundial ha
pasado en los 70 años de vida de estos organismos de, 4,5 al 2,5… tal como nos
cuentan. Pero estas cifras no son reales: en Europa se sitúan por debajo del 1
entre la población autóctona, mientras que en África siguen con pocas
variaciones.
Lo sorprendente es que las campañas e iniciativas
para el descenso de la población se realizan en los países occidentales, en ningún
otro lugar. Y, más sorprendente aun es que estas campañas estén completamente
divorciadas del problema de la inmigración masiva. Se entiende, por tanto, por lo que algunos han podido hablar de “sustitución
de población” en Europa, de la raza blanca a razas africanas. Si alguien cree
que esto no tendrá un impacto brutal en nuestros pueblos de aquí a pocas
décadas, es que su cerebro ha dejado de funcionar y está lobotomizado por los
medios adoctrinadores puesto en marcha por quienes creen en todo esto.
La cuestión, ahora, es plantearse si las ideas
promovidas por la ONU, por la UNESCO y por la Agenda 2030, son ciertas o no: si
es el hombre el que genera el cambio climático o no. Si la idea del “cambio
climático antropogénico” es válida o es otra de las historias de terror que los
organismos internacionales vienen propagando desde los años 80: que si la capa
de ozono, que si las emisiones de CO2, que si el “calentamiento global”, incluso,
a principios de los 70, el “enfriamiento global”, que si la superpoblación…
Mañana seguimos.