Vladimir Putin hablaba anteayer del “imperio de la mentira”. Y no
puedo por menos que suscribir sus palabras, añadiendo, a continuación, el
axioma de que “en una guerra, la primera víctima es la verdad”. Cada día
que me levanto, no puedo sino imaginar el trabajo a destajo de los oficiales de
“operaciones psicológicas” de una y otra parte, lanzando fakes-news e
improvisando las noticias que un público, no educado en la crítica ni en el
arte de la mentira, no sabrá distinguir de las noticias auténticas. Ayer,
leyendo La Vanguardia, encontré una noticia maravillosa: una foto de
la estación de Kiev. Se veía a ciudadanos que corrían a coger trenes para la
UE. Hasta aquí no hay nada extraño: lo raro, es que todos los que huían eran africanos
de color… Y esto da que pensar.
En la guerra de mentiras hay que reconocer que es fácil establecer
quién la abrió: “Occidente”, desde el principio de la crisis, mintió sobre las
causas políticas que desencadenaron el proceso y sigue mintiendo en los “grandes
temas” (las sanciones a Rusia, el alcance del conflicto, el alcance que van a
tener estas sanciones) y en los “pequeños temas” (que si se ha producido un
bombardeo que ha matado a civiles, que si “ya están entrando en Kiev”, una
mujer llora en la frontera, un famosillo que ha muerto “con las armas en la
mano”). Y eso, desde el primer momento. Es decir, desde el mes de enero. Y, es
curioso, porque de la guerra del Donbass, hacía años que no se sabía nada, ni
una información, ni una noticia, ni siquiera de intoxicación. Nada.
Por supuesto, Putin no está libre de culpas. Especialmente en su
justificación de la operación.
Putin tiene razón en que no es un “guerra”, sino una “operación limitada”
a destruir algunos objetivos militares ucranianos en zonas fronterizas y, sobre
todo, a realizar una demostración de que no se puede jugar con el concepto de “seguridad”
que se ha forjado Rusia. Y quien quiere jugar,
paga el precio. “Occidente” insiste en que es una “guerra”, porque ni Europa,
ni EEUU, han vivido una guerra en su territorio desde hace décadas. Relacionan
el concepto “guerra” con episodios ocurridos en Siria, Iraq, Palestina,
Afganistán, Vietnam, Sudán, Congo… Los ataques de la OTAN a Yugoslavia queridos
por la OTAN, injustificados e injustificables, si fueron una guerra: un mes
continuo de bombardeos sistemáticos y destrucciones a las infraestructuras de
un país, si son una guerra. Los ataques limitados a posiciones estratégicas,
casi siempre situados en zonas fronterizas, son, en cambio, una “operación de
castigo”.
No creo, además, todas las informaciones sobre “deserciones”, “manifestaciones
masivas” o “malestar” de la población rusa ante esta “operación de castigo”. Y
no lo creo, porque el ciudadano ruso ha soportado carros y carretas en el
último siglo. Es un pueblo austero, duro y con sentido del Estado y pocas
contemplaciones con la “disidencia”, mucho más si asoma la cabeza en momentos
de tensión internacional. La austeridad rusa, que es visible en la propia
personalidad de sus líderes, choca con la blandenguería “occidental”, capaz de
emocionarse y estremecerse por imágenes que ni siquiera se sabe si son ciertas
o de donde vienen. En “Occidente”, estremece pensar que el precio de la
energía va a subir o que pasaremos un día sin telefonía móvil. El ruso tiene
más mecha, más aguante. Es más duro.
Putin no fue del todo fiel sobre los motivos que le impulsaron a
la guerra. Habló de “nazis” ucranianos. En realidad, no hizo más que tomar el
discurso “occidental”, obsesivamente antinazi (para las buenas gentes del
complejo LGTBIQ+, hasta la Ayuso o Vox son “nazis”), que ha convertido estas
cuatro letras, n, a, z, i, en símbolo del mal absoluto que, solo
pronunciándose, se evoca todo lo infrahumano. Aprovechando el sustrato
psicológico creado en las poblaciones desde 1945 (desde 1935, en realidad) lo
ha lanzado contra el propio creador del término: “Occidente”. Putin sabe
perfectamente que los “nazis ucranianos” no están en el gobierno, y carecen de
fuerza y de influencia sobre el poder. Habla de “banderistas” (expresión
que no ha llegado a “Occidente”, ignorante en historia, incluso en la propia
historia, y alude a Stephan Bandera, el líder nacionalista ucraniano de las
entreguerras que, efectivamente, colaboró con el Tercer Reich), a sabiendas de
que es como hablar de Ante Pavelic en la Croacia del siglo XXI. Sin olvidar,
claro está, que sería raro un régimen como el ucraniano, con un presidente de
origen judío y unos oligarcas, igualmente judíos (en su mayoría) que hacen y
deshacen a su antojo, incluso ¡financiando a las milicias neo-nazis!
Donde Putin “dice verdad” -y este es el punto central de la
cuestión- es en definir lo que empezó hace ocho días como una “operación limitada”
y no como una “guerra”. Los servicios de “operaciones psicológicas” de “Occidente”
están estirando demasiado temas como “los rusos a punto de entrar en Kiev” -ahora
se espera una famosa “columna” rusa que está llegando a la ciudad…- o el no
menos tópico, “se combate en los arrabales de Karkov” que desdicen cualquier
concepción bélica moderna llevado a cabo directamente por una potencia militar
en sus propias fronteras. La cuestión es: ¿por qué “Occidente” se empeña en
querer hablar de “guerra” (con todo lo que implica) y no reconocer lo limitado
de la operación militar rusa?
Hay dos justificaciones que lo explican:
- En primer lugar, “Occidente” está en una situación económica muy
difícil. El proceso inflacionista desencadenado
tanto en la UE como, especialmente, en los EEUU, después de años de inyectar
cantidades brutales de dinero en el mercado, ha generado los fenómenos más perversos
de la economía liberal: pérdida de poder adquisitivo de los salarios, alzas
generalizadas de precios, retraimiento de la inversión productiva, aumento de
los presupuestos públicos (con el consiguiente aumento de la presión fiscal), deudas
públicas disparadas y de las que ya solo se aspira a pagar los intereses, etc,
etc, etc. A esta crisis hay que añadir el inviable modelo de economía
globalizada libre de aranceles y en la que los centros de poder financiero
mundial siguen avalando en la medida en la que satisface sus intereses, pero no
así los del resto de poblaciones de Oriente y Occidente.
Hace falta preparar “explicaciones” y “justificaciones” para esta
crisis económica, ya imparable, una de ellas es la “guerra” y las “sanciones” a
Rusia (que vendrán acompañadas de “contrasanciones”
por parte de este país). Las noticias sobre los aumentos de los tipos de interés,
cualquier desajuste económico, el desabastecimiento, las alzas en los precios
de la energía, todo, absolutamente todo, se explicará por una guerra que no es
guerra.
El problema al que se enfrenta “Occidente” es que, como ha
ocurrido en Canadá con el “convoy de la libertad” o como ocurrió en Francia con
“los chalecos amarillos”, las protestas motivadas por no importa qué motivo, se
extiendan como un reguero de pólvora hasta poner en riesgo de colapso a algún
país y generar un “efecto dominó” en el resto de países del entorno.
Para evitarlo hace falta de recurrir al “miedo”: ahora es el miedo a la “guerra”, ayer fue el miedo al Ómicron,
hace dos años al Covid-19, antes al “ISIL-DAESH”, antes aún a la crisis económica,
y más atrás, miedo al “terrorismo internacional y a Al-Qaeda” y, en su origen,
al “eje del mal” (Irán-Corea-Venezuela-Cuba…). El miedo impide pensar, el
miedo impide razonar, el miedo resta serenidad a las decisiones, el miedo,
finalmente, hace que todos queramos refugiarnos bajo el paraguas protector del
Estado. Y el Estado nos dice: “yo os protegeré” (aunque, en realidad, está
protegiendo a sus gestores -la clase política- y a los centros financieros que
la han colocado ahí).
- En segundo lugar, y relacionado con esto, hace falta entender
que los “pueblos” reaccionan al unísono cuanto más homogéneos son. Por eso ha podido hablarse del “sentir nacional”, o
incluso, de la “conciencia de clase”. El “stablishment” ha convertido a “pueblos”
y “clases” que, antes eran homogéneas y, por tanto, tenían intereses, voces y
aspiraciones únicas, en verdaderos mosaicos étnicos en donde ya nadie se
reconoce en el vecino: hay barrios en toda Europa Occidental “moros”, “panchitos”,
“asiáticos”, “negros”, etc. Incluso, dentro de cada una de estas bolsas étnicas
de origen no europeo, existe una fragmentación de origen que va más allá de lo
religioso: no confundas a un paquistaní con un marroquí, ni a un hindú con un paquistaní,
un coreano difícilmente se juntará con un chino y un salvadoreño tendrá a un
hondureño como enemigo. Los partidarios de la “multiculturalidad” nos dicen que
esto pasa porque son “recién llegados”. No es así: sin olvidar que la semana
pasada un deleznable rapero catalán, entrevistado por Ebole, hijo de marroquíes,
de 21 años, que no había ido a Marruecos, reconocía que esa era “su patria” por
mucho que tuviera DNI español.
Es posible que hace 30 años viniera inmigración a Europa para trabajar.
Pero, desde la crisis económica de 2009, está claro que en Europa Occidental ya
no hay “trabajo” que permita salir de las proximidades del umbral de la pobreza,
especialmente, si no se tienen habilidades especiales. Hoy, la inmigración
llega a Europa, estimulada por el régimen de subvenciones que recibe y que,
cada vez más, equivalen al “está to’ pagao”…
Y esto viene a cuento de este conflicto, porque, la UE nos ha “prevenido”
de que no nos sorprendamos por “5.000.000 de refugiados” que pueden llegar a Europa
Occidental, huyendo de la “guerra en Ucrania”.
Desde el principio nos sorprendió: a fin de cuentas, 5.000.000
de ucranianos caucásicos, contribuirían a que los ciudadanos europeos de origen
caucásico vieran aumentar su número. Y, a pesar de que, lo más probable es que
estos ucranianos, se instalaran en Europa del Este, Balcánica y Central,
contribuirían a paliar el exceso de población de orígenes étnicos no europeos. ¡Pues
bien, este planteamiento es erróneo!
(La Vanguardia, 1 de marzo 2020.
Sorprendentemente, el tema estaba en toda la prensa mundial)
La Vanguardia, en su edición del 1
de marzo publicaba una foto de “ciudadanos residentes en Ucrania” que estaban
esperando para subir a un tren para dirigirse a la Unión Europea… La crónica
está firmada por el enviado especial del diario a cubrir la crisis ucraniana
que alude a “los miles de universitarios africanos que estudiaban en
Ucrania”. ¿Africanos en Ucrania? La foto no miente: en la estación
Leópolis, la foto nos muestra a un grupo de africanos negros a la espera de
llegar a territorio de la UE. Vale la pena preguntarse lo que augura esta
foto.
Los ecos de la “operación de castigo” se agotarán pronto. Zelensky
solamente está dispuesto a negociar una cosa: su permanencia en el poder. Sabe
perfectamente que está obligado (por la inactividad de la OTAN y por la
claridad de Putin) a elegir la vía del neutralismo. Como máximo le gustaría poner
sobre el tapete la entrada en la UE, pero eso ya supone cruzar la “línea roja”:
Rusia nunca permitirá una Ucrania en la UE, a sabiendas de que lo que se vende
en el Tratado de la Unión es el “pack” conjunto con la OTAN (España fue un caso
paradigmático y las incorporaciones de los antiguos países del COMECON otro
ejemplo más próximo aún y más cercano para Rusia). Pero en este conflicto, como
decíamos el otro día “ya está todo el pescado vendido”. “Occidente” aspira a
alargarlo para justificar la crisis económica que ya nos “invade” y esos “5.000.000
de refugiados” anunciados que, como podemos ver en la foto, no responden a los
rasgos étnicos eslavos, sino más bien a los africanos de color negro.
Lo que va a pasar es fácil de prever: en los próximos meses 5.000.000
de africanos llegarán a Turquía y de allí emprenderán el viaje por el Mar Negro
(tranquilo y relajado) hasta Ucrania y, desde allí, a Europa. ¿A qué Europa? A
Europa Oriental, esto es, a los países de la Unión Europea situados en el Este
y en el centro de Europa que, hasta ahora, se han visto libres de las oleadas
migratorias procedentes de África: Polonia, Hungría, Esvolaquia, Chequia,
Eslovenia, Bulgaria, Rumania, Croacia… Hace falta “llevar la multiculturalidad”
a esas zonas, no sea que, de ahí puede partir algún “susto” para la UE, como,
de hecho, ya se ha producido en Hungría o Polonia…
Volver a mirar la foto: no es ni la Gare d’Austerlitz, ni la
Estación Victoria de Londres, ni la estación de Chamartín. Es la estación de Leópolis
en la Galitzia ucraniana… Al otro lado de la frontera, a donde miran estos
africanos, está la Unión Europea, donde “está to’ pagao”. Para ellos. Nuestra “sensibilidad
humanitaria” cubre los gastos.
Postdata:
Y, por si consideráis poco significativo el artículo de La
Vanguardia, mirad en
youTube este vídeo (entre otros), que indica una “línea de tendencia” (la
misma noticia, significativamente, ha sido reproducida
en Euronews, o en The
Independent, o en Google).
En efecto, cuando aparecen, súbitamente, noticia del mismo calado en medios
de comunicación muy distintos, no lo dudéis: forman parte de una “operación
psicológica”. Dentro de poco, nadie se sorprenderá de que el Ayuntamiento
de Barcelona -por poner un ejemplo casi tópico- anuncia la llegada de “refugiados
ucranianos”… y no haya ninguno rubio…