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miércoles, 9 de marzo de 2022

La crisis del 29: la gran oportunidad del NSDAP (3 de 6) - DEL CRACK A LA "GRAN DEPRESIÓN"

 


Pero donde el Tratado de Versalles impuso una tiranía mayor fue en las compensaciones económicas exigidas a Alemania. Y así se entiende por qué los EEUU dejaron que las exigencias de Clemenceau llegaran tan lejos hasta el punto de injertar en el ADN de la sociedad alemana el deseo de venganza: tanto Francia como Inglaterra habían contraído una deuda exorbitante con los EEUU[1]. Así pues, de lo que se trataba para este país era que con el dinero alemán se pagaran las deudas contraídas por Francia, Inglaterra y Bélgica con empresas y con el gobierno de los EEUU.

Para facilitar estos pagos en 1924 se aprobó el Plan Dawes[2] que debía favorecer el que Alemania hiciera efectivos las cantidades estipuladas. El año 1925 marcó un cambio en la marcha de la crisis de la postguerra. Alemania pudo, pues, reducir el ritmo de pago de las indemnizaciones y se intensificaron los intercambios económicos y los préstamos internacionales de los bancos norteamericanos, especialmente a Europa. En esos años apareció el “capitalismo monopolista” que situó a los EEUU al frente de la economía mundial, porque, efectivamente este país fue el gran beneficiario de las dos guerras mundiales del siglo XX y su penetración económica en Europa se inició después de Versalles. En pocos años, de 1923 a 1929, la producción industrial norteamericana se elevó un 64%, especialmente en los sectores estratégicos.

El capitalismo norteamericano ideó el sistema de venta a crédito para permitir que esta producción pudiera ser adquirida. Fue la época dorada de la industria del automóvil y del acero. Eran “los felices 20” en los que se pensaba –al menos en los EEUU– que esta oleada de prosperidad no terminaría nunca. El ejemplo norteamericano contagió en mayor o menor medida a la economía europea.

Pero no todo era prosperidad. Si bien Francia prosperaba gracias a las indemnizaciones alemanas y se convertía en primer productor mundial de hierro y en el segundo en producción de vehículos, Gran Bretaña, cuyas instalaciones industriales estaban anticuadas, seguía perdiendo competitividad y veía como aumentaba el paro y la agitación social. Incluso en EEUU se percibía la aparición de síntomas inquietantes. Los bajos precios de los productos agrícolas hicieron que los campesinos se endeudaran y finalmente no pudieran pagar sus créditos. Varios millones abandonaron los campos para integrarse en el proletariado industrial que luego aportaría legiones de parados a la crisis del 29. Solamente existía optimismo desbordante entre los inversores bursátiles. En 1928 los valores elevaron su cotización una media del 25% y en el primer trimestre de 1929 alcanzaron revalorizaciones del 35%, cuando las acciones de General Motors se habían revalorizado cincuenta veces más sobre su cotización originaria.

Los últimos meses previos al crack bursátil registraron aumentos enloquecidos en las transacciones bursátiles: En los 15 meses anteriores al crack, las operaciones especulativas pasaron de 500.000 al día a 5.000.000. También aquí aparecieron rastros de colusión entre los intereses de la clase política y los de lo que hoy se llaman “chiringuitos financieros”, empresas de inversión de poca solvencia que utilizaban habitualmente “estafas piramidales”[3] sin que ninguna autoridad les pusiera coto[4].

Los gastos del conflicto fueron evaluados en 338.000 millones de dólares de la época. Para afrontarlos, los contendientes redujeron cualquier otra partida presupuestaria que no fuera la militar, pero, aun así, ni era suficiente, ni se consiguió equilibrar los presupuestos mediante alzas fiscales. En los grandes actores del conflicto (Alemania, Francia y Gran Bretaña) el gasto público se elevó al 85% y no hubo forma de cubrirlo sino a base de un fuerte endeudamiento.

A medida que se fue desarrollando la Primera Guerra Mundial, se hizo evidente que la situación era insostenible para ambos bandos y que, quien perdiera el conflicto, debería de pagar las compensaciones que permitirían la recuperación del adversario. El consumo se retrajo hasta lo imprescindible y algunas sociedades como la rusa no pudieron soportarla.

Para todos los países que participaron en el conflicto (salvo para EEUU que fue, inicialmente, el gran beneficiario de la guerra) éste supuso unos sacrificios inasumibles. En primer lugar, sacrificios humanos (la población europea disminuyó un 10% por causas directamente vinculadas a la guerra) y el capital existente se contrajo un 3,5%, los gastos financieros que generó fueron incalculables y se multiplicó por seis la deuda existente hasta ese momento. Para paliarla se “creó” dinero con lo que se abrió un período inflacionista. Europa perdió mercados internacionales que fueron ocupados por los países que no habían participado en el conflicto (o que, como EEUU, participaron sólo en una segunda fase), pero incluso en estos, cuando se firmó el Tratado de Versalles, algunos sectores como el agrícola, experimentaron problemas de superproducción con las consiguientes bajadas en los precios del sector y con el hundimiento de muchos agricultores e industriales.

El mapa de Europa resultó profundamente alterado y los años de guerra impidieron que se desarrollaran nuevos criterios de productividad, exigiendo, al terminar el conflicto, grandes inversiones para ganar eficiencia. Y, finalmente, las compensaciones exigidas a Alemania (132.000 millones de marcos oro) terminaron por favorecer la economía especulativa y en absoluto la productiva, al generarse un optimismo desbordante que favoreció la burbuja bursátil. EEUU, en esos momentos, desplazó a Gran Bretaña como primera potencia económica.

Hasta el inicio del conflicto todos los países habían utilizado el patrón–oro como medida de cambio para transacciones internacionales, pero a partir del estallido de las hostilidades esta norma se suspendió y cada país fijó un tipo de cambio arbitrario y distinto para sus productos. Las reservas de oro fueron transfiriéndose de los países europeos implicados en el conflicto a los EEUU y en mucha menos medida a países neutrales que, como España, se beneficiaron de su alejamiento de los frentes de batalla y de la venta de armamento y provisiones a las partes en conflicto. EEUU pasó de acaparar el 26% de las reservas de oro mundiales antes del conflicto, al 40% al terminar. Así se produjeron desequilibrios entre países que ya no disponían de un respaldo tangible (el oro) para su moneda y otros que disponían de exceso de oro pero que no podían aplicar el patrón oro en sus intercambios así que pasaron, simplemente a confiar en el país–cliente que, habitualmente, para pagar sus compras utilizaba papel moneda recién impreso. La inflación apareció pronto (especialmente en los países derrotados donde se convirtió en hiperinflación). El comercio internacional se resintió y el dólar fue imponiéndose sobre la libra como moneda de cambio internacional.

La creciente demanda de una Europa en guerra facilitó la expansión de la producción en los EEUU. Antes de la guerra, más del 55% del PIB mundial era europeo, pero hacia el final de la guerra, los EEUU habían superado al viejo continente. Para colmo, los EEUU realizaron prácticas proteccionistas que dificultaban extraordinariamente la venta de las exportaciones europeas mientras que imponían sus propios productos especialmente a Europa.

El Tratado de Versalles generó una dinámica económica nueva en el hemisferio norte desarrollado. El esfuerzo que se exigía a Alemania por el pago de las indemnizaciones era demasiado intenso y prolongado como para que pudiera afrontarlo sin recurrir a créditos exteriores. Gracias a estos créditos, Alemania logró estabilizar su moneda y pagar las indemnizaciones a Francia. Bélgica y el Reino Unido para que estos pagaran las suyas a los EEUU. Este proceso generó una extraordinaria riqueza en EEUU e hizo que aumentara la producción industrial y que se generaran grandes cantidades de crédito.

Sin embargo, la economía especulativa avanzó por delante de la productiva generándose una burbuja bursátil que en el momento en que se ralentizó generó el crack del “jueves negro”, cuando las compras disminuyeron y los mercados estaban saturados.

Si así empezó la crisis, hace falta ahora ver cómo se desarrolló y se transformó en “la gran depresión”.



Del crack a la gran depresión

Cuando se extinguieron los ecos del jueves y del lunes negro, solamente el presidente de los EEUU y algunos altos funcionarios no habían advertido la gravedad de la situación y el hecho de que se iniciaba un nuevo ciclo económico descendente que iba a prolongarse durante los siguientes diez años. En efecto, el presidente Coolidge (que gobernó hasta el 4 de marzo de 1929, al abandonar el cargo medio año antes del hundimiento) sostuvo que la economía estaba “perfectamente bien”, y que las acciones “estaban baratas a los precios corrientes”. En diciembre de 1928, cuando cualquier observador avisado hubiera disparado las alarmas, Coolidge proclamó: “Ninguno de los Congresos de Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Unión tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en los actuales momentos”, aconsejando, en el colmo de la irresponsabilidad, “considerar el presente con satisfacción y encarar el futuro con optimismo, ya que la fuente principal para esta bendita situación sin precedentes reside en el carácter e integridad del pueblo norteamericano”. En la misma línea, el presidente del Stock Exchange decía: “Se han acabado los ciclos económicos tal como los hemos conocido”, intentando prolongar el ciclo alcista y especulativo más allá del sentido común y de lo razonable. El presidente Hoover, un mes después del crack, dijo públicamente: “Compren ahora, la prosperidad está a la vuelta de la esquina”. Todavía faltarían diez años hasta que John Steinbeck publicara su estremecedora novela Las uvas de la ira (por la que sería premiado con el Pulitzer un año después), verdadero fresco de aquella época y que resume mejor que cualquier trabajo de investigación histórica, económica o sociológica lo que representaron aquellos años para la sociedad norteamericana más modesta.

EEUU se había enriquecido con el final de la Primera Guerra Mundial y con el entramado financiero que hizo llegar al país toneladas de oro… en una sociedad que seguía manteniendo capas de la población en el umbral de la miseria y que cuando el mecanismo de producción y consumo se detuvo en octubre de 1929, cayeron en la pobreza más absoluta e irremediable. Porque eso, en definitiva, fue la Gran Depresión: EEUU se había enriquecido, pero buena parte de la sociedad norteamericano seguía sumida en una pobreza sin precedentes.

Se conoce como gran depresión el período que se prolonga desde el “jueves negro” hasta el año 1939, abarcó a todo el mundo regido por la economía liberal–capitalista (la Unión Soviética se vio libre de este azote por su particular sistema económico) y su duración fue desigual dependiendo de las condiciones económicas de cada país. Cuando llegó 1939, en los EEUU, a pesar de la política aplicada por Franklin Roosevelt, el famoso New Deal, las consecuencias de la crisis distaban mucho de haberse disipado. Fue, sin duda, el período de contracción de la economía más largo que se produjo en el siglo XX.

 

Los rasgos económicos de este periodo son apocalípticos. El primero de todos, y uno de los que más caracterizan aquel ciclo de decadencia económico, fue el hundimiento del comercio internacional que se contrajo en dos terceras partes entre 1929 y 1939. El efecto principal de esta interrupción de los flujos comerciales internacionales fue que los países exportadores sufrieron más que los países dotados de economías más cerradas al comercio exterior (como fue el caso de España). Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial el comercio internacional distaba mucho de haber alcanzado los niveles que tenía en 1929.  Las causas que generaron este desplome fueron diversas pero las medidas proteccionistas adoptadas por EEUU y Gran Bretaña tuvieron buena parte de responsabilidad.

Para paliarlo se intentaron controlar los cambios e imponer restricciones a las transacciones de divisas realizadas por particulares. Cada Estado obligó a los exportadores a que entregaran las divisas con las que se les habían pagado las mercancías vendidas. El valor de cambio era fijado por el gobierno. También se intentaron suscribir acuerdos bilaterales entre países que intentaban que su balanza comercial común estuviera equilibrada y, por tanto, no tuvieran que mover ni divisas ni oro (se trataba en realidad de una forma moderna de economía de trueque).

También se suscribieron acuerdos bilaterales en los que cada país abría una cuenta a la cual irían a parar los ingresos globales por comercio internacional. Esto, acompañado de un cambio fijo dotado de fuertes controles de cambio, intentaba minimizar los problemas generados por la inflación. La fijación de aranceles proteccionistas constituyó otro de los factores que paralizaron el comercio internacional. En todo el mundo, incluido en la patria del liberalismo, el Reino Unido, se impusieron gravámenes sobre importaciones procedentes de fuera del área de la libra esterlina.

En 1933 se convocó la Conferencia Económica Mundial para tratar de relanzar el comercio internacional, pero el intento fracasó al haber abandonado los EEUU el patrón oro y adoptar un cambio fluctuante para su moneda. En 1936 volvió a intentarse un encuentro de estas características con un dólar que parecía algo más asentado, pero lo único que progresó fueron acuerdos bilaterales o multilaterales entre los distintos países.

La interrupción de los grandes flujos de comercio internacional fue el síntoma característico que indicaba que la economía mundial se estaba contrayendo y que lo que había empezado siendo una crisis bursátil en EEUU provocada por la especulación, se estaba extendiendo a todo el universo liberal–capitalista. Los préstamos de un país a otro, como era de esperar, se redujeron y, como consecuencia de ello, cesó el flujo de dólares a los países europeos, especialmente a Alemania. Se suele decir que “EEUU exportó la crisis” especialmente a Europa. La renta per cápita disminuyó en todo el mundo capitalista y alcanzo sus mínimos en 1932 recuperándose luego muy trabajosamente y nunca hasta 1939 a los niveles anteriores al “jueves negro”.

Tras renunciar los EEUU al patrón oro como medida de todos los cambios, unos meses después casi todos los países adoptaron la misma actitud. La situación era particularmente grave en Alemania en donde su economía y la posibilidad de pagar las “reparaciones de guerra” dependían de sus exportaciones. El país logró una moratoria en su programa de pagos, pero aumentó las tasas de interés para controlar la inflación y esto tuvo como consecuencia el cierre de muchas empresas. La libra inglesa (la segunda economía mundial en ese momento) se convirtió en moneda flotante, devaluándose y adquiriendo una cotización que facilitó la recuperación posterior.

Los sectores más gravemente afectados por la depresión fueron la agricultura, la producción de bienes de consumo y la industria pesada. Esto provocó que ciudades como Detroit y Chicago, que dependían de la industria pesada, sufrieran la crisis con más intensidad. A su vez, hubo ciudades dependientes de una sola industria que terminaron totalmente arruinadas. En 1932 el nivel de actividad al que estaba funcionando la industria era tan bajo que incluso una eventual demanda del mercado podía ser satisfecha sin necesidad de inversión y sin recurrir a más mano de obra. De modo semejante, el sector de la vivienda estaba también saturado de casas vacías cuyos propietarios no habían podido hacer frente a las hipotecas. Pero lo que más se resintió fue la confianza de los empresarios quienes albergaban grandes dudas sobre la utilidad de nuevas inversiones.

El hundimiento de la bolsa fue además una causa directa de la reducción de los beneficios empresariales y destruyó el incentivo individual al ahorro, reduciendo así el volumen de los recursos destinados a la inversión. El nivel extraordinariamente bajo de los ingresos agrícolas fue decisivo y retardó considerablemente la recuperación. La agricultura fue el sector más deprimido de la economía y los productores disminuyeron sus ingresos en un 70%. Gran parte de las cosechas no se vendían y la producción comenzó a disminuir demasiado tarde. A su vez, como la gran mayoría de los pequeños agricultores estaban endeudados, se veían forzados a vender sus productos a precios bajísimos o perder sus propiedades.

El funcionamiento del sistema bancario americano fue el factor individual que mayor influencia tuvo sobre la profundidad alcanzada por la depresión. Los bancos se apoyaban en unas pocas industrias locales y eran muy susceptibles a las retiradas de fondos. Al producirse una corrida bancaria masiva, los ahorros se tornaron menores que los ingresos y los bancos no podían prestar dinero. A su vez, las garantías, como las casas, contra las cuales se habían vendido los préstamos, eran invendibles.

A pesar de la debilidad del sistema bancario, su derrumbamiento pudo haberse evitado, pero el gobierno no hizo nada para rescatar a los bancos. Es más, lo que se pensaba en ese momento era que la depresión suponía una purga que desembarazaría a la economía de sus aspectos menos eficientes, siendo las bancarrotas y los despidos parte necesaria de este proceso de retorno al equilibrio.



[1]           La guerra, efectivamente, había resultado muy costosa: Francia, que había previsto, para caso de guerra, un crédito de 2.500 millones de francos de su Banco Nacional, tuvo que pedir prestados 75.000 millones (sobre todo, a banqueros de Londres y de Nueva York) y entre 1914 y 1920, el endeudamiento total de los beligerantes (salvo Rusia) pasó de 26.000 millones a 225.000 millones de dólares. La guerra sirvió también para que los EEUU (y algunos países neutrales) se vieran enriquecidos con la venta de mercancías y armas a los contendientes. Los EEUU al terminar la guerra poseían la mitad del oro del mundo, y desde 1913 a 1929 su renta nacional pasó de 33.000 a 72.000 millones de dólares. La guerra –y el hundimiento del Lusitania con el que los EEUU justificaron su intervención– había sido un buen negocio para las finanzas del otro lado del Atlántico.

[2]           Hacia 1924, los aliados habían comprendido que Alemania no podría pagar las indemnizaciones si no estabilizaba su economía. Así pues, de lo que se trataba era de racionalizar el pago de la deuda, pues, de lo contrario, Francia e Inglaterra no recibirían compensaciones y, por tanto, no podrían pagar a los EEUU. Por eso se habilitó el Plan Dawes. La Comisión de Reparaciones (REPKO) estableció que Alemania debía pagar 132 millones de marcos–oro y estableció el calendario para las entregas. En 1923 fue evidente que Alemania no podría pagar a pesar de las exigencias de Francia que procedió a ocuparla cuenca del Ruhr que tuvo como respuesta el sabotaje económico y la emisión masiva de moneda por parte del gobierno alemán: se produjo la hiperinflación. En diciembre de 1923, los aliados, de común acuerdo con Alemania, crearon una comisión presidida por el director de la Oficina del Presupuesto de los EEUU, Charles Dawes, cuya misión fue estudiar las cantidades y los pagos anuales a girar. De ahí salió el llamado Plan Dawes que estableció que entre 1924 y 1929 se pagarían 1.000 millones de marcos–oro anuales, 800 de los cuales serían pagados con préstamos exteriores. En 1929 la cifra ascendería a 2.500 millones. El Reichsbank quedó obligado a mantener una reserva de oro y divisas equivalentes al 40% del papel–moneda emitido. El plan preveía que los franceses se retirarían del Ruhr. Se abandonó la exigencia prevista en Versalles de requisar materiales tangibles y materias primas si no se abonaban las cantidades concertadas. El plan fue firmado por todas las partes en abril de 1924. Francia ofreció más reticencias y solamente firmó ante la posibilidad de desplome del franco. Buena parte de la financiación procedía de EEUU, por eso la viabilidad del Plan Dawes dependía de la salud de la economía norteamericana: bancos americanos prestaban dinero a Alemania y ésta pagaba a Francia, Inglaterra y Bélgica, que, a su vez, pagaban a EEUU sus deudas. Cuando se produjo el crack de 1929, los bancos norteamericanos ya no pudieron seguir prestando dinero a Alemania y que, por tanto, tampoco este país pudiera girar dinero a los aliados que, a su vez, terminaba en arcas norteamericanas. El comercio mundial quedó, pues, paralizado y el Plan Dawes hubo de sustituirse por el Plan Young. Cfr. El Siglo XX, 1918–1945, R.A.C. Parker, Editorial Siglo XXI España, Madrid 1967, págs. 90–98. Las indemnizaciones de guerra alemanas contraídas durante la Primera Guerra Mundial solamente terminaron de pagarse en 1988…

[3]           Una estafa piramidal es aquella que se produce cuando no existe una actividad industrial de creación de riqueza que sustente los repartos de beneficios y el pago de intereses que devenga a los impositores sino que éste se hace con el dinero que aportan nuevos impositores. Los “beneficios” a los antiguos inversores se pagan con las inversiones realizadas por los que han llegado posteriormente. El sistema “funciona” en los primeros momentos porque los inversores son todavía pocos y los intereses prometidos se pueden pagar con las inversiones realizadas con los últimos recién llegados que son, en comparación, “muchos”. Pero, rápidamente, la pirámide se va recalentando y alcanza su momento crítico cuando los inversores a los que hay que pagar intereses son “más” que los inversores que se suman a la pirámide, que son “pocos”. Es justo en ese momento cuando los ideadores de la pirámide desaparecen y nadie puede recuperar ya su dinero.

[4]           Sobre la corrupción política y la crisis de 1929 véase el texto publicado en Internet en PDF titulado Crack de 1929: causas, desarrollo y consecuencias, publicado por la Revista Internacional del Derecho http://www.revistainternacionaldelmundoeconomicoydelderecho.net/?p=152