4. LA RUSIA DEL SIGLO XXI NO TIENE NADA QUE VER
CON LA URSS DE
STALIN Y SOLAMENTE EL “EJE DE LA MENTIRA”
INTENTA DEMOSTRAR QUE PERTENECE AL
“EJE DEL MAL”.
El argumento preferido por la derecha en todo este conflicto ha
sido: “Putin es el nuevo Stalin”. No ha faltado quien haya sostenido que Putin
es “comunista” y que nada ha cambiado en Rusia desde los tiempos del estalinismo,
ni la perestoika, ni la glasnost, ni la transformación de la URSS en Federación
Rusa, nada de todo esto es real, solo maquillajes que encubren el hecho de que
Rusia sigue siendo “una dictadura comunista”. ¿La prueba? Que Unidas Podemos se
ha declarado contra la OTAN… Dejando aparte que, la posición de los restos de
Unidas Podemos se corresponde al antiguo dicho español de “querer estar en misa
y repicando”, lo que llevado a los términos de este grupo implica “querer gozar
de las mieles del poder, pero no renunciar al gustazo de llevar la pancarta”,
lo cierto es que, a estas alturas, considerar alguna toma de posición de este
grupo como “seria y meditada” constituye el más craso error de apreciación. Unidas
Podemos ya no representa a nadie más que a un grupo de funcionarios contratados
y paniaguados de distintas ONGs que están rebañando fondos del Estado antes de
desaparecer para siempre.
Pero no, ni Putin es comunista, ni el estalinismo sigue gobernando
en Rusia, ni siquiera, contrariamente a lo que algunos tienen tendencia a
pensar, existe un expansionismo soviético por razones geopolíticas trasferido a
la Federación Rusa. De hecho, hay algo históricamente erróneo en todas estas
concepciones. Lenin especialmente, pensaba que la misión histórica de la URSS
consistía en exportar el comunismo a todo el mundo. Ya, en época de Lenin, la
Tercera Internacional, se convirtió en un instrumento de la política soviética.
Pero Lenin, todavía, aspiraba a que la “revolución proletaria” se extendiera a
todo el mundo y la URSS fuera el faro mundial de ese movimiento. Stalin, mucho
más realista, se limitó a transformar a la Internacional en un auxiliar para su
política exterior y para su objetivo, “la construcción del socialismo en un
solo país” (la URSS). Por eso sacrificó al partido comunista alemán en 1933,
pensando que sería posible un entendimiento entre la URSS y el Tercer Reich y,
por eso mismo, cambió la orientación de la Internacional en 1934, al percibir
las dificultades de esta política, orientándose hacia una colaboración con los
socialistas en los Frentes Populares (con el ánimo de trazar una alianza
franco-soviética frente al Reich. Y así sucesivamente. Obviamente, en 1945,
tras los acuerdos de Yalta, la URSS obtuvo todo lo que pretendió y la
Internacional resultaba más una carga que un auxiliar (aún así, Moscú siguió
teledirigiendo a los partidos comunistas por medio de subsidios y de “conferencias
de partidos comunistas” en donde no había duda quién dirigía y quién obedecía).
Pero en 1989, con la caída del Muro de Berlín y en los meses
siguientes con la caída del régimen de Ceaucescu en Rumania, se interrumpió el
flujo de ayuda a los partidos comunistas de Europa Occidental. Si bien
Gorbachov seguía siendo “comunista”, Eltsin ya no lo era y Putin no volvió a
repetir ningún dogma, ni a difundir en la sociedad ningún mandato ni principio
marxista. El Partido Comunista ruso siguió existiendo, pero, en absoluto como
fuerza hegemónica y que marcaba los ritmos.
Así mismo, también cambió la política exterior y los principios
geopolíticos. Rusia renunció al establecimiento de bases militares fuera de su “área
geopolítica”. Putin no ha manifestado la más mínima reivindicación por regresar
al estatus de Yalta (Europa dividida en dos zonas de influencia), ni tampoco a
progresar su penetración en Asia hacia el Sur en dirección a los “mares cálidos”.
¿Para qué hacer todo eso? La Rusia de hoy está interesada en un orden mundial
sostenido sobre distintas “patas” y, por supuesto, rechaza, como cualquier
gobierno razonable haría, un “nuevo orden mundial” basado en el predominio
estadounidense considerado como “única potencia mundial”… entre otras cosas
porque no es un poder “político”, sino solamente el poder de los centros de
decisión económicos, hoy agrupados en el Foro Económico Mundial y que hacen de
la Agenda 2030 su programa de gobierno… para los gobiernos títeres.
Rusia está mucho más interesada en una cooperación económica con
los gobiernos de Europa que por un proyecto “eurasista”. De hecho, sabe, que
tal cooperación puede ser benéfica para las dos partes y que, se tarde lo que
se tarde en establecerla (y se tardará todo el tiempo que tarden los EEUU en
entrar en colapso interior por sus problemas políticos, por su situación
social, por su deuda exterior, por las contradicciones entre las distintas
zonas del país y por la lucha a muerte entre grupos de intereses
contradictorios), es inevitable, razonable y necesaria.
Ahora bien, Putin tiene razón en considerar a la OTAN como el “eje de la mentira”. A diferencia del período estalinista y del neo-estalinismo que se prolongó hasta el final de la “era Breznev”, no hay absolutamente ni una sola prueba de que Rusia “amenace” los intereses europeos, ni siquiera que muestra la intención de convertir a Europa en “zona de influencia”. No hay que confundir un “eurasismo” de cooperación entre los distintos polos que forman este amplio territorio geopolítico (China Europa, Irán, India), lo que alejaría el fantasma de guerras y de agresiones mutuas, con el quimérico “eurasismo” que ve en este espacio a una potencia hegemónica, la única capaz de derrotar al “eje de la mentira” (la OTAN y su gran titiritero el Pentágono). Las contradicciones, las diferencias culturales, étnicas y antropológicas, los intereses económicos, impiden considerar a “Eurasia” como un todo y apostar por una política única, anti-norteamericana, para todo ese espacio. Política que puede coincidir con la sostenida por nacionalistas rusos, atraídos por la idea de “Imperium”, que intentan racionalizar puntos de vista románticos, pero no por políticos realistas como Putin.
5. LOS GOBIERNOS EUROPEOS UTILIZARÁN EL CONFLICTO UCRANIANO
PARA
JUSTIFICAR LA CAÓTICA SITUACIÓN DE SUS ECONOMÍAS
Y LA IMPOSIBILIDAD DE
ENDEREZARLAS.
La prensa de hoy trae una noticia que, en las actuales
circunstancias, puede ser considerada casi como una broma: la UE aprueba su “plan
de defensa” capaz de movilizar 5.000 soldados… tal es el límite máximo al que
puede llegar esta institución en el siglo XXI: El que un continente de 600
millones de habitantes, solamente pueda disponer de un “ejército común” de
5.000 soldados es, por sí mismo, muestra de los límites de la UE. Casi un
chiste irrelevante, poco o nada meditado. Una iniciativa así, ni siquiera puede
tener capacidad para elaborar una “doctrina militar” propia, un principio
estratégico que le dé coherencia, salvo la de llevar bocadillos a zonas en
conflictos o desfilar en tiempos de paz, tras las banderas de los veintitantos
países de la UE… Cero.
La Europa que quedó destruida en 1945, renunció a su propia
defensa, rebajó sus presupuestos de defensa, para poder afrontar su
reconstrucción y, cuando esta se hubo consumado, la OTAN ya garantizaba la “defensa
de Europa occidental”, al menos sobre el papel, así que los gobiernos occidentales,
ni siquiera contemplaron la posibilidad de una industria armamentística fuerte
que, además de surtir a los propios arsenales, pudiera convertirse en materia
de exportación. Se exporta sí, pero material táctico, y, salvo el proyecto de
caza europeo, Europa está casi completamente ausente en la exportación de
material bélico de carácter estratégico.
A esto se unió la acción deletérea de pacifistas y ecologistas. Es
cierto que, hasta 1989, estos sectores estaban artificialmente alimentados con
subsidios procedentes de la URSS, pero también es cierto que, cuando estos
cesaron, ya se había implantado en todo el continente europeo una cultura “antimilitarista”
que no permitía el aumento de los presupuestos de defensa. A la clase política
no le importó lo más mínimo: mejor, pensaron, así podemos gastar en otras
partidas y, por lo demás, los EEUU siguen siendo el paraguas protector. Las
experiencias de Vietnam o de Afganistán, con retiradas ignominiosas y
desordenadas, debió impulsar una meditación sobre si las “garantías” ofrecidas
por los EEUU eran reales, o simplemente, su interés consistía en estar seguros
de que todas las guerras que se desarrollarían serían fuera y lejos del
territorio norteamericano.
Y esto ha llevado a la situación actual: Europa carece de una
política de defensa, la ha subrogado a la de los EEUU. La contrapartida es que,
cuando desde el Pentágono, se toca la corneta para formar, todos los “aliados”
deben acudir a la voz de ya, sin excusa posible. Actitud propia, no del “aliado”,
sino del “vasallo”.
Pero, el gran problema de los gobiernos de Europa Occidental es
que su situación se está convirtiendo en más y más insostenible: el “gran
reseteo” del que se viene hablando desde hace dos años, no es mas que un
intento de acelerar la irreversibilidad del “nuevo orden mundial”, a la vista
de que las resistencias son cada vez mayores y pueden obtener éxitos parciales
que pueden retrasar la marcha de la Agenda 2030.
En una civilización en la que la única medida de satisfacción es
la material, los gobiernos se mantienen o caen a condición de que garanticen
niveles aceptables de consumo, presión fiscal que no sea excesiva y que reporte
servicios perceptibles al ciudadano y niveles asistenciales cada vez mas
extendidos. La población quiere un “estado del bienestar” y aspira a que el
gasto público se oriente en esa dirección. Pero hay dos elementos que están en
contra de esta tendencia: por una parte, la creación de una aparato burocrático-estatal
cada vez más denso (y, más ineficiente) con unas redes clientelares a mantener,
unas políticas que precisan de subsidios, una clase política (con todo lo que
implica de “asesores”, “gabinetes de estudios”, etc.) cada vez más rapaz e
incapaz desde el punto de vista técnico de gestionar el Estado (e interesada
solamente en gestionar sus propios intereses derivados de su control sobre el
Estado); y de otra parte, las necesidades del capital de rendir intereses.
Este triángulo maldito (ciudadanos – burocracia estatal / partidos
políticos – gestores del capital) obliga a que el primer término -los
ciudadanos- carguen a sus espaldas con el mantenimiento de todo lo demás a
través de la fiscalidad y del consumo. Para mantener la paz social, desde la
crisis de 2007-2011, los Estados optaron por poner más y más dinero en
circulación y subvencionar a cada vez más sectores y actividades: el resultado
ha sido que, a partir de 2019, ya se percibió un incremento de la inflación.
Durante los dos años siguientes, 2020 y 2021, esta inflación fue controlada
frenándose radicalmente el consumo, mediante las medidas adoptadas para afrontar
el Covid: los confinamientos y las restricciones detuvieron radicalmente el
consumo y estimularon el ahorro, lo que tuvo como efecto inmediato el que la
inflación pudiera detenerse durante ese tiempo. Pero, ante la imposibilidad de
mantener más la tensión en torno a la pandemia, relajadas las medidas, se
produjo en el inicio de 2022, un aumento de la inflación espectacular que
solamente puede frenarse mediante alzas en los tipos de interés y… mediante el
estallido de crisis internacionales que tengan como consecuencia una nueva
merma en el consumo. Ucrania, por ejemplo.
Pero las alzas en los tipos de interés, no solamente frenarán la
inflación, sino que harán aumentar el paro, detendrán la inversión y harán
inviable el actual modelo de Estado. La tendencia viene observándose desde la
crisis de finales del milenio, cuando empezaron a aparecer en toda Europa
partidos de carácter “populista” que, en mayor o menor medida, diagnosticaban
bien los males, aunque no estaban en condiciones de dar respuesta satisfactoria
a los mismos. Los impulsores del “nuevo orden mundial”, del “gran reseteo”, de
la “Agenda 2030”, ahora, tiene prisa por marchar hacia sus objetivos: saben que
la situación de todos los gobiernos de Europa Occidental es delicada y el
continente puede entrar en una situación de inestabilidad política permanente.
Por eso tienen prisa en crear “falsos objetivos” (cambio climático, transición
energética, igualdad, mestizaje, derechos LGTBI+…), capaces de generar
polémicas inútiles que permiten tranquilamente -como ya ha ocurrido en Canadá
con la huelga de camioneros y ya ocurrió en los EEUU con la Acta Patriótica de
2001- aplicar medidas liberticidas a partir de las cuales, la disidencia
(incluso del pensamiento) será absolutamente imposible.
Con la guerra de Ucrania, por ejemplo, se ha demostrado la
incapacidad de la UE para defender sus propios intereses. Si los gobiernos
europeos hubieran contemplado esta posibilidad, jamás se les habría ocurrido
invitar a este país a que se integrara en la UE (sabiendo que esto implica
necesariamente -véase el caso de España- su integración en la OTAN. Si los
gobiernos europeos fueran conscientes de sus intereses, jamás hubieran aceptado
aplicar medidas contra Rusia que pudieran afectar al suministro energético
procedente de ese país y nunca hubiera permitido el desmantelamiento de las
plantas de producción de energía nuclear, desmantelamiento que, en si mismo,
supone una renuncia a la independencia energética de Europa.
La falta de talla política de gobiernos como el español, han
evidenciado la estrategia de comunicación utilizada desde que se inició la
crisis de Ucrania: culpar a Rusia y a su “agresión a un país indefenso con el
resultado de muertes y sufrimientos por parte de la población indefensa” para
justificar su imprevisión en materia energética, su falta de visión de futuro y
de cuantificación de las necesidades de consumo y las posibilidades de
satisfacerlo por parte de las “energías renovables” y su negativa a reconocer
la realidad: que el consumo de petróleo es el “modelo energético” histórico de
los EEUU, el consumo de gas el modelo ruso y el modelo europeo debería ser la
energía nuclear mientras no se esté en condiciones de generar energía de
fusión.
Pero el conflicto ucraniano no lo explica todo y, ni siquiera es capaz de explicar, por qué hoy se está comprando gas natural a los EEUU a un precio 40% más caro que el comprado a Rusia o porque, justo en el momento más grave de la crisis energética generada por el conflicto ucraniano, el gobierno español elige para cambiar su postura ante la cuestión del Sahara, apoyando a Marruecos, rompiendo en la práctica las relaciones con el que hasta ayer era nuestro principal proveedor en materia de gas, Argelia, y de paso, aumentando las tensiones entre estos dos países.
6. EL CULPABLE DE UN CONFLICTO ES EL QUE GENERA SUS CAUSAS
Y EL
CULPABLE DE LA CRISIS UCRANIANA
ES EL DESEO DEL PENTÁGONO DE DESAFIAR A RUSIA.
Es cierto que las tropas rusas están realizando una “operación de castigo”,
mucho más que una “invasión” de Ucrania. Esta operación de castigo tiene tres
objetivos: garantizar la seguridad de las dos repúblicas que optaron por
escindirse de Ucrania, el Donestk y Luganks, garantizar al seguridad de Crimea
y el acceso a este territorio, innegablemente ruso, y, finalmente, destruir y
alejar de las fronteras rusas a los efectivos militares ucranianos. En su
conjunto, la operación tiene un objetivo estratégico final: conseguir que
Ucrania dé marcha atrás y abandone sus pretensiones de integrarse en la OTAN o,
lo que es lo mismo, ser socio de la UE.
Ya hemos explicado el porqué de esta legítima aspiración. Sin
embargo, la tendencia “políticamente correcta” en Europa es que, un país,
aunque tenga razón, la pierde al utilizar la fuerza. Y esto es lo que se
reprocha en Europa Occidental a Putin: el haber atacado primero. Comparándose
su acción con el ataque a Polonia realizado por el Tercer Reich en septiembre
de 1939. Dejando aparte que aquel ataque fue una “guerra relámpago” y no una “operación
de castigo” como es la emprendida por el ejército ruso, cabe decir que, en
ambos conflictos existió un paralelismo que la “memoria histórica” aliada de la
“corrección política” oculta por todos los medios.
En efecto, en 1939, la guerra fue inevitable por tres razones: las
necesidades que el presidente Roosevelt tenia de que estallara un conflicto en
Europa que pusiera en marcha las fábricas en los EEUU, tras el fracaso de su
política del “new deal”; el nacionalismo polaco de carácter imperialista que
oprimía a 5.000.000 de germano-parlantes que vivían en su territorio después de
los ignominiosos acuerdos de Versalles; y, finalmente, la política tradicional
británica de impedir que en Europa existiera una potencia hegemónica. Frente a
estos argumentos, todo lo demás es irrelevante y pasa a segundo plano: lo
cierto es que, en 1939, el nacionalismo polaco estaba asesinando a ciudadanos germano-parlante
que vivían en su territorio, intentaba asfixiar la vida de la Ciudad Libre de
Danzig (que pretendía anexionarse), alemana en un 95%, y, en la creencia de que
los aliados franco-británicos estarían en condiciones de apoyarla, se sentía
fuerte hasta el punto de mantener contenciosos territoriales con todos los
países vecinos.
Cámbiese hoy Danzig por Crimea, los territorios alemanes entregados
por Versalles a Polonia por las Repúblicas del Donestk y Luganks, la parálisis
de la economía norteamericana en 1929-39 por el proceso inflacionista, la
deslocalización empresarial, la deuda de los EEUU, y se tendrá una situación
absolutamente paralela.
Si abandonamos las ideas que constituyen la “versión oficial”
sobre el conflicto de 1939-45 y realizamos un ejercicio de memoria histórica
sin prejuicios ni apriorismos, sin las falsas imágenes transmitidas por los
vencedores de 1945, lo que nos queda es una Alemania que, por su peso
demográfico e industrial se hubiera convertido en el polo de agregación de
Europa en el marco del “nuevo orden europeo” (que hubiera sido un “orden”
alemán), sin necesidad de una guerra de conquista, sino simplemente por su
propio peso específico que hubiera generado un “efecto gravitacional” en torno
suyo por parte de los países europeos. Por lo mismo, Rusia, hoy, no tiene
necesidad de un conflicto con Ucrania, ni mucho menos con Europa, en la medida
en que le interesa mucho más garantizar, en primer lugar, su seguridad, y en
segundo lugar su provisión de gas a Europa y relaciones económicas fluidas, mucho
más que una guerra contra la OTAN.
De la misma forma que es importante establecer quién fue el
verdadero motor que llevó a la Segunda Guerra Mundial y qué proporción puede
atribuirse a cada parte, es imprescindible reconocer que en el caso del
conflicto ucraniano, Rusia fue llevada a una situación sin salida en la que
debía de callar y aceptar la sumisión que implicaba colocar misiles nuclear en
sus fronteras, o responder con una “operación de castigo” que desmotivara a
Zelensky de seguir por esa vía. Por eso, Rusia ni ha entrado en Karkov, ni en
Minks, ni en ninguna otra ciudad y se está limitando a destruir
infraestructuras y defensas militares. ¿Acaso la OTAN no hizo otro tanto
durante un mes en Serbia en 1999 sin justificación posible y solamente por el
hecho de que se trataba de un país amigo de Rusia?
Determinar quien es el responsable de una guerra es importante:
porque es a él a quien deben atribuirse todas las responsabilidad y masacres
que luego, inevitablemente, se cometen en todo conflicto armado. Y el verdadero
responsable nunca es el que disparó el primer tiro, sino aquel que hizo
imposible el llegar a un acuerdo, el que mantuvo una política intervencionista
para demostrar hasta qué punto, la otra parte, aguantaba el desafío o bajaba la
guardia y demostraba debilidad. Si hay un responsable de esta guerra ha sido la
OTAN y su centro de decisión, que no está en Europa, sino en el Pentágono: y es
a estas instituciones a las que hay que cargar la responsabilidad de todo el
dolor, los muertos, las destrucciones y las masacres que se han cometido y que
se van a cometer.