INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

viernes, 11 de febrero de 2022

ELEMENTOS PARA UN MANIFIESTO CONTRA LA IDEOLOGIA DE GENERO (2) - EL MITO DE LA "IGUALDAD"

No somos iguales, porque la igualdad entre los organismos biológicos no existe. En filosofía se dice que, si un ser es exactamente igual a otro en todas sus partes, en todos sus derechos, en sus obligaciones, en sus capacidades, y en cualquier aspecto, no se trata de dos seres, sino del mismo ser. La igualdad solamente existe en el mundo de lo inorgánico: solamente un grano de arena es completamente igual a otro, en su estructura física, en sus funciones, en su tamaño. Carece, por tanto, de identidad. Pues bien, la tercera oleada, la de las “ideologías de género”, aspira a borrar cualquier forma de identidad propia de los sexos. Es la tendencia progresista a aplicar el “universalismo” a cualquier rama de actividad humana y a abolir cualquier régimen de identidad diferenciadora entre culturas (porque las diferenciales culturales existen), entre razas (porque las diferencias étnicas existen y es falso que las “razas humanas” no existan, lo que existe es la “especie humana”, dividida en distintas “razas”), las comunidades humanas organizadas en naciones  (¿hace falta recordar que las naciones forman su identidad a través de la historia y que procesos históricos diferentes, unidos a culturas, religiones y etnias diferentes dan lugar a naciones diferentes?), y entre las religiones (porque las diferencias religiosas existen y no puede compararse una “religión tradicional” propia de una comunidad histórica, con una “superstición importada” o con eso que ahora se ha dado en llamar “nuevas religiones” para dignificar lo que siempre han sido sectas excéntricas)…

El “progresismo” moderno quiere destruir todo este sistema de identidad en nombre del “mundialismo internacionalista”, de una “nueva religión mundial”, de un mundo sin razas surgido del mestizaje universal, de una “cultura de fusión” y, claro está, rebajar las identidades sexuales que, en el fondo, son las que garantizan la viabilidad y el mantenimiento de las comunidades humanas.

Como coartada, las ideologías de género utilizan una serie de seudoargumentos intelectuales, verdadera vaselina mental para que los mamporreros progresistas introduzcan su mercancía averiada.  Ya conocemos la primera de todas ellas, la idea de la “igualdad”. La segunda, está íntimamente ligada a ella: nos predican que aquello que “no es igual” (o el reconocimiento mismo de la desigualdad), es, por definición “injusto” en tanto que resta dignidad a la persona. Es aquí donde radica la gran contradicción no superada por las distintas ideologías de género. Porque, para definir el patrón de “igualdad” y, por tanto, el de “dignidad”, estos “intelectuales e intelectuales” asumen que la mujer debe ser igual al hombre, hacer todo lo que él hace. Es una posición heredada del segundo feminismo, sólo que, extremizada.

Este planteamiento lleva a la sorprendente conclusión de que, para obtener su “dignidad” y su plena “igualdad”, la mujer debe tender a parecerse al hombre. En otras palabras, debe masculinizarse. A esto le podríamos llamar “virofilia”, “machofilia” y cualquier otro adjetivo tan ridículo como estos para definir algo que, además de ridículo, es pernicioso, tanto para la mujer como para el hombre.

Rechazada, pues, la existencia de una identidad femenina, por parte de estas “ideologías de género”, queda asimilarla con la del varón. Es la primera gran traición a la mujer enunciada por estos “ideólogas de género”: mujeres que no supieron ser mujeres y que terminaron dictando que ser mujer debería consistir en imitar al hombre.

Pero esta traición a la condición femenina solamente era posible sostenerla a condición de definir un nuevo modelo masculino. Ese modelo no se tomó del mundo clásico o de la fisonomía que acompañó al varón en los momentos álgidos de la historia de Europa. El modelo de varón al que debía necesariamente tender la humanidad, no sería el varón heterosexual, sino, antes bien, el varón feminizado, es decir, aquel que, en distintas medidas, tendía a asumir psicología y comportamientos femeninos. Era inevitable que, a la masculinización de la mujer, terminara correspondiendo la feminización del varón.

“HOMBRE” Y “MUJER” NO ES LO MISMO QUE
“PARECERSE A UN HOMBRE” O “PARECERSE A UNA MUJER”

Esta tendencia “moderada” de las ideologías de género es la que, en la práctica, se está imponiendo en la sociedad a través de los mecanismos educativos, de la ingeniería social y del lenguaje políticamente correcto. Pero existe otra ideología de género todavía más radical: aquella que empieza por sostener que el sexo no existe y que los roles sexuales son “construcciones sociales”, sin ningún tipo de base biológica o genética y, aunque esa base existiera, habría que negarla. No es raro, pues, que los representantes de esta corriente terminen haciendo causa común con las distopías trans-humanistas, dominadas por el mundo de los robots, de los cyborgs, y de la ingeniería genética. Porque, una de las esperanzas de esta ideología de género es que puede elegirse género a voluntad y, lo que es todavía más importante, cuando alguien esté cansado de su género, pueda cambiarlo a su antojo.

Está claro que los cambios de sexo son eufemismos lingüísticos: el sexo no cambia, lo que cambia es el aspecto físico y, como máximo, mediante la ingesta continua y ad infinitum de fármacos, alterar el equilibrio hormonal. El transexualismo no es algo nuevo. No tiene nada que ver con el hermafroditismo (malformación que aparece en algunos individuos provistos de caracteres órganos de ambos sexos). El transexualismo es un simple problema psicológico de identidad en el que el individuo que lo padece quiere identificarse con el sexo opuesto a aquel que la naturaleza le ha dado. Estos problemas, ciertamente, existen y estamos seguros de que resultan extremadamente lacerantes para quienes los padecen. Siempre hay alguien que se cree Napoleón… pero no es Napoleón por mucho que se ponga el uniforme y los distintivos de general coloque esconda la mano derecha entre los botones del chaleco y sitúe su mano izquierda a la espalda. Un nacido varón, gracias a la cirugía, a los fármacos y a recursos estéticos, puede “parecer” lo que no es, pero no “será”. Y, poco importa las veces que haya entrado en un quirófano y que se haya sometido a las operaciones más radicales de cambio de sexo.

A la hora de valorar la radicalidad de esas operaciones y el resultado final, ¿no habrá que preguntarse, si, de nuevo, la opción más simple es la mejor? ¿no será que como sugiere el principio de la “navaja de Ockham” la terapia psicológica era la vía más sencilla para resolver un problema de identidad sexual? ¿no queda confirmado, una y mil veces, este planteamiento a la vista de los transexuales recién operados que terminan suicidándose, sufriendo las consecuencias de operaciones ingratas unas y salvajes otras que no siempre salen bien ni dan el resultado apetecido, o simplemente, rectificando sus preferencias sexuales y queriendo cambiar nuevamente de sexo? En general, las distintas tendencias de las ideologías de género, parten de la base de que hay que respetar (y pagar) el criterio del nacido hombre que quiere ser mujer, o viceversa. Y no hacerlo (y no pagar el vía crucis quirúrgico-médico supone una muestra de -ahora viene la retahíla de exorcismos- “machismo, intolerancia, oscurantismo, etc, etc.”.