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jueves, 4 de noviembre de 2021

LA ESPIRITUALIDAD PAGANA EN EL SENO DE LA EDAD MEDIA CATÓLICA (2 DE 4) - EL ETHOS PAGANO DEL FEUDALISMO - LA TRADICION SECRETA DEL IMPERIO

 

LA ESPIRITUALIDAD PAGANA

EN EL SENO DE LA EDAD MEDIA CATÓLICA

III. EL ETHOS PAGANO DEL FEUDALISMO

El régimen feudal caracterizó a la sociedad medieval. Tal régimen nació directamente del mundo nórdico-ario; se basaba en dos principios: individualidad libre y fidelidad guerrera, y nada le era más extraño que el pathos cristiano de la "socialidad", de la colectividad, del amor. Antes que el grupo aquí se encuentra al individuo.

El valor más alto, la verdadera medida de la nobleza, desde la más antigua tradición nórdica (como desde la paleoromana), residía en el hecho de ser libre. La distancia, la personalidad, el valor individual eran elemento absolutamente unidos a toda expresión de la vida. El Estado, bajo su aspecto político temporal -al igual que en el antiguo concepto aristocrático romano- se resumía en el consejo de los jefes, permaneciendo cada uno de ellos libre y señor absoluto de su tierra, pater dux y sacerdote de su propia gens. A partir de tal consejo, el Estado se imponía como idea suprapolítica a través del rey, ya que éste, en la antigua tradición nórdica, no lo era sino por su sangre "divina", por el hecho de ser, finalmente, un avatar del mismo Odin-Wotan.

Pero, en el caso de una empresa común de defensa o conquista, una condición nueva se superponía sobre la otra: se formaba espontáneamente una jerarquía rígida y se afirmaba un principio nuevo de fidelidad y disciplina guerrera. Era elegido un jefe -dux o heretigo- y el libre señor se transformaba entonces en vasallo de un jefe cuya autoridad se extendía hasta el derecho de matarlo si dejaba de cumplir los deberes que había aceptado. Al termino de la empresa, sin embargo, se retornaba al estado normal, anterior, de independencia y de individualidad libre. El desarrollo que, a partir de esta constitución paleo-nórdica, desemboca en el régimen feudal, puede caracterizarse, ante todo, por una identificación con la idea sagrada del rey y con la idea militar del jefe temporal. El rey encarna la unidad del grupo, incluso en tiempos de paz, mediante el refuerzo y la extensión a la vida civil del principio guerrero de la fides o fidelidad. En torno al rey, se forma una corte de "compañeros" -fideles- libres, pero encontrando en el ideal de la fidelidad, en el servicio a su señor, en el hecho mismo de combatir por su honor y su gloria, un privilegio y la realización de un modo de ser más elevado que el que, en el fondo, les correspondía en sí mismos.

La constitución feudal se elabora a través de la aplicación progresiva de este principio. Exteriormente, parece alterar la antigua constitución aria: la propiedad terrenal, de origen absoluto e individual, parece ahora condicionada; es un beneficium que implica lealtad y servicio. Sin embargo, no lo altera en profundidad más que allí donde la fidelidad dejó de ser concebida como una vía que permitiera alcanzar una libertad verdadera, bajo una forma superior y supraindividual. Sea como fuere, el régimen feudal fue un principio y no una realidad petrificada; fue la idea genérica de una ley de organización directa que dejaba campo libre al dinamismo de las fuerzas, así mismas, libres, alineadas unas bajo las otras o unas junto a otras, sin medios términos y sin alteraciones -vasallo frente soberano y señor frente a señor- de manera tal que todo -libertad, gloria, honor destino- pudo reposar sobre el valor y sobre el factor personalidad, y no - o de manera mínima- sobre un elemento colectivo o sobre un poder "público". Aquí puede decirse que el mismo rey podía perder y reconquistar en cualquier momento sus prerrogativas.

Probablemente, el hombre no ha sido tratado jamás de una manera más severa e insolente, y sin embargo este régimen fue una escuela de independencia y de virilidad, en caso de servidumbre; en este marco, las relaciones de fidelidad y de honor supieron ofrecer un carácter de pureza y de absolutez que, posteriormente, no se alcanzaría jamás.

Llegados a este punto, no hay necesidad de extenderse mucho para demostrar como esta constitución, característica del espíritu de la Edad Media, no casi nada  en común con el ideal social judeo-cristiano. En ella, por el contrario, reaparecía esta fides que, antes de ser la deutsche Treue, fue la fides de los romanos; objeto de uno de los más antiguos cultos, hizo decir a Tito Livio que caracterizaba de la manera más rotunda al Romano sobre el "bárbaro", y nos remite al ideal de la bhakti de los arios de la India, recordando sobre todo el ethos pagano que anima a las sociedades iranias; si, junto con el principio de autoridad y de fidelidad hasta el sacrificio (no solo en la acción sino también en el pensamiento) volcada a los soberanos deificados, se afirmaba también el principio de la fraternidad, esta última permanecía como totalmente extraña al sentimentalismo femenino y comunistizante introducido por el cristianismo. Las cualidades viriles, hasta sobre el plano de la iniciación (cfr. el mitraismo), tenían un valor más elevado que la compasión y la mansedumbre, de forma que tal fraternidad -parecida a la de los pares y los hombres libres de la Edad Media- se mostraba leal, clara, fuertemente individualizada y, podemos incluso añadir, romana, que podía existir entre guerreros unidos por una empresa común.

IV. LA TRADICION SECRETA DEL IMPERIO

La fides que cimentaba las unidades feudales particulares en virtud de una especie de purificación, de sublimación en lo intemporal, hacía nacer una fides superior, que remitía a una entidad situada más alto, universal y metapolítica, representada, como se sabe, por el Imperio, -tal como se afirma idealmente con los Hohenstaufen- se presenta como una unidad de naturaleza tan espiritual y ecuménica como la Iglesia.

Como la Iglesia, el Imperio reivindica un origen y una finalidad supranaturales y se ofrece como una vía de "salvación" a los hombres. Pero, aunque dos soles no puedan coexistir en un mismo sistema planetario (y esta dualidad Imperio-Iglesia) fue, precisamente, representada frecuentemente por la imagen de dos soles), igualmente el conflicto entre estos dos poderes universales, puntos culminantes de la gran ordenatio ad unum del mundo feudal, no debió tardar en estallar.

El sentido de tal conflicto escapa fatalmente a quienes, se detenienen en las apariencias exteriores y en todo lo que, desde un punto de vista más profundo, no es más que simple causa fortuita, no viendo más que una competición política, un choque brutal de orgullos y voluntades hegemónicas, mientras que se trató en cambio de una lucha a la vez material y espiritual, debida al choque de dos tradiciones y actitudes opuestas de las que hemos hablado al inicio de este texto. Al ideal universal de tipo "religioso" propio de la Iglesia, se oponía el ideal imperial como voluntad oculta de reconstruir la unidad de dos poderes, el regio y el espiritual, lo sacro y lo viril. En lo que respecta a sus expresiones exteriores, la idea imperial se limita frecuentemente a no reivindicar más que el dominio del corpus y de la ordo de la Cristiandad; pero está claro que, en lo que respecta a la idea imperial, en sí misma se reencuentra finalmente la idea nórdico-aria y impregnada de la realeza divina que, conservada por los "bárbaros", superó, al contacto con los símbolos de la romanidad antigua, los límites de las tradiciones de las razas nórdicas particulares, se universalizó, alzándose frente a la Iglesia como una realidad ecuménica tan verdadera como la Iglesia, pero con un alma más auténtica, centro de unión y de sublimación más adecuado para este ethos guerrero y feudal de tipo pagano que transcendía a las formas particulares y simplemente políticas de la vida en aquella época.

La misma pretensión de la Iglesia y la ideología antiimperial que le fue propia confirman este carácter de la lucha. La idea gregoriana es una idea antitradicional por excelencia: es la de la dualidad de poderes y de una espiritualidad antiviril que se afirma superior a una virilidad guerrera que se intenta rebajar mezquinamente a un plano completamente material y político: es la idea del clero soberano dominando encima del jefe de un Estado concebido como poder puramente temporal, en consecuencia por encima de lo "laico" que extrae únicamente su autoridad del derecho natural y recibe el Imperium como si se tratara de un beneficium concedido por la casta sacerdotal.

Naturalmente se trata de una pretensión nueva, prevaricadora y subversiva. Sin referirnos a las grandes tradiciones precristianas, en la Iglesia de este imperio "convertido" que fue el del período bizantino, no sólo los obispos eran dependientes del Estado, sin que desde los concilios se remitían a la autoridad de los príncipes para sancionar y aprobar definitivamente sus decisiones, comprendidas las relativas al dogma; incluso la consagración de los reyes, por consiguiente, no podía distinguirse de forma esencial de la de los sacerdotes.

Hay que señalar a continuación que, si los reyes y emperadores, desde el período franco, adquirían el compromiso de defender a la Iglesia, esto está muy lejos de suponer una "subordinación a la Iglesia", sino todo lo contrario. En el lenguaje de la época, "defender" tenía un sentido muy diferente del que ha adoptado en nuestros días. Asegurar la defensa de la Iglesia, era, según el lenguaje y las ideas del momento, ejercer sobre ella, simultáneamente, protección y autoridad. Lo que se llamaba "defensa" era un verdadero contrato que implicaba la dependencia del protegido, sometido a todas las obligaciones que la lengua de entonces resumía en la palabra fides.

Según el testimonio de Eginarda [biógrafo de Carlomagno y escritor franco del siglo IX, NdT], tras las aclamaciones, “el pontífice se postró ante Carlos, según el rito establecido en el tiempo de los antiguos emperadores"; y el mismo Carlomagno, además de la defensa de la iglesia, reivindica el derecho y la autoridad de "fortificarla desde el interior según la verdadera fe", mientras que no faltaban las tomas de posición que iban en el mismo sentido, como esta: Vos gens sancta estis atque regale estis sacerdotium [“eres una nación santa y un sacerdocio regio”] (Esteban III a los Carolingios) y también: Melkisedh noster, merito rex atque sacerdos, complevit laïcus religionis opus [Nuestro Melquisedek, merecidamente rey y sacerdote, ha completado la obra religiosa y laica].

La oposición güelfa contra el Imperio es, pues, una pura y simple revuelta que recupera como consigna la palabra de Gelasio I: "Tras Cristo, ningún hombre puede ser a la vez rey y sacerdote" y tiende a desacralizar la idea de imperio, a ahogar el intento nórdico-romano de la reunificación "solar" de los dos poderes y, en consecuencia, de la reconstrucción de una autoridad superior a la que la Iglesia, en tanto que institución religiosa, no habría debido reivindicar jamás para sí misma.

Y cuando la Historia no habla más que implícitamente de esta aspiración superior, es el mito quien lo hace: el mito que no se opone, aquí a la Historia, sino que se integra en ella revelando una dimensión más profunda. En el período franco se vuelve frecuentemente a aplicar al rey (y la frase citada antes nos da un ejemplo) el símbolo enigmático de Melquisedek y de su religión regia: de este Melquisedek rey de Salem, sacerdote de una religión de rango más alto que la de Abraham y que debe ser considerado como la representación bíblica de la idea extrabíblica, pagana y tradicional en el sentido superior del Señor Universal (chakravarti hindú), aquel que reúne en sí mismo, de forma solar, los dos poderes y encuentra como punto de unión entre el mundo y el supra-mundo. Este mismo significado reaparece también en las muy numerosas leyendas relativas a los emperadores germánicos, en las que lo real se interfiere con lo irreal, la historia con el mito. Además de Carlomagno, Federico I y Federico II, según la leyenda, no habrían muerto jamás. Habrían recibido como don del misterioso "Preste Juan", -que no es otro que una representación medieval des "Señor Universal"- los símbolos de una vida eterna y de un poder no humano de victoria (la piel de salamandra, el agua viva, el anillo de oro). Proseguirían su existencia en la cúspide de una montaña (el Odemberg o el Kyffhaüser), otras veces en un lugar subterráneo. Aquí igualmente retornan los símbolos que podemos definir como universales, de una tradición pagana muy antigua.

En efecto, sobre una montaña o en un lugar subterráneo había encontrado refugio y se encontraría siempre el rey paleo iranio Yima, el "resplandeciente, aquel, que entre los hombres es semejante al sol"; el Walhalla nórdico, sede de los reyes divinizados y de los héroes inmortalizados, fue concebido frecuentemente bajo la forma de una montaña (la Montaña de los Ancestros) donde, según las leyendas budistas, desaparecerían los "despertados" y los "seres libres y sobrehumanos", como suelen ser los héroes griegos divinizados comprendido Alejandro Magno, en algunas leyendas del mundo helénico.

En Agarta, nombre tibetano de la residencia del "Señor Universal" (que corresponde por otra parte, etimológicamente hablando, al Asgard de los Edda residencia de los Aseen y de los reyes divinos primordiales) estaría en el corazón de una montaña. En general, las montañas simbólicas de las leyendas medievales, como también el Monte Merhu hindú, el Kef islámico, el Mont Salvat de las leyendas del Graal e incluso el Olimpo, no son más que diversas versiones de un tema único; a través del símbolo de la "altura", expresan estados espirituales trascendentes y "celestes" (convergencia con el simbolismo de los lugares subterráneos, es decir, ocultos, si se piensa en la relación entre coelum, cielo y celare, ocultar), que confería, tradicionalmente, la autoridad y la función absoluta, metafísica del Imperium.

La leyenda de los emperadores jamás muertos y ocultos en una montaña nos confirma el hecho de que en estas figuras se quería ver a las manifestaciones de la función eterna, en sí misma inmortal, del terreno espiritual universal que, por otra parte, según un tema tradicional recurrente (cfr. el Edda, el Brahamaâna, el Avesta, etc.) debe manifestarse de nuevo con ocasión de una crisis decisiva de la historia del mundo. En efecto, en las leyendas medievales, se encuentra también la idea de que los Emperadores del Sacro Imperio se despertarán el día en que hagan irrupción las hordas de Gog y Magog -símbolos del demonismo de la pura colectividad- antiguamente encerrados por Alejandro Magno tras una muralla de hierro. Los emperadores librarán la última batalla de la que dependerá la floración del "Arbol Seco", el Arbol de la Vida y del Mundo, que no es más que la "planta despojada" de Dante, y también el Ydrasgil del Edda, cuya muerte marcará el inicio del Ragna-Rökkr, es obscurecimiento de los dioses.

Es pues significativo que, entre los mitos que evidencian la relación del ideal imperial medieval con la idea "solar" tradicional -pero igualmente superan la concepción "religiosa" del espíritu y de la limitación política y laica del imperio y de la realeza- hay en algunos (cfr. por ejemplo, el Speculum Theologiae) que plantean la oposición a la Iglesia y al cristianismo hasta el punto de dar al Emperador resucitado, que hará florecer el Arbol Seco, los rasgos del Anticristo; naturalmente, no en sentido habitual (ya que seguirá siendo aquel que combate a las hordas de Gog y Magog), sino probablemente a título de símbolo de un tipo de espiritualidad irreductible a la de la Iglesia, hasta el punto de ser obscuramente asimilada, en la leyenda, a la figura del enemigo del dios cristiano.

El fermento gibelino, la áspera lucha por la reivindicación imperial, además de su aspecto visible, tenía también un aspecto invisible. Tras la lucha política se escondía una lucha entre dos tradiciones espirituales opuestas. En el momento en que la victoria parecía sonreír a Federico II, las profecías populares anunciaban: "El Cedro del Líbano será cortado. No habrá más que un solo Dios, es decir, un monarca. ¡Desgracia al clero! Si cae, un orden nuevo habrá nacido"