Los “constitucionalistas”
han levantado hoy las campanas al vuelo: el Supremo “avala la obligación de que
el 25% de las clases en Cataluña sean en castellano. Mal asunto, porque ERC se
ha apresurado a decir que no respetará. Eso ya se sabía por descontado. Y lo
que es peor: no es la primera sentencia contra la “inmersión lingüística”.
Desde hace 25 años vienen sucediéndose cada cuatro o cinco. Y nada: la gencat
sigue con su “inmersión”, mientras que los constitucionalistas, tras unos días “satisfechos”,
vuelven a la carga. Nada va a cambiar. Para bien y para mal. Si los “constitucionalistas”
creen que la sentencia del Supremo va a servir para algo más que para movilizar
a unos miles de miembros de la secta indepe, encabronarlos durante unos días,
se equivocan. Pero, si la gencat cree que su negativa a acatar la sentencia y
el hecho de que el pedrosanchismo mire para otro lado, es una victoria, se
equivocan todavía más.
Es cierto que en
Cataluña no hay “libertad”, como dicen los indepes que se han quedado sin
referéndum. Fíjense si no hay libertad que yo no puedo elegir la lengua en la
que quiero que se eduque a mis hijos y nietos (afortunadamente, fuera de
España, en países donde el sistema educativo es mucho más sólido). Lo normal,
lo “constitucional”, sería que cada ciudadano pudiera elegir la lengua en la
que quiere que se eduque a sus hijos: porque si el catalán es una lengua
regional, el castellano es lengua de todo el Estado. Con casi treinta años de “inmersión
lingüística” sería hora de reconocer que en Cataluña se ha logrado algo
inédito: que los niños se expresen y escriban mal, tanto en castellano como en
catalán. En estos tiempos de movilidad laboral, un joven educado en la “inmersión”
que se vaya a trabajar a Aragón estará muy por detrás de sus compañeros a la
hora de redactar un informe en castellano.
Existe una
batalla desigual que la gencat nunca podrá ganar. Todas sus victorias serán
pírricas en materia lingüística: la desigualdad entre quienes hablan catalán y
castellano, es excesiva. Por un lado, los 600 millones de castellano-parlantes
y, por otra, los menos de 5 millones (rebañando aquí y allí entre las 9 formas
dialectales) que lo consideran “lengua habitual”. La gencat afirma, no sin
cierto orgullo, que el catalán es el 27º idioma del mundo en “peso económico”
(sea lo que sea que quiere decir, porque si se trata de economía, no hay que
olvidar que la economía catalana está tan íntimamente imbricada en la española,
que resulta ingenuo y angelical considerarla como una entidad “aparte”). El
dato, por lo demás, solamente aparece en medios de la gencat. Mucho más simple y
visible es la contabilidad sobre la importancia del castellano, situado en
TODAS las estadísticas mundiales como “cuarta lengua” en número de hablantes,
tras el inglés, el chino y el hindi, y muy por delante del árabe. Ni siquiera
en Cataluña, el catalán es la lengua mayoritaria: la primera es el castellano,
el catalán sólo es la segunda, con la seguridad de que pasará a ser la tercera,
tras el árabe, en apenas diez años.
Con estos datos,
la gencat no puede competir, por mucho que, en sus negociaciones sobre los
presupuestos, exija “blindar” la lengua, forzar imposiciones lingüísticas a
estos sectores económicos o a otros, y desoír las sentencias del Supremo. Hace
poco ya tratamos la misérrima situación del “cine en catalán” (simplemente, no
lo ve el público). Véase el artículo: “ERC
y el doblaje de Netflix al catalán. Estado del catalán en el cine”).
La gencat ha perdido la batalla lingüística con el castellano (sería curioso
conocer la estadística de videojuegos en catalán y en castellano, para
confirmar que el desequilibrio es todavía mayor que en el cine. Hace poco,
comentábamos con un programador de videojuegos, por qué no incluía una
traducción catalana que, seguramente, sería subvencionada por la gencat.
Respuesta: “sería perder el tiempo, tanto como hacerla en bable o en gallego.
Minorías demasiado minoritarias”).
A esto se añade
el “drama español”: la escuela en España está, literalmente, hundida. Si la
gencat cree que defender la “inmersión” e instalar a “chivatos de patio de cole”,
bastarán para que el catalán prospere en el ranking, se equivocan: la escuela
catalana ha dejado atrás la posibilidad de formar (e incluso de deformar
ideológicamente) y se reduce a ser un mero “hub” de almacenamiento de alumnos
mientras sus padres trabajan o buscan trabajo.
Quienes no lo
advierten son los miembros de la Plataforma per la Llengua que, hoy protestan
tras conocer la noticia de que su querida y subvencionadora gencat, se ha visto
obligada a contratar a 600 enfermeros andaluces. Les preocupa que estos 600
enfermeros atiendan a los pacientes “catalanes” con deje andaluz. El resto, la degradación
del sistema sanitaria catalán -completamente descentralizado y del que el único
responsable es la gencat- les importa un pimiento. Por cierto, para 2021, la
citada “plataforma”, ha recibido 750.000 euros de subvenciones pública, y para
el 2022, ha quedado establecido en las cuentas de la gencat que recibirán 1.000.000
de euros. Aragonés se debe a sus electores y la gencat a menos del 50% de Cataluña.
Soy de los que
opina que no vale la pena ni protestar, ni movilizarse, ante la actitud
despreciativa de la gencat ante la sentencia del Supremo. A fin de cuentas, me
la trae al fresco cualquier decisión de la institución autonómica. Gobiernan
para y por el independentismo. Es una institución que no tiene nada que ver ni
conmigo, ni con los que piensan como yo, que nunca ha existido una “Cataluña
independiente”, incluso que una idea así podía proponerse después del 1898 y
antes del ingreso de España en la UE, pero que ahora, en el siglo XX, cuando se
tiende a los “grandes espacios”, hay que pensar en Europa y no en fugas
románticas hacia un pasado tan ideal como inexistente. Ese es territorio para
la secta. El independentismo ha derivado hacia la fisonomía sectaria. Y, como
en toda secta, existen los dirigentes que no se creen el mensaje, pero que lo
defienden a capa y espada porque en ello les va el sueldo, y unas bases compuestas
por indigentes intelectuales, fanatizados, creen el mensaje, están dispuestos a
desgañitarse por él. Para estos segundos, la lengua catalana tiene una palabra
que los define: “somniatruites”, gente que se ilusiona con cosas
imposible o extrañas. Para los primeros, la riqueza lingüística catalana da a
elegir entre “esquenadrets” y “pispas”. En román paladino:
mangantes.
Lo dicho: nada
nuevo en Cataluña. Ni para “constitucionalistas”, ni para “separatas”. Y en
cuanto a la sentencia, yo creo que, incluso a los magistrados del Supremo, les
tiene sin cuidado lo que haga o diga la secta de la gencat.