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domingo, 9 de mayo de 2021

Un subgénero cinematográfico De la pornografía antinazi a las novelas “stalag” (1 de 8 TRES DIRECTORES DE PRESTIGIO

Desde principios de los años 60 hasta finales de los años 70, en apenas veinte años se filmaron no menos de cincuenta películas cuya temática común era lo que podríamos llamar la “pornografía anti–nazi”. En este género podía englobarse desde Saló o los 120 días de Sodoma, hasta Ilse, la loba de las SS, empezando por Portero de Noche hasta Salón Kitty, pasando por Las largas noches de la Gestapo y llegando a la viscontiniana La caída de los dioses. Se trató de un subgénero, como puede verse de calidad y contenidos muy variados, asumido incluso por directores ciertamente notables en la historia del cine y situado a medio camino entre la pornografía sadomasoquista (aunque la temática no era exactamente esa) y el cine erótico (a cuyo nivel tampoco llegaba a causa de lo tosco y, frecuentemente, desagradable, de las escenas de sexo). Lo sorprendente no es, sin embargo, esto, sino el hecho de que este subgénero tuviera su origen precisamente en comics populares ideados y distribuidos en el Estado de Israel durante los primeros años 60 y que causara verdadero furor entre las masas de aquel país. La intención de este artículo es bucear en los orígenes de este subgénero, pasar revista a los directores de primera fila que se aproximaron a él e insertarlas en su contexto histórico.

I Parte

La caída de los dioses de Luchino Visconti data de 1969, Portero de noche de Liliana Cavanni es cuatro años posterior (1973) y, finalmente, Saló o los 120 días de Sodoma de Pier Paolo Passolini se proyectó dos años después (1975). Pues bien, estas tres películas suponen un deslizamiento cada vez más extremo por la senda del erotismo antifascista. Tanto Visconti como Passolini eran gays y Liliana Cavanni no ocultó nunca su lesbianismo; resulta inevitable pensar que sus inclinaciones sexuales influyeran en algunas de sus concepciones estéticas y de sus temáticas, como mínimo tanto como sus concepciones políticas.

No puede extrañar, por tanto, que en estas tres películas se deslicen elementos sadomasoquistas. En las tres, el marco histórico se sitúa en los regímenes fascistas y las tres están realizadas desde una perspectiva abiertamente antifascista. Las tres fueron acogidas, especialmente, por los críticos cinematográficos progresistas, con loas, glosas y alabanzas y, finamente, cada una de ellas supuso un deslizamiento más rápido por la pendiente del sexo y de la violencia: tímida en La caída de los dioses, explícita en Portero de noche y enloquecida en Saló o los 120 días de Sodoma. Al ser realizadas por tres directores de prestigio suponen un capítulo aparte en este artículo que trata, sobre todo, del porno–antinazi y, por tanto, vamos a analizarlas en primer lugar.

De hecho, estas películas, de alguna manera, suponen un modelo para todo lo que vino después…

Tres directores “de prestigio” abriendo camino...

En La caída de los dioses se intenta demostrar la perversión y la debilidad de la alta burguesía alemana y cómo colaboró en el advenimiento del nazismo. Helmut Berger, actor austríaco, que tenía a su favor un físico que parecía gustar a los homosexuales -y que, seguramente por eso, fue amante de Visconti a partir de 1967-, interpreta en la película el papel de un perverso joven (Martin) que terminará ingresando en las SS manipulado por un malévolo y jesuítico oficial de élite de la Orden, Aschenbach (Hans Griem), otro miembro de la familia que dramatiza la victoria de las SS frente a las SA representadas por un grosero Konstantin. Martin suele abusar sexualmente de su prima y de una muchacha judía pobre y, a su vez, es dominado por su madre, Sophie (una Ingrid Thulin que hace gala de sobria madurez), viuda de un héroe de la primera guerra mundial. La película intenta denunciar a la familia Krup y su colaboración con el III Reich.

Sin duda, la escena más memorable de la película –realizada con extremo esmero por parte de Visconti– es el espectáculo interpretado por “Martin” en el cumpleaños de su padre, en el que aparece disfrazado de Marlene Dietrich en Der blaue Engel. Fue la primera vez que apareció un actor disfrazado de drag–queen ante las cámaras.

La película está repleta de alusiones sexuales (se representa la desarticulación de las SA en la “noche de los cuchillos largos” como si todo este cuerpo estuviera formado por gays; a este respecto ver Revista de Historia del Fascismo, número XIII, dosier La noche de los cuchillos largos, la purga de los leales) y tiene el preciosismo propio de todas las películas de Visconti que tan característico era del cine gay de la época. Las alusiones sexuales estaban presentes a modo de pinceladas y tanto en la escena cumbre de Berger–Marlene Dietrich, como en la desarticulación de las SA, incluyen los mismos guiños decadentes que tanto atraían al director.

Cuando la Cavanni filma Portero de Noche, empieza a ser ya una directora reconocida, hacía poco que había rodado Galilei, estaba a punto de rodar Milarepa y se la consideraba como una directora eminente del cine que en aquel momento de pedantería cultural se llamaba “de arte y ensayo”. En Portero de Noche, la temática es explícitamente sexual y declaradamente sadomasoquista. Los protagonistas son Dirk Bogarde, actor gay, y su réplica, Charlotte Rampling (del que alguien dio que su rostro sugiere inmediatamente “violación”). El protagonista, antiguo miembro de las SS y, por supuesto, guardián de un campo de concentración, convertido en la postguerra en honesto portero de noche de un hotel, se encuentra con la Rampling, niña judía que había estado presa en el universo concentracionario y a la que el SS había deparado un trato especial. El ex SS siente necesidad de reactualizar sus experiencias sexuales con la niña, convertida ya en mujer y esposa de un director de música, mientras que ella no solamente no ha olvidado aquellas jornadas en las que fue objeto de deseo de unos oficiales de las SS, sino que siempre lo ha recordado con una mezcla de ansiedad y desasosiego. Es propiamente una relación sado–masoquista o si se quiere una perífrasis simbólica de la dialéctica del amo y del esclavo en la que ninguno de los dos es independiente y tiene sentido sin el otro.

Aquí la temática sexual ya no se sitúa en la periferia de la película –como en La Caída de los dioses de Visconti– o el trasfondo erótico está presente, pero de manera veladamente morbosa, sino que ha pasado a ser el centro mismo de la cinta. La joven judía, tras ser liberada del campo de concentración se casa con un director de orquesta. Al llegar la pareja al hotel, el portero y la joven se reconocen: en ambos personajes se produce la habitual sensación de atracción–repulsión. El antiguo SS no comunica el encuentro a sus viejos camaradas poniendo en peligro la red de apoyo mutuo que han construido para protegerse. La antigua deportada, por su parte, no ha podido olvidar las vejaciones sexuales a las que fue sometida y algo en ella le pide de nuevo entregarse para ser sometida como antaño. Atracción y repulsión, aparecen de manera extrema y sin concesiones dando lugar a sórdidas escenas de erotismo que tendrá su culminación en la recreación de un estriptis de la estilizada Rampling ante un grupo de oficiales de las SS, tocada ella con tirantes y con el gorro de la Orden Negra. Lo “explícito” que estaba casi completamente ausente en la cinta de Visconti se convierte en el eje de esta película y cristaliza en un evidente erotismo sin tapujos.

Pero, a su vez, ese erotismo está completamente ausente de la película de Passolini, Saló o los 120 días de Sodoma. La película toma su nombre del título de una novela del marqués de Sade en la que unos nobles aluden a sus ideas y fantasías y exponen sus concepciones eróticas. Así mismo, situar la trama en la pequeña ciudad italiana de Saló, cerca de Brescia, remite a la República Social Italiana, constituida por los irreductibles del fascismo que en la derrota jugaron la carta de la fidelidad a sus ideales. De hecho, la RSI se conoció también como “República de Saló”. Aquí las escenas de sexo son cualquier cosa, menos eróticas, el mismo argumento no deja de ser una excusa para que Passolini dé rienda suelta a sus fantasías y fantasmas eróticos. De hecho, a pesar de que Passolini diera cientos de argumentaciones intelectuales para justificar las escenas habitualmente desagradables vinculadas al sexo que se suceden en esta película, lo cierto es que, la cinta sirve sobre todo para ver lo que su director llevaba dentro de la cabeza y conocer sus propios fantasmas eróticos.

En la película de Passolini el sadismo del director (que fue una de las causas que le costó el ser asesinado por un chapero que no le toleró el que se propasase con él), se entrecruza con la escatología y la coprofagia, variedades de sexo–límite que, junto con las humillaciones infringidas a los chicos y las chicas detenidos, víctimas de torturas, violaciones y asesinatos (los actores que los interpretan eran todos de entre 14 y 18 años, habiéndose planteado la cuestión de la legalidad de rodar esas escenas con menores de edad) indican una innegable tendencia, sino por la pedofilia, al menos sí por el sexo límite con jóvenes. Precisamente, las insistentes escenas de coprofagia presentes en el film son justificadas por Passolini afirmando que era un alegato contra la comida–basura y una “metáfora” contra los alimentos producidos en masa… pobre excusa que denota que dentro de él latía el fetichismo escatológico y coprofágico.

Romances lésbicos, bodas gays entre los soldados de la RSI, sexo entre el soldado y el obispo, niñas violadas, ahorcadas, marcadas, penes y pezones quemados, lenguas arrancadas, ojos extraídos, baños de adolescentes dentro de tinajas llenas de excrementos… completan una película que si es una metáfora de algo es de una imaginación degradada incapaz de realizar denuncias sociales sin apelar al sexo y en donde la denuncia social no pasa de ser una simple excusa para presentar sexo explícito y parafílico. El director dijo que todo este alarde de parafilias extremas estaba dedicado para denunciar la indiferencia y la insensibilización ante la violencia y el conformismo, pero en realidad, era todo mucho más sencillo: en el clima de la época –con las masacres de Brescia, Piazza Fontana, el Italicus como trasfondo de los “años de plomo”– era muy fácil hacer antifascismo y sobre éste se podía hacer “cabalgar” a todo tipo de vicios y parafilias con lo que el director quedaba exonerado de tener que explicarlas, para caer lo desagradable de las mismas sobre los combatientes de la RSI que, en lugar de ser presentada como una opción “fidelista” (y, a menudo, heroica) de los fascistas que no renunciaron a sus convicciones quedaba reducida a parodia degenerada de una burguesía decadente… La realidad histórica, estaba en la opción opuesta; en efecto, la burguesía italiana había optado por la rendición ante las dificultades, las medias de seda producidas en Filadelfia, el jazz de Nueva Orleans y el chewin–gun de Wisconsin que había llegado en el furgón de cola de los vencedores anglosajones. Era fácil parodiar y degradar a los vencidos, pero mucho más difícil y arriesgado era aludir en esos mismos términos a Badoglio o a Víctor Manuel de Saboya… Y, se sabe, que Passolini, prefería humillar a los vencidos y a los humildes (uno, finalmente, lo asesinó) mucho más que a ofender a los vencedores.

Si hemos señalado a estas tres películas es por tres motivos:

– Porque aparecen en un lapso de apenas cinco años y por este orden.

– Porque las tres fueron dirigidas por directores prestigiosos.

– Porque las tres tienen un trasfondo erótico: apenas explícito en la primera, completamente explícito en la segunda y descaradamente pornográfico en la última, como si las tres fueran el resultado de una pequeña bola de nieve (La caída de los dioses) que cayendo por una pendiente, poco a poco va a creciendo (Portero de noche) y arrastrando todo lo que se encuentra a su paso hasta convertirse en un alud (Saló o los 120 días de Sodoma).

Pues bien, ese alud es el subgénero de la “pornografía antinazi” que, se hará habitual a partir de mediados de los años 70, el objeto de este estudio.