Probablemente
desde el 11-S nunca habíamos asistido a un espectáculo tan descarado de difusión
de una “verdad oficial” como la que se ha desarrollado durante el proceso
electoral norteamericano. Hemos visto un asalto al congreso de los EEUU,
como hace veinte años vimos desplomarse a las “Torres Gemelas”. Se ha
difundido una “verdad oficial” imposible de contrastar, pero de la que -razonablemente-
podemos sospechar que no tiene nada que ver con lo ocurrido realmente. Sabemos lo que siguió a los
ataques del WTC (el Acta Patriótica, el miedo como presión para aceptar las
guerras coloniales de Afganistán e Irak, etc.). Queda por saber las
consecuencias que tendrá el asalto al Congreso de los EEUU. Pero podemos
anticipar algunas.
Llama la
atención que, en ambos casos, 11-S y asalto al congreso, lo que ha ocurrido
esté directamente relacionado con el proceso electoral presidencial. George W. Bush -vale la pena
recordarlo- inició su mandato muy debilitado y bajo sospecha: en efecto,
su oponente, Al Gore, obtuvo el 48,38% de los votos, mientras que el vencedor, George
W. Bush, se hacía con un 47,87%, es decir, con un porcentaje menor y con menos medio
millón de votos menos que Gore. Todo se dirimía en Florida, Estado gobernado…
por el hermano de George W. Bush. Se produjeron disturbios durante el recuento
de votos y actos de violencia contra los funcionarios que realizaban el
recuento pedido por Gore (ver “Disturbios de
Brooks Brothers”). La polémica duró semanas hasta que, sin que apareciera
ningún motivo visible para cambiar de actitud Gore “reconoció” la victoria de
su oponente.
Así pues, la
presidencia de Bush se inició bajo la sospecha de amaño electoral. Era, por
tanto, una presidencia “debilitada”. La estrella de Bush solamente resplandeció
al producirse los ataques del 11-S y verse el país envuelto en una oleada
de dolor por las imágenes mil veces repetidas de los “30.000 muertos” en los
ataques (en realidad, no llegaron a 3.000), el miedo que siguió en los tres
meses posteriores (a causa del asunto del ántrax), las alarmas continuas de
nuevos ataques terroristas que generaban sensación de asedio y, finalmente, la
respuesta patriótica presidencial: la Acta Patriótica (en la que una
sociedad acepta el recorte a sus libertades para garantizar una “seguridad” que
realmente no estaba en peligro) y las guerras coloniales declaradas para
satisfacer las necesidades del complejo militar-petrolero-industrial y que
solamente beneficiaron a éste: Irak y Afganistán.
¿Y ahora qué
ocurrirá? Por que la presidencia de Joe Biden está tocada por mucho que
los grandes consorcios mediáticos y las grandes acumulaciones de capital (es
decir, todo lo que responde al nombre de “stablishment”) estén a su favor.
- No estamos
muy seguros de que EEUU esté en condiciones de embarcarse ahora en un nuevo
conflicto colonial: el país, interiormente, está roto en dos. Recurrir a un
nuevo 11-S correría el riesgo de dividirlo aún más. Y, por lo demás, ¿contra
qué enemigo luchar? En Siria, la guerra iniciada con el apoyo del “premio nobel
de la paz” (somos conscientes de las minúsculas) Barak Obama está liquidada. Irán
es una potencia regional demasiado fuerte que en menos de 10 años se convertirá
en hegemónica en la zona y con muy buena diplomacia internacional. No es lo
mismo atacar a un país de cabreros como Afganistán, o a un Saddam Hussein
aislado internacionalmente, que al gobierno de Irán en buenas relaciones con todas
las demás grandes potencias… salvo con EEUU. ¿Corea del Norte? Demasiado cerca
de China y la economía norteamericana depende hoy, no lo olvidemos, de las
inversiones chinas en bolsas norteamericanas que, si bien es cierto que
disminuyeron tras la crisis bancaria de 2008, no es menos cierto que existe
entre 1 y 2 billones de dólares chinos que, de retirarse, implicarían el caos económico
en EEUU. No hay escenarios
internacionales que permitan otra guerra colonial.
- EEUU en
2021 no es el mismo que en 2001 y, no solamente, porque el país está partido en
dos entre conservadores trumpistas y liberales políticamente correctos, sino
porque el mundo de hoy ya no es lo que era hace 20 años. En 2011, EEUU
podía declarar impunemente la guerra a otros países, porque Rusia estaba
todavía debilitada por los años en los que la presidencia estuvo en manos del
borracho promovido internacionalmente por EEUU: Boris Eltsin. Y, China, en
aquel momento, todavía no había alcanzado la hegemonía económica y estaba aún
lejos de la militar. Pero hoy la situación es muy diferente: China ha alcanzado la hegemonía
(es la única economía mundial que ha crecido casi un 3% en el año del Covid,
cuando todas las economías mundiales han entrado en recesión: y esto gracias a
que es la “factoría mundial”) y militarmente el gigante asiático está ya en
situación de paridad con los EEUU en el terreno militar y estratégico.
Por tanto, ya no
habrá más aventuras exteriores, como máximo, algún pequeño tanteo para mantener
contento al Pentágono.
Por tanto, todo
nos induce a pensar que la debilidad política de Biden se resolverá en clave
interior: el tánden Biden-Harris solamente puede ofrecer una cosa: ultracorrección
política, grandes metas ecológicas, aplicación de leyes para acallar cualquier
oposición (Trump se verá empantanado de un proceso a otro para evitar que
pudiera presentarse a las elecciones de 2024) y dar armas a los censores
digitales (Twiter, Facebook, Google, especialmente) para reforzar las “verdades
oficiales” y controlar la disidencia. Y, aun así, no está del todo claro,
que su victoria sea neta. Y si no lo es, EEUU camina hacia el desplome
interior como resultado de:
- un desfase
entre el sistema político del siglo XVIII y la realidad del siglo XXI que, cada
vez se muestra más susceptible de fraudes electorales.
- una falta
de credibilidad de los portavoces del “stablishment” que olvidan que el país
está en situación de “fractura vertical” entre dos tipos de “creencias”: la
ultraprogresista y la ultraconservadora.
- una desigualdad
absoluta de desarrollo económico entre las distintas partes del país: un
norte industrial clásico en disminución, una costa Oeste paraíso de las nuevas
tecnologías, una “América profunda”, tradicionalmente agrícola y ganadera, en
crisis absoluta, una costa Este en el que el narcotráfico y los servicios se
disputan la hegemonía.
- un complejo
petrolero-militar-industrial que exige beneficios (el capital no invertido
o que no produce se convierte en inútil) como sea y al precio que sea.
- una
sociedad multiétnica en la que cada ladrillo étnico está aislado e incomunicado
con los demás y en guerra étnica unos contra otros.
- una
situación de aislamiento creciente internacional a causa de errores pasados
y de la sospecha de que, ante la situación actual en el interior de los EEUU,
su potencia está muy debilitada y resulta incapaz de apoyar a aliados con
problemas.
- un dólar
sobrevalorado históricamente gracias a la presencia de los marines en bases
esparcidas por todo el mundo y que depende hoy de las inversiones chinas en los
EEUU, con una deuda pública de casi 20 billones de dólares (que, por cierto, se
detuvo e incluso disminuyó durante los años del trumpismo, de 21,5 a 20).
- con un stablishment
que solamente es sólido y unitario en algunos de sus planteamientos (búsqueda
del máximo beneficio), pero que está muy dividido en cuanto a alternativas,
propuestas, salidas y, orientaciones futuras.
El resultado
de todo esto en los próximos cuatro años, solamente puede ser el desplome
interior y el aumento de la inestabilidad. EEUU está entrando en un proceso similar al que se
desarrolló en la URSS desde finales de los años 70: un aumento creciente de sus
problemas que, finalmente, formaron una “tormenta perfecta” que entrañó su
disolución. En EEUU, siendo realistas, y a tenor del carácter americano
y de los millones de armas en poder de los ciudadanos, esa “tormenta
perfecta” solamente puede adquirir el aspecto de guerra civil, que será, a la
vez, étnica, social y religiosa, es decir, una guerra de “creencias” y no de “valores”
(la creencia es un
conjunto de criterios irracionales anidados en el cerebro, imposibles de someter
a discusión o a razonamientos lógicos, mientras que los “valores” son actitudes
espontáneas ante la vida que si pueden ser sometidas a razonamiento y a
argumentación).
Desde los
años de la Guerra Fría, se han ido realizando experimentos de “control mental”
(existe una amplia literatura científica en unos casos, conspiracionistas en
otros, y conspiranoica en su franja más difundida, por lo que hay que tener
cuidado a la hora de estudiar el estado de la cuestión). En 1948, ya se
realizaban con prisioneros de las SS capturados. En los 50 se pasó al estudio
de las técnicas sub-liminales. En los 60 a la utilización de drogas psicodélicas.
En los 70 se pasó a “experimentos sociológicos” y, a partir de los 80 se fueron
incorporando nuevas técnicas que avanzaban con la tercera revolución industrial
que se iniciaba en aquellos momentos. A pesar de la falta de información e, incluso, de las
informaciones contradictorias, damos por supuesto que todos esos experimentos
han continuado y que se han aplicado y se están aplicando, especialmente en
escenarios bélicos, pero también entre las poblaciones para alejar riesgos de
inestabilidad interior, disturbios y focos de resistencia efectivos contra el
sistema.
Pues bien, a
pesar de todos esos experimentos que se hayan podido dar, lo cierto es que no
han resuelto el gran problema al que se enfrenta el stablishment mundial:
- el mundo es
demasiado complejo como para pensar que pueden controlarse los distintos
aspectos que entran en juego.
- el ser
humano es demasiado complejo como para pensar que todos los seres humanos
pueden manipularse y dirigirse.
- la economía
mundial es demasiado compleja para pensar que puede globalizarse en un
mundo desigualmente desarrollado y con sistemas fiscales, económicos, sociales
y políticos diferentes.
- la cultura
mundial es demasiado compleja para creer que el “mestizaje” y la “fusión”
bastarán para crear una “cultura mundial” sin raíces.
- el cerebro
humano es demasiado rico y sorprendente como para pensar que controlando el
inconsciente (se podrá controlar el “cerebro límbico”, pero no el “neocórtex”
en el que anida la reflexión y el raciocinio, incluso el llamado cerebro “reptiliano”
que garantiza la supervivencia y es la parte más primitiva de la masa
encefálica, son imposibles de condicionar permanentemente y en la totalidad de
seres humanos).
Resumiendo,
la victoria de la “corrección política”, de la “globalización”, del “mundialismo”,
de todo lo que controla y domina el “stablishment”, es una victoria pírrica: no
podrá mantenerse durante mucho tiempo:
- en primer
lugar, porque el “stablishment” no es un bloque monolítico, sino que está
multidivido. Se reconoce en un único interés: la ley del máximo beneficio
en el menor tiempo, pero más allá de este objetivo, las estrategias para alcanzarlo
están muy diversificadas.
- en segundo
lugar, porque la ciencia tiende siempre a seguir caminos propios que no coinciden
necesariamente con los del “stablishment”. A pesar de que el “stablishment”
intenta convertir la ciencia y la técnica en su aliada (el período que media
entre el 2020 y el 2050 va a ser el más rico en avances y progreso científico y
tecnológico que se haya visto jamás), se trata de una alianza temporal.
Vale la pena
recordar unas palabras de René Guénon:
“Sea como sea, con eso hemos llegado al último término de la acción
antitradicional que debe conducir a este mundo hacia su fin; después de ese
reino pasajero de la «contratradición», para llegar al momento último del ciclo
actual, ya no puede haber más que el «enderezamiento» que, al reponer
súbitamente todas las cosas en su sitio normal cuando la subversión parecía
completa, preparará inmediatamente la «edad de oro» del ciclo futuro”.
Dicho con palabras más accesibles para los que no conocen el sentido de la obra de René Guénon: cuanto más desorden exista en el mundo, cuanto más sensación de caos se haya extendido, cuanto más negra sea la noche, más próximos estaremos al nuevo amanecer. Ocurre como en una función asindótica como la del gráfico en la que y = 1/x. La curva que jamás en su caída toca el eje de abcisas (y) y que se hunde en su mitad negativa, es sucedida por otra curva que parte jamás toca al mismo eje (y) pero que parte de su mitad positiva, mientras que el eje de ordenadas (x) señala el tiempo que transcurre.
Matemáticamente, después de un período de hundimiento generalizado y crisis absoluta, solamente puede suceder un nuevo período áureo. Esta es la buena noticia…