No ha sido un
buen año, ni tampoco hay excesivas perspectivas de que el próximo sea mejor. Es
más, si nos hemos intoxicado con los informativos, es posible, incluso, que ni
siquiera entendamos lo que se nos pide de nosotros en estas fiestas. Yo, al
menos, no he entendido las normas sanitarias, ni sé a qué atenerme. La buena
noticia es que hay un gobierno y diecisiete fotocopias reducidas que dictan
normas, pero no tienen capacidad para vigilar su cumplimiento. Y ya
llevamos nueve meses, de prohibiciones más o menos inútiles y de sobredosis de
información. Por si no lo
sabías: nadie, ningún poder, se preocupa ni por ti, ni por los tuyos. Ni
siquiera, en realidad, tienen idea del resultado de las normas y prohibiciones
que dictan. Lo hacen para que no adviertas la triste y dramática realidad:
tenemos un gobierno preocupado por el que no haya desokupaciones, por la
eutanasia, por alojar en hoteles de cinco estrellas a los magrebíes llegados a
Canarias, por cobrarte impuestos y por crucificarte fiscalmente si tienes una
nómina.
Pero esto no
es del todo malo: si tienes ojos y ves, entendimiento y entiendes, te habrás
dado cuenta de que estás solo. No hay Estado que cuide de ti, no hay administración
que te proteja, no hay poder que te defienda. Solo existen unas estructuras
burocrático-administrativas en las que se han acoplado los que solamente
piensan en sí mismos y en vivir a tu costa. La grandeza del tiempo nuevo es
que ya no podemos confiar en nada que no sea en nosotros mismos y en nuestro
entorno.
Siempre he
estado convencido de que los tiempos amables, de prosperidad y felicidad, son
infecundos. Los tiempos
amables y fáciles crean siempre ciudadanos blandos y bobalicones. Ciudadanos
que lo admiten todo y creen en la bondad de las administraciones. Son los
tiempos de crisis, los tiempos duros, las privaciones y los peligros, los que
forjan el carácter y templan el acero.
Por si no te
habías dado cuenta estamos inmersos en una crisis gigantesca que no es solo ocasionada
por el Covid o la mala gestión económica: es una crisis de civilización.
Era normal que se produjera: el fondo de la cuestión es la contradicción entre un tiempo de
progreso técnico continuo y unas estructuras políticas anticuadas. Se está gestionando el mundo del
siglo XXI con ideas del siglo XVIII…
Para colmo, la
naturaleza humana es conservadora. En un entorno tecnológico, social y
político, estable, el ser humano se siente a gusto. Pero desde hace mucho
tiempo, todo cambia a una velocidad superior a la que la naturaleza humana
puede adaptarse.
Las cosas deben
cambiar. Gracias al virus hemos llegado a un punto en el que la incapacidad
del gobierno, de la oposición y de las administraciones autonómicas o europeas,
incluso que las instancias mundiales (este virus, desde su inicio, ha sido el
gran fracaso de la Organización Mundial de la Salud), está tan visible que
podemos advertirlo con solo escuchar los informativos.
Ya no hace
falta convencer a nadie del gran fracaso de las estructuras de poder. Este
año se cerrará en España con casi 100.000 muertos (la diferencia entre los que
fallecieron en 2019 y los que habrán muerto en 2020, estimación más real sobre
el número de víctimas directas e indirectas del Covid-19). Somos líderes mundiales en
número de muertos por cada 100.000 habitantes. Estamos en cabeza -junto con
Grecia- del hundimiento del PIB. No sabemos siquiera si podremos
tomarnos las uvas con los nuestros, ni si la vacuna prometida, única esperanza
para el gobierno, servirá para alga a la vista de las nuevas y recientes
mutaciones del virus.
La buena
noticia es que el gobierno tiene poder, pero carece de autoridad. Impone normas,
pero carece del prestigio necesario para que se cumplan. Solo puede
recurrir a la multa y ni siquiera tiene esbirros suficientes para sancionar a
todos los que incumplen sus normas. Desde hace nueve meses, las medidas
adoptadas por el gobierno han supuesto errores tras errores, han generado el
hundimiento de sectores enteros de la economía, ni siquiera han estado dictadas
por una lógica clínica, ni por “grupos de expertos”, solamente se han tomado
como medidas cosméticas y para demostrar que “se hacía algo”, mientras se
esperaba la vacuna. Lo poco que se ha hecho, se ha hecho mal.
Y ahora llegamos
a las fiestas navideñas.
Cuatro días
después de que se conociera la existencia de una mutación del virus procedente
del Reino Unido, se han interrumpido vuelos con aquel país. El gobierno explicaba su
inacción “esperando que la Unión Europea adopte medidas colectivas”…
subterfugio para justificar su pasividad, cuando ya todos los gobiernos
europeos habían adoptado medidas preventivas ante los intercambios con el Reino
Unido. Esto te da la medida de cómo van a desarrollarse las cosas en los
próximos días. De ahí que ni se te ocurra confiar en las administraciones, para
las que rige el “Principio de Murphy”: “si
en algo pueden equivocarse… se equivocan” y su primer corolario: “cuanto
más complejo es un problema, más posibilidades tienen de equivocarse”.
Y el asunto de Covid, que cabalga sobre la renovación tecnológica, sobre
cambios sociales e incidirá en la economía, es demasiado complejo para que
quede en manos de políticos ineptos y cuñados de estos convertidos en “asesores”.
Me voy a
permitir darte algunas recomendaciones que yo mismo pienso seguir estas
navidades: la situación
sanitaria es grave; es todo lo que hace falta saber; ni creas ni te intereses
por todo lo que cuentan los medios y las normas que se dictarán: te volverás loco.
Pero, ten cuidado. El virus no es una broma: acecha. Si eres una persona
responsable, si has educado a tus hijos en la misma responsabilidad, si te
rodeas de gente responsable, puedes ir seguro. Te rodees de 6, de 10, familiares,
amigos, “allegados” o extraterrestres, estarás seguro. Evita contactos con los que no
conozcas o con quienes están suficientemente colgados para ir de irresponsables
por la vida.
Diviértete y genera
alegría en tu entorno. Pero también recuérdales que pueden confiar antes en los
Reyes Magos que en cualquiera de las administraciones. Utiliza estas fiestas
para recordar la mala gestión del gobierno, para crear una barrera que no
contamine a tu entorno. No cometas el error de desdramatizar la situación: el virus solamente puede
prevenirse mediante aquello que los últimos gobiernos han desprovisto al pueblo
español, esto es, de RESPONSABILIDAD. Haz que, al menos en tu
entorno, todos los que participan sean responsables ¡pero no solamente de la
peligrosidad del virus y de la necesidad de adoptar medidas, sino también y
sobre todo de que alguien ha fallado y debe de irse! Hoy le decía un
locutor: “cuando se pierden tres partidos seguidos, el entrenador debe de
irse”. Y hay que tomarse en serio esta boutade ahora que afrontamos la
tercera ola del Covid.
No quisiera acabar
sólo con una alusión a los inútiles que nos dirigen. El problema es más
complejo: cuando ya nada funciona es preciso cambiarlo todo. No te han
explicado que en los próximos 5 años se perderá un 15% de los puestos de
trabajo gracias a la robótica aplicada. No te han dicho que el mundo de 2030 no
se parecerá en nada al de 2010. Prefieren que ignores que los adelantos brutales
de las ciencias de la salud que se producirán en los próximos diez años, no
serán recogidos por la Seguridad Social. No te han dicho que el “Salario Mínimo
de Subsistencia” permitirá solamente consumir porros, pagar internet y
telefonía y alimentarse de una pizza al día. No te dirán que la llegada de más
y más excedentes de inmigración garantiza que la sociedad estará parcelada
religiosa, cultural y étnicamente y será imposible articular respuestas de “todo
un país” contra las políticas del gobierno. Prefieren que ignores que no hay
verdadera oposición al gobierno y que, a fin de cuentas, los partidos solamente
piensan en pillar las llaves de la caja, mucho más que en programas de cambio o
en reformas estructurales. España, por ejemplo, precisa una reforma de
arriba abajo. No la van a hacer, ni la han incluido en sus programas, ninguna
de las siglas políticamente correctas que aparecen en los informativos. Pero es
necesaria.
Cuando tengas
un momento para meditar estas fiestas, incluso cuando quieras plantear algún
tema en las reuniones familiares, con amigos o “allegados”, plantéate quién
eres tú y quiénes son los tuyos. Plantéate cuál es tu cultura y donde queda el multiculturalismo. Define
dónde está la civilización y dónde la barbarie. Llegarás, a poco que tengas
algo de rigor cultural, a la conclusión de que nuestra cultura es europea, y
que ésta está formada por las aportaciones del mundo clásico, del mundo
germánico y del catolicismo. Ahí está incluido todo lo que somos. Lo que
no somos, es lo que está fuera de esta síntesis. Quizás funcione para otros
horizontes, pero no aquí. El primer “derecho humano”, ausente de la declaración
de derechos formulada por la ONU en 1948, es el derecho a vivir, disfrutar y
ampliar de la propia cultura. Afiánzate en ella. Si la pierdes, pierdes tu
identidad, pierdes el contacto con tus raíces, pierdes tu Tradición. Pasas a
ser un paria, una sombra en el valle de las sombras, un muerto en vida.
En cambio, cuanto
más profunda es su identidad, más puedes permitirte abrirte al futuro, como el
árbol de raíces profundas que soporta vientos huracanados y cuyas hojas y ramas
crecen siempre más fuertes y más altas.
Te estoy
diciendo que no tengas miedo al progreso científico: teme a los que lo
gestionan mal.
Te estoy diciendo
que profundices en tus raíces ante el gran salto técnico que viviremos.
Te propongo que
disientas de la corrección política, de las siglas políticas que llevan décadas
turnándose en el poder y que, lejos de solucionar nada, han ido agravando los
problemas hasta convertirlos, hoy, aquí y ahora, en irresolubles.
Es probable que
tengas la sensación de que no puedes nada contra el stablishment, contra la casta
política y contra el engaño, la mentira, la deformación de los hechos y la incapacidad
generalizada de la que hacen gala. Y no es cierto: puedes desconectar de
ellos, dejar de votarles y de escucharlos, dejar de observar sus normas y de
confiar en ellos. Puedes hacer incluso algo más: convencer a otros de que lo
hagan también. En otras palabras: DEBES DESPERTAR TÚ, Y TÚ DEBES DESPERTAR A LOS TUYOS, PARA QUE LA
PATRIA DESPIERTE, FINALMENTE.
El año del
Covid-19 acabará bien si al último de tu familia, el más timorato de tus amigos
o algún vecino, entona, gracias a ti, el ¡¡BASTA YA!!
Para los cristianos,
FELIZ NAVIDAD.
Para los que
no lo son, FELIZ SOLSTICIO.
Para todos
los disidentes: que 2021 SEA EL AÑO DEL DESPERTAR
QUE SE CUMPLAN LAS
PALABRAS DE UNAMUNO:
“¡Poneos en
marcha! ¿Qué adónde vais? La estrella os lo dirá: ¡al sepulcro! ¿Qué vamos a
hacer en el camino, mientras marchamos?
¿Qué? ¿Luchar
y luchar! ¿Cómo?
¿Cómo?
¿Tropezáis con uno que miente? Gritarle a la cara ¡mentira! Y adelante.
¿Tropezáis con uno que roba? Gritadle: ¡ladrón! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno
que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?,
gritadles: ¡estúpidos!, y 1adelante! ¡Adelante siempre!”