Tener a una alcaldesa cateta, tontorrona, de pocas luces y muchas ambiciones, que fuera del cargo no tiene donde caerse muerta, es garantía de que la ciudad se degradará irremediablemente. Todo lo que se invierte en mejora de infraestructuras, termina contrarrestado por la caída de la seguridad ciudadana, la basura okupa, el incivismo generalizado. Si reproduzco este artículo sobre la Barcelona que fue y ya no es -ni de coña- es porque me cuenta que el ayuntamiento (o los okupas al servicio del ayuntamiento) han colocado carteles jactándose de ser la capital mundial de la ocupación y de que “mejor tener un vecino okupa que un vecino policía”. Como para estar orgullosos. Y, en segundo lugar, porque la Colau, no contenta con eso, se ofrece a albergar a más “refugiados” en la ciudad (sí, a esos pirómanos que si no se les da un hotel de cuatro estrellas a pan y cuchillo, ropa de marca y línea gratis de telefonía e internet, van y queman el campamento). Es la misma Colau que permite que el tráfico en la Meridiana sea cortado por los últimos mohicanos del indendentismo que aún creen en la existencia de una República Catalana y que para reivindicarla, los viernes por la tarde (ver secuencia de noticias sobre el tema en el último año) dificultan la entrada y salida de la ciudad… con la mirada complaciente de la alcaldesa que envía a la policía para proteger a los manifestantes de las iras vecinales. Creo que los barceloneses se merecen un homenaje y el mío es traer a colación una parte de su historia. Si te decepciona el presente, hunde tus raíces en el pasado.
Este artículo es uno de los capítulos de
nuestra obra Misterios
de Barcelona (segunda guía de la Barcelona mágica)
LOS BARCELONESES Y EL SEXO
No sabríamos como definir la Barcelona
tradicional, si inhibida y pacata en lo sexual o desenfadada y dionisíaca. A
decir verdad, hemos encontrado rastros de lo uno y de lo otro. Barcelona tuvo, como todo puerto
de mar, un barrio de dudosa reputación, salpicado de lupanares, llamados aquí,
eufemísticamente, "casas de barrets". Incluso hasta nuestros
días la institución de los "meublés", cuya discrección y exquisitez
ponderan todos los que han pasado por ellos, es muestra de ese doble aspecto:
de un lado se vive el deseo de gozar, de otro se mantiene en secreto. ¿Tiene la
sexualidad de los barceloneses algo que ver con lo mágico y misterioso que nos
ocupa? Hubo un tiempo en que sí.
Antes hemos aludido a las brujas y
hechiceras. No es ningún
secreto -y así lo hemos dicho- que, desde la más remota antigüedad existió un
nexo de unión entre brujas y celestinas; desde Roma y, posiblemente también en
Egipto, las primeras celestinas fueron también hechiceras; el filtro amoroso se
situaba en el espacio común y exigía de la celestina una sabiduría que iba
mucho más allá de satisfacer las necesidades lúbricas de la clientela.
Por lo demás, alguien ha definido al sexo "como la fuerza mágica más
fuerte de la naturaleza" y a poco que meditemos sobre ello veremos que
así es, en efecto. El sexo está íntimamente ligado -aunque no necesariamente-
al Amor. Y los barceloneses de ayer y de hoy se han amado como pocos pueblos.
LOS INICIOS DE UN GRAN AMOR
Ayer se daba más pompa, ceremonia y
solemnidad a la declaración de amor. Acaso por eso las uniones duraban más y,
aunque el tedio llegara finalmente, solían ser eternas. Y no era raro que así
fuera. Los jóvenes
barceloneses, antes de declararse a una "pubilla", iban siete
domingos seguidos a misa en el Convento de San José y sólo después del último "Ita
misa est" osaban declararse a su amada. Si la boda no podía
celebrarse inmediatamente, ambos jóvenes, acudían a jurarse amor eterno ante la estatua de la Mare de
Deu del Carmen que se exponía en la Iglesia de San José.
Existían ciertas procesiones y ritos
religiosos creados para estimular el amor eterno. También existían
supersticiones que operaban a modo de indicativos. Si una chica se miraba al
espejo en la medianoche del día de San Juan, podía intuir en él la imagen de
quien sería el gran amor de su vida, al menos eso decía una tradición muy
extendida entre los barceloneses que pensaban también que en la fuente de Hércules,
situada en el Paseo de San Juan esquina Córcega, se reflejaba en el agua el
rostro de la persona que estaba destinada a compartir alegrías y tristezas por
siempre jamás; esto ocurría a la misma hora, el mismo día fatídico.
Dos procesiones tenían análoga finalidad y
ambas discurrían por el barrio
del Raval. Una, la llamada "dels bordets", en los prolegómenos
de la Semana Santa, hacía desfilar con cirios pascuales en las manos, a los
hijos nacidos fuera del matrimonio, abandonados o huérfanos; si alguien sentía
una repentina pasión por alguno de los "bordets", no tenía nada más
que entregarle una cinta azul en prenda de su amor. Otra procesión partía del convento de las Egipcíacas a la
ermita del Peu de la Creu, ambos lugares hoy desaparecidos, pero que han
dejado rastros en el callejero del Casco Antiguo. La procesión -que ya
mencionamos en nuestra Guía de la Barcelona Mágica- se parecía
extraordinariamente a las antiguas saturnales romanas. Los jóvenes varones, con el torso desnudo debían
azotarse las espaldas mientras duraba el recorrido. Se decía que, si alguna
gota de sangre salpicaba a alguna chica, ésta quedaría inmediatamente prendada
del penitente. Ritos y tradiciones ingenuas de una sociedad que se
esforzaba en entrar en la modernidad. A partir de la crisis finisecular, todo
esto fue barrido por los traumas en cadena que vivió la sociedad barcelonesa.
HETAIRISMO Y DERECHO DE
PERNADA
Estos amores eternos estaban muy alejados de
las uniones temporales obtenidas al auspicio de los burdeles que son, en
definitiva, las que nos interesan. Y tienen cabida en estas páginas en la
medida en que la prostitución, originariamente, fue en todo Occidente una
institución sagrada. Egipto,
Grecia, Roma, y las demás civilizaciones tradicionales concebían el
"hetairismo" como prostitución sagrada. La mujer, hasta entonces
virgen, debía ofrendar su integridad a la diosa antes de contraer matrimonio.
Llevada al templo consagrado a la diosa del amor, debía esperar junto a una
columna que cualquier extranjero arrojara una moneda a sus pies para entregarle
su virginidad. Nunca jamás volvería a ofrecer su cuerpo a cambio de dinero, sin
embargo, tal era el tributo que debía a la diosa.
Cuando
se analiza el origen del "derecho de pernada" se comprueba que tuvo
un origen similar. En la mayoría de los casos, bastaba que la mujer que iba a
contraer matrimonio pasara sobre la cama del noble, sin que éste la tocara; era
el signo de que le rendía vasallaje y sumisión. El futuro
marido, por su parte, en el curso de la misma ceremonia ofrecía al noble
"beber en sotacopa"; el acto consistía en ofrecer al noble local un
vaso de agua en una bandeja que éste tomaba y arrojaba su contenido en
semicírculo, mientras que decía que el pacto de vasallaje duraría todo el
tiempo que aquella agua tardara en regresar al vaso. Cómo puede verse, el "derecho de
pernada", en nuestro ámbito cultural jamás adquirió el carácter dramático
y depravado que en otras latitudes.
En esas mismas culturas mediterráneas, el hetairismo se convirtió en
una cofradía sagrada de la que derivó directamente el fenómeno de la
prostitución. Podríamos decir que la prostitución actual no es sino una
institución sagrada transformada en laica en el decurso de las centurias; una
institución que tenía un lugar muy concreto en la sociedad. Las culturas clásicas
distinguían dos figuras de mujer: la mujer madre y la mujer amante que se
encarnaron en la Roma antigua en las figuras de Demeter (convertida en Santa
Madrona en la Ciudad Condal) y Venus Afrodita (una joven que embrujaba con su
aspecto físico, algunos de cuyos rasgos -salvo la virginidad, pequeño detalle-
coinciden con el mito de Santa Lucía que ya analizaremos en otro lugar
de esta obra).
Incluso a principios de siglo, era
extremadamente frecuente que varones de todas las clases sociales, tuvieran una
amante oficial, al tiempo que compartían una feliz vida hogareña. Para ellos -e
incluso para sus mujeres- resultaba obvio que las madres de sus hijos no podían
tener la misma servidumbre sexual que exigían a sus amantes; hacerlo hubiera
sido degradar su función materna y mezclar dos planos que no tenían nada que
ver: el del amor y el del sexo. El hecho de que en una de las torres de la muralla romana se
descubriera una estatua de Diana implica que determinados cultos telúricos de
carácter mistérico, se celebraban ya en la Barcelona de los orígenes. La
institución fue variando y adaptándose a los nuevos tiempos, pero conservó
hasta un tiempo excepcionalmente reciente residuos de ese carácter sagrado
propio de su irrupción. No en vano existía en la prostitución barcelonesa un
hilo endeble jamás roto entre las casas de lenocinio y los conventos de un lado
y la brujería de otro. Hemos aludido a Enriqueta Martí como muestra de lo
segundo, tendremos en este capítulo ocasión de ver como en determinado período
del año las prostitutas barcelonesas ingresaban en un céntrico convento y como
en la decoración de algunos burdeles dominaba el viejo simbolismo pagano.
EL CASTIGO
La
Barcelona antigua jamás puso excesivo énfasis en combatir la prostitución, si
en cambio vio siempre con malos ojos al intermediario, al alcahuete, que era
castigado con el cepo. Este castigo tenía un carácter genérico y
siempre iba acompañado por algún complemento: la lengua atravesada por un
alfiler para los blasfemos, tripa de cerdo en torno al cuello por ofensas a las
autoridades, la cara untada con boñiga de buey si se trataba de un agravio al
vecino, etc. Los alcahuetes resultaban expuestos a la vergüenza pública en la
Plaza del Ángel; desnudos en los cepos, el castigo duraba medio día para la
primera falta y día entero para los reincidentes. Con el tiempo el castigo se
atenuó y en el siglo XIX se limitaba solo a rapar el pelo y las cejas y a ser
paseada la culpable a lomos de un burro por las calles de la ciudad antigua.
La
abundancia de prostitución en todos los tiempos deriva del carácter portuario
de la ciudad. Barcelona tuvo puerto desde la más remota
antigüedad aun cuando la ubicación de éste no haya dejado de variar a lo largo
de los siglos. La calle Argentería era el antiguo camino romano que conducía a
los muelles, partía de una puerta lateral de la muralla, el Portal Mayor. No
era la puerta más próxima al mar; la Puerta de Regomir o Puerta Pretoria
vigilaba las costas, sin embargo, en esa parte, al tratarse de un acantilado
rocoso, era impracticable como puerto. El área situada frente al fuerte de
Regomir se conoció en la edad media como Roquetas, precisamente por su
configuración. El perfil de la costa varió mucho. En el período en que se
construyó la muralla romana, el mar alcanzaba hasta Regomir. Joan Amades
sostiene que en el siglo XI el mar llegaba prácticamente hasta la plaza del Pi,
lo cual parece exagerado. Sin embargo, si es cierto que en el siglo XIII ya se
había retrasado hasta la calle de la Merced y, doscientos años después estaba a
la altura de la actual Plaza de Antonio López, frente al edificio de Correos.
La sedimentación de las arenas arrojadas por el Besós y el Llobregat produjo la
formación de una barra litoral que luego, tras 1714, se rellenó con los
escombros del barrio de la Ribera, sobre el que se edificó el Barrio de la
Barceloneta. La actual plaza de Medinacelli, donde hoy se encuentra la columna
en honor de Galcerán Marquet, fue hasta el XVIII lugar donde varaban las barcas
de los pescadores. Poco a poco el puerto fue desplazándose hacia esa zona
donde, a lo largo del XIX, se fueron concentran los prostíbulos.
En
tiempos de Cervantes el fenómeno tenía una incidencia mucho menor. El escritor
aprovechó unos meses en la ciudad de Barcelona, para rememorar en "El
Quijote" ese período en el episodio de la "cabeza parlante". La tradición
sostiene que el escritor se albergó en la casa de Gil Grau, en el número dos
del Paseo de Colón. La casa, por supuesto, ha sufrido drásticas modificaciones
a lo largo de los siglos y la que acertadamente alberga hoy al Gremio de Editores,
tiene poco que ver -salvo el emplazamiento que le otorga la tradición- con la
casa originaria. La Muralla del Mar situada justo enfrente hizo que debiera
accederse a la casa por la calle de la Merced. Cervantes imaginó la lucha entre
su héroe alienado y el Caballero de la Blanca Luna, en la playa situada frente
al actual edificio de Correos. Es significativo que la derrota sufrida ante su
oponente bastó para devolverle la razón; pero esta es otra historia.
Desde
finales de la Edad Media hasta el siglo XVII se obligaba a las prostitutas
barcelonesas a vestir de una manera diferente. Un pañuelo de colores vivos e
inusuales, situado sobre la falda, delataba su oficio. El pañuelo se
llamaba "parranda",
nombre que ha quedado asociado a juerga y libertinaje. La tradición sostiene
que la mujer de Jaime I, dispuso esta ordenanza después de que una prostituta
besara al rey en el curso de la misa sin que éste advirtiera su condición.
Con esta historia y esta fisonomía, el puerto
de Barcelona iba a tener un creciente tráfico marítimo, sobre todo cuando, a lo
largo del siglo XVIII, aumentó el comercio con ultramar. Tras semanas de
travesía, los marineros, una vez desembarcados, se convertían en ávidos
consumidores de sexo. Joan Amades da una etimología para la palabra "ramera"
no carente de interés: la "ramera" sería la mujer del
"remero". Para satisfacer a remeros de galera y marineros de altura
estaban las hetairas barcelonesas y sus curiosas costumbres.
Amades da seis características por los que podían reconocerse los
burdeles barceloneses: solían tener en su fachada el relieve de una dama
hermosa (como el de la calle de la Carassa), en otros casos un sátiro y motivos
eróticos evidenciaba la condición del local (burdel del número 6 de la calle
Ancha), otros burdeles tenían abundante decoración vegetal (fue un burdel el
que, precisamente por ese motivo, dio nombre a la actual calle del Laurel); más
tarde bastaba que tuvieran el número de la calle en grandes caracteres para que
se supiera el destino del edificio; las fachadas pintadas de bermellón eran
otro indicio y, finalmente, la estrechez de las puertas de acceso.
Hubo un tiempo en que las autoridades
protegían a los burdeles como si de un bien municipal se tratase; sabedores de
que estos locales podían ser foco de disputas y tensiones, eran vigilados por
una guardia; también la autoridad municipal procuraba, a la vista de las
enfermedades venéreas que irradiaban los burdeles, que sus pupilas se
sometieran a frecuentes controles médicos. Unas costumbres extremadamente
avanzadas y, desde luego, mucho más razonables que las actuales.
Al
llegar la Semana Santa se requería a las prostitutas para que ingresaran en el
Convento de las Monjas Egipcíacas, pero esto no constituía
tanto un castigo como la posibilidad que una sociedad creyente y devota daba a
las mujeres que practicaban el oficio más viejo del mundo, un tiempo de
meditación y búsqueda interior. Situado en la confluencia entre la calle del
Hospital y la Riera Baja el convento se llamó a partir del siglo XVIII "de
las arrepentidas", regentado por las Monjas Mínimas. En este convento se
veneraba una imagen del Santo Cristo de los Descarriados. Cuenta la tradición
que una prostituta lo recibió de una persona piadosa; la prostituta le prometió
solemnemente que los viernes no pecaría, pero víctima de la necesidad, terminó
rompiendo su juramento y el Cristo sudó. Afectada por el milagro, la prostituta
ingresó en el convento. No muy lejos de allí, en el convento de San Agustín
-cuyo último resto, la iglesia de San Agustín puede verse hoy en la plaza del
mismo nombre- se veneraba una imagen de la Madre de Dios de las Virtudes, a la
que las prostitutas más piadosas iban a orar tras acabar su jornada.
Frente
al convento de los Angels, en pleno Raval existía un famoso burdel regentado
por una celestina, la "Nicolaua" que solía utilizar ruda para
encandilar a los hombres. Tenía fama la tal "Nicolaua" de
que los hombres que llegaban hasta su cama soportaban dos coitos, pero el
tercero los colocaba en riesgo de muerte. Varios, efectivamente, fallecieron en
lo que se suponía era un envenenamiento. Terminó denunciada a la Inquisición
como hechicera y nigromante.
Otro burdel famoso estaba situado en la Plaza Real disimulado en una tienda de
sombreros. Bastaba pedir un modelo determinado para que el cliente
tuviera acceso a la trastienda dedicada a muy diferente menester. De este
burdel deriva la asimilación barcelonesa de estos locales a "casas de
barrets" (sombreros).
En los períodos absolutistas de recio
moralismo del siglo XIX se solían utilizar triquiñuelas de este estilo. Otro burdel, este en la Baixada
de la Pressó, estaba disimulado en una guantería. La casa del Fang en la
calle del Comercio, era otro afamado burdel del que se contaba la leyenda de
una garza que robó un diamante del Rey de Portugal y lo depositó allí dando
lugar a todo tipo de comentarios. El burdel de la calle de las Moscas gozaba de
gran prestigio entre los marinos de todas las latitudes. Las mujeres que allí
trabajaban aspiraban a ser redimidas de su humillante cometido por algún
apuesto marinero. Y no se trataba de una quimera, sino de una práctica
habitual. El burdel de la
calle de la Carabassa mostraba un orgulloso reloj de sol del que aun quedan
trazas y el del numero 11 de la calle Serra tenía en su portal unas
rejas que fueron suficientes para extender el rumor de que las mujeres que allí
se ofrecían al público estaban secuestradas. Otro burdel que gozaba de gran
prestigio estaba situado en la calle de la Carassa esquina Mirallers; allí puede verse aún el rostro
humano pétreo que indicaba a los soldados y marinos extranjeros la existencia
del lugar. Este, en concreto, fue posterior a la guerra de sucesión y se
habilitó a mediados del siglo XVIII. El burdel de la calle de las Cabras fue de los primeros en construirse
en esa zona cuando el Raval era aun un descampado. Antes, en los siglos
XIV y XV, la zona próxima a la colegiata de Santa Ana estaba salpicada de
burdeles que doscientos años después se desperdigaron por el Raval.
Una zona a la que llegaron a lo largo del
siglo XIX fue a la calle del Arco del Teatro que entonces se llamaba calle de
Trentaclaus, nombre que ostentaba desde el siglo XIV. La calle era larga y tras
dejar atrás la muralla por el Portal de Escudillers, recorría la parte baja de
las Ramblas, pasaba tras las Reales Atarazanas e iba a parar a las barracas de
pescadores del Puerto antiguo, hoy Can Tunis. En el 1401 la Reina María ordenó
que las prostitutas abandonaran el lugar; fue entonces cuando se desperdigaron
a lo largo de las Ramblas y llegaron hasta Santa Ana. Allí fueron a confluir
con otras expulsadas del barrio de las Puelles por decisión de la abadesa con
la aquiescencia del Rey.
Desde entonces hasta nuestros días las
costumbres y zonas de prostitución han variado extraordinariamente. Hoy el
Barrio Chino barcelonés es solo un recuerdo. Sus calles han sido
"esponjadas" y la mayoría de burdeles y zonas de prostitución han
desaparecido. Eso no quiere decir que el fenómeno haya desaparecido, sino todo
lo contrario. José María Carandell escribía su "Guía Secreta de
Barcelona", "la calle Robador era la de mayor incidencia
prostibularia". Hoy Robador, una de las calles más antiguas de la
ciudad, es casi un recuerdo. Ya no quedado ninguno de los "consultorios
médicos" o "clínicas de vías urinarias" que vendían
preservativos y examinaban órganos genesíacos enfermos; durante un tiempo
fueron sustituidos ventajosamente por los sex-shops o los centros de asistencia
primaria, ninguno de los cuales está situado en aquella zona.
Durante los años ochenta la marejada de la
droga y las reformas urbanísticas en el Casco Antiguo acabaron con buena parte
de este ambiente. La
figura del "chulo" o "taxista" ha desaparecido
prácticamente salvo entre prostitución llegada con la inmigración. La
mayor cantidad de burdeles se sitúa hoy en barrios respetables, el Ensanche es
uno de ellos, pero en la "zona alta" de la ciudad están sin duda los
más afamados. En cuanto a los "meublés", tras algún período de cierre
por parte de las autoridades franquistas, los vientos de la transición los
reabrieron y retornaron a sus momentos áureos. Robador no es un caso único,
calles enteras como la de las Tapias han desaparecido en su antigua
configuración para reabrirse sin sombra de prostitución. De la "isla
negra" situada entre San Ramón, San Olegario y las Tapias no queda sino un
descampado.
Cuando en 1956 el gobierno cerró las "casas de lenocinio" se tenía la presunción de que la "vida golfa" había sufrido un golpe mortal. Carandell sitúa a Barcelona a la cabeza con 98 establecimientos de este tipo cerrados. En esa medida hay que ver el origen de la abundante prostitución callejera que vimos cuando despertamos al sexo allá a mediados de los sesenta y hasta bien entrados los ochenta. Lo que vino después fue el tránsito de la economía artesanal a la industrial: desde principios de los ochenta la prostitución había ido emigrando a zonas más respetables e incluso La Vanguardia, el gran periódico de la burguesía catalana bienpensante alquilaba parte de sus páginas de anuncios por palabras a las nuevas hetairas incluso en los últimos años del franquismo.
Sin embargo, la mayoría de prostitutas actuales ni están motivadas por el hambre como antes, sino por el consumo en el mejor de los casos (la prostitución unida al fenómeno de la droga todavía no ha logrado erradicarse). Muchos consumidores habituales de estos servicios se quejan de la desmotivación e impericia de las pupilas; "ya no hay prostitutas profesionales", suelen decir. Y tienen toda la razón. La prostituta de hoy, a diferencia de la tradicional, está desarraigada; a pesar de todo lo sórdido que siempre ha acompañado a la prostitución, antes estas mujeres constituían, sino formalmente un gremio, si al menos tenían prácticas que indicaban cierto nivel de organización colectiva. Se sabe, por ejemplo, que las prostitutas mayores, ya retiradas del oficio, cuidaban a los niños de las que aún estaban en activo. También que las mayores, llegado el momento, se retiraban y abrían un local de citas que ponían a disposición de las jóvenes.
Existía
"continuidad generacional" entre unas y otras promociones. En las
salas de espera se transmitían los secretos del oficio, como lograr hacer
eyacular antes a un hombre, qué hacer y decir y que no hacer y callar, trucos y
pequeñas maldades, que constituían la esencia de la profesión. De eso ya no
queda ni el recuerdo. También aquí, la tradición se ha perdido y lo que trae la
modernidad -el cybersexo- parece excesivamente frío como para poder sustituir
con ventaja los viejos usos y costumbres. La distinción entre mujer madre y
mujer amante ha quedado abolida en estas décadas de liberación de la mujer. Los
roles sociales se han difuminado y el caos que vive hoy la prostitución
contrasta con la sensación de orden que alcanzó en otro tiempo.