Pasemos revista, a título de inventario, a los presidentes de gobierno democrático, es decir, a los que los votantes han elegido (luciéndose, por cierto):
- Felipe
González era un oportunista y mentiroso patológico, abogadillo de pocos
pleitos antes de pasar a las órdenes de la socialdemocracia alemana a la que
pagó con creces firmando el tratado de adhesión con la UE;
- José María
Aznar, otro oportunista, paso de la búsqueda de la pureza del ideal
joseantoniano a dirigir la derecha liberal, responsable del modelo económico
que condujo a España al desastre de 2009-2011 y entre cuyos méritos cabe el de
abrir las puertas a la inmigración masiva y establecer que la construcción sería
fuente de riqueza.
- José Luis
Rodríguez Zapatero, un simple botarate, sin formación como socialista, ni
mucho menos como marxista y cuyas orientaciones eran simplemente las contenidas
en El Correo de la UNESCO. Ni se enteró de porque el PIB subía, ni porqué,
llegado un momento, se hundió.
- Mariano
Rajoy, un hombre gris, opositor nato, pragmático y que huía de los
problemas remitiéndolos a otras instancias (judicializó el tema independentista
en lugar de compartirlo políticamente). Hombre de poca autoridad, durante su
presidencia el PP se desmadró tomando el mismo camino que el PSOE había
adoptado con el felipismo: corrupción a cascoporro.
- Pedro
Sánchez, con algunos rasgos de psicópata de manual, oportunismo sin
principios, ambición sin límites, y ego
desmesurado hasta en sus microgestos. Sin ningún tipo de principio, ni de
moral, ni rastros de doctrina como no sea el yo-yo-yo-y-finalmente-yo.
Y esto es todo. Así
podemos entender que estemos donde nos encontramos ahora. Estos cinco nombres
resumen la historia de España en los últimos 40 años. Si alguien se pregunta
porqué nuestra historia “democrática” ha sido pobretona hasta el bostezo, ha
sido porque el electorado ha votado a estos personajillos cuya característica
casi constante es que el siguiente lo ha hecho mucho peor que el anterior.
Y, por esta misma razón, y a la vista de la actual clase política que deambula
por el parlamento, no albergamos la menor duda de que el siguiente presidente,
sea quien sea, será todavía peor que el peor de los que le han precedido.
Hasta Pedro
Sánchez el gobierno torpedeaba con discreción y fino estilismo a las autonomías
gobernadas por otros partidos. Pedro Sánchez, madrileño, cosecha de 1972, no
puede soportar que “su comunidad” la gobierne el PP. Es como una afrenta: Sánchez
quiere ser profeta en su tierra y para eso tiene que liquidar el acuerdo de
gobierno en Madrid. Este, en definitiva, era el gran obstáculo que separaba
al gobierno del Cs en su negociación de los presupuestos y lo que ha dado un
respiro a Podemos (que en agosto ya se veía fuera del gobierno, a causa del
romance Sánchez-Arrimadas).
En realidad, el acuerdo de gobierno en la CAM está cada vez más en el aire:
- En primer
lugar, porque el PP de Casado ha querido adquirir un perfil propio “centrista”,
para recuperar ese espacio que se le escapa a Cs entre los dedos de Arrimadas.
- En segundo
lugar, porque Vox está cada vez más distante del PP: ha entendido que los
votos de desengañados pepeteros le llegarán por sí mismos y que el electorado
natural de toda opción populista son lo que queda de las clases trabajadoras
(lo que no dejará de crearle problemas internos a causa de la presencia de
liberales en sus filas). Entre esto y la prometida moción de censura que no
apoyará el PP, la brecha está abierta.
- Tercero: la
trayectoria política de Ciudadanos acabará con las próximas elecciones
generales. – Cuarto: la presidenta madrileña no es ninguna “lideresa”
carismática, sino que parece un parche provisional a falta de otro mejor.
Sánchez ha
optado por aprovechar el Covid-19 para atacar la gestión sanitaria en la
Comunidad de Madrid (olvidando que en todas partes cuecen habas). Ha cruzado
una barrera que habían evitado cruzar los anteriores presidentes de gobierno: atacar
desde su privilegiada posición a una comunidad autónoma, abriendo la caja de
los truenos. Si antes, incluso Rajoy en el caso del independentismo catalán
había evitado tirar obuses contra la Generalitat, no era por falta de ganas,
sino para evitar que el cacareado “Estado de las Autonomías” se presentara
como inviable para el electorado de toda la nación.
Hoy, gracias al
ego presidencial, hemos llegado a ese punto. Sánchez, al querer provocar un choque
de trenes con la Comunidad de Madrid, ha abierto la caja de los truenos. Será
inevitable que Vox no saque partido de esta situación que le han puesto a
huevo: si, además de la inmigración masiva y salvaje, Vox asume el tema de la
vertebración del Estado y logra convertirlo en otro de sus caballos de batalla,
presentando argumentos razonables, va a llevarse un contingente elevadísimo de
votos: el de todos aquellos que vemos en el Estado de las Autonomías y en el
disparate presupuestario que supone, el peor de los aspectos de la actual
democracia española.