En las Obras Completas de José
Antonio la palabra “monarquía” aparece en 44 ocasiones, “Alfonso XIII” en tres
ocasiones. La prueba del nueve sobre la posición de José Antonio ante la
monarquía lo constituye el análisis pormenorizado de esas 44 referencias: si
existe una posición doctrinal contraria a la monarquía, ésta aparecerá entre
ellas. En caso contrario, podremos afirmar que José Antonio no defendía
particularmente a la monarquía, pero tampoco la atacaba y, en este caso, a
tenor de su formación doctrinal y de los primeros pasos de su carrera política,
de la amistad que mantenía con monárquicos durante su período como dirigente de
la Unión Monárquica, deberemos concluir que su posición de silencio ante la
monarquía era, fundamentalmente, táctica, en absoluto doctrinal.
Las cuatro primeras referencias que encontramos en las Obras
Completas tienen que ver con la introducción escrita por Agustín del Río
Cisneros y fechada el 10 de noviembre de 1976. Por lo demás, esa introducción
se limita a citar episodios históricos protagonizados por la monarquía de
Alfonso XIII y episodios relativos a la historia reciente de España, así que
nada pueden aportar a nuestro estudio. La primera referencia que cuenta es la
contestación al cuestionario que le envió a José Antonio el diario El Pueblo Manchego, de Ciudad Real (1). Es
un texto interesante escrito pocas semanas después de la caída del a monarquía
y de la instauración de la República:
“Ahora, que los peores enemigos de la Monarquía son los monárquicos del estilo caciquil anterior al año 23. Esos –como ha puesto de relieve en certeros artículos José Pemartín– no pretenden sostener a la Monarquía, sino sostenerse de la Monarquía; descansar en el arraigo histórico de la Monarquía para no tener que ganarse el respeto público con su propio eficaz esfuerzo; encubrir con un "¡viva el rey!", como los cómicos malos del siglo XIX, sus componendas y sus desaciertos. Todo lo que se haga por destruir a los supervivientes de tal escuela será buen servicio que se preste a la causa monárquica.”
La mayúscula de la palabra “Monarquía” es significativa e indica un
respeto a su naturaleza histórica, respeto que mantendrá hasta el final de su
vida. En el texto no hay crítica a la institución monárquica, pero sí
desconfianza hacia los monárquicos que pretenden “sostenerse de la monarquía”. Habla de ellos como de caciques y
oportunistas y alude a que su destrucción será el mayor servicio que pueda
prestarse a la monarquía. Ataque sí…, a los monárquicos, no a la monarquía como
tal.
La siguiente mención a la monarquía se produce unos días después durante
un discurso pronunciado en Bilbao en un mitin organizado por Unión
Monárquica Nacional de la que José Antonio era vicesecretario (2).
Obviamente, en un discurso de este tipo no podía hacer gala sino de una
acendrada fe monárquica. Buena parte del discurso constituye una defensa de la
gestión de su padre, enumera en la primera parte (“la Dictadura avivó a la ciudadanía”) los logros de aquel período.
Luego sostiene una posición decididamente anticomunista (“No hay más que dos caminos: con Moscú o contra Moscú”), pide una
derecha “fuerte, resuelta,
intransigentemente derecha”, si bien en el parágrafo siguiente matiza y da
un giro social poniendo a la dictadura como ejemplo (“nunca ningún gobierno pensó tanto en los trabajadores como la
Dictadura”). Es significativo que sea la parte en la que se anotan “grandes
aplausos” en dos ocasiones acompañando al párrafo. Cita a Maeztu (“todo Estado que aspira a perpetuarse forma
a sus generaciones en los principios mismos que lo sustentan: así el Soviet
forma comunistas y el Fascio, fascistas”). Y, finalmente, termina con un
llamamiento: “O con la revolución o
contra la revolución, en una fuerte unión de derechas. Es esto tan importante,
que la Unión Monárquica Nacional, para la que el único interés es que España
sea bien gobernada, cedería cuanto fuera preciso”.
He aquí, pues, a un José Antonio monárquico, radical de derechas y
ovacionado por conservadores de la misma orientación. No hay duda posible: la
“iniciación política” de José Antonio se realizó por la senda monárquica. El discurso será publicado por varios
diarios y medios monárquicos y conservadores. La referencia siguiente (3), tendrá
lugar dos meses después y en él la actitud de José Antonio en relación a la
monarquía parece más distante. Dice: “…los
muchachos de izquierda escriben en periódicos revolucionarios y los de la
derecha organizan mítines monárquicos” llegando a una conclusión bastante
desesperanzada y escéptica respecto a las soluciones de uno y otro bando: “Por este camino, lo mismo da la
Monarquía que la República que la revolución. Con el régimen presente o con
otro seguirá España inficionada de su malestar”…
Pasan apenas unos meses y José Antonio habla en un mitin de la Unión
Patriótica (4). Es, sin duda, la más monárquica de sus conferencias.
Empieza mencionando a Santo Tomas y a su doctrina del fin del Estado, el “bien
común” y dice: “Santo Tomás prefiere
la Monarquía, no por razones dogmáticas, sino porque entiende que la unidad de
mando es favorable para el bien común”, algo que define como “Vida en común no sujeta a tiranía,
pacífica, feliz y virtuosa”. Pero, a partir de este principio se producen
desviaciones, una de las cuales es la del “derecho divino de los Reyes” que
vincula a la aparición del absolutismo francés: “Los Reyes se suponen investidos de poder directamente por Dios, sin
mediación del pueblo (…) no es la doctrina católica la que lo propugna” y
cita a Suárez, Belarmino, Santo Tomas, León XIII y el Código Social de Malinas
concluyendo: “nadie defiende ya esa
doctrina”. Igualmente refutada queda la idea de monarquía constitucional
que fija la idea “igualmente dogmática de
la soberanía popular”. Dice José Antonio al respecto: “Lo más importante de las ideas de Rousseau es la afirmación de que el
Soberano no puede querer nada contrario al interés del conjunto de asociados,
ni de ninguno de ellos, por lo cual el particular, al ingresar en la
asociación, no se reserva derecho alguno. Esto quiere decir que toda resolución
de la voluntad general soberana es legítima por ser suya”. En los últimos
párrafos del discurso se resumen la condena a estos “caminos equivocados” y la necesidad del “estudio perseverante, con diligencia y humildad”. Si aceptamos que
la principal influencia doctrinal de José Antonio era el tomismo, entenderemos
porqué esta es la única posición que José Antonio no critica sino que exalta: “He ahí señalado como aspiración de la
ciencia jurídica un "contenido de vida" que pudiéramos llamar, en el
sentido ético que se dijo al principio, democrático. Vida en común no sujeta a
tiranía, pacífica, feliz y virtuosa”. Tal es el concepto tomista que apunta
hacia una “monarquía social”,
concepto que no criticará en lugar alguno de sus Obras Completas. José Antonio, no lo olvidemos, era tomista (5).
Pero el realismo político de José Antonio se impone cuando, una vez
caída la monarquía, todas sus intervenciones no van en contra de la institución
sino que apuntan a la imposibilidad de su restauración en aquel momento (inicio
de la República). En la primera nota en la que se percibe esta tendencia es
cuando envía una nota a la prensa (6) en la que niega que tuviera participación
en una reunión en la que un periodista denunció, además de la suya, la presencia de un comandante y de un sacerdote
y que la prensa de izquierdas consideraba como una “conspiración para restaurar
la monarquía”. José Antonio lo niega con energía (“Lo que no es compatible con mi formación profesional, con mi apellido,
con la estimación social que me rodea y con la seriedad en que trata de
inspirar mis actos, es la participación en conspiraciones de sainete”).
A finales de 1932, José Antonio asume la defensa del que fuera ministro de su padre, Galo Ponte, viejo monárquico aragonés, unido en estrecha amistad con el dictador. Al día siguiente de pronunciar esta defensa (7), extremadamente detallada, dedica un ejemplar de la misma a su defendido: “Para don Galo Ponte, a quien debo tanta gratitud por su bello ejemplo de lealtad y por haberme deparado la ocasión de dar salida a muchas cosas que me pesaban en el alma". En el abultado texto de la defensa buscaríamos vanamente una crítica a la monarquía (crítica que en aquel primer año de República era habitual incluso entre la derecha). En una parte de esa pieza ironiza incluso sobre la legalidad Republicana. Recuerda que el “comité revolucionario” nombró presidente de la República a Alcalá Zamora y que éste en el siguiente decreto nombraba ministros a los miembros del comité revolucionario que acababan de investirle, y a partir de ahí hace su particular pirueta irónica: “La República española es jurídicamente inexistente; y como también lo fue la Dictadura, resulta que España sigue siendo una Monarquía constitucional regida por el Código del 76”.
Apenas doce días
antes de la fundación de Falange Española, José Antonio pronuncia una
conferencia en Sanlúcar invitado por la Agrupación Local Independiente (8).
Un párrafo nos permite intuir cuál era su posición en la época: “España, dice la Constitución,
es una República de trabajadores; pues bien: España, ni es República, ni es
Monarquía; es una unidad permanente al servicio de todos los españoles,
trabajadores y capitalistas”. La imposibilidad de una restauración monárquica en aquella España que
acababa de estrenar régimen republicano, es lo que le induce a superar esta
dicotomía en algo que es superior a ambas formas de gobierno: “España”,
entendida como “unidad de todos”. Es posible que José Antonio se inspirara en el orden en que el
tradicionalismo carlista ordena los elementos que forman su tetralema: “Dios, Patria, Fueros, Rey”. La Patria
es anterior a los Fueros y al Rey y solo tiene por encima a Dios. Así pues,
a partir de ahí y con José Antonio no vale aquello de decir que “todo lo que no
es monarquía es república” y, por tanto, si José Antonio no se presentó como
monárquico es porque sería… republicano: al contrario, lo que ha encontrado es
una fórmula para eludir la espinosa cuestión y situarse por encima de los dos
términos (aquel con el que se siente más ligado, la monarquía, y aquel otro que
no puede atacar frontalmente todavía porque aún existía un sector de la
población y de la intelectualidad que se había ilusiones con el reciente
advenimiento de la República). “España” le facilita la salida airosa en
aquel momento.
Pero un año después, el tono ya ha cambiado de nuevo. Falange
Española ha sido creada doce días después del discurso de Sanlúcar. Y el
partido no se siente en absoluto parte de la República. Es por eso que
escribe en el primer semanario de Falange: “Desde
el 14 de abril de 1931 han corrido tres años. Los gobernantes de la República
se las arreglaron para hacerla pronto inhospitalaria. Lo que pudo ser un
régimen nacional fue achicado por sus guardianes hasta trocarlo en régimen de
secta. Fue puesto en uso, como casacón apolillado, al que se acudía a falta de
mejor ropa, el más rancio anticlericalismo. Y, lo que es aún peor, se empezó a
pagar con trozos de España, traicionando la voz de lo nacional, servicios
prestados a la secta. La que iba a ser República de todos los españoles ya
estaba casi reducida a República de antiespañoles” (9). Las primeras simpatías que podía haber cosechado la
República especialmente entre los jóvenes intelectuales como José Antonio, se
estaban disipando rápidamente. La creación de Falange Española supone, desde el
primer momento, la aparición de un partido anti–republicano, sin complejos, en
beneficio de una alternativa que irá ganando radicalismo y que a partir de la
reunión del Parador de Gredos adoptará una estrategia insurreccional contra la
República.
Siguen una serie de intervenciones parlamentarias en las que se menciona
solamente de pasada a la monarquía y que no tienen el más mínimo interés para
el análisis que estamos realizando. Pero al llegar al discurso pronunciado
en Córdoba en 1935 (10), dijo ya en el primer párrafo: “España perdió primero su misión imperial; perdió después, al caer
la Monarquía, el instrumento con que había realizado esta misión imperial. Hoy
no tiene ninguna misión que cumplir, ni un Estado fuerte que la realice”,
frase que nos sitúa en las preocupaciones intelectuales de José Antonio en la
época: 1) la plenitud histórica de España es el Imperio, 2) el Imperio se
realiza mediante el instrumento de la monarquía, 3) la imposible restauración
de la monarquía hace que sea preciso forjar un nuevo instrumento para la
recuperación del Imperio, 4) Ese instrumento es Falange Española. Una vez
más, José Antonio elude la crítica a la institución monárquica y mira atrás, a
la historia de España, manifestando el más absoluto respeto a la misión histórica de la monarquía.
Así se llega al discurso más importe de José Antonio, el Discurso sobre
la Revolución Española (11) en cuyos párrafos iniciales se recoge la famosa
frase que ha sido interpretada abusivamente por la izquierda falangista como el
punto de apoyo para sus elucubraciones antimonárquicas: “El 14 de abril de 1931 –hay que reconocerlo, en verdad– no fue
derribada la Monarquía española. La Monarquía española había sido el
instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes sentidos
universales. Había fundado y sostenido un Imperio, y lo había fundado y
sostenido, cabalmente, por lo que constituía su fundamental virtud; por
representar la unidad de mando. Sin la unidad de mando no se va a parte alguna.
Pero la Monarquía dejó de ser unidad de mando hacía bastante tiempo: en Felipe
III, el rey ya no mandaba; el rey seguía siendo el signo aparente, más el
ejercicio del Poder decayó en manos de validos, en manos de ministros: de
Lerma, de Olivares, de Aranda, de Godoy. Cuando llega Carlos VI la Monarquía ya
no es más que un simulacro sin sustancia. La Monarquía, que empezó en los
campamentos, se ha recluido en las Cortes; el pueblo español es implacablemente
realista; el pueblo español, que exige a sus santos patronos que le traigan la
lluvia cuando hace falta, y si no se la traen los vuelve de espaldas en el
altar; el pueblo español, repito, no entendía este simulacro de la Monarquía
sin Poder; por eso el 14 de abril de 1931 aquel simulacro cayó de su sitio sin
que entrase en lucha siquiera un piquete de alabarderos”. Lo que reprocha
José Antonio a la monarquía es que renunciara a su misión y al ejercicio del
poder. Resulta significativo que en uno de los párrafos en los que critica al
capitalismo llegue a defender a la sociedad feudal: “Hay por ahí demagogos de izquierda que hablan contra la propiedad
feudal y dicen que los obreros viven como esclavos. Pues bien: nosotros, que no
cultivamos ninguna demagogia, podemos decir que la propiedad feudal era mucho
mejor que la propiedad capitalista y que los obreros están peor que los
esclavos. La propiedad feudal imponía al señor, al tiempo que le daba derechos,
una serie de cargas; tenía que atender a la defensa y aun a la manutención de
sus súbditos. La propiedad capitalista es fría e implacable: en el mejor de los
casos, no cobra la renta, pero se desentiende del destino de los sometidos”. La
predisposición joseantoniana a ver en la monarquía el mejor momento de nuestra
historia le lleva también a considerar que el feudalismo era superior al
capitalismo y, especialmente, más justo. No en vano, la monarquía está
vinculada a la aristocracia y ésta derivaba del feudalismo histórico. Es normal
que la predisposición hacia la monarquía, la pertenencia por derecho de sangre
del título de Marqués de Estella, le hiciera ver las ventajas del feudalismo
(el señor protege al vasallo), frente al capitalismo (el señor del dinero depreda
a la sociedad).
Luego vuelve a la introducción del discurso y a plantearse el problema
de la caída de la monarquía y repite el análisis histórico: “Fijaos en que, ante el problema de la
Monarquía, nosotros no podemos dejamos arrastrar un instante ni por la
nostalgia ni por el rencor. Nosotros tenemos que colocamos ante ese problema de
la Monarquía con el rigor implacable de quienes asisten a un espectáculo
decisivo en el curso de los días que componen la Historia. Nosotros únicamente
tenemos que considerar esto: ¿Cayó la Monarquía española, la antigua, la
gloriosa Monarquía española, porque había concluido su ciclo, porque había
terminado su misión, o ha sido arrojada la Monarquía española cuando aún
conservaba su fecundidad para el futuro? Esto es lo que nosotros tenemos que
pensar, y sólo así entendemos que puede resolverse el problema de la Monarquía
de una manera inteligente. Pues bien: nosotros –ya me habéis oído desde el
principio–, nosotros entendemos, sin sombra de irreverencia, sin sombra de rencor,
sin sombra de antipatía, muchos incluso con mil motivos sentimentales de
afecto; nosotros entendemos que la Monarquía española cumplió su ciclo, se
quedó sin sustancia y se desprendió, como cáscara muerta, el 14 de abril de
1931. Nosotros hacemos constar su caída con toda la emoción que merece y
tenemos sumo respeto para los partidos monárquicos que, creyéndola aún con
capacidad de futuro, lanzan a las gentes a su reconquista; pero nosotros,
aunque nos pese, aunque se alcen dentro de algunos reservas sentimentales o
nostalgias respetables, no podemos lanzar el ímpetu fresco de la juventud que
nos sigue para el recobro de una institución que reputamos gloriosamente
fenecida”. Sin sombra de irreverencia, de rencor, de antipatía y con mil
motivos de afecto… La segunda parte reitera la ausencia de condiciones
objetivas para una restauración de la monarquía.
En este discurso, la palabra monarquía es utilizada en quince ocasiones, la tercera parte de todas las ocasiones en las que aparece en las Obras Completas. Es pues un gran discurso, pero un discurso sobre todo en el que se toma posición ante la monarquía.
La monarquía aparecerá todavía en seis ocasiones más en las Obras Completas pero no se añadirá nada
sustancial a lo ya expuesto. Existe una extraña alusión recogida por un
periodista de El Sol en el curso de
una entrevista en la que la pregunta final es precisamente sobre si los
partidos de derechas “consolidan la República”, a lo que contesta: “En esto de República o Monarquía tengo mi
opinión clara; pero no iba a parecerlo así si la expusiese, y por ello vale más
dejarlo” (12). Pero en otra
entrevista unos días después, un periodista portugués (13) logra que concrete
un poco más su posición:
– ¿En cuanto a la cuestión del régimen?El hijo del último Dictador de la Monarquía española responde:– ¿Para qué una restauración?... ¿Con qué monárquicos? ¿Con los que contribuyeron al derrumbamiento de las instituciones monárquicas y, consecuentemente, a la implantación de la República, el 14 de abril?...
Una vez más vuelve a la inexistencia de condiciones objetivas para la
restauración monárquica, pero es significativo que, a la pregunta sobre la
forma del régimen entre directamente en la valoración de la monarquía,
reconociendo que no hay monárquicos con los que colaborar.
Vale la pena aludir, por último, a otro documento aparecido en las Obras Completas en el que se menciona
directamente la posición ante la monarquía. Se trata de una carta dirigida a
Manuel Delgado Barreto (14), director del diario La Nación. Hasta ese día, José Antonio había colaborado con cierta
asiduidad en La Nación (no menos de
80 artículos a partir del 27 de mayo de 1929). Sin embargo, en mayo de 1930,
este diario publicó un artículo en el que se aludía que el “batallador Jefe de Falange Española defendía con ardimiento en 1930,
próxima la proclamación de la República, la supervivencia de la Monarquía en
los actos resonantes de la Unión Monárquica". Esto no pareció agradar
a José Antonio que envió una carta de réplica a su director en la que decía:
“Otro cualquiera podría echarme en cara mi paso efímero y sacrificado por aquella errónea tentativa de la Unión Monárquica Nacional fundada por los ex ministros de la Dictadura; pero... ¿usted? ¿Usted, confidente de tantas intimidades espirituales de mi padre y mías? ¿Usted, que sabe hasta qué punto fui ajeno al bautismo y al programa de aquella tentativa, a la que me uní – ¡Dios y usted saben con cuánto esfuerzo interior!– para defender la obra de mi padre y de sus colaboradores, atacada entonces despiadadamente? Repase usted las reseñas publicadas en La Nación misma de los actos celebrados por la Unión Monárquica y a ver si encuentra un solo párrafo pronunciado por mí –ardiente o tibio– que denuncia contradicción con mi actitud de ahora. Me duele que quede este recuerdo de una amistad larga. No le envidio en su situación de ahora, pero tampoco le guardo rencor”.
La carta encierra un poso de verdad (José Antonio había hablado en
muchos “actos resonantes” de la Unión Monárquica de la que, incluso era su
vicesecretario y nunca parece haber auspiciado el retorno de la monarquía) pero
se aferra a algo que La Nación no
parece haber dicho (que existiera contradicción entre la actitud de aquel
momento, 1929–30, y la actitud que sostenía en 1935). Da la sensación de que José
Antonio repruebe el que alguien haya podido insinuar incluso remotamente que ha
cambiado en tan poco tiempo de pensamiento y que de monárquico fervoroso ha
pasado a ser otra cosa. Y tiene razón en que participó en política para
defender la memoria de su padre y que lo hizo a través de organizaciones
monárquicas (Unión Monárquica y Unión Patriótica). Pero también aquí podemos
hablar de “predisposición” hacia la monarquía, en la medida en que podía
haber defendido la memoria de su padre desde una fundación, un círculo cultural,
una asociación de intelectuales, y el hecho es que lo hizo desde tribunas
monárquicas, lo que indica cierta proximidad a las mismas y cierta
sensibilidad. Era evidente que la fundación de Falange no se había hecho bajo
la perspectiva de una restauración de la monarquía, por lo tanto, es
comprensible la reacción ante un artículo que le recuerda su pasado político en
unos términos exagerados en cuanto a su activismo pro–monárquico.
NOTAS
(1) Cf. El Pueblo Manchego,
publicada el 24 de
junio de 1930 y reproducida en La Nación
el 25 de julio de 1930. Recogido en las Obras
Completas con el título de El momento
político. Dicho artículo contiene cuatro referencias más a la monarquía en
el mismo tono.
(2) Discurso pronunciado en Bilbao, en el mitin organizado por la
Unión Monárquica Nacional en el Frontón Euskalduna, el domingo 5 de octubre de
1930. Reproducido en La Nación
(edición del 6 de octubre de 1930) y en Unión
Monárquica, número 98, 15 de octubre de 1930.
(3) Artículo España: la lanzadera duerme en el telar,
publicado en Unión Monárquica, nº 102, 15 de diciembre de 1930.
(4) Conferencia pronunciada
en Madrid, en el local de la Unión Patriótica, sobre el tema La forma y el contenido de la democracia, el 16 de enero de
1931. Reproducida inicialmente en La Nación, edición de 17 de enero de
1931. Y en Unión Monárquica, nº 105,
1 de marzo de 1931.
(5) José Antonio y los no conformistas, op. cit., pág. 176 y sigs
(6) Una nota de prensa,
firmada por José Antonio Primo de Rivera y publicada en La Nación, el 12 de noviembre de 1931.
(7) Dedicatoria del ejemplar impreso del Informe de Defensa del ex ministro de la Dictadura don Galo Ponte.
Cit., por F. Ximénez de Sandoval, en
Biografía apasionada de José Antonio, pág. 115. Recogido en las Obras Completas, 27 de noviembre de
1932.
(8) Resumen del discurso
pronunciado en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, en el Teatro victoria, el 8 de
noviembre de 1933, con los auspicios de la Agrupación Local Independiente.
Publicado en La Unión, de Sevilla, 11
de noviembre de 1933. Recogido en las Obras
Completas.
(9) Artículo La República de orden, artículo
publicado en FE, nº 10, 12 de abril
de 1934.
(10) Resumen del discurso pronunciado en el Gran Teatro de córdoba
el día 12 de mayo de 1935. Publicado en Arriba,
nº 9, 16 de mayo de 1935.
(11) Discurso sobre la Revolución Española. Pronunciado en el Cine
Madrid, en Madrid, el día 19 de mayo de 1935.
(12) Elecciones y Parlamento – Triunfarán las derechas, dice el Señor Primo
de Rivera, El
Sol, 9 de
febrero de 1936.
(13) “El problema político no es de
régimen” – El Diario de Noticias de
Lisboa, publica una entrevista con Don José Antonio Primo de Rivera – La
refrenda el periodista Armando Boaventura. Texto incluido en las Obras
Completas y extraído del libro de Armando Boaventura: "Madrid–Moscovo.
Da Ditadura á República e á guerra civil de Espanha". Lisboa, 1937, c.
XIII, págs. 160–65.
(14) A Manuel Delgado Barreto, carta obtenida por deferencia de Don
Mariano Rodríguez de Rivas, fechada el 21 de mayo de 1935, incluida en las Obras Completas, edición digital.