INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

martes, 19 de mayo de 2020

José Antonio y la monarquía. Una posición no tan diáfana… (1 de 10) - PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN


> Planteamiento de la cuestión

En relación a la actitud de José Antonio  Primo de Rivera ante la monarquía, a pesar de la aparente unanimidad de los falangistas, no está muy clara la posición personal de José Antonio. Este ensayo está dividido en dos partes: en esta primera presentamos la casuística joseantoniana, sus opiniones en torno a la monarquía y lo que representaban, la concepción aristocrática de José Antonio y las razones que llevaron a la Falange a declararse mayoritariamente como anti-monárquica. En la segunda parte analizaremos las cuestiones doctrinales de la cuestión y las relaciones de la Falange histórica con las distintas corrientes monárquicas.

Es preciso huir del reduccionismo consistente en asegurar que la discusión sobre Falange y monarquía está resuelta porque José Antonio aludió a la monarquía como a “una institución gloriosamente fenecida”.

Precisamente, esta frase es buena para arrancar nuestro estudio por dos motivos: es el juicio más conocido de José Antonio sobre la monarquía y, por tanto, el más repetido y, parece cerrar las puertas a una discusión ulterior: José Antonio simplemente expresa una opinión negativa sobre la monarquía, luego, no era monárquico y si no era monárquico, sería, por tanto, republicano... Pero, luego, resulta que las cosas no están tan claras como parece.

La monarquía es mencionada en no más de cuarenta ocasiones en las Obras Completas de José Antonio y es, precisamente, en el llamado Discurso sobre la Revolución Española en donde se despacha con mayor amplitud sobre la cuestión monárquica. La frase sobre la monarquía que “cayó como una cáscara muerta el 14 de abril” más que una crítica a la institución monárquica es la constatación de un hecho histórico innegable: el 14 de abril de 1931, el ciclo monárquico concluyó… pero en absoluto una constatación de fe republicana, ni siquiera de anti-monarquismo. La frase concreta entresacada del discurso es la siguiente:

“Pues bien: nosotros –ya me habéis oído desde el principio–, nosotros entendemos, sin sombra de irreverencia, sin sombra de rencor, sin sombra de antipatía, muchos incluso con mil motivos sentimentales de afecto; nosotros entendemos que la Monarquía española cumplió su ciclo, se quedó sin sustancia y se desprendió, como cáscara muerta, el 14 de abril de 1931. Nosotros hacemos constar su caída con toda la emoción que merece y tenemos sumo respeto para los partidos monárquicos que, creyéndola aún con capacidad de futuro, lanzan a las gentes a su reconquista; pero nosotros, aunque nos pese, aunque se alcen dentro de algunos reservas sentimentales o nostalgias respetables, no podemos lanzar el ímpetu fresco de la juventud que nos sigue para el recobro de una institución que reputamos gloriosamente fenecida”.

En este párrafo, analizándolo frase a frase se percibe:
1)  Un extraordinario respeto por la monarquía: se alude a la monarquía “…sin sombra de irreverencia, sin sombra de rencor, sin sombra de antipatía, muchos incluso con mil motivos sentimentales de afecto”.
2)     La negativa a reconocer la bochornosa huida de Alfonso XIII de España, aun antes de conocer el resultado definitivo de las elecciones municipales; considerar a la monarquía como “una institución que reputamos gloriosamente fenecida”, no es una crítica, es más bien la constatación de un hecho y, sobre todo, un elogio, pues, no en vano si de algo puede calificarse el episodio final de la monarquía alfonsina fue “bochornosamente fenecida”, “cobardemente fenecida”, por citar solamente algunos calificativos que se adaptan mucho mejor a lo que supuso el episodio real de la huida del rey.
3) Un respeto extraordinario para los “partidos monárquicos” (esto es, para la Comunión Tradicionalista y para Renovación Española): Nosotros hacemos constar su caída con toda la emoción que merece y tenemos sumo respeto para los partidos monárquicos que, creyéndola aún con capacidad de futuro, lanzan a las gentes a su reconquista”.
4)     La convicción de que la lucha del momento (1935) no puede ser por la restauración de la monarquía; veamos las palabras que utiliza: “pero nosotros, aunque nos pese, aunque se alcen dentro de algunos reservas sentimentales o nostalgias respetables, no podemos lanzar el ímpetu fresco de la juventud que nos sigue para el recobro de una institución que reputamos gloriosamente fenecida”. Está aludiendo explícitamente a “reservas sentimentales o nostalgias respetables” que siguen siendo palabras elogiosas para los monárquicos.

Una parte sustancial del mismo discurso está precisamente orientada a realizar un análisis crítico–histórico sobre la institución monárquica que se inicia en el tercer párrafo del discurso con estas palabras:
“El 14 de abril de 1931 –hay que reconocerlo, en verdad– no fue derribada la Monarquía española. La Monarquía española había sido el instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes sentidos universales. Había fundado y sostenido un Imperio, y lo había fundado y sostenido, cabalmente, por lo que constituía su fundamental virtud; por representar la unidad de mando. Sin la unidad de mando no se va a parte alguna. Pero la Monarquía dejó de ser unidad de mando hacía bastante tiempo: en Felipe III, el rey ya no mandaba; el rey seguía siendo el signo aparente, más el ejercicio del Poder decayó en manos de validos, en manos de ministros: de Lerma, de Olivares, de Aranda, de Godoy. Cuando llega Carlos VI la Monarquía ya no es más que un simulacro sin sustancia. La Monarquía, que empezó en los campamentos, se ha recluido en las Cortes; el pueblo español es implacablemente realista; el pueblo español, que exige a sus santos patronos que le traigan la lluvia cuando hace falta, y si no se la traen los vuelve de espaldas en el altar; el pueblo español, repito, no entendía este simulacro de la Monarquía sin Poder; por eso el 14 de abril de 1931 aquel simulacro cayó de su sitio sin que entrase en lucha siquiera un piquete de alabarderos”.
Y lo que puede deducirse, en buena lógica de este otro texto es:
1)   El reconocimiento al papel histórico de la monarquía en España: “La Monarquía española había sido el instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes sentidos universales”. Por tanto no se está criticando las bases de la monarquía, sino que se le reconoce el papel de “instrumento histórico de ejecución” del sentido universal de nuestra historia.
2)   El reconocimiento de la importancia del “mando de uno”: “Había fundado y sostenido un Imperio, y lo había fundado y sostenido, cabalmente, por lo que constituía su fundamental virtud; por representar la unidad de mando. Sin la unidad de mando no se va a parte alguna”. ¿Hay que recordar que el significado etimológico de la palabra “monarquía” quiere decir “mando de uno”?
3)      Lo que se critica es la decadencia de la monarquía (no la monarquía en sí) y por eso alude a los monarcas que sucedieron a Felipe III… y lo que critica es, precisamente, que no manden ellos, sinos los validos primero y luego el parlamento: “en Felipe III, el rey ya no mandaba; el rey seguía siendo el signo aparente, más el ejercicio del Poder decayó en manos de validos, en manos de ministros: de Lerma, de Olivares, de Aranda, de Godoy”.
4)      José Antonio ¡no está realizando una crítica a la monarquía desde el punto de vista “republicano”, sino más bien desde el punto de vista de los monárquicos tradicionalistas!: es el parlamento y son los validos lo que desnaturalizan a la institución: “Cuando llega Carlos IV la Monarquía ya no es más que un simulacro sin sustancia. La Monarquía, que empezó en los campamentos, se ha recluido en las Cortes; el pueblo español es implacablemente realista; el pueblo español, que exige a sus santos patronos que le traigan la lluvia cuando hace falta, y si no se la traen los vuelve de espaldas en el altar; el pueblo español, repito, no entendía este simulacro de la Monarquía sin Poder”. No hay ni una sola crítica a la aristocracia, sino al papel de determinados advenedizos y, especialmente, de validos ineptos. Lo que critica, insistimos, no es al principio monárquico tradicionalista (monarquía con poder), sino a la monarquía que, poco a poco, va cayendo en las redes del parlamentarismo (“la monarquía sin poder”).
Y es esta monarquía la que cae el 14 de abril de 1931… ¿Se trata de las opiniones de un “republicano educado” que evita dar lanzadas a moro muerto o más bien se trata de alguien que, tras haber nacido políticamente al calor de la monarquía, reconoce que la correlación de fuerzas políticas y sociales que se daba en la España de 1935, no favorecía el retorno de la institución monárquica y que, por tanto, concluye que los jóvenes falangistas no serían puestos al servicio de la restauración monárquica?

Estos dos párrafos (escritos año y medio antes de su fusilamiento, no hay que olvidarlo, es decir, en un período tardío, lo que sugiere que, desde que fueron pronunciadas José Antonio no debió alterar su juicio sobre la institución), a poco que se leen sin prejuicios, ni apriorismos, se ve que son algo muy diferente a una crítica demoledora de la que pudiera deducirse una afirmación de “republicanismo”.


Pero, quienes creen posible que, en sus últimos meses de vida, en su encierro en la prisión de Alicante, José Antonio rectificara sus opiniones y, de la misma forma, que aumentó el énfasis en la cuestión social durante su proceso, y, por tanto, apareciera también un José Antonio que entre monarquía y república optara claramente por la República y realizara una crítica demoledora a la monarquía, les diremos que se equivocan también.

Ese respeto aristocrático que José Antonio deparaba a la institución monárquica se percibe claramente cuando el Secretario del Tribunal de Alicante le pregunta por “sus relaciones con el Borbón” y él se niega a declarar exigiendo que “se trate con respeto a quien ha sido rey de España”… Ni siquiera en sus últimos días de vida, para desazón de muchos de sus partidarios actuales, José Antonio evidencia ni una sola frase de encono, hostilidad o crítica orgánica a la institución monárquica. Todo lo contrario, el respeto aristocrático está siempre presente, a pesar de los pesares y a pesar de que, especialmente, José Antonio juzgara que Alfonso XIII había traicionado a su padre. Este tema es importante porque se admite unánimemente que José Antonio se lanzó a la actividad política para defender la memoria de su padre… y quien realmente le había traicionado y obligado a morir en el exilio, fue la figura de Alfonso XIII, el monarca para el que José Antonio pide “respeto” apenas quince días antes de morir fusilado.

Como veremos más adelante, no existen frases simétricas hacia la República. La hostilidad hacia el sistema parlamentario–republicano es “de principio”. Así pues, mientras que la crítica hacia la monarquía es simplemente “coyuntural” y se limita a hacer un análisis histórico de la decadencia de la institución monárquica en España, la crítica que realiza al parlamentarismo republicano es “estructural”: no se critica solamente el fracaso de la Segunda República, sino que se critican los fundamentos mismos del sistema republicano. 

Creemos que todo esto crea suficientes sombras a la percepción de un “José Antonio anti–monárquico”; más bien, lo que se percibe es todo lo contrario: es el pensamiento y son los análisis de un hombre que reconoce la superioridad del sistema monárquico sobre el republicano y si no propone una defensa cerrada de la monarquía y una restauración, es por considerar que las distintas ramas monárquicas están exhaustas y carecen de vitalidad para movilizar a las masas.
En 1975, durante un encuentro de los Círculos Doctrinales José Antonio en la ciudad de Toledo asistimos a unos incidentes significativos. Dado que el entonces vicesecretario general del Movimiento Nacional, Manual Valdés Larrañaga, en uso de sus atribuciones, transfería determinadas cantidades económicas a los Círculos presididos por Diego Márquez, éste se creyó obligado a otorgarle la palabra como primer orador. Obviamente, los “falangistas de izquierdas” presentes veían en esta intervención una afrenta a su planteamiento de que “una cosa era la Falange y otra el régimen franquista y sus estructuras” (algo que, por lo demás, desde el punto de vista histórico resultaba innegable). Cuando oyeron una de las primeras frases pronunciadas por Valdés estallaron. Lo que dijo ante un teatro lleno a rebosar (nosotros mismos estábamos allí presentes en la platea) les dejó estupefactos: “Paseando con José Antonio a orillas del Manzanares, me comentó la conveniencia de restaurar la monarquía en España”… Valdés Larrañaga, no solamente era amigo personal de José Antonio, sino militante falangista de primera hora. Tenía los títulos como para poder dar testimonio sobre las opiniones del fundador de Falange y esta era una de ellas…

En aquel momento, dudé si estas palabras respondieron a una conversación realmente mantenida en el Madrid de 1935 o bien era el producto de la fantasía oportunista de aquel jerarca del régimen franquista que quería llevar a los “jóvenes falangistas” a aceptar la monarquía juancarlista que se venía encima. O simplemente que era un “falso recuerdo” o la deformación involuntaria de una conversación mantenida cuarenta años antes. Sin embargo, hoy, a la vista de los textos y del análisis de todas las opiniones de José Antonio sobre la monarquía, tiendo a pensar que, efectivamente, la conversación se produjo en los términos que contó Valdés, desatando las iras de una parte del público, y que, aun a pesar de tratarse de una confidencia personal y no política, y por tanto no comprometía la voluntad del partido que dirigía, indicaba una línea de tendencia, denotando la existencia de un desequilibrio asimétrico: no es que José Antonio se mantuviera equidistante del régimen monárquico o del republicano, era que se declaraba explícitamente monárquico sin ambages a un amigo suyo y en la intimidad.

De todas formas, testimonio único, testimonio nulo, por tanto, de no existir otros testimonios que corroboren el de Valdés Larrañaga, tenerlo como determinante para dirimir la actitud de José Antonio ante la monarquía, es excesivamente aventurado. Hace falta confirmarlo con otros datos y con un análisis más detenido de los textos y de sus peripecias personales.

Y esto es lo que nos proponemos realizar a partir de ahora.

NOTAS
(1) José Antonio y los no conformistas, Ernesto Milà, eminves, Barcelona 2013.