Entender lo que pasa en el mundo, a la vista de lo surrealista que
ocurre en España, porque, a fin de cuentas, lo que pasa en España es un reflejo
de las tendencias e influencias que se suceden en el mundo. De ahí mi interés renovado por los conflictos
internacionales y el rápido repaso que he iniciado. Si he partido de Oriente Medio
y de la guerra de Siria es, simplemente, por que es hoy la zona más “caliente”
del planeta. El estudio del conflicto sirio lleva directamente a la “cuestión
kurda”. Analizar esta cuestión será el objetivo de los tres artículos que
siguen. Vale la pena explicar que ni nos interesa pronunciarnos sobre la
cuestión kurda, ni tomar partido a favor en contra: aspiramos a entender
simplemente, en este tema como en todos los de esta serie, lo que ocurre en el
mundo y conocer las claves, a partir de las cuales resulta más fácil el seguimiento
de la información diaria.
En su conocida
obra, El gran tablero mundial (Paidós, Barcelona, 1998), el que
fuera Secretario de Estado con Jimmy Carter y creador de la Comisión
Trilateral, Zbigniew Brzezinsky, menciona en una sola ocasión al Kurdistán y no
le otorga absolutamente ningún valor estratégico, ni siquiera lo considera como
una pieza importante o desestabilizadora de la zona. Se limita a presentar un
mapa de “los Balcanes euroasiáticos” (que constituyen nuevas repúblicas
emancipadas de la antigua URSS (Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán,
Uzbekistán, Turkmenistán, Azerbaiyán, Armenia y Georgia) a los que suma
Afganistán. Tiene razón, Brzezinsky en identificar a Turquía e Irán como países
que en los próximos años se disputarían la hegemonía en la zona. Se equivoca al
desconsiderar a la URSS como futuro árbitro de la situación en la zona y
piensa (o quiere pensar) que, tras el desmantelamiento de la URSS, con la
centrifugación de las repúblicas asiáticas y después del luctuoso período en el
que la Federación Rusa estuvo dirigida por Boris Eltsin, Moscú ya no tenía nada
que decir en la zona. Así mismo, desconsidera (casi seguro prefiere ignorar),
los movimientos del entonces gran aliado de los EEUU, Arabia Saudí, rival
geopolítico de Irán. Brzezinsky apenas menciona el terrorismo islámico y su
libro se limita a enumerar los intereses estratégicos de los EEUU en el mundo
euroasiático.
El ex secretario
de Estado norteamericano sitúa al Kurdistán fuera de “los Balcanes asiáticos”,
pero dentro de una zona mayor de inestabilidad que abarca a Turquía, el sur de
Rusia, toda la península Arábiga, Pakistán y sus fronteras con India, el Oeste uigur
de China, y la orilla oriental del mar Rojo. Claro está que la obra fue
escrita en 1997. Si comparamos la inestabilidad que registraba la zona en la época
en la que se escribía este libro, con la que existe en la actualidad, puede
comprobarse que se han producido especialmente un desplazamiento de la
inestabilidad y que, en realidad, los “Balcanes asiáticos”, o bien se han
reacomodado al nuevo poder ruso, mejorando sus relaciones y, en cualquier caso,
no se ha producido la oleada de convulsiones que preveía el autor. De hecho, lo
mas significativo en estos últimos 20 años ha sido la reconstrucción del poder
ruso y la recuperación de influencia en esa zona, y el desplazamiento de la
inestabilidad a la otra orilla del Mar rojo: Egipto, Sudán, Etiopía, Somalia, y
por la orilla sur del Mediterráneo (en Libia y Argelia, especialmente). Si en
1997, el conflicto palestino suponía la gran “zona candente” de Oriente Medio,
le cabe a los EEUU, y a las políticas de las administraciones Bush y Obama, el
haber extendido la inestabilidad desde Afganistán hasta el Mediterráneo sirio y
desde el Kurdistán hasta el golfo de Adén. Un mérito exclusivo de la política
exterior norteamericana.
El estudio sobre
la guerra civil siria, nos lleva de forma natural al estudio de la cuestión
kurda que no puede pasar desapercibida y que, por cierto, revista ciertas
similitudes coyunturales con el problema independentista catalán.
> EL
KURDISTAN, LA MAYOR NACION SIN ESTADO
La gran diferencia
entre Cataluña y el Kurdistán es que en esta zona si ha existido una cultura
perfectamente identificada, histórica, étnica y antropológicamente diferente a
la del resto de pueblos de la zona que convierte el “factor diferencial” catalán
en relación al español, en uno de esos juegos de los “siete errores” en los que
dos dibujos apenas se diferencian por unas minucias intrascendentes e
irrelevantes que el jugador deberá buscar con lupa.
No hizo falta,
efectivamente, que los dirigentes kurdos actuales generaran un “factor
diferencial” y que lo fueran ampliando a golpes de historia de ficción como ha
ocurrido en Cataluña desde finales del XIX. La cultura kurda era
preexistente a la irrupción del Islam en la zona y, a pesar de que en la
actualidad la mayoría son musulmanes sunitas, todavía no ha desaparecido,
sino que goza de buena salud en algunas zonas, el jasidismo, religión ancestral
cuyas raíces se remontan a hace 4.000 años y que aun subsiste en las
inmediaciones de Mosul, en Siria, Turquía y en zonas del Cáucaso hasta sumar un
total de 800.000 adeptos. Se trata de una religión emparentada con el
zoroastrismo y que luego incorporará influencias sufíes. Seguramente se
trata de una religión que ha cambiado con el paso del tiempo y que ha ido
incorporando sincréticamente influencias, especialmente del sufismo. Sus
relaciones con el Islam no han sido buenas: a partir del siglo VII, cuando el
islam invade la zona, se ven obligados a convertirse, pero la religión jasidita
sobrevivirá, aunque mermada. La llegada de los turcos ampliará la persecución contra
ellos entre el siglo XVI y el XIX. Y esta tradición se prolongará hasta más
allá de la invasión norteamericana de Irak en 2003, cuando los fundamentalistas
islámicos primero y el DAESH en 2014, traten de desembarazarse de ellos.
Todavía se discute cuando empezó su historia como pueblo. Algunos lo remontan a 600 años antes de JC, otros la sitúan 400 años antes de esa fecha y los hay que no dudan en fijarla 3.000 años antes de JC. Étnicamente los kurdos son indoeuropeos, descendientes de los antiguos medos que hablan una lengua específica, vinculada al persa, dividida en varios dialectos a causa de su dispersión geográfica. Es posible que en la actualidad sean en torno a 45-50 millones distribuidos en cinco países (además de la inmigración a Europa, también en número significativo, en Alemania, Reino Unido y Suecia): Turquía con 20 millones, Irán con 12, Irak con 8 millones, Siria con algo más de 3 millones y Armenia con 100.000.
No existe en “Estado
Kurdo”, pero si, como hemos visto una especificidad étnica, antropológica,
lingüística y religiosa que permite distinguir a los kurdos de cualquier otro
grupo de la zona. El hecho de que el 80% de ellos, sean de confesión sunita
no implica que hayan renunciado a su lengua ni a su cultura preislámica, lo que
hace de ellos algo radicalmente diferente al islam iraní (chiita) o a los
sunnitas de origen árabe o semita.
Cuando la
derrota de los Imperios Centrales en la Primera Guerra Mundial, selló el
destino del Imperio Otomano (que históricamente era aliado de Alemania desde Bismark),
los kurdos creyeron que serían unificados en una sola nación, que, desde
luego merecían mucho más que otras que naciones que se crearon a raíz de los
acuerdos Sykes-Picot en 1916. Esta promesa quedó reflejada, por lo demás, en el
tratado de Sévres de 1920.
El origen del
problema kurdo en su actual formulación hay que situarlo en estos dos acuerdos
diplomáticos:
- Los acuerdos Sykes-Picot fueron suscritos por el Reino Unido y Francia para repartirse los despojos del antiguo Imperio Otomano cuando finalizara la Primera Guerra Mundial. Lo peor de este acuerdo era el intento de crear fronteras artificiales para pueblos y tribus que no las habían conocido nunca. Se definieron las fronteras de países como Irak y Siria y se crearon “zonas de influencia”: los británicos se quedaron Jordania, Palestina, Irak, y Francia estuvo presente en el sur-este turco, en toda Siria y Líbano y en el norte de Irak. Esta división artificial es considerada por muchos como el origen de todos los conflictos que han asolado Oriente Medio en los últimos 100 años. El movimiento sionista intentó que se reconocieran sus derechos históricos, pero estos, como los pueblos ya establecidos en la zona, sin excepción se vieron defraudados en sus expectativas.
- El Tratado de Sévres no fue mas que la formalización de los acuerdos Sykes-Picot que confirmó, ya en la paz, lo acordado durante la guerra. Ahí se trató directamente la cuestión Kurda y se recomendó la creación del Kurdistán como Estado independiente. Incluso se reflejo que debería estar instalado en el sur-este de Anatolia, integrando una cuarta parte del territorio y cuya administración, inicialmente, correspondería a los EEUU. Francia lo aceptó, negándose a que ese Estado incluyera los territorios kurdos bajo su control en Siria y el norte de Irak. Cuando se cerró la conferencia, a los kurdos les quedó la sensación de que estaban al borde de poder establecer un Estado propio que, al menos, abarcase un tercio de su territorio. No era la totalidad, pero era un comienzo. El problema fue que los acuerdos de Sévres nunca fueron ratificados por los gobiernos que los suscribieron y los kurdos -como el resto de pueblos de la zona, por unos y otros motivos- vieran decepcionadas sus esperanzas.
El origen del
conflicto actual se encuentra pues en la frivolidad con la que fueron trazados
los acuerdos Sykes-Picot, en el desconocimiento de la realidad antropológica de
Oriente Medio (organizado en “tribus”, formadas por “clanes” y divididos
estos en “familias” que pueden extenderse por territorios muy amplios y cuyos
miembros están ligados por lazos de sangre y de fidelidad, mucho más que por
pasaportes y fronteras).
La visión eurocéntrica
del colonialista que aspira a modelar los territorios que ocupan en otras
latitudes a imagen y semejanza de la organización en la metrópoli, indica un
sentimiento racista y reduccionista de superioridad que ha causado un siglo de
tragedias que todavía no han terminado.
> TRAS LA DECEPCIÓN,
LAS EFÍMERAS “REPÚBLICAS KURDAS”
Cuando el
Imperio Otomano se reconstituyó como Estado Turco, gracias a la obra de Mustafá
Kemal Ataturk, el primer objetivo fue lograr la liberación nacional y sacarse
de encima la hipoteca que iba implícita con la derrota. Ataturk, dotado de
una visión occidentalista, apeló a la superación de las diferencias étnicas y
religiosas para constituir una nación, libre, fuerte y entera. A pesar de que
defendía un Estado laico y una administración fuera de la influencia religiosa,
lo cierto es que apeló en distintas ocasiones al sentimiento religioso de su
pueblo, especialmente cuando se trató de expulsar a los griegos. Las
potencias occidentales reconocieron al nuevo régimen griego para tratar de
mantener el vínculo con ese país y evitar, en su búsqueda de un nuevo aliado, o
bien revalidara sus antiguos lazos históricos con Alemania o bien se decantara
hacia la nueva Unión Soviética, su vecino del Norte y cuyos destinos
geopolíticos estaba indisolublemente ligadas, pues no en vano, controlaba los
estrechos del Bósforo y los Dardanelos y, por tanto, podía regular la salida al
Mediterráneo de la flota rusa del Mar Negro. Este papel creció todavía más tras
la Segunda Guerra Mundial y con el estallido de la Guerra Fría.
En esas dos
postguerras el papel geopolítico de Turquía fue creciendo, hasta el punto de
que las democracias occidentales le dejaron hacer y deshacer a su antojo en su
territorio. En el Tratado de Lausanne (1923) las potencias occidentales
reconocieron al Estado Turco y la pertenencia de una parte del Kurdistán a este
país. En dicho tratado no se menciona a los kurdos como “minoría no
musulmana” y, por tanto, carecía de derechos propios (a diferencia de los
armenios -que acababan de sufrir un verdadero genocidio- y de los griegos). En
ese momento, las esperanzas kurdas en que en algún momento se hicieran valer
los derechos que habían adquirido en el Tratado de Sévres se desvanecieron
completamente: si querían la independencia, debían luchar por ella. Y a eso
se dedicaron, divididos en dos corrientes: los partidarios de conformarse con
una “autonomía” y los que veían la “independencia” como irrenunciable.
La llamada República
de Ararat que, a puras penas pudo subsistir entre 1927 y 1930 en el Este de
Turquía, fue el resultado de la rebelión dirigida por Nuri Pasha. Una vez
instaurada realizó un llamamiento internacional para lograr su reconocimiento
que saldó con el silencio generalizado, incluso de la Sociedad de Naciones,
hasta que, en diciembre de 1930, el ejército turco liquidó los últimos focos de
resistencia.
En Irán, la
minoría kurda, situada en una pequeña franja en el nor-oeste del país, en el
llamado Azerbaiyán Oriental, estuvo en condiciones de proclamar en 1946, una
efímera República de Mahabad o también como República del Kurdistán que
apenas pudo subsistir durante seis meses, de octubre de 1946 a finales de marzo
de 1947. Fue la obra de Qazi Muhammad, en el momento en el que el país seguía
ocupado por las tropas rusas, presentes desde 1941, cuando se temía que el
movimiento nacionalista iraní se decantara a favor del Tercer Reich (en
Irak los agentes alemanes intentaron una sublevación apoyados por nacionalistas
locales).
La operación tenía
mucha más base que la efímera República de Ararat, porque los dirigentes kurdos
iraníes querían crear una república que se asociara a la URSS, tal como en
ese momento habían hecho en Azerbaiyán. Pero el programa del “Gobierno
Popular Kurdo”, era excesivamente nacionalista como para que los soviéticos
pudieran aceptarlo y, además, corría el riesgo de vulnerar los acuerdos
internacionales suscritos al final de la Segunda Guerra Mundial entre los EEUU
y la URSS. Esto, unido a la hostilidad de Irak y Turquía, contribuyó al aislamiento
de la República de Mahabab que, al retirarse los soviéticos, quedó reducida a
grupos de guerrilleros en las montañas hostilizados por las tropas iraníes,
mientras algunas tribus kurdas decidían emigrar a Azerbaiyán e instalarse allí
al amparo de la URSS. Otros optaron con alinearse con la tribu Barzani, cuyo
jefe Mustafá Barzani era partidario de la resistencia armada y de la guerra
de guerrillas, mientras que Qaza, mucho más realista, era consciente de que
sin el apoyo soviético la República se extinguiría, como así fue. En cuanto a
Barzani y a sus “últimos mohicanos”, lograron asilo político en la URSS.
Sería el hijo
de Barzani, Massoud, el que, como presidente del Partido Demócrata del
Kurdistán (PDK) y jefe de su tribu, luchó contras las fuerzas de Saddam Hussein
tras la paz entre Irán e Irak, para luego, en la década de los 90 aliarse con
él y abandonarlo en el momento de la invasión norteamericana de 2003. En
ese momento, el PDK y la Unión Patriótica Kurda (UPK) establecieron un gobierno
autónomo con capital en Erbil. Barzani escaló puestos en la administración
controlada por los EEUU, llegando a ser presidente del Consejo de Gobierno de
Irak, en 2004 y luego regresando al Kurdistán iraquí asumiendo la presidencia
de la autonomía en junio de 2005, siendo reelegido en 2009, esta vez por el
voto popular (su hijo dirigió las fuerzas de seguridad en la región y su
sobrino fue primer ministro de la autonomía).
En 2017 los
kurdos de todo el mundo pensaban que Barzani y, con él los kurdos iraquíes, habían
logrado un altísimo nivel de autonomía que incluía el control de los pozos
petrolíferos, de los aeropuertos y de las fuerzas del orden en la zona.
Inflamado por el “ejemplo catalán”, a Barzani se le ocurrió la peregrina
idea de convocar un “referéndum por la independencia” con la “original”
consigna de “Kurdistán is not Irak”. El resultado de las
urnas le fue favorable como era de esperar, pero el gobierno iraquí optó por
aprovechar la ocasión para recuperar el control de todas las parcelas de la
administración que hasta ese momento estaban en manos kurdas y ocupar
militarmente zonas en disputa. Barzani dimitió de su cargo el 1 de
noviembre de 2017. El tema de la independencia volvió a la casilla de partida y
el de la autonomía sufrió un retraso en relación a lo conquistado en 2004.