La pregunta del millón es: ¿cuánto tiempo tardará Torra
en ser vecino de Puigdemont en Waterloo o tendrá su celda en Can Brians? Cuanto
más tarde en resolverse esta cuestión, más degradada estará la situación del
orden público en Cataluña. Una muestra de eficiencia del orden público en
Cataluña que prestigiaría a los Mossos d’Escuadra, sería algo tan simple como
que fueran ellos los que arrojaran a la mazmorra fría al lunático que hoy se
hace llamar “molt honorable president”.
Parece increíble que en estos momentos en los que estamos situados
en el atrio de una nueva crisis económica (prolongación de la anterior, es
decir, de la gran crisis de la globalización), este país esté preocupado por lo
que ocurre en una Cataluña dirigida por fanáticos, ineptos e incapaces a los
que todavía hay que explicarles que la quimera de la independencia y de los nacionalismos
pertenece al siglo XIX y no al que vio la caída de las Torres Gemelas. Parece increíble que, a
estas alturas, la falta de temple político de los distintos gobiernos del
Estado Español, se combine con la irresponsabilidad del independentismo.
Habrá malpensados que sostendrán que el “gobierno en
funciones” prefiere que, en un período pre-electoral, miremos hacia la tensión
independentista (una tormenta en un vaso de agua que puede resolverse
aplicando, simplemente la ley), antes que a la tormenta perfecta que se está
generando en la economía mundial y me merece en España un espacio secundario en
los medios, que regala a Torra y a sus mamelucos prioridad en la información.
La gencat independentista siempre ha sostenido la quimera
de que los Mozos de Escuadra, policía catalana, sería también algo parecido a
la “guardia nacional” de algunos países bananeros que se jactan de carecer de
ejército. Y no era eso, ni nadie, salvo los cerebros calenturientos del
nacionalismo radical, querían que lo fuera: porque los nacionalistas lo
que querían era disponer de una POLICÍA POLÍTICA a su servicio. Pero
las cosas fueron mal desde el principio. De hecho, fueron mal, históricamente.
Tras el franquismo, en el que los Mozos siguieron siendo una
especie de cuerpo de honores (me contaron que el 23-F, a ellos les correspondía
detener a Jordi Pujol…), hasta que las negociaciones de “Mr. 3%” con Felipe
González y con Aznar, los convirtió en la “policía de Cataluña”.
El tránsito de poderes fue largo, prolongado y absurdo (para
cualquier gestión, durante un período, iban juntos un Mozo y un Policía
Nacional, incluso para gestiones irrelevantes). Luego, los Mozos adquirieron en
Cataluña, especialmente en las carreteras, fama de rígidos y de que, cuando te
paraban, no dejaban de escarbar hasta que encontraban algún motivo para
multarte (la falta de una bombilla de repuesto era un clásico). Entre las otras
policías, incluso entre la guardia urbana de Barcelona, se les criticaba,
simplemente, por ineficientes. Se consideraba una fortuna el que la Policía
Nacional retuviera las competencias en inmigración lo que les daba excusa para
justificar su intervención en asuntos de delincuencia y narcotráfico. Luego
vinieron “consellers” de Interior de Iniciativa per Catalunya, más interesados
en salvaguardar los derechos de los detenidos que los de las víctimas. Hubo sanciones
a Mozos particularmente duros con la delincuencia y esto contribuyó a
desmotivar a muchos. Cuando empezó la coña marinera del “procés”, casi existía
un consenso generalizado en el que la experiencia de los Mozos había sido un
fracaso.
Pero la gencat alegaba que necesitaba más y más medios. El
problema, a partir del “procés” fue que no estaba claro a quién servirían esos
Mozos, si al orden público en Cataluña o al proyecto independentista. La gencat
los consideraba, no como una policía al servicio del ciudadano, sino como
SU POLICÍA AL SERVICIO DE SU PROYECTO POLÍTICO.
Inicialmente, mientras no existían tensiones, la cosa era,
incluso asumible para los Mozos. Eran los tiempos del “nacionalismo moderado”
que no comprometía a nada ni a nadie y bastaba una simple negociación entre el
baranda de la gencat y el poncio de Madrid, la inyección de unos cientos de
millones de euracos, para que todo volviera al orden. Pero luego vino el “procés”
y el empleo de los Mozos a cubrir acciones ingratas y consideras ilegales desde
el punto de vista de la legislación vigente. Y, a partir de ahí, vino el descuadre.
Porque los profesionales de los Mozos, lo que quieren es
que no se les mezcle en aventuras políticas -que, por lo demás, solamente los ciegos,
sordos y tontos no terminan de dar por finiquitadas- Soy de los que opinan que
los Mozos de a pie son chicos jóvenes, conscientes de que han sido contratados
para que la sociedad catalana no se vea azotada por la delincuencia y no
ejecutores de los designios políticos de una banda de chalados irresponsables.
Trapero ya lo sufrió el drama en su propia carne el 1-O.
Y ayer se lo tuvieron que recordar al director de los
Mossos: “Usted dedíquese a la política que nosotros garantizaremos la
seguridad”, fue la idea que trasladaron los mandos de los Mozos a su director,
Andreu Martínez. Los mandos no podían permitir que, en los próximos días,
el orden público se resienta de las acciones de los últimos mohicanos del
independentismo radical y de sus llamamientos a la “huelga general” (que
siempre terminan siendo embotellamientos que pueden solucionarse a manguerazos).
Los mandos han advertido que las indicaciones del “jefe político” tienden a
permitir que los CUPs, CDRs y demás, hagan lo que les dé la gana en las calles,
para revitalizar el proyecto independentista.
La dimisión de Martínez se ha producido tras una semana en
la que los Mozos han tenido que soportar el bochorno de que las detenciones de
radicales del CDR les fuera ocultada para evitar filtraciones y fugas de
información, incluso ¡para evitar que el “jefe político” de los Mozos
advirtiera a los implicados! Andreu Martínez estaba solo desde hacía
tiempo. Sus subordinados ni siquiera le hablaban, se veía incapaz de cumplir
las órdenes perentorias de su jefe el “conseller Buch” de “dejar hacer a los
ciudadanos pacíficos de la CUP-CDR”. Además, sabe que, como Trapero, puede
sentarse en el banquillo de los acusados a la que no cumple la legislación
vigente. Sus mandos ya le advirtieron: “Los Mossos no hacen política”.
Y le presentaron un despliegue, acertado desde el punto de vista técnico, para restablecer
la normalidad, allí donde los radicales la rompan. El miedo, la pusilanimidad y
la falta de apoyos, han forzado su dimisión.
Triste: por ahí anda un Mozo de Escuadra independentista, Alberto
Deinaire, con aspecto de julay que se cree que la independencia es para pasado
mañana, verdadera caricatura de lo que Torra y Buch quieren para el cuerpo. Afortunadamente,
en los Mozos va ganando pasos, la necesidad de profesionalidad y de alcanzar un
prestigio que el cuerpo precisa para afrontar la delincuencia.
Esta crisis ha demostrado que el espacio vital de los
indepes se va a acortando cada vez más. En noviembre les sorprendió que los
Mozos -y no la Policía Nacional- les dieran fuerte y flojo. Con el orden público
fuera de control en Cataluña a causa de una criminalidad de espectacular
crecimiento, ahora lo único que falta es un “poder político” que permita un mes
de octubre de “vía libre” a los indepes. Los mandos de los Mozos son
conscientes que el prestigio del cuerpo, ya actualmente erosionado, no
soportaría un “octubre indepe”. Y parece claro que Torra y sus últimos mohicanos
están buscando el muerto que les facilitaría el relanzar el “procés”.