Pedro Sánchez es un producto del PSOE versión 3.1. Un tipo
sin principios. Hay que recordar que el PSOE 1.0. era el de Pablo Iglesias (el
de verdad y no el chepas), el PSOE 2.0. era el socialdemócrata estrenado en la
transición y formado con paletadas de marcos y al calor de la socialdemocracia
alemana y el PSOE 3.0. era el inaugurado por José Luis Rodríguez Zapatero, que,
en realidad, carecía de programa y de ideólogos y había entregado esta tarea a
la UNESCO y a los elaboradores de la corrección política. Y luego está el PSOE
vr. 3.1., el de Pedro Sánchez, que es como el de Zapatero, pero sin que le
interese nada más que el ejercicio del poder. Porque, Pedro Sánchez es lo que
se llama un “oportunista sin principios”. Y esto es, casi siempre malo.
El “oportunista” es un tipo que reacciona según las circunstancias: todo sea para ganar un voto. Total, a él le da igual ser un veleta: si el viento sopla a favor de un acuerdo negociado con el independentismo, se negocia, y en paz. Pero si ese acuerdo puede erosionar la intención de voto socialista en el resto de España y perjudicar a los barones (gracias a los que Sánchez sigue en el machito), pues se le clava el descabello a los indepes y aquí no ha pasado nada. Hay que reconocer que el “oportunismo sin principios” juega en contra del independentismo catalán. El PSOE tiene mucho más que perder si la veleta sigue sus vientos, a lo que ganaría si se configura como el gran azote de indepes.
De hecho, la política de Sánchez no ha variado en nada la
que Rajoy aplicó durante toda su gestión al problema independentista: “Cúmplase
la ley” y “palo al que la vulnera”. Luego ya se verá. Ahora estamos en período
pre-electoral y lo que se tercia es entrar a matar. Pero, claro, luego,
cuando pasen las elecciones, siempre puede ser posible echar un capote a los presos
independentistas que se irán acumulando en los próximos dos años en las
cárceles.
Para Torra, todo es más complicado: en primer lugar,
porque es presidente de un ente autonómico creado para operar una
descentralización administrativa. Y cree que es el presidente de un “nuevo
Estado” en ciernes. La diferencia entre Sánchez y Torra consiste en que, el
primero es un oportunista sin principios y el segundo un fanático troglodita
trasnochado que no se ha enterado que en el siglo XXI la época de formación de nuevos
Estados-Nación ha quedado muy atrás en la historia. Los fanáticos de todos
los tiempos son incapaces de reconocer la dirección de la modernidad, cuando ésta
va en dirección opuesta a sus ensoñaciones.
Y, además, Torra no se ha dado cuenta de lo esencial: es “presidente”
de un gobierno autonómico, es decir, de TODOS los ciudadanos que viven en
Cataluña, y no solamente de los ciudadanos independentistas. Pero esta no
es una tara reciente de la Generalitat, sino que hunde sus raíces en la misma
concepción “pujolista” de la autonomía, entendida como simple previo paso a la
independencia. Así pues, la estupidez de Torra y de sus predecesores, sella
el que buena parte de los catalanes no se reconozcan, no ya en el gobierno de
la gencat, sino en la propia gencat (y utilizo las minúsculas para asumir
que yo tampoco considero como propio, ni siquiera como legítimo la actual
estructura autonómica, lastrada por el nacionalismo y convertida en ariete político
del independentismo).
Cuando se sienta en un cargo público un individuo cegado por
su fanatismo, siempre encuentra a otros que se saben aprovechar de su cortedad
de miras y de su forma obtusa de encarar las situaciones. Torra ha cometido
el fallo más garrafal que un político puede realizar desde el poder:
identificarse con el terrorismo, salir en su defensa y descubrirse que es él
quien le ha dado alas, esperanzas y sostén. A estas alturas, lo único que
puede hacer TV3 es evitar que “su público” (en disminución, por cierto), advierta
que Torra hizo causa común con los CDR y con los militaristas detenidos esta
semana. Pero ahí están las confesiones realizadas ante la Audiencia Nacional en
un clima aséptico, sin gritos, y con ambientador olor a pino y cítrico. Si
Torra conociera el refranero español conocería aquel refrán de “Quien con
niños se acuesta, mojado se levanta”… Pero no es el caso.
La sentencia sobre el 1-O no se demorará mucho y, lo más probable es que se emita antes de las elecciones del 10-N. Esto generará el que el independentismo ponga toda la carne en el asador, consciente de que es su última oportunidad. Y ahí es donde Sánchez, ese oportunista sin principios, se juega las elecciones: no es que la protesta a nivel popular vaya a ser exorbitante, sino que la protesta de la gencat y de Torra si lo va a ser: llanto, victimismo y rasgarse las vestiduras.
Salvo que Torra se acobarde en el último momento y compruebe
que con lo que tiene (TV3, el CDR y poco más) no puede llegar a ningún sitio
tangible, la sombra del 155 planea de nuevo sobre la gencat. Sánchez deberá
decidir una nueva aplicación… salvo que quiera perder más escaños y convertirse
su situación en desesperada (solamente el master chef del CIS da resultados
optimistas para el PSOE, lo más normal es que se registre un fuerte crecimiento
del PP y un estancamiento, con tendencia al retroceso de la sigla socialista.
¡Lo único que le faltaba a Sánchez es demostrar debilidad en la cuestión catalana
para terminar decepcionando a las federaciones periféricas del partido!
Hay quien dice que Sánchez no se atreverá a aplicar de
nuevo el 155… Se equivocan. No se atrevería si fuera un político consciente de
lo que se juega a medio plazo, pero no lo es: es un tipo que reacciona según las
oscilaciones de la opinión pública y al que todo le importa un higo. Si cree
que golpear al independentismo le reportará votos, que nadie dude que lo hará
como el que más. Y si luego, pasada la crisis, cree que mostrarse dialogante y facilitar
medidas de gracia, le supondrá uno o dos puntos más en el barómetro del CIS,
tampoco lo dudará.
Estamos en el tiempo en que los estadistas son un recuerdo. El
oficio de político está al alcance de cualquiera, basta que tenga una alta
capacidad para mentir para aparecer en los medios como el “líder carismático”. Desde
los orígenes de la democracia española, el programa o la doctrina, son para
todos los partidos, cargas y compromisos que no están dispuestos a asumir. Lo
que ocurre es que con Sánchez se ha llegado al límite extremo. Torra, por su
parte, está en el extremo opuesto: el dogmatismo y la incapacidad para
reconocer la realidad, la rigidez decimonónica en las propuestas y los mensajes
a una Cataluña que no existe desde el final de la Primera Revolución Industrial.
Sánchez y Torra, menudo par se han juntado, cada uno en su
especialidad, parecen situarse en los niveles más inferiores del liderazo: y,
créanme, ninguno de los dos, haga lo que haga, conseguirá solucionar nada. El
uno porque es una veleta del CIS y el otro porque su solución es la única que
está dispuesta a admitir.
¿Para cuándo finiquitamos este circo?