Hace cuatro días, el 7 de marzo de 2019, falleció en Angulema Guillaume
Faye. Uno de los pocos libros que salvé de la liquidación de mi biblioteca
convencional fue el primero que leí de él durante mi exilio francés, Le
système à tuer les peuples. Desde entonces he seguido su carrera como
ensayista. Al volver a España lo perdí de vista y durante años no volví a saber
de él. En un viaje a París -debió ser a finales de los 90- compré la nueva
revista que publicaba, J’ai tout compris. Ayudé en la traducción
de El
Arqueofuturismo que incluía algunas notas sobre su polémica con Alain
de Benoist, su exclusión del GRECE (por dos ocasiones, en 1986 y en 2000), y,
desde entonces, fui traduciendo algunos libros y artículos que escribió entre 2000
y la fecha de su muerte.
No tengo ningún inconveniente en afirmar que su obra
constituyó una inspiración para mí. Sus puntos de vista y la forma en la que
los exponía, generalmente provocadores e impactantes, animaron múltiples
debates. Fue uno de los que primero denunciaron la “islamización de Europa” y denunció
el rostro de la modernidad. La fórmula “arqueofuturista”, síntesis de tradición
y revolución, sigue siendo para algunos de nosotros la mejor expresión del
pensamiento alternativo, el mejor paradigma contra la corrección política y el
resumen del programa contra el Nuevo Orden Mundial.
Nunca dejó de creer en la idea europea y en el potencial
europeo para superar la peor crisis de su historia: la actual.
Su técnica consistía en lanzar andanadas provocadoras que
suscitaran debates. Era de los contrarios a cualquier catecismo. Uno de los
motivos que me impulsaron a experimentar el mayor respeto y admiración por él
fue la crítica que él mismo realizó al “gramscismo cultural” defendido por él
mismo y por la “nouvelle droite” en los años 70.
Todos los que lo conocimos, directamente o a través de su
obra, sabemos que se trataba de un personaje excesivo, tanto en su vida
personal como en sus escritos. A diferencia de otros responsables de la antigua
“nouvelle droite”, Faye nunca intentó entrar en los medios de la “respetabilidad
intelectual” y optó siempre por el papel, menos rentable, pero más grato desde
el punto de vista personal, del eterno “enfant terrible”.
En los medios de extrema-derecha, su libro sobre la cuestión
judía resultó muy criticado y se habló de que se había convertido al nacional-sionismo.
Es discutible porque la obra de un autor no puede medirse por algunas páginas
de uno de sus ensayos, sino por la totalidad de su obra. Como máximo puede
reconocerse que Faye compartía la idea de que había que cerrar las puertas al
mundo islámico en Europa y que uno de los aliados objetivos para esta cuestión
era el Estado de Israel. No era el único en proponer esta idea dentro de
Francia, incluso en los medios de extrema-derecha la misma idea había estado
presente en los años 50.
Se acusa a Faye de haber sido excesivamente catastrofista en
sus previsiones y de haber anunciado una “guerra étnica” que todavía no ha
estallado. De hecho, él no la anunció a plazo fijo, pero sí estableció que
algunos fenómenos que se están produciendo en la actualidad, suponen los
primeros chispazos de esa guerra étnica. Creo, sinceramente, que, en este
terreno, Faye acertó plenamente: los nuevos grupos étnicos llegados a Europa siguen
sin reconocerse en la cultura europea y mantienen entre ellos el espíritu de
tribu aferrados a valores religiosos no europeos y a su propia identidad
racial. Si hay momentos en los que están tranquilos es porque el sistema ha comprado
la paz étnica mediante un régimen de subsidios. Si nos limitamos a constatar la
realidad, cuidadosamente ocultada por medios y tertulianos, veremos que una
parte muy importante de los problemas y molestias que sufre la sociedad europea
(incluida la violencia doméstica, las agresiones sexuales y violaciones, la
delincuencia, el deterioro de la seguridad ciudadana) están vinculados, en
mayor o menor medida, al fenómeno de la inmigración masiva y descontrolada.
Libros como La colonización de Europa o El
nuevo discurso a la nación europea, o el mismo Arqueofuturismo con el
que regresó a la arena de la polémica, seguirán siendo libros de texto para
todos los que muestren una objetividad y una ausencia de prejuicios ideológicos
en su intento de ver la realidad tal cual es y no mediante la utilización de
prismas y lentes deformantes.
El esfuerzo de Faye, su carácter dionisíaco y carente de
prejuicios, lo situaban en las antípodas de los intelectuales pequeño-burgueses
que solamente aspiran a que su obra sea reconocida en los foros bienpensantes y
de alta difusión.
Faye, como Evola, como el propio Benoist, incluso como
Thiriart, Duguin y tantos otros, exigen del lector cierta formación cultural y cierta
capacidad para discernir, discriminar y decidir. No son obras que puedan
aceptarse o rechazarse en su totalidad, cada una de ellas tiene matices, aciertos
y déficits y así hay que tomarlos. Faye ni tendrá ni exigirá, ni siquiera le
gustaría que existieran “fayeanos”: lo
que sí exige del lector es algo tan simple como que piense por sí mismo. Si
en este blog figura en el encabezamiento un paradigma personal, reconozco que
parte de él, se debe a escritores como Guillaume Faye, grande entre los últimos
intelectuales europeos.