Lo mejor de los Goya
2019 ha sido, sin el menor género de dudas, el Goya de Honor para Chicho Ibáñez
Serrador. El resto, como cada año, cuestionable, especialmente porque éste
no había grandes películas y las que optaban a un premio oscilaban entre la que
hubiera merecido el Goya a la Películas
Más Mediocre, Campeones de Javier
Fesser, y la acreedora del Goya a la
Películas Más Liada que la Pata de un Romano, El Reino de Rodrigo Sorogoyen. La primera va de discapacitados y la
segunda de corrupción. Hemos visto las dos y, ¿qué quieres que les diga? ¿Cómo
se puede criticar una película que va de los logros de un equipo de baloncesto
formado por deportistas con diversas discapacidades? Y ¿cómo no tender a dar
por buena una película que hable sobre el gran problema de la democracia
española desde su nacimiento, la corrupción?
Vayamos a la primera.
Campeones es de
Javier Fesser. Su quinto largometraje. Repasemos su historial: El milagro de P. Tinto, una película
surrealista, sin pies ni cabeza, pero con una música de los años 40 que valía
la pena rescatar. Consta como el único
papel protagonista que obtuvo Luis Ciges a lo largo de su carrera. Por lo
demás, una completa gilipollez, en la que la vocación surrealista parecía
eximirla de la acusación de absurda. A esta siguió cinco años después La gran aventura de Mortadelo y Filemón.
La recuerdo porque llevé a mi hija de entonces 14 años a verla. Al fin y al
cabo, mi generación y la suya habían leído los tebeos de Mortadelo: era una
posibilidad de ver algo que nos satisficiera a los dos. Al cabo de cinco
minutos quedé horrorizado por el lenguaje soez, las bromas de matriz sexual y
la chabacanería más pedestre. Ni a mi hija ni a mí nos gustó. Luego, en 2013
vino Al final todos mueren, cuatro historias desiguales sobre el fin del mundo
del que la única que se salva es la última ubicada en una tienda de comics del
todo similar a la que ya por entonces aparecía en Big Bang Theory… Reconozco que la siguiente, otra de Mortadelo y Filémón, pero esta vez en
3D, ni me interesó, tuve bastante con la primera. Ah, y nos olvidábamos Camino, dramón sobre una niña enferma
que ofreció sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa. Hubo polémica porque
la familia era del Opus Dei y la niña está en proceso de beatificación, porque
el caso era real. Una verdadera tragedia. Pero si de lo que se trataba era de
presentar al Opus como una secta fuera de la realidad, no era preciso fijarse
en un drama familiar, especialmente cuando la familia no había autorizado la
película y el director se escudaba, simplemente, en que estaba “inspirada” en
el caso de Alexia González-Barros. Cuatro años después de su “último
Mortadelo”, llega Campeones.
La actividad cinematográfica de Fesser oscila, pues, entre la astracanada y el dramón, sin término medio. En ninguno de los dos casos, sus cintas dejan satisfechos a buena parte del público. La habilidad del director es que ha sabido blindarse con la carta humanitaria: sin prejuzgar el grado de sinceridad de sus campañas humanitarias, recuerdo ahora la frase de Proudhom, el socialista utópico francés que decía “quien dice ‘Humanidad’ ¡alto! Pretende engañar”. Campeones está en la línea humanitario-sensiblera, tendrá el Goya pero se ha quedado fuera de los Oscars, que era la aspiración de su director. Y esta es la cuestión: ¿cómo vamos a poder criticar una película que va de discapacitados? Hacerlo, podría dar lugar a pensar que nos burlamos o que no estimulamos a personas que nacieron con minusvalías. Si cabe decir, en cualquier caso, que la intención, incluso, podría ser buena, pero que el desarrollo es malo y el resultado final flojo. Si el director pretendía tocar la fibra sensible de sensibles y sensibleros políticamente correctos, los Goya se lo han reconocido. Si, por el contrario, los Goya pretendía premiar una “gran película”, ésta, desde luego, no lo es. Ni siquiera la idea es original (entrenador en crisis que se ve obligado a dirigir un equipo compuesto por malos deportistas) ¿cuántas películas intrascendentes norteamericanos con esta temática y un happy end se han filmado? La novedad es el toque sensiblero (que tampoco es la primera vez que se ha utilizado en el cine español y en el caso de Fesser, van dos, una en formato dramón (Camino) y otro en modo comedia (Campeones). Poco más vale la pena añadir. Lo importante es conseguir una lagrimita del espectador.
Y luego, en segundo lugar, El Reino… Así como Fesser donde se mueve bien es en los spot
publicitarios -que es lo suyo-, Sorogoyen filmó en el 2016 un peliculón, Que Dios nos perdone, que nos confirmó,
de nuevo, que el mejor género en el que se ha movido la cinematografía española
desde la postguerra hasta nuestros días, es el género negro, el thriller
policíaco. Con un casting muy bueno y con un guion hábilmente elaborado, la
película fue, en nuestra opinión, la mejor que se filmó en España en 2016.
Ahora bien, El Reino es de otra pasta.
Pretende ser un thriller político de
denuncia de la corrupción en “el Reino de España”, pero se trata de una broma
mal resuelta: el último tercio de la película en la que debería resolverse la
situación, no tiene ni pies ni cabeza e incluso, el debate final televisado
entre el corrupto que pretende demostrar la mayor responsabilidad de otros, y
una especie de clon de Ana Pastor, resulta cargante. Ahí termina la cinta.
Película sin final y que, hasta llegar hasta ese momento, es decir, en los dos
tercios previos, se ha llegado a una situación confusa que empieza a derivar de
la manera más increíble desde el momento en que el corrupto “asalta” la casa de
su jefe en la trama y le roba una libreta en la que están todos los pagos
realizados a distintos corruptos. A partir de ahí, por lo increíble del
episodio, la película descarrila.
En síntesis: en la
España de 2019 hablar de la corrupción política en abstracto es casi algo
inocuo… a menos que no se mencionen siglas, situaciones, personajes públicos y
partidos que han protagonizado la corrupción en este país. El caso de los
EREs de Andalucía, el Caso Palau, la Operación Pretoria, las metidas de pata de
Garzón, merecerían una película, o en cualquier caso, podrían inspirar a un
guion que supera el lío intrincado y retorcido que presenta El Reino. En 2018 ya no puede fingirse
que la corrupción tiene siglas, colores y ubicación política. Y en este
película todo esto está ausente, como lo corrupto fuera “el Reino”… lo que
equivale a decir que con “la República” otro gallo cantaría, a pesar de que los
actores políticos fueran exactamente los mismos.
La habilidad de Sorogoyen en esta cinta ha consistido en
“quemar el tema”: a partir de ahí, ya huelga una película sobre la corrupción
en España… simplemente, ya está hecha, ahí la tenéis, es una película
frustrada. Para que alguien diga que en
España no hay “cine político”… Y no lo hay, lo que hay son divagaciones en las
que el director nada y guarda la ropa.
Buenafuente y señora, mejor que Sevilla y Reyes el año
pasado. Pero es que el listón estaba demasiado bajo. Las habituales tonterías
de analfabetos políticos (en este caso un Almodóvar acabado y un Amenábar que
precisa un éxito porque desde Agora
-película muy discutible de por sí- de hace ya 10 años, no ha vuelto a conocer
un éxito y el tiempo no pasa en vano) que este año han querido pontificar,
según la moda bienpensantes de los bobós
a la francesa, sobre Vox. Lo más
gracioso de la noche: Maxim Huerta, el ministro de cultura más breve de la
historia universal, presentando el premio al mejor corto…
El cine español no sale de su sima. ¿Por qué? Por el régimen
de subvenciones. Se siguen filmando películas que no se estrenan, de las que se
han estrenado, más de un centenar no han recaudado ni 1.000 euros en taquillas,
casi un 40% que ha sido visto por menos de 1.000 espectadores. ¿El método? Se
presupuesta una película en 100.000 euros, luego se presenta al ministerio un
presupuesto hinchado con unos costes de 200.000. De esta cantidad, el
ministerio adelante la mitad que es lo que cuesta la película en su conjunto,
si se recaudan 1.000 euros, esos son los beneficios adicionales.
Mientras el cine español no dependa única y exclusivamente
de la inversión privada, o bien se restablezca rigor y seguimiento del cine
subvencionado y se sea selectivo (algo difícil en un medio en el que el
amiguismo, las comisiones bajo mano y el nepotismo están a la orden del día),
el cine español no estará a la altura que técnicamente le corresponde. Y los
Goya no son más que un reflejo de la situación de nuestro cine.