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sábado, 9 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (268) – LA PÁGINA DE LA HISTORIA DE CATALUÑA MÁS TEMIDA POR LA GENCAT


No hace mucho, un querido amigo me regaló los tres tomos de la monumental Historia de las Sociedades Secretas, publicada en el siglo XIX por Vicente de la Fuente. Conocí la obra escarbando en la Biblioteca de Cataluña, hace muchos años. En ella se aludía a una sociedad secreta de “extrema-derecha” llamada El Ángel Exterminador. Estuve durante unas semanas tratando de confirmar la existencia de esta (y de otras) sociedades secretas realistas, rivales de las sociedades liberales (Sociedad de los Caballeros Comuneros, Sociedad de los Carbonarios y masonería). No encontré ninguna confirmación de su existencia, pero sí algunos datos que resultan curiosos y que enlazan directamente con la llamada “revuelta de los agraviados”, en catalán, “la revolta dels malcontents”, una revuelta en la “montanya catalana”, no en favor de la “república”, ni de mayores dosis de autonomía, ni mucho menos de la independencia, sino más bien una revuelta en dirección completamente opuesta: reaccionaria, monárquico-borbónica y anti-liberal, que algunos consideran como una “proto guerra carlista”. Y tuvo lugar en ese corazón de Cataluña al que hoy algunos quieren negarle su españolidad. Obviamente, en las escuelas catalanas se ha borrado cualquier rastro de este episodio histórico. Este artículo quiere recordar el enigma del Ángel Exterminador y la realidad histórica de la “revuelta de los agraviados”

Se empezó a hablar de esta sociedad en el sexenio absolutista, en 1817. No existe ni un solo documento firmado por esta sociedad, lo que no implica, en absoluto, que fuera una ficción. Existieron demasiados rumores en el primer tercio del siglo XIX como para dudar de su existencia. Los pocos estudios sobre la misteriosa sociedad la vinculaban al Obispo de Osuna, Monseñor Juan de Cavia González, y a Roger Bernard, Conde de España. Se daba como tercer miembro conocido del Ángel Exterminador a Francisco Tadeo Calomarde, válido de Fernando VII.

Calomarde ya había descollado junto a Godoy, el Príncipe de la Paz, luego, en las Cortes de Cádiz, se opuso a las ideas liberales y se fue convirtiendo, poco a poco, en uno de los defensores más sólidos de la monarquía tradicional. Tras el “trienio liberal”, llegó su momento de gloria. Los Cien Mil hijos de San Luis, le rescataron del escondite en el que había eludido a masones, carbonarios y comuneros, y lo colocaron al frente de la regencia hasta que Fernando VII volvió a Madrid. A partir de ese momento, fue el más fiel colaborador del Rey y, desde el poder, según los rumores, impulsó el nacimiento del Ángel Exterminador.


Reconstruir la historia de este grupo ultramontano es una tarea imposible. Desde la tercera década del siglo XIX nadie había sido capaz de aportar más datos sobre la misteriosa fraternidad. Sin embargo, todas las fuentes que han llegado hasta nosotros coinciden en que su ideario habría sido recogido por un movimiento popular, nacido de la Cataluña interior, conocido como “la revolta dels malcontents”.

La historiografía nacionalista siempre ha tenido dificultades en interpretar este episodio, así que ha optado por desterrarlo de los planes de estudio. Los “malcontents” eran los “agraviados” que, entre marzo y septiembre de 1827, protestaron contra las medidas de Fernando VII, pero no desde el punto de vista liberal, sino desde su antítesis. Pedían —exigían, en realidad— la restauración de la Inquisición y reivindicaban los derechos que les negaba el Reglamento para los Voluntarios Realistas. Agustí Saperes y Josep Bussons, el famoso Jep del Estany, proclamaron la Junta Suprema Provisional del Gobierno de Cataluña en Manresa. No fue, en ningún caso, una “revolución de las sonrisas”, sino el anticipo de las guerras cartistas. Los revoltosos pronto se hicieron con el control de la Cataluña interior y sometieron a asedio las ciudades de  Cardona, Hostalrich, Gerona y Tarragona.

¿Una revolución en nombre de la “República Catalana de los idiotas”? ¡No!  más bien en nombre del absolutismo borbónico y de una visión ultramontana del catolicismo ¡Y en el corazón de la Cataluña de 1827! En el Manifiesto de la Federación de Realistas Puros,  deploraban el “reformismo” de Fernando VII y para ellos, como para el protocarlismo que anunciaban, existían dos legitimidades que justificaban la monarquía: la  de origen, que cumplía por herencia Fernando VII, y la  de ejercicio que implicaba que sus actos de gobierno debían ser acordes con los principios de la monarquía tradicional. Y allí era donde algunos de los “malcontents” renegaban del titular de la Corona y se fijaban en su hermano, Carlos María Isidro.

Algunos de los agraviados y “malcontents” eran menos sofisticados en sus ideas. Tuvieron su momento álgido tras la cosecha de 1827. El movimiento, estaba formado por campesinos y menestrales que no distinguían las sutilezas del  Manifiesto de los Realistas Puros. Para aquellas gentes sencillas de la montaña catalana, el Rey estaba secuestrado por liberales y reformistas, de ahí que exigieran, sobre todo, un cambio de gobierno.

Fernando VII, reaccionó relevando al gobernador de Cataluña (que pasó a ser el Conde de España, presuntamente vinculado al Ángel Exterminador). Como esto no bastó, el rey se desplazó a Barcelona, entrando, entre vítores y aplausos, por la Cruz Cubierta el 28 de septiembre. Los prohombres de los gremios pidieron y obtuvieron el privilegio de sustituir a los callos y tirar con sus propias manos de la carroza real como símbolo de homenaje.

El Rey permaneció tres meses en la Ciudad Condal, tiempo suficiente para que lo asaltara un ataque de gota, inaugurase la estatua el Hércules de Nemea que hoy se encuentra en el Paseo de San Juan, y conociera a las fuerzas vivas de la ciudad. Incluso se perdió por el parque del Laberinto acompañado por su propietario, el Marqués de Alfarrás. Esa presencia, y el respeto que inspiraba su figura, indujeron a que Manresa, Cervera, Olot y Vich depusieran su actitud rebelde, abrieran sus puertas y se rindieran sin luchar. El Rey pudo explicarles que nadie lo tenía secuestrado. A partir de entonces, el movimiento cedió.

Fue la última revuelta ultramonárquica que hubo en España… y, mire usted por dónde, tuvo lugar en la Cataluña profunda.

Luego seguirían las guerras carlistas que contaron con la participación de un fuerte contingente surgido de esas mismas montañas en las que Jep del Estany y Agustí Saperes, se sublevaron en nombre de la “santa religión, la inquisición y la monarquía legítima”.  Veinte mil campesinos catalanes se colocaron bajo las banderas de los “malcontents”. Uno de sus líderes, Jacinto Castany había escrito en Olot: “a tomar las armas, empuñad las espadas, declaremos la guerra abierta a la infernal chusma de masones, comuneros y carbonarios”.  Estaba claro quién era el enemigo. La inspiración, dicen, procedía del Ángel Exterminador.

Si el Departament de Ensenyament de la Generalitat introducía una sola línea en los libros de texto sobre  “la revolta dels malcontents”, se posibilitaba el establecimiento de la línea de continuidad más temida por la historiografía nacionalista: la que va de la Guerra de Sucesión y de 1714, cuando buena parte de las poblaciones catalanas siguió las banderas de los partidarios de la dinastía austríaca para la Corona de España, a las guerras carlistas que registraron choques entre partidas rivales particularmente intensas en el Principat, pasando por la llamada Guerra del Francés, luego por la Guerra de la Independencia, por el Bruch y por los asedios a Girona, por los menestrales alzados en la Catedral de Barcelona por la independencia española contra el poder napoleónico, hasta llegar a esta revuelta de 1827, pues, en efecto, todas el as indican que hasta el último tercio del siglo XIX, los partidarios de una monarquía tradicional, absoluta, católica y española, eran mayoría en el  Principat. 

Tenían razón, a fin de cuentas, quienes sostenían que el siglo XIX fue el siglo “más español” de Cataluña. Sin olvidar a los regimientos catalanes que combatieron en Cuba o a los últimos de Maracaibo... también catalanes.