Dos constataciones políticamente muy incorrectas. Primera de
todas: este año se celebrarán los 40 años de los “ayuntamientos democráticos”.
A lo tonto-tonto, los que empezamos a tener una edad provecta, hemos ido 10
veces a las urnas a votar a los gobiernos municipales, pero no parece que
nuestras ciudades estén como deberían estar. La segunda, que han reaparecido
enfermedades y problemas que se creían desterrados y que el único factor sociológico
nuevo que los explica fehacientemente, es la aparición de inmigración masiva y
descontrolada. Que, físicamente, nuestras ciudades están más “acabadas” que en
1979 parece relativamente claro: en primer lugar, porque han pasado 40 años y,
por poco que hicieran los ayuntamientos, una obra por aquí un nuevo edificio
por allá, las cosas necesariamente debían mejorar. Pero este embellecimiento
debería de ir parejo a una mejora en las condiciones de vida urbanas. Y esto es
lo que no se ha dado.
Gracias a ese archivo universal que es Internet, leo en El
Periódico de hace exactamente un año: “Catalunya ha registrado siete brotes de
sarna en lo que va de año”. Yo había oído hablar de la sarna y de los sarnosos…
pero nunca me había preocupado mucho el tema. Era cosa de postguerra, de la
España atrasada que pasó hambre en los años 40. Algo que desapareció con el
desarrollismo de los 60 y que, como los piojos en los niños, las pulgas, las
garrapatas o los chinches, pertenecía a un pasado en blanco y negro que no
volvería y que, personalmente, conocía sólo por referencias literarias.
Cuando fui a los Escolapios nadie tenía piojos. En cambio,
cuando mi hija menor, ya en los años 90, empezó a ir al cole -a un centro que
siempre se había caracterizado por su buena dirección y la ausencia de
problemas-, mira por donde, un día recibimos una circular del colegio indicando
que debíamos “desparasitar” la cabeza de nuestros hijos. Mal asunto. ¿Chinchés?
Ni los vi, ni los conocí en la postguerra. Sin embargo, cuando ingresé en la
prisión Modelo para cumplir una condena de dos años por “manifestación ilegal”,
el recinto estaba plagado de chinches y no había insecticida capaz de
liquidarlos.
Sorprendentemente, en la ciudad de Montreal no hará mucho me
encontré con colchones abandonados en las calles. Era raro, porque estaban
nuevos, pero sus dueños habían puesto un letrero: “Bugs”… chinches. Y era que
desde los EEUU -sí, desde los “amos del mundo” y concretamente desde la ciudad
de Nueva York, se había extendido por la costa Este Norteamérica, una epidemia
de… chinches. Pulgar. Debió ser en 2010, un verano caluroso. Había ido a pasar
unos días a Barcelona y, como es mi costumbre, al acabar de comer me iba a
cualquier parque público a leer algún ensayo. Al cabo de un rato noté picores
en los tobillos. El parque estaba repleto de pulgas. Era normal porque en esos
años, el número de hogares que tenían animales domésticos, se había disparado y
no todos eran lo suficientemente escrupulosos para cuidarlos. Todo esto era
molesto, pero no dramático.
Ahora, a toda esta gama de parásitos se une la sarna. Dicen
los medios de comunicación que no debe cundir el pánico porque se “combate
eficazmente”. Ya. Pero también dicen en letra mucho más pequeña que el parásito
se contagia con suma facilidad. Dicen que está vinculada a “la miseria y a la
suciedad”. Desde 1998 se han producido casos esporádicos en Cataluña. Hace
exactamente un año se detectaron brotes en el Hospital Moisés Broggi de Sant
Joan Despí y en el Hospital Sant Joan de Reus. En enero de 2018, en total, se
registraron siete brotes, pero entre 2010 y 2017, los brotes habían sido 115
con casi un millar de afectados. Es molesto: el parásito crea galerías bajo la
piel, allí deposita sus huevos y por las noches o cuando hay algo de calor,
pican, al parecer, extraordinariamente. Con una pomada se resuelve. Sí, pero
hay que ponerla y hay que diagnosticarlo y además hay que aislar sábanas,
toallas y ropa del usuario. La gencat dice que “muchos” de estos brotes han
tenido que ver con geriátricos y con ancianos que no notan que tienen el
parásito porque tienen las facultades neurológicas disminuidas. Bonito eso de
acusar de sarnosos a los abuelos.
Lamentablemente para la gencat, otras fuentes dicen lo
contrario: que la mayoría de datos ha tenido que ver con inmigrantes y,
concretamente, con los famosos MENA, muy difíciles de controlar, de aplicar un
remedio y de someter a examen periódico. Y ni siquiera se dan cuenta de que lo
tienen dado el uso y abuso de drogas, desde esnifar pegamento hasta el
omnipresente porro que incita a pasar de todo. Cuando en el mes de noviembre la policía detuvo a un piso ocupado por
estos MENA que habían agredido sexualmente a una pareja en Barcelona, hubo que
descontaminar la comisaria de los Mossos: los MENAS, en cuestión, eran sarnosos…
por mucho que algunos llevaran 10 años “tutelados” por la gencat.
Por eso no me extraña la noticia publicada por El País: “Los afectados por sarna se triplican en 2018 en Cataluña y llegan hasta
687”. La realidad de los hechos ha desbordado la intención del diario
progresista de solamente aludir a la inmigración elogiosamente: “La mayoría de casos se dieron en
residencias geriátricas y de discapacitados, en centros de acogida de adultos y
menores y centros de inmigrantes”.
La Generalitat no
está interesada en el asunto: la independencia resolverá incluso el problema de
los sarnosos milagrosamente. Y el Ayuntamiento de “Welcome Refugiados” tampoco parece muy dispuesto a reconocer la
gravedad del problema que se une a la epidemia de chinches que sufren algunas
zonas de la ciudad. No se trata de
hablar del asunto en período electoral, no sea que el electorado termine
pensando que una ciudad es algo más que una serie de obras públicas
interminables que generen la sensación de que el ayuntamiento “está haciendo
algo”, sino también una calidad de vida de la que el barcelonés hace ya tiempo
que se despidió.