Cuatro años de gobierno de la Colau y décadas de gobierno
socialista, independentista y convergente, pueden ser considerados responsables
principales de que Barcelona sea hoy la ciudad líder en delincuencia. No lo
digo yo, que lo decía La Vanguardia
el pasado mes de septiembre. Los titulares no utilizaban el habitual
eclecticismo de este medio periodístico para el que todo lo que ocurre en
Cataluña es aceptable: “Barcelona lidera el ranking de ciudades con
más delitos”, “La escalada delictiva de la capital catalana no tiene parangón
con las otras grandes ciudades españolas”, “Barcelona registra una media de más
de veinte delitos por hora”, “Los hurtos disparan las estadísticas de
infracciones penales en la capital catalana” y, para rematar “Más violaciones
que en el 2017”… Está claro que al Grupo Godó, la actual alcaldesa no
es santo de su devoción. Pero ¿de dónde ha sacado La Vanguardia estas
cifras? Y esto es lo más sorprendente: “Que Barcelona es hoy una ciudad más
insegura que hace un tiempo no es sólo una percepción subjetiva. Lo avalan las
estadísticas, aquellas que Generalitat y Ayuntamiento van aportando con
cuentagotas y con evidente retraso”. Así pues, si se trata de cifras de
estas dos instituciones, cabe pensar que no solamente van retrasadas y con
cuentagotas, sino que además están redimensionadas a la baja: porque, luego
están los delitos que no se denuncian y los que no se contabilizan como tales
(aun siéndolo).
Reconozco que estuve tentado de llevar a mis nietos a ver la
cabalgata de Reyes de la pasada noche del 5, pero desistí precisamente por la
inseguridad que se respira en Barcelona. Y es una pena porque esto supone
romper una tradición: mis padres me habían llevado y yo había llevado a mis
hijos; esta era la primera ocasión en la que también podía llevar a mis nietos.
Pero ¿quién se arriesga con niños a ir a
una aglomeración de masas terreno adecuado para las legiones de delincuentes
que se han instalado en la ciudad de la Colau?
El mismo 5 de enero El País ofrecía el siguiente titular: “La sensación de inseguridad reaparece en Barcelona” con el siguiente subtítulo: “Los narcopisos y el aumento de pequeños hurtos alientan la preocupación por la delincuencia”. El diario aportaba algunas cifras que La Vanguardia no se había atrevido a publicar tres meses antes: solamente los hurtos han crecido ¡un 19’8%! Y el mayor aumento se ha producido en distritos en otro tiempo tranquilos como el Eixample y la turística Ciutat Vella. El coordinador de criminología de la Universidad Autónoma reconocía que “la sensación de inseguridad se ha apoderado de la ciudad”. Las cifras son del ministerio del interior (lo que explica que El País las haya reconocido como buenas) que, realmente, cuenta en Cataluña con poquísimos recursos; así pues, una vez más, es previsible que la delincuencia haya aumentado mucho más de lo que dicen las estadísticas.
Dice El País: “Pero para los Mossos uno de los problemas más delicados son los
jóvenes inmigrantes en situación administrativa irregular y sin familia, los
conocidos como MENA, que malviven en el centro. Uno de cada cuatro detenidos en
Barcelona responde a ese perfil, la mayoría por robos y hurtos, pero alguno de
ellos se ha visto implicado también en violaciones, que han crecido en la
ciudad un 16,3% (de 92 a 107 agresiones sexuales con penetración). A todo ello
se suman los ladrones de joyas por la calle, los punteros que buscan turistas
para llevarlos a clubes cannábicos, la prostitución nocturna en La Rambla que
en ocasiones aprovecha para robar al turista bebido, y cierta sensación de
“dejadez”, en palabras de Cid, y desorden en el centro”…
Todo esto es pura
mentira. ¿Lo oyen? Mentira. El aumento de la delincuencia en Barcelona no es de
ahora, empezó a notarse en los años 80, cuando los socialistas despenalizaron
el consumo de droga: zonas como el Raval se convirtieron en pudrideros de
yonkis (uno de los hermanos de los Maragall, de Pascual y de Ernesto, apareció
muerto en uno de los lugares más sórdidos de la ciudad), luego, cuando el
fenómeno remitió (no por acción policial, sino, simplemente porque toda una
generación de yonkis murió de SIDA y de sobredosis) empezó a llegar inmigración
masiva. El problema de los hoy llamados MENA apareció por primera vez en 2002,
cuando ¡400 menores!, sí 400 menores marroquíes operaban todos los días en la
zona de Pelayo, Ramblas, Plaza Real, viviendo en la calle… ¡tutelados por la gencat
y el Estado! Ya por entonces, los asistentes sociales del Raval se sorprendieron
en su buenismo cuando descubrieron que los “romaíes”, gitanos rumanos, no
consideraban una falta moral el robar a los que no eran de su comunidad, sino
que lo tenían como algo natural. Y fue por esas mismas fechas cuando al
ayuntamiento se le ocurrió la genial idea de “negociar” con los Latin Kings,
subvencionarlos y convertirlos en asociación legal…
Cuando llegó la Colau -hay que decirlo- la situación de la
inseguridad ciudadana en Barcelona, ya estaba muy extendida y ella, en su
indescriptible inutilidad y mediocridad, no tuvo ni conocimiento ni iniciativa,
ni ideas para gestionar la crisis: los narcopisos florecieron por toda la
Barcelona antigua, que, por lo demás, vio como aparecían “clubs de cannabis”
(400 según unos, 600 según otros) en la misma zona, llegaron okupas de toda
Europa atraídos por la debilidad del gobierno municipal y una gencat que solo
tenía interés por “la independencia”.
Lo que ha ocurrido en
Barcelona: no es una catástrofe. Es un verdadero suicidio. Porque, los
anteriores gobiernos municipales, desde los Mundiales del 82 entendieron que el
futuro de la ciudad estaba en el turismo. Las olimpiadas del 92 les
convencieron. Pero el turismo, a medio
plazo está reñido con la inseguridad. De momento, la naturaleza del
problema no se nota, pero lo cierto es que a Barcelona hace tiempo que el
turismo “de calidad” (el que se gasta dinero) va descendiendo y hoy es muy
minoritario en relación al turismo de aluvión, chancletas, litrona, petardo en
boca y entre borracho y empanao permanente. Durante los años de la Colau lo
único que se ha hecho ha sido transformar viviendas ciudadanas en pisos para
turistas, asistir a una subida espectacular de alquileres (un cuchitril de
mierda vale hoy 1.000 euros/mes) y hacer cada día más imposible la vida a los
ciudadanos que quedan en la ciudad.
¿Y ahora qué? Ahora nada. Ahora esperar que las próximas
elecciones pongan los puntos sobre las íes. Lo que está claro es que la
política de debilidad y de paños calientes, la política de “¿quieren drogarse? ¡vamos a
facilitárselo!”, la política de “¿no tienen vivienda? Hay que abrir las
puertas a la ocupación”, la actitud de “¿son inmigrantes? Bienvenidos”, “¿son
manores magrebíes? Les damos, como al rey de la casa, todo”… El “¿tenemos
que hacer algo? Lo siento: somos independentistas, los problemas se soluciones
después de la independencia”… todo esto, absolutamente todo esto, tiene
que ser, no solamente castigado en las urnas, sino arrojado a las letrinas. Una
ciudad se ha hundido delante de unos partidos que por debilidad, por complacencia
o por estupidez, no han sido capaces de controlar, ni siquiera de identificar,
los problemas que amenazaban a Barcelona.
Es hora de que
lleguen nuevas fuerzas políticas al ayuntamiento capaces de barrer toda esta
mezcla de incapacidad y tontería. Y a la Colau, la primera. Por supuesto.
Pero, no olvidemos que los socialistas ni los indepes (moderados o no), tampoco
son completamente inocentes.