Sería ocioso ir más allá de lo dicho sobre el
trans-humanismo. Toda ahora la ingrata tarea de proponer un juicio de conjunto
y también una alternativa. Para ello, hará falta volver a lo dicho en los
primeros párrafos de la primera entrega de esta serie: el “humanismo” (como
filosofía que sitúa al individuo en el centro de la historia) debe ser
superado. A pesar de que los trans-humanistas generen un baile de confusiones y
aludan a que su intento debe conducir a la “post-humanidad”, entendida como una
“superación del actual estadio evolutivo de la humanidad”, nosotros creemos
mucho más sensato revalorizar el sentido de lo humano (mediante el
reforzamiento de todo el régimen de identidades que constituyen sus puntos de
referencia: identidad cultural, identidad sexual, identidad nacional, identidad
étnica, identidad social, identidad personal) integrando los adelantos técnicos
procedentes de las ciencias de vanguardia.
No es la humanidad lo que precisa
ser “superado” sino la concepción “humanista” que ha sido hegemónica, primero
en el terreno del arte y de la cultura, luego en el de la filosofía y,
finalmente, en el de la religión y la política.
El avance de las ciencias es algo que no es posible detener,
ralentizar, ni siquiera orientar. Pero,
las ciencias -al igual que la economía- no son fines en sí mismos, sino medios
para alcanzar un fin. Y ese fin no puede ser otro que contribuir al aumento del
bienestar de la sociedad y, por tanto, de su estabilidad.
No importa, por ejemplo, que la nanotecnología, la medicina
o la farmacología, garanticen que la vida pueda prolongarse en condiciones
normales, 130 años: hace falta, prever lo
que esto puede suponer, especialmente si la privatización de la sanidad, hace
imposible el acceso a estos avances para
la mayoría. Obviamente, se retornaría a la “lucha de clases” que, en el
fondo, fue una respuesta de las clases desfavorecidas a las clases pudientes y
que ahora pasaría a ser, de nuevo, una lucha por la supervivencia bajo otro
formato.
No importa, así
mismo, que la robótica y la inteligencia artificial eliminen el 75% de los
trabajos actualmente existentes: de lo que se trata es de que quienes se
liberen del trabajo tengan la posibilidad de encontrar otros alicientes y dar
un sentido a sus vidas. Y, por supuesto, sobrevivir sin trabajar… ya que
los puestos de trabajo no serán accesibles a todos, ni siquiera atendiendo a su
preparación ni a su capacitación profesional.
En cualquiera de estos dos casos, y en otros muchos que se
puedan presentar, hará falta reformar las estructuras del Estado y garantizar
que éste estará en condiciones de entregar salarios sociales a cambio de
determinadas prestaciones, servicios o tareas. Por lo mismo, hará falta
olvidarse del bíblico “creced y
multiplicaros” y actuar en dos direcciones: estabilizar la población de las
naciones, estabilizar las sociedades, procurar que sean lo más homogéneas
posibles, y generar las mejores condiciones de vida y de educación para los
nuevos nacimientos. En estas condiciones, los
Estados deberán imponer profundas reformas educativas tendentes a forjar el
carácter de los jóvenes y, al mismo tiempo, medidas eugenésicas: “menos, pero mejores”. Por otra parte, no hay que olvidar que
no existe “desarrollo sostenible” en el planeta tierra, sino que el planeta tiene
unos recursos limitados que deberán ser administrados de la manera más prudente
posible. Y para ello hará falta optimizar el número de habitantes del planeta y
no escandalizarse por la reducción de la población en Europa: “menos, pero mejores”. El problema
radica, especialmente en países (China, África y el mundo árabe) de demografía
explosiva de la que Occidente debe protegerse.
En el terreno
político, las doctrinas humanistas (liberalismo, socialismo, marxismo) ya no
responderán a las exigencias del tiempo nuevo, ni, por tanto las “partidocracias”
actuales podrán mantenerse: será preciso reconocer que la democracia solamente
es viable cuando toda la población alcanza unos niveles de cultura cívica,
capacidad crítica y bienestar óptimos, pero es inútil y se pervierte su sentido
en situaciones de indigencia cultural, masificación y amputación de la
posibilidad de establecer juicios objetivos sobre la actuación de los
gobernantes.
Estamos persuadidos,
igualmente, que, en efecto, nos aproximamos a una “nueva era” e, incluso que
está implicará la superación de lo que ha sido en la anterior, el eje de la
cultura occidental (el cristianismo, que los newagers vinculan a la Era de Piscis), pero no será (como pretenden
esos mismos medios) la “era de la
Humanidad” lo que se imponga, sino que (al igual que Piscis tiene su complementario
en Virgo, la Virgen y ésta, efectivamente tiene un papel muy importante en el
cristianismo) la “nueva era” puede
depender, en grandísima medida, del signo opuesto a Acuario, el de Leo, que
introduce un nuevo elemento en la ecuación: la jerarquía. La resultante será,
pues, una nueva humanidad que recupere de nuevo la idea de Orden, implícita en
la noción de jerarquía. Pero, sin necesidad, de recurrir a las concepciones
puestas de moda por los newagers, cabe prever que, tras el “horizontalismo” que se ha impuesto de manera creciente desde
la Revolución Francesa y que, en este momento, está agotado llegando a sus
últimas consecuencias, se impondrá un retorno del péndulo hacia el “verticalismo”
y, solamente se tratará de evitar, que no sea ni la capacidad económica, ni la
brutalidad, o la simple tecnocracia, en función de la que se reorganicen los
sistemas jerárquicos, sino en base al carisma, el liderazgo, la capacidad de
organización y de mando, los valores personales y su fidelidad hacia ellos y la
capacidad de entrega de la persona a la sociedad con el reconocimiento de que
lo comunitario es superior a lo individual.
No se trata, por
tanto, de renegar a los descubrimientos y avances científicos, sino de negar,
en primer lugar, la idea de “progreso”. Tales avances pueden ser empleados en
realizar la Utopía, o bien, hacia todo lo contrario: para convertir el mundo en
un infierno. En segundo lugar, se trata de reconocer que las sociedades
humanas precisan, para ser viables y facilitar la vida a sus miembros, ser
estables. Por tanto, se trata de
combinar ambos polos: evitar que el progreso científico convulsione cada veinte
años a la humanidad y facilitar el que los Estados puedan aplicar reformar que
vayan al paso con estos avances científicos. Para ello será preciso dotar a
las sociedades y al propio Estado de unos valores que permanezcan inalterables
y se sitúen por encima de los cambios.
En este esquema está implícito la alternativa al trans-humanismo
y lo que podemos definir como post-humanismo: una síntesis entre Tradición y Revolución. Tradición en los valores.
Revolución en la integración de los avances técnológicos en el devenir social.
Todo ello bajo tres principios: Orden
(estabilidad y referencia a valores inalterables), Autoridad (derivada del liderazgo, de las capacidades individuales
y de la voluntad de poder puesta al servicio de la sociedad, más necesaria aún
en el momento de la reconstrucción, tras las desintegraciones actuales) y Jerarquía (organización de la sociedad
en distintos niveles en función de sus capacidades e intereses). Esto implicaría, en síntesis: restaurar los
regímenes de identidades que han venido siendo tradicionales e inseparables de
la humanidad.
En definitiva, de lo que se trata es de recuperar un tipo humano “tradicional” para un determinado momento de
la historia caracterizado por el impacto de las vanguardias tecnológicas.
Solamente esta combinación conseguirá disipar las fantasías distópicas del “trans-humanismo”
y la superación de la filosofía “humanista”, de la que el primero es solamente
su consecuencia más extrema.
Leer Trans-Humanistas y Post-Humanistas (Parte V)