INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

lunes, 26 de noviembre de 2018

365 QUEJÍOS (207) – ACCIDENTES DE TRÁFICO


En medicina se aplica un concepto fundamental: “etiología”. Derivado del término griego αἰτιολογία, se aplica en patogénesis al estudio de la causa de las enfermedades. Es simple: no se trata de saber por qué un tipo estornuda sino saber, exactamente, por cuál de las muchas causas que generan ese tic, lo hace. Eso le indicará al médico el tratamiento a aplicar para remediar la enfermedad. El estornudo es un acto reflejo y compulsivo que puede derivar de alergias, inflamaciones de las vías respiratorias, inhalación de corticosteroides, ingesta de algunos alimentos a los que el sujeto es alérgico, infecciones virales e incluso reacciones a la luz… Un facultativo sabe su trabajo, cuando, tras localizar el desencadenante del estornudo receta el tratamiento adecuado. Otro ejemplo: al producirse un terremoto, existen dos puntos importantes para localizarlo, el epicentro y el hipocentro. El epicentro en la zona de la superficie de la corteza terrestre en donde el seísmo se nota con mayor intensidad… pero no es el centro del terremoto, porque las causas son más profundas y se encuentran en el hipocentro. Es ahí, en las profundidades de la tierra en donde se ha producido la ruptura de la falla y donde tiene su origen el seísmo. No se puede confundir el epicentro con el hipocentro como no se puede confundir la Luna con el dedo que la señala.  Y todo esto ¿a qué diablos vienes? A la inutilidad de la clase política que gestiona el Estado que es incapaz de distinguir el hambre de las ganas de comer, el epicentro del hipocentro o el síntoma con la enfermedad.

Veo unos anuncios particularmente desagradables sobre accidentes de tráfico. Dicen que la Dirección General de Tráfico los emite para sensibilizar a la opinión pública sobre el tema. Me cuentan que, en algunos peajes de autopista, aparecen afectados en sillas de ruedas, y con discapacidades derivadas de accidentes en los que han participado o que los han sufrido. No sé si creérmelo. No he visto ninguno, como tampoco he conocido a nadie que le haya tocado el cupón de la ONCE. Ahora bien… me temo que, incluso en el caso de que esto fuera cierto, hay un error de percepción en la campaña.

Siempre han existido accidentes de tráfico: en otros tiempos porque los coches eran inseguros, algunas piezas se rompían con facilidad después de años de uso, se perdía la dirección y 1zas¡. Recuerdo, igualmente, que cuando era pequeñito en las carreteras comarcales era frecuente que a ambos lados figurasen árboles. Era casi entrañable, pero existía el pequeño problema de que si el conductor perdía el control durante un segundo se partía el alma contra uno de estos árboles cuyo follaje, por lo demás, hacía que el sol filtrado entre las ramas fatigara y obstaculizara la visión de los conductores. Y luego estaban los problemas derivados de la mala calidad de las carreteras. Por no hablar del descontrol en la velocidad.

Todos estos elementos han sido eliminados uno tras otro: los coches son más seguros, las carreteras más lineales, los árboles han sido talados y se han colocado barreras protectoras, los límites de velocidad han descendido y los controles de alcoholemia y los mecanismos automáticos de control y multa se han multiplicado. Así pues, a estas alturas los accidentes de tráfico debían de haberse reducido a la mínima expresión, sino desaparecido. Y no ha ocurrido así. ¿Qué pasa para que la DGT nos obsequie de nuevo con una de estas campañas de sensibilización tan desagradables como inútiles?



En 1965 murieron en España unas 3.700 personas en accidentes. Era normal: los españoles estaban accediendo por primera vez masivamente al 600 y las carreteras eran malas o muy malas. No había todavía ni un solo kilómetro de autopista. En 1975, cuando se produce la muerte de Franco, se ha llegado a los 7.000 muertos al año y se alcanza la espectacular y dramática cifra de casi 10.000 muertos en 1989, lo que coincide con el inicio del declive político del felipismo. Es en ese momento cuando empiezan las campañas de seguridad viaria que dan su resultado: en 1996, cuando sube Aznar, se está al mismo nivel de accidentes que en 1974. No hay mucho mérito en ello: multas, presencia de la Guardia Civil en carreteras, el país ya disponía de una red de autopistas y carreteras seguras. Luego, las cifras de víctimas van bajando hasta 2012 en donde, por primera vez descienden ligeramente por debajo de los 2.000. Pero, a partir de ese momento, las cifras de muertos tienden a estabilizarse y en los dos últimos años han ido ascendiendo. No hay un aumento sensible del tráfico rodado, no es que la calidad del firme haya descendido. No es que haya descendido la presencia de la Guardia Civil o de las policías autonómicas en carreteras. Tampoco es que haya aumentado el número de inmigrantes procedentes de países en los que se reparten los carnés de conducir sin examen. Es algo mucho más simple: a partir de 2012 empiezan a percibirse, también en la circulación viaria, los efectos de la banalización del porro

Pero “el legislador” no reacciona: la DGT, por ejemplo, insiste en que no está prohibido consumir drogas… pero sí conducir bajo los efectos de cualquier droga. Pero no habilita de oficio controles antidrogas ni pruebas similares a las de alcoholemia. La propia DGT declara que un 12% de los conductores circulan bajo efectos de alcohol y de “otras drogas”, pero no es más específico: ¿qué otras drogas? ¿en qué porcentajes? Porque, si bien el consumo de alcohol permanece estable desde 2011, con cierta tendencia a disminuir, existe un hermetismo absoluto sobre la incidencia del porro en los accidentes de tráfico. Como si se quisiera ocultar para no obstaculizar el proceso de “integración” del porro entre los hábitos sociales y, a pesar, de que cualquier médico sabe que la acumulación de THC en los tejidos grasos del organismo es una de las espitas que abren la vía a la esquizofrenia. Nadie se vuelve lelo, ni queda empanado de por vida por un porro, pero la acumulación de porros termina generando enfermedades muy concretas y existe una amplia literatura médica para demostrarlo. Las psicosis cannábicas están cada día presentes en las salas de urgencia, como hace quince años estaban los comas etílicos.

Ahí está la causa del repunte de los accidentes: y la DGT ni siquiera lo menciona. No ha realizado -recuérdese el primer párrafo- una etiología correcta del problema… luego, no hay absolutamente ninguna posibilidad de que el tratamiento surta efecto. Dicho de otra manera: seguirán produciéndose accidentes de tráfico con resultado de muertos porque un grupo de conductores tienen la venia que ya no tienen los que se han bebido un par de cervezas. Por lo mismo, tiene gracia que el 60% o el 75% de la superficie de los paquetes de cigarrillos esté destinada a anunciar lo dañinos que son… pero no se diga nada sobre el porro que, a fin de cuentas, supone igualmente fumar. Quinientos clubs de cannabis esperan a los colgados de toda Europa en Barcelona. La tierra de promisión del cannabis en Europa ya no está en Amsterdam, sino en Barcelona. El gran logro de la Colau cuyo nombre es alabado por todos los colgaos europeos.

Y este error de no realizar una etiología correcta o de confundir el “epifenómeno” que se produce en la superficie, con las causas más profundas, está presente en muchos otros aspectos de la vida social: desde la violencia machista (mientras no se diga bien alto y bien claro que MAYORITARIAMENTE está centrada en determinados grupos étnicos, no se erradicará), hasta la enseñanza y la propia sanidad. Es inevitable: su algunos diputados se comportan en el hemiciclo como alcohólicos en una taberna de arrabal, pedirles que legislen excede con mucho a sus capacidades.