La Falange barcelonesa no arrancó bien en los años 30. Estos
días he estado leyendo todo lo que se ha escrito sobre la historia de la
Falange barcelonesa (una parte de la cual conocía muy bien, transmitida directamente
por los protagonistas que sobrevivieron a la guerra civil hasta los años 60 y
70) y me han llamado la atención varios elementos. El primero de todos: que, desde el principio estuvo dividida en
distintas fracciones rivales y
malamente avenidas. De todas las jefaturas territoriales de Falange, la de
Barcelona figuraba entre las que tenían una implantación más débil. Se duda si
fueron 200 los afiliados en Barcelona o 2.000 en Cataluña, pero no fueron,
desde luego, muchos más. Y, a diferencia de en otras regiones en donde, a
partir del hundimiento de la CEDA y de Renovación Española, afluyeron en la
primavera de 1936, miles y miles de nuevos adheridos, en Barcelona ese tránsito
no se produjo… antes de la guerra. Luego, al entrar las tropas de Franco en
Barcelona, Falange -convertida ya en Movimiento Nacional de FET y de las JONS-
creció extraordinariamente. Si, ya sé que todo esto no es para quejarse, pero
permítaseme que, algún día aproveche para ejercitar la memoria histórica.
Decía que Falange Española en Barcelona nació dividida.
Efectivamente, por un lado, teníamos al
delegado puesto por José Antonio, Roberto Bassas que oficiaba como responsable
territorial. Y luego teníamos a José María Poblador, que procedía de las JONS y
que nunca estuvo, junto con el núcleo barcelonés partidario de Ramiro Ledesma,
completamente integrado en el dispositivo falangista. Entraron, se
consideraron un grupo aparte, salieron, fundaron el PENS (Partido Español
Nacional Sindicalista) y luego volvieron a entrar en Falange, poco antes del 18
de julio de 1936, manteniendo el resto de la delegación, desconfianza hacia
ellos porque seguían haciendo rancho aparte. Y luego estaba el tercer grupo, el dirigido por Luys Santamarina, el
escritor e intelectual, el barcelonés, miembro de la “corte literaria” de José
Antonio que, paradójicamente, era el jefe de las CONS.
He de decir, que conocí personalmente a los representantes
de cada una de estas tendencias (a los que, afortunadamente, sobrevivieron a la
guerra y entre los que se encontraba uno de mis tíos) así que puedo dar fe de
algo que me sorprendió: que se trataba
de gente excepcional, de los que ya no quedan. Me los encontré en el
Círculo Doctrinal José Antonio de Barcelona (los Celestino Chinchilla, los Luis
de Caralt, los Joaquín Encuentra). O Luys Santamarina que andaba por el
Distrito VIIº del Movimiento. Así que el hecho de que el núcleo falangista
fuera minúsculo y en permanente polémica, me resultaba todavía más curioso.
Había motivos doctrinales, políticos e, incluso,
sociológicos para ello. Con Luys
Santamarina, paradójicamente, no estaban los intelectuales del partido, ni como
dejaba sugerir su responsabilidad al frente de las CONS, la rama sindical de la
Falange. Se afiliaron algunos obreros y, a lo que parece, más que obreros en
activo, parados. Nunca existieron en Cataluña unos sindicatos falangistas
dignos de tal nombre: habitualmente, cuando se alude a las CONS en Barcelona se
alude a un grupo lumpen y a los más
activistas y partidarios de la acción directa de la Falange barcelonesa.
Estaban, efectivamente, en contacto con la CNT, pero no fueron estos contactos
los que salvaron la vida de Santamarina, durante la guerra civil e impidieron
que se ejecutaran sus dos condenas a muerte, sino su carácter intelectual y el
que mantuviera amistad con los círculos intelectuales republicanos que habían
participado en la tertulia que organizaba en un cafetín de las Ramblas (Max Aub
entre ellos). Santamarina quería un fascismo escuadrista, revolucinario,
lanzado, españolista y radical.
Era normal que Luys Santamarina (que fue ganado para el
partido por Ruiz de Alda, después de que éste y José Antonio leyeran su estudio
sobre Cisneros) estuviera enfrentado
caracterológicamente con Roberto Bassas, jefe territorial de Cataluña. Bassas
era el que llevaba la famosa pancarta de “Viva
la unidad de España” cuando se interrumpió el I Consejo Nacional de Falange
a causa de los sucesos de Asturias y Cataluña el 6 de octubre de 1934, para ir
en manifestación a la Puerta del Sol. Procedía
de la Lliga y, antes que eso, había salido del grupo de L’Opinió (de Lluhí i Vallescá, luego conseller de la Generalitat)
que fue uno de los grupos que dio lugar a ERC. Era un hombre moderado, alejado
de cualquier radicalismo y que estaba en la línea de José Antonio en lo que se
refería a la interpretación del “hecho catalán”. Vale la pena definir cuál
era esa posición: José Antonio reconocía al nacionalismo regionalista cierto
interés, surgía de lo inmediato (diez años después, Konrad Lorenz aludía al
nacionalismo como modulación del instinto territorial propio de los mamíferos
superiores), era la actitud “fácil” o “espontánea”. Pero luego estaba la otra
actitud, la “difícil” que consistía en considerar a la nación como una “unidad
de destino”. Es fácil deducir que esta posición la había asimilado José Antonio
del pensamiento de Charles Maurras y era común en el pensamiento de las
derechas radicales europeas de los años 20 y 30. Incluso la Lliga Regionalista
de Cambó y de Prat de la Riba, estaban de acuerdo en estas consideraciones. En
la práctica, la tendencia de Bassas incorporaba este elemento a su patrimonio
doctrinal: los “camaradas falangistas”
de esta tendencia, moderados, se expresaban en catalán, e intentaban articular
un discurso abierto a los “lliguistas”. Algo que ni se pasaba por la cabeza de
los elementos orbitados en torno a las CONS de Santamarina.
Y luego estaba Poblador
y los alegres muchachos de las JONS. Eran particulares, porque se tenían por
más revolucionarios que los miembros de la tendencia de Bassas y más obreristas
que los que figuraban junto a Santamarina. Seguían ciegamente las
indicaciones y sugerencias de Ramiro Ledesma (cuya trayectoria después de la
ruptura con José Antonio y tras la aparición de sus dos libros Discurso a las Juventudes de España y ¿Fascismo en España? se pierden pero,
todo induce a pensar, que pasan por Barcelona en los primeros meses de 1936,
hasta que retorna a Madrid y pone en marcha -en nuestra opinión, habiendo
reconstruido su relación con José Antonio- su última empresa periodística, Nuestra Revolución. El propio Ledesma anima al núcleo jonsista barcelonés
a abandonar el proyecto del PENS para reingresar en Falange Española, algo que
hacen, pero sin integrarse completamente.
Tres tendencias para un microcosmos de apenas 200 personas…
Es como para meditar, especialmente porque, en una región en la que resultaba
difícil de trabajar. Dos personas por las que se había interesado José Antonio:
Bassas y Santamarina… y dos actitudes completamente diferentes ante un problema
muy concreto (la cuestión catalana). ¿Lo más terrible? Bassas fue asesinado
después de pasar buena parte de la guerra escondido. Santamarina tuvo dos
condenas a muerte a las que sobrevivió. Poblador pasó la mayor parte de la
guerra civil en la cárcel. Al parecer no más de 50 falangistas se sumaron a la
sublevación del 18 de julio, por unos 300 carlistas. Sin embargo, cuando las
tropas de Franco entran en Barcelona, la proporción se ha invertido: Falange
(transformada en FET-JONS) crece como la espuma, mientras el carlismo se
encierra en su defensa de la tradición y de la monarquía legítima e implosiona
perdiendo la ventaja inicial que tuvo hasta 1936. ¿Lo más significativo? El grupo catalán que llegó a Burgos
consiguió articular dos centurias propias y algunos catalanes estuvieron
situados del lado de Hedilla cuando se produjo la crisis de la “unificación”.
¿Alguna conclusión? Faltó
en la Falange barcelonesa unificar posturas; falto energía en la jefatura
nacional para resolver la “crisis permanente” en la que estuvo inmersa siempre
la falange catalana antes de la guerra. Luego, las posiciones siguieron siempre
siendo exactamente las mismas: o considerar a Cataluña como “territorio enemigo ocupado” o bien
considerarla como “una zona de España con
lengua propia”. Después de la guerra, estas posiciones siguieron vivas
mientras el Movimiento de FET-JONS tuvo vida propia en Cataluña (lo que
ocurriría hasta mediados de los años 60, cuando se produjo una implosión y
prácticamente Falange perdió toda la fuerza social que tenía en Cataluña). Pero
lo más curioso, sin duda, es que la Falange barcelonesa que yo conocí a finales
de los 60 y a lo largo de los 70 estaba igualmente dividida como lo estuvo la
fundacional más por rencillas personales que por diferencias políticas (si bien
es cierto que siempre, lo habitual es que las rencillas se enmascaren bajo el
más asumible aspecto de diferencias de criterio político). Hay cosas que no cambian en el tiempo. Cambian las situaciones e
incluso las calidades de las personas, pero en esta España cainita, dentro de
un mismo partido sigue existiendo la misma división con el paso de las décadas.