INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

viernes, 2 de noviembre de 2018

365 QUEJÍOS (186) – LA TEORÍA DEL “BIEN MENOR” (II de IV)


Recuérdese lo dicho y escrito ayer: se desaconsejaba ir a las urnas con la nariz tapada, experimentando cierta repugnancia por aquel al que se entrega el voto. Se atacaba la teoría del “mal menor” y se sugería que, para eso, era mejor no votar. Al mismo tiempo, se recordaba que España vive una “tormenta perfecta” o, según el concepto de Guillaume Faye, “una convergencia de catástrofes” que se escenifica en las distintas velocidades con que unas u otras opciones, hasta ahora mayoritarias, en esta España adormecida, descoyuntada y cuernilarga, nos precipitan al abismo. Frente a esto, se oponía la teoría del “bien menor”, es decir, de aquellas otras opciones que albergan la voluntad de invertir esa tendencia y cuyo programa -sin ser la opción ideal- busca, especialmente, alejarnos del abismo. Quedan ahora por precisar algunos aspectos de esta teoría.

6. EL CONCEPTO DE “ZONA CRÍTICA”

La primera de todas es relativa a la “velocidad de alejamiento de la zona crítica”. Definamos, en primer lugar, lo que es la “zona crítica”: es aquella en la que el proceso desintegrador resulta irreversible. Se entra en una “zona crítica” de la mano de un partido (como el PSOE) que cree realmente que España precisa una “ingeniería social” progresista y está dispuesto a conducirnos hacia ella, porque presume que ese destino es al que nos lleva el “pensamiento único” y la práctica de la “corrección política”. Hasta ahora, las ideologías de la izquierda iban destinadas a ser asumidas por los trabajadores y las clases más desfavorecidas, a partir de ZP van destinadas a los “grupos sociales” minoritarios que buscan “empoderarse” (ver artículo sobre el tema), tomados como icono sustitutivo de “los oprimidos”.

Ante esto, la derecha ha adoptado un talante pusilánime: deja hacer a la izquierda, no se opone a ninguna de sus medidas de ingeniería social (leyes igualitarias entre parejas gays y matrimonios heretosexuales, leyes sobre violencia de género, leyes sobre adquisición de la nacionalidad española, leyes sobre las cuotas de mujeres, subsidios a la inmigración masiva y descontrolada, etc, etc, etc). Durante casi siete años hemos visto la cara de monolito de Rajoy ignorando todos estos temas, mientras la corrupción se iba apoderando del PP y el partido representante de la derecha se convertía en un manso becerro castrado que seguía al PSOE en su inexorable marcha hacia el precipicio, no tanto por complicidad consciente, como por dejadez.

Sería difícil decir quién tiene mayores responsabilidades en la liquidación de España como país, si el centro-derecha o el centro-izquierda. Si, en materia económica, al felipismo le cabe el haber negociado a la baja el ingreso de nuestro país en la UE y haber desmantelado sectores enteros de la producción, a Aznar le cabe la responsabilidad de haber creado un sistema económico suicida, culpable de la crisis de 2008 y a ambos el haber aceptado mudos y pasivos la introducción de la UE -y con ella de nuestro país- en el mecanismo globalizador. Porque, a fin de cuentas, la “zona crítica” empieza allí donde se acepta que la globalización es nuestro destino y, con convicción ciega o con apatía se acepta su traslación cultural, el mundialismo. Solo algo más adelante, se encuentra “el abismo”.



7. LAS VELOCIDADES DE APROXIMACIÓN A LA “ZONA CRÍTICA”

A partir de ese momento, desde que se inicia esta “zona crítica”, la atracción del abismo es tal que importa poco la velocidad a la que nos dirijan. En el anterior artículo ya explicamos que entre Podemos (velocidad acelerada) y el PP (inercia apática), varía muy poco la situación: es cuestión de tiempo. Puede establecerse una ley: “la velocidad a la que España se puede precipitar al vacío está en razón inversa al nivel de progresismo del que hagan gala los gestores del poder”. Hoy con el PSOE, partido que siempre se las ha dado de progresista y feministo, vamos a mayor velocidad que bajo el gobierno del PP, conservador de boquilla y progresista por inercia.

Lo importante es recalcar que, una vez situados en la “zona crítica”, se tarda más o menos, pero, finalmente, el país se precipita hacia el abismo. ¿Hay alguna posibilidad dentro de esa “zona” de que algo salga bien? Negativo: decir globalización implica decir mestizaje cultural, periferia económica, nación de servicios, pérdida de identidad, descoyuntamiento -inevitable- de la Nación Estado -no hay hacia una “política de grandes espacios”, sino a la centrifugación en pequeños nacionalismos periféricos (ver artículo sobre el tema: Más allá de la unidad nacional), tendencias sociales deletéreas (normalización del cannabis [ver artículo sobre el tema, ideologías de género [ver artículo sobre el tema], primitivización de la sociedad, desintegración del sistema educativo, etc, etc) que ya no están en condiciones de solucionarse mediante políticas de paños calientes (esto es, políticas centristas), especialmente cuando ni siquiera se quiere reconocer su existencia. 

No existe, por la vía de los partidos hasta ahora mayoritarios, la mínima posibilidad de invertir el sendero emprendido: de la mano de PP, del PSOE, de Podemos o de Cs, a distintas velocidades, caminamos en la misma dirección.

8. LA IMPORTANCIA DEL “SENTIDO COMÚN” EN EL ESFUERZO POR ALEJARSE DE LA “ZONA CRÍTICA”

Los electores de estas opciones pueden ser considerados como paracaidistas que han renunciado a saltar por la puerta del avión con un paracaídas: unos lo hacen con un porrito entre los labios (Podemos), otros protegidos por una rosa reseca (PSOE), otros con un pañuelo agujereado agarrado por los pulgares (PP) y, luego están los que ni siquiera se han dado cuenta de que han saltado del avión (Cs). ¿Y el sentido común? Dado que los medios de comunicación y los tertulianos de cámara van en dirección a las mismas opciones, la sociedad permanece sorprendida por lo que ocurre, muda y cada vez alberga más desconfianza hacia la clase política y hacia los medios de comunicación “oficialistas”.

El mundialismo tiende, sobre todo a despojar el ser humano de sus instintos naturales (instinto de reproducción, instinto de supervivencia, instinto de agresividad, instinto territorial) que, modulados por la racionalidad son los que garantizan la identidad de un pueblo, su continuidad, su integridad y su cohesión. Pero hay algo que no logran desarraigar completamente por mucho que el sistema educativo, las formas de ocio y el pensamiento hegemónico lo intente: vaciar a la sociedad de “sentido común”, considerada como la “facultad para orientarse en la vida práctica” (Bergson), la forma de distinguir entre lo probable, lo improbable y lo absurdo, la forma de juzgar razonablemente las cosas, etc.

El “sentido común” está repartido entre todos los grupos sociales. Hoy es el principal enemigo de la globalización y su ocaso es el resultado de procesos muy diversos (desde el exceso de información que mata a la información, hasta el miedo a la tiranía del pensamiento único). En el fondo, el “sentido común” no está presente más que en aquellos humanos que mantienen vivos los instintos propios de los mamíferos superes, modulados por la cultura y la racionalidad. No derivan ni del poder adquisitivo, ni de la posición en los mecanismos de producción, ni de la conciencia de clase que se tenga, ni de la raza: derivan, simplemente, de las posibilidades de captar la realidad y de los riesgos que conllevan unas opciones o de los beneficios que implican otras.

En tanto que la globalización y el mundialismo suponen procesos que implican negación de los principios que hasta ahora han constituido lo esencial de lo humano, el “sistema” de valores hegemónicos culturales propiciado por minorías alucinadas por la entrada en la new-age (UNESCO) y que necesitan los “señores del dinero” para contar con una humanidad despojada del más mínimo sentido crítico, el sentido común se muestra como el obstáculo mayo que encuentra su rodillo.

Hasta ahora, la respuesta electoral con la que han contado las opciones “identitarias” y aquellas que tratan de alejarse de la “zona crítica” procede, precisamente, de grupos y personas que siguen teniendo el sentido común como ejes de sus vidas y a él hay que apelar para evitar entrar, o para salir, de la “zona crítica”.


9. DE LAS DISTINTAS VELOCIDADES DE ALEJAMIENTO DE LA “ZONA CRÍTICA”

Esto es hasta tal punto cierto que la lucha por la hegemonía cultural en estos momentos es una lucha entre el “sentido común” y las formas de “ingeniería social” que quieren forzar la construcción de una “new age” por convencimiento ideológico o por necesidad de imponer un proyecto económico globalizador que satisfaga sus intereses.

Ahora bien, lo importante es que, tomando como referencia el “sentido común” (que está universalmente presente en todas las opciones presentadas como “populistas”) es posible anclar primero y hacer retroceder después, a las sociedades, evitando su entrada en lo que hemos definido “zona critica”. El “sistema” avanza sólo en la medida en que es capaz de despojar a las sociedades del sentido común. ¿La prueba? La ausencia de pensamiento crítico de los medios de comunicación mayoritarios. Viéndolos, da la sensación de que el “sentido común” es como un superpoder o un carácter recesivo en la evolución de la sociedad.

Podemos afirmar que, hoy, el arte de asumir, interpretar, propagar y excitar el “sentido común” marca la diferencia entre los “partidos oficialistas” y los “partidos alternativos”. Los primeros se caracterizan por su desinterés, negación o abandono de los principios del sentido común. Los segundos se basan en el aprovechamiento de lo que podría llamarse “sanas reacciones populares” que todavía están presentes en las sociedades. A esta práctica se le llama despectivamente “populismo”.
No hay una forma de populismo, como tampoco hay una sola voluntad de caminar hacia el sentido común. También aquí el tránsito puede realizarse a distintas velocidades: cualquiera de ellas es buena, cualquier puede contribuir a hacernos salir de la zona crítica. Pero no es lo mismo si eso se hace con el apoyo del 0,05% del electorado que si se hace con el 5%.

10. UNA NUEVA “LEY DE LOS AFINES”

En los años 30, el grupo de intelectuales de derechas que estaban orbitados en torno a Ramiro de Maeztu crearon la revista, monárquica y maurrasiana, Acción Española que nos interesa aquí, solamente, porque fue capaz de enunciar lo que llamaron “la ley de los afines” que podía sintetizarse así: no atacar a nadie que se afín a nosotros.

Es importante no perder el objetivo y establecer una nueva objetividad: cualquiera que, fuera de su ubicación en la derecha, en la izquierda, en el populismo, en el área identitaria, en la extrema-derecha o en cualquier otro espacio, manifieste el reconocimiento de que hay que invertir la tendencia a caminar en dirección a la globalización y al mundialismo, es “nuestro afín”. No atacarlo es la garantía de que hemos comprendido la situación y estamos movidos por el sentido común antes que por las ambiciones de partido o por los intereses personales.

Está claro que distintas opciones políticas proponen distintas velocidades de alejamiento de la “zona crítica”: unos parecen más maximalistas, otros se muestran con mayores posibilidades de arrastrar masas. No importa, lo importante es, que surjan 100 formas de oponerse al pensamiento único, a la corrección política, a la globalización y al mundialismo y que millones de seres humanos, recuperen el sentido común y quieran expresarlo a través de determinadas opciones. Todos ellos son “nuestros afines”. El enemigo está en otra parte: “no atacar a los afines” parece lo más razonable.