No tengo teléfono fijo. Recuerdo todavía el número que tuve
durante 50 años: 439 93 42. Primero tenía era simplemente 39 93 42. Luego, por
algún motivo, le añadieron “el 2 delante”. Y, más adelante, el 2 se convirtió
en 4. Primero fue un teléfono negro de bakelita. Entre mis recuerdos de
infancia figura el haber visto en casa de mis tías uno de aquellos teléfonos de
los años treinta que había que activas dándole a una manivela. O el recuerdo de
la centralita de Sant Pere de Ribes, en un pequeño local de la calle del Pino
con una telefonista -amiga de la familia- que encajaba clavijas como sus amigas
hacían encaje de bolillos. Inolvidables las esperas para llamar de una
localidad a otra. No digamos al extranjero: la frase “hay demora de una hora” era la coletilla habitual en aquella
España cuando pedías a la telefónica comunicar con la provincia de al lado. Y
es que en aquel tiempo, el país con dificultad estaba saliendo del
subdesarrollo y parecía resistirse a entrar en la era de las telecos.
Mi abuela nunca consiguió hablar con un tono normal por
teléfono: tenía la sensación de que si no gritaba hasta el alarido, no la
oirían al otro extremo del hilo. Y luego estaba la chacha que nunca había visto
en su Soria natal un teléfono y que experimentaba un respeto reverencial hacia
aquel aparato. El de bakelita, cuando se cayó al suelo y saltaron trozos como
metralla de una granada, se cambió a finales de los sesenta por otro aparato,
gris claro, redondeado y de formas amables, nada agresivas. Luego se le agregó,
oh maravilla de maravillas, el contestador automático con cinta magnetofónica
(en el que pude grabar varias amenazas) y más tarde vino el Domo que te chivaba
incluso quién llamaba y el paso siguiente fue el inhalámbrico: podías ir a
cualquier lugar del hogar y hacer cualquier cosa que el trasto te acompañaba. Y
un buen día todo esto terminó. No me voy a quejar de que el mundo de nuestra
infancia ya no tenga nada que ver con el actual, sino de lo que se ha
convertido el mundo de la telefonía fija.
Todo esto viene a cuenta de que tengo una clavija de entrada
para telefonía fija, pero hace tiempo que no tiene conectado ningún aparato.
¿Para qué? La telefonía móvil lo hace inútil. De hecho, si sigo teniendo
contrato con telefónica es porque necesito línea de Internet. Hace mucho tiempo
que ni siquiera sé cuál es mí número de teléfono fijo: no lo utilizo desde hace
quince años. Ni siquiera me preocupo por recoger el librito de páginas
amarillas, cada vez más menguado, que dejan en la portería. Va a parar directamente
al cesto de la publicidad inútil. Sí, las cosas han cambiado mucho.
Créanme que si, además de haberme deshecho del teléfono
fijo, uno se encuentra en una zona de mala cobertura, el contacto fluido se
convierte en dificultoso. Para eso están las redes sociales y las herramientas
de la Web 2.0. si alguien quiere localizarme es mucho más fácil hacerlo por ese
camino.
¿Qué por qué soy tan arisco en relación a la telefonía? Por
dos motivos. De mis tiempos como activista política me quedó la discreción en
el hablar a través de telefonía. Hubo años en los que el teléfono de mi lugar
de trabajo y el de mi casa estuvieron intervenidos. Algunas veces de manera
ilegal y otros con orden firmada por un juez al que alguien le había dicho que
yo era alguien terrible. Me quedó también de esa época, la habilidad para
piratear líneas telefónicas, instalar un teléfono en cualquier lugar por el que
circulara un cable (entendí por qué se llamaba “pinchar” a intervenir un
teléfono) y a que, cuando tenía que llamar a cualquier país, comunicarme con
mis camaradas en el lugar más alejado del mundo, buscara líneas seguras. Hice
verdaderas maravillas en la materia que tuvieron a la policía política
despistados durante años. Y, luego, cuando abandoné el activismo y regularicé
mi vida, me quedó esa prevención a hablar por el teléfono fijo.
Pero, eso queda muy lejos. Una reserva a mantener largas
conversaciones telefónicas, no es lo mismo que renunciar al uso del teléfono
fijo. Y yo he renunciado por completo. La causa próxima de esta actitud es que
de cada 10 llamadas que recibía, 9 eran de publicidad, por algún motivo, de
temas que no me interesaban o de encuestas cuyo truco era que, finalmente, te
intentaban encajar algún producto. En un principio, oía lo que tenían que
decirme y luego, con toda corrección, les decía que no me interesaba. En alguna
ocasión hasta departí con la persona que me llamaba. No había día sin que se
repitiera este baile. Y uno tiene trabajo, máxime si es autónomo y trabaja
desde casa. Así que, un buen día decidí que al oír la oferta que me hacían,
simplemente diría: “Lo siendo, no me interesa” y colgaría.
Pero luego, las
llamadas se hicieron obsesivas, continuas, reiterativas, incluso varias veces
del mismo producto. El cabreo impuso el “Vete a la mierda”, por mucho que me
doliera enviar a paseo a alguien que trabajaba en eso porque no había otra cosa
y que, seguramente, lo necesitaba. Luego opté, simplemente por colgar. Más
tarde por mirar el número y si era “sospechoso”, no contestar. Pero los jodidos
insistían una y otra vez. Era todavía peor. Así que opté por algo más simple:
al oír la primera señal de llamada descolgar y volver a colgar inmediatamente.
El que estaba al otro lado entendería no ni esa ni en ninguna ocasión le iba a
descolgar. En alguna ocasión me encaré con el pobre diablo del otro lado: “Páseme con su superior”, “De dónde han
sacado mi teléfono”, “Les prohíbo que me vuelvan a molestar”, “Les demandaré”…
Inútil. ¿Darse de alta en la base de datos para impedir este tipo de llamadas?
Nada que hacer. Tiempo perdido. Tu número siempre está en algún listado que ha
escapado al interdicto.
Así pues, lo más radical, es vivir sin telefonía fija.
Podemos decir que ha muerto, como el felipismo, víctima de una “pinza”: por un
lado, la telefonía móvil, por otro el exceso de publicidad. La podré añorar en
mañanas grises otoñales, podré recordar años de infancia y de juventud, años de
riesgo y de peripecias, años de demoras o pinchazos, pero está muerta y bien
muerta. Al menos para mí. Que el dios de las nuevas tecnologías lo tengo en su
limbo.