Les contaré una historia carcelaria. En mis quince meses de
encierro en la destartalada cárcel Modelo de Barcelona en 1986-87 (por un
simple delito de manifestación ilegal fui condenado por un juez que no pudo
condenarme a otra cosa más que a dos años de prisión y retenido el máximo posible por
el Departamento de Justicia de la Generalitat, siendo primera -y única- condena y no reconociéndose los 3 meses de preventiva que hice en Meco por la misma causa...), conocí a varios transexuales y
travestidos que, en un universo tan pequeño, suscitaban cierta curiosidad. No
estaban en la cárcel por su condición sexual, sino, simplemente, porque habían hecho
alguna trastada. Y algunos habían cometido enormidades. La sensación que me
produjeron todos ellos era de cierta conmiseración por lo que habían hecho con
su cuerpo y por lo que querían hacer, unido a la sensación de que estaban,
literalmente, como las maracas de Machín. Tengo por cierto que –al menos los
que conocí- precisaban más asistencia psicológica que pasar por el quirófano. Me quejo de que hoy, pasan por el quirófano con una facilidad pasmosa y a cargo de la Seguridad Social. Los procesos de castración, de transformación del pene en un seudovagina
artificial, la hormonación permanente y los chutes de bótox, unidos a aumentos
de pómulos, colocación de prótesis para imitar las curvas femeninas, se
realizan –en buena medida- a cargo de la sanidad pública, mientras usted y yo
debemos pagarnos los gastos de dentista y un número
creciente de fármacos de uso común.
Los impulsos sexuales
dependen de los equilibrios hormonales: no de los gustos ni del carácter; estos
son un reflejo de nuestras secreciones hormonales. De los gustos dependerá
si las preferimos pequeñitas y nerviosas o ellas tipos velludos o depilados.
Pero lo normal, en la nuestra y en cualquier otra especie animal, lo habitual es encontrarse con que hay dos
géneros y, gracias a ellos y a la pulsión sexual derivada de nuestro sistema hormonal, se manifiesta el instinto de
reproducción que garantiza la perennidad de la especie. Y es que somos
animales y como animales nos comportamos (en el mejor sentido de la palabra,
faltaría más).
Por algún motivo siempre han existido individuos atraídos
por los de su mismo sexo. ¿Motivos? Muchos, por supuesto: psicológicos,
sociológicos… bien, en algunos momentos históricos se han integrado mejor en la
sociedad y en otros han sido criminalizados y excluidos. Pero de lo que no cabe
la menor duda es que la reproducción en todas las especies biológicas queda
garantizada por la unión de los dos sexos y que el hecho de que una vaca simule
montar a otra, a falta de toro, como cualquiera que ha vivido en el campo sabe,
no deja de ser una curiosidad que se produce en situaciones en las que no es
posible la relación normal con el otro sexo. Porque el sexo sirve para la
reproducción y… para el placer, por tanto, no es descartable que alguien
juzgue, por los motivos que sea, que puede obtener más placer del mismo sexo.
Servidor llegó a ver a un preso que guardaba las lonchas de
mortadela para cubrir el interior de un agujero que primorosamente había
practicado en la pared y… penetrar el muro colocando un desplegable del play-boy
delante. Así que uno está curado de
espantos y sabe que en esto del sexo, como en botica, hay de todo y más. Pero hay algo que no se nos debe
escapar, a saber: que en la actualidad
el nivel de homosexualidad es mayor que en cualquier otro momento de la
historia. Esta opinión -que no es discriminatoria, sino la simple
constatación de una realidad- debe hacernos meditar, si es que en el actual momento se puede meditar en libertad.
Cuando se produce un nuevo fenómeno en las sociedades, es
que existe alguna causa que lo provoca. Limitarnos a constatarlo es lo primero y es en lo que hoy se justifican las “ideologías de género”… que no se
preguntan por los motivos. En 2000 o
2001, los biólogos vascos abordaron una investigación interesante: el cambio de
sexo de las gambas de la ría de Bilbao. Se producía espontáneamente.
Concluyeron que se debía a los vertidos tóxicos que modificaban su equilibrio
hormonal. Significativo. Una anomalía. No podemos condenar a la gamba por cambiar de sexo como de zapatos, pero sí podemos impedir la causa que le provoca esta actitud.
También habría que valorar si la idea de “igualdad” entre los sexos no contribuye a disminuir la “tensión sexual” entre hombre y mujer que, en el fondo, es la fuente de la atracción y conduce a la unión. Si la mujer es completamente “igual” al hombre y viceversa, entre ambos no puede existir diferencia de potencial que genere “chispa” y, en el límite, si los sexos son iguales absolutamente iguales, como sostienen las “ideologías de género”, no existirán dos sexos sino uno. Y ya tenemos, de un plumazo, borradas las identidades sexuales. A partir de ahí todo es posible, incluso que los “animalistas” llamando a la puerta y proclamando los derechos de los primates, fotocopiados de los "derechos humanos".
También habría que valorar si la idea de “igualdad” entre los sexos no contribuye a disminuir la “tensión sexual” entre hombre y mujer que, en el fondo, es la fuente de la atracción y conduce a la unión. Si la mujer es completamente “igual” al hombre y viceversa, entre ambos no puede existir diferencia de potencial que genere “chispa” y, en el límite, si los sexos son iguales absolutamente iguales, como sostienen las “ideologías de género”, no existirán dos sexos sino uno. Y ya tenemos, de un plumazo, borradas las identidades sexuales. A partir de ahí todo es posible, incluso que los “animalistas” llamando a la puerta y proclamando los derechos de los primates, fotocopiados de los "derechos humanos".
Si a mi nieto de dos años le gustan las chicas de su edad,
preferentemente rubias y juguetonas, no es por casualidad, es porque,
simplemente, ha nacido así. Es su naturaleza. Si uno de mis hijos, a las pocas semanas de nacer
vio, en la tele una chica ligera de ropa y nos sorprendió con su primera
erección fue porque, “de fábrica”, el
bagaje biológico con el que llegamos nos induce a estos comportamientos. Hasta ahora, esto era lo normal y nadie se
sorprendía. Teníamos “identidad sexual” definida y sabíamos qué hacer con ella
(servir al instinto de reproducción uniéndonos al otro sexo y teniendo hijos
formando con ellos una familia que tenía como objetivo generar el marco
antropológico esencial para poder educarlos, criarlos y mantenerlos; la
familia, se la definía, con razón, como “la célula básica”). Luego vino la
teoría de los nuevos modelos familiares: todo valía y todo era igualmente
válido para ese fin. Se criticaba a “la
familia” y se traspasaban los defectos de la “familia burguesa” a toda forma de
vida de las parejas heterosexuales. Hoy sigue sin estar demostrado que esta
doctrina sea beneficiosa para los hijos y si nos atenemos a la inestabilidad
creciente de las sociedades, cuestionar su eficiencia parece casi una exigencia.
A esto se unía el problema de la infertilidad creciente alcanzada también por
uso e ingesta de pesticidas, vermicidas, fungicidas, etc que ingerimos o
respiramos y por un estilo de vida caracterizado por la inestabilidad y la
inseguridad. Lo que obligaba a quienes
experimentaban la paternidad como una necesidad, a adoptar. Y eso está muy
bien. Se ha hecho en todas las épocas, sin embargo, sólo en la nuestra ha
adquirido un rasgo perverso: la “oferta” corre a cargo de empresas
especializadas, literalmente, en comprar niños a bajo precio -¿en África, en
Asia, en los alrededores de Chernobyl?- y “venderlos” como objetos de lujo en
Europa. Todo sea por el mestizaje y por la cuenta de beneficios. ¿Y la dignidad? ¿Dónde queda la dignidad del "producto"?
Y para colmo están
los que sienten que su sexo es otro y quieren cambiarlo como se cambia una fregona o una tostadora. Sí, supongo que esto de
sentirse encerrado en un cuerpo y notar que no corresponde al propio sexo, no
debe ser un plato agradable de degustar… pero es que el sexo depende de los equilibrios hormonales y quizás con unas
pastillitas y algo de asistencia psicológica, se cambiarían las preferencias. En la cárcel, ese universo pequeño y cerrado en el que nada pasa desapercibido, he podido ver cómo cambiaban esas preferencias en los sujetos afectados y en muy poco tiempo: he podido conocer a
presos que un día se despertaban y se vestían de mujer y al día siguiente lo
hacían de hombre. He podido ver en el patio de la galería a tipos mostrando en
el cuerpo colgajos de carne caída que en otro tiempo habían estado rellenos de
prótesis imitando senos femeninos. He visto, como el Roy de Blade Runner, no "naves en llamas mas alla de Orión", sino travestís tan preocupados por su dosis de dosis de
hormonas que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para obtenerlo; otros me
han explicado que buscaban la castración y que conocían a un cirujano que les
convertía por arte de birlibirloque un pene, arrugadillo él, en profunda vagina que me mantendría fresca a base de vaselina. He oído
a otros que polemizaban con ellos afirmando que ellos jamás llegarían hasta
allí, porque con el tiempo, esa vagina falla más que una escopeta de feria y
tiende a cerrarse… Después de todas estas experiencias directas y vividas
comprenderán que no crea mucho en esto del cambio de género y piense que un tratamiento farmacológico y asistencia
psiquiátrica bastarían para resolver el problema en lugar de abrir las puertas
del quirófano a la primera de cambio y pagar los costosos tratamientos de
cambio de sexo y de apuntalamiento hormonal permanente a cargo de la seguridad
social…
Algo está fallando en nuestra sociedad y algo torpedea
cualquier forma de identidad, incluida la sexual. Parece bastante claro que el origen de esta tendencia es,
inicialmente, la introducción de combinados químicos en nuestra alimentación que
generan este tipo de daños colaterales y, en segundo lugar, como consecuencia
de esto, la aparición de las “ideologías de género” que, en lugar de denunciar
que algo anómalo está ocurriendo con nuestra sexualidad y tratar de remediarlo,
se contentan con construir una superestructura ideológica justificativa que
hace de la necesidad, remedio.
Casi todo vale, desde luego, y nadie debería ser condenado
por su opción sexual: pero el sexo no es
un capricho, deriva de la biología y, en concreto, de nuestro sistema hormonal.
Si algo modifica este bagaje biológico, no se trata de justificar sus
consecuencias, sino que sería más razonable tratar de anular la causa. Me quejo de que nadie –salvo algunos
investigadores a los que nadie lee sus artículos especializados- llama la atención sobre lo segundo, mientras que los medios
optan unánimemente por lo primero. Y es que, a fin de cuentas, el sexo no es un capricho
sino una lotería biológica: no se elige sexo como quien elige si llevar patillas dejarse
bigote; se recibe y lo más normal sería aceptarlo tal cual llega.