El Ayuntamiento me obliga a tener que seleccionar la basura
que tiro. Es un problema. Además no
tengo muy claro que a la hora de recoger la basura, los que lo hacen respeten
la selección que he hecho. Cuando vivía en Alicante vi con estos ojos que
se han de tragar la tierra, como las dos bolsas con los deshechos biológicos y
los plásticos, que primorosamente había seleccionado, iban a parar al mismo
camión de recogida. Y no me cabe la menor duda de que se trata de una práctica
extendida (y muchas veces denunciada). Claro está que si uno está dispuesto a “salvar
al planeta” siempre puede ir él mismo a los contenedores (en ocasiones alejados
de su vivienda) en los que podrá depositar las botellas, los plásticos y demás,
con la garantía de que nunca jamás nadie los reunirá de nuevo. De hecho, de tanto en tanto, oigo a lo lejos como el
camión de recogida destroza miles de botellas. Y de eso es, justamente, de lo
que me quejo: de que se destrocen para volverlas a convertir en botellas y todo
porque en España es, prácticamente, el único país en el que no se reciclan los
cascos.
Podría decir aquello de que, “en mis viajes a lo largo y
ancho del mundo”, siempre he visto que los cascos de las botellas se reciclen. El contenido está valorado en X y el casco
en Y. Usted me paga una vez la totalidad (X+Y) y cuando me traiga el casco
vacío, o le devuelvo el importe o en la siguiente compra solamente le cobro el
contenido… parece razonable y es lo que también en España se vivió hasta el
último tramo de los años 60 (cosas de la dictadura). En la película Easy Reader, y si no recuerdo mal en Thelma & Louise y en Paris-Texas aparece la figura del tipo
que se gana la vida recogiendo cascos de Coca-Cola. En San José de Costa Rica,
en Budapest y en Praga, en Montreal, he tenido que pagar el primer casco y,
aunque no comprara ninguna otra botella, existen máquinas para introducir los
envases y recibir a cambio su valor. Todo esto parece razonable si de lo que se
trata es de “salvar al planeta”. Porque cada
botella vale algo que yo pago y que en España entregamos a los ayuntamientos
para que estos… ¿hagan escuelas? ¿den de comer al hambriento? ¿o, simplemente,
sea otra fuente de ingresos atípicos de los concejales poco o nada controlados?
Lo mismo pasa con el papel: antes –mediante la eximia figura del trapero- yo
recibía una mínima parte del costo de lo que había pagado por el diario y un
tipo habitualmente simpático y atrabiliario se sacaba unas pesetejas. Hoy el
contenedor municipal hace que esos beneficios vayan a parar, cómo no, a las
arcas municipales. Díganme si es o no admisible o razonable.
Aquí sí que el
decreto-ley sería de rigor: a partir de tal fecha, todas las empresas que
vendan bebidas embasadas deberán de sustituir esos plásticos por vidrio y los
comercios estarán obligados a admitir la devolución de los embases y a pagar
por ello. ¿Es simple, verdad? ¿Esperan realmente que el gobierno se
esfuerce en algo tan lógico, pero que restaría a las clases políticas
municipales una buena fuente de ingresos? ¿Algún partido o partidillo presente
en los 17 parlamentitos autonómicos, tan pequeñitos y redonditos como inútiles,
sería capaz de presentar un proyecto de ley para el mismo fin? Por supuesto que
no. Alegan que no sería en “beneficio del consumidor”. ¿Pero no se trataba de “salvar
al planeta”?
Dicen que a las
empresas les sale más cara la infraestructura de recoger envases y lavarlos que
el hacerlos desechables, fundir los vidrios y reconstruir las botellas, o
simplemente, servir el contenido en plásticos (uno de los materiales más
insanos del planeta). No es creíble, porque en otros países se pueden devolver
los cascos y las empresas ni los supers quiebran. ¿Qué ocurre? Ocurre que la democracia española está
hecha de dinámicas e inercias y esta es una de ellas. También, dicho sea de
paso, es una de las muestras de la “anormalidad española”, de nuestra apatía y
de nuestro desinterés por cualquier cosa que no sea nosotros mismos. Y, si
me apuran mucho, dice muy poco, no solamente por nuestras autoridades, sino por
esos que aun van de ecologistas y que están más preocupados por los derechos de
las minorías sexuales, por la eutanasia, por la preservación de la mariposa de
Chinchón, que por la salud pública y la conservación del planeta.
Esta coña de los envases reciclables tiene mucha más miga de
lo que podría parecer a primera vista. Es como un escaparate de la “anormalidad
nacional” en la que los hechos parecen decirnos: “lo veis, somos diferentes,
tenemos más aforados que nadie, tenemos una burocracia autonómicas que ni en
los mejores momentos del mandarinato, tenemos partidos para dar y vender,
tenemos organismos de defensa del consumidos, tenemos mendigos a cascoporro,
tenemos instituciones y tenemos chorizos, chiricetes, chorizones e ineptos para
cada una de ellas, pero lo que es sentido común, no, de eso andamos escasos”.
Y la muestra es que tiramos envases de vidrio que pagamos para que otros se
beneficien y las empresas tengan que lavarlos en lugar de fabricar otros nuevos
en un proceso, como mínimo cuatro o cinco veces más caro. Se trata de una de
esas cuestiones fáciles que con un decreto-ley, el Poncio de turno resolvería.
No lo hace. Como aquel sargento que decía a su tropa antes de una carga a la
bayoneta: “Perros ¿queréis vivir eternamente?”, ahora nos dicen: “Votantes, os damos la oportunidad de que ejerzáis
vuestra libertad votándonos ¿queréis además hacernos trabajar. Anda y que os
den…”. Y nos dan. Vaya que si nos dan. De eso me quejo, de que nos mucho y
nos hemos habituado.