Hay zonas de
Barcelona en las que, literalmente, no se puede caminar porque los manteros
invaden los espacios públicos. Todos, hay que decirlo, son africanos subsaharianos,
eufemismo que se suele utilizar para atenuar la carga aparentemente negativa
que tiene la palabra “negro”. Antes se utilizaba el eufemismo, “gentes de color”,
que se abandonó porque colores hay muchos y al preguntarse cuál era el color de
los manteros, la pescadilla que se muerde la cola respondía con la palabra
políticamente incorrecta: “negro”. El otro color, el “amarillo”, sinónimo de “chino”,
ha pasado a simbolizar la mala calidad de los productos manufacturados. Y en lo
que se refiere al “color negro”, ya es sinónimo de una actividad de nulo valor añadido, la ejercida por los manteros. ¿De qué me quejo? De la
existencia misma de los manteros que nos remiten a los zocos o a períodos de
subdesarrollo y miseria. Pero me quejo
todavía más de que ayuntamientos, poderes autonómicos, gobiernos centrales,
autoridades europeas, callen y permitan que Europa se haya convertido en tierra
de manteros. Me quejo de los manteros y de los “mantas” municipales que ni
tienen redaños ni seso para afrontar la cuestión.
Primera observación: una
secta, islámica por lo demás, induce a los gambianos a emigrar para mostrar su
valor y ser apreciados por su valentía por las mujeres de su tierra. Para
darles un medio de vida, la misma secta les facilita todo el material que muestran sobre sus
mantas. Así pues, vale la pena no perder de vista este dato: tras la actividad
de los manteros, más que una forma "legítima" pero ilegal de ganarse la vida, lo
que hay es una secta islámica y una mafia de la inmigración.
Segunda observación: el mantero vende productos falsificados
y lo hace sin pagar ningún tipo de impuesto, tasa o contribución ni municipal,
ni IVA, ni IRPF, ni derecho. No se coloca en calles de barrios marginales en donde quizás
sus productos más baratos podrían tener cierto interés para sectores con poca capacidad económica, sino que lo hace en el
centro de las ciudades… justo delante de las tiendas que pagan alquileres
superiores a los 3.000 euros al mes, liquidan IVA trimestralmente, pagan
salarios y seguridad social e incluso los abusivos impuestos municipales… Se le llamaría “competencia desleal” sino
fuera porque la actividad, en sí misma, es delictiva.
Tercera observación: el
tratamiento del tema es excepcionalmente simple, consiste en anunciar que, a
partir de tal día queda prohibida la actividad. O mejor aún: recordar que la
venta ambulante sin licencia está prohibida desde tiempo inmemorial. El
resto es cosa de la policía los mozos de escuadra o de inmigración. Resuelto el
problema. Y alguien dirá: ¿de qué va a vivir esa pobre gente? Sencillo: de las
subvenciones que reciben. Porque todos ellos, sin excepción, reciben
subvenciones (por estar en el paro, vales de comida, subsidios por vivienda y así
sucesivamente). ¿Qué no les llega? que vuelvan a su país. ¿Cómo? ¿Qué el país
es “inestable” y son “refugiados”? Toda África es inestable, no de ahora, sino
desde el paleolítico. Y no son “refugiados”, sino “listos” (más desde luego que
las “autoridades” municipales).
Cuarta observación: la
presencia de manteros refleja visualmente el empobrecimiento de la nación
española o la falta de autoridad de algunas zonas del Estado como Cataluña o la
ciudad de Barcelona. En la Plaza de Cataluña, es decir, en pleno centro de
Barcelona, las aceras y la plataforma de los ferrocarriles están saturadas de
manteros. Hay que recordar que no hace mucho en esa plataforma del metro había
tiendas para los viajeros. Hoy sólo hay manteros, uno tras otro, impiden el paso,
venden productos falsificados, molestan… pero están ahí. Inamovibles.
Quinta observación: lo último nos lleva a otra cuestión.
¿Desde cuándo están ahí con sus mantas? Respuesta: desde como mínimo 2001.
Recuerdo una tarde cuando me dirigí desde Gracias hasta el Raval para asistir a
una cena. A medida que iba avanzando, las calles de Barcelona cambiaban de
fisonomía. Era como el descenso del Mekong de la película Apocalypse Now o el tránsito por el río Congo de la novela de
Joseph Conrad. Poco a poco el paisaje iba cambiando, se hacía cada vez más
sombrío, difícil. A partir de Aragón-Pº de Gracia, por la acera derecha, ya era
imposible circular: todo eran manteros y así hasta la plaza de Cataluña, por las
Ramblas y hasta mi destino en un restaurante del Raval. Si en más de 15 años no se ha solucionado, sino que el problema ha ido a peor ¿podemos pensar que se solucionará algún día? Respuesta: Sí, cuando los manteros sean autóctonos y blanquitos. No antes.
El problema no es,
pues, nuevo. Se mantiene porque la izquierda considera que todos estos
negros se lo merecen todo; si fuera por
la Colgau ella misma les extendería las mantas y enviaría a un servicio
municipal a que recogiera el género al terminar la jornada. FALTA AUTORIDAD para acabar por el
problema. Falta convicción y, sobre todo, falta perspectiva para entender que
la riada que llega del sur, es inintegrable, inasimilable y habituada desde el
primer momento en que llegaron a que se les pague la estancia y se les
consienta todo. Quien ha entrado en España vulnerando fronteras y es recompensado con la residencia, cree que aquí todo está permitido.
Luego pasa lo que pasa: que el otro día (2 de agosto 2018),
en una pelea en el centro de Barcelona, un turista norteamericano fue agredido
por una legión de manteros que lo golpearon los la hebilla de los cinturones. A urgencias. Las
trifulcas con la policía de la Colgau son diarias, a pesar de que estos tienen
orden de no intervenir salvo en casos en los que se impida la circulación de
viandantes en el centro. Y eso en la
Plaza de Cataluña, en una ciudad cuya única actividad importante es el turismo. Hay ayuntamientos tan
giliflús que están dispuestos a matar a la gallina de sus huevos de oro, no sea
que el mantero deje de sentirse el amo de las calles y se sienta “discriminado”
sometiéndose a la ley como todo hijo de vecino. ¿Quejarme? Sí, y también
sonrío por la estupidez… ¿Qué queréis barceloneses? Es lo que habéis elegido…
La próxima vez votad pensando en lo que hacéis en lugar enviar “mantas” a las
poltronas municipales.