INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

domingo, 5 de agosto de 2018

365 QUEJÍOS (98) – MANTEROS Y MANTAS


Hay zonas de Barcelona en las que, literalmente, no se puede caminar porque los manteros invaden los espacios públicos. Todos, hay que decirlo, son africanos subsaharianos, eufemismo que se suele utilizar para atenuar la carga aparentemente negativa que tiene la palabra “negro”. Antes se utilizaba el eufemismo, “gentes de color”, que se abandonó porque colores hay muchos y al preguntarse cuál era el color de los manteros, la pescadilla que se muerde la cola respondía con la palabra políticamente incorrecta: “negro”. El otro color, el “amarillo”, sinónimo de “chino”, ha pasado a simbolizar la mala calidad de los productos manufacturados. Y en lo que se refiere al “color negro”, ya es sinónimo de una actividad de nulo valor añadido, la ejercida por los manteros. ¿De qué me quejo? De la existencia misma de los manteros que nos remiten a los zocos o a períodos de subdesarrollo y miseria. Pero me quejo todavía más de que ayuntamientos, poderes autonómicos, gobiernos centrales, autoridades europeas, callen y permitan que Europa se haya convertido en tierra de manteros. Me quejo de los manteros y de los “mantas” municipales que ni tienen redaños ni seso para afrontar la cuestión.

Primera observación: una secta, islámica por lo demás, induce a los gambianos a emigrar para mostrar su valor y ser apreciados por su valentía por las mujeres de su tierra. Para darles un medio de vida, la misma secta les facilita todo el material que muestran sobre sus mantas. Así pues, vale la pena no perder de vista este dato: tras la actividad de los manteros, más que una forma "legítima" pero ilegal de ganarse la vida, lo que hay es una secta islámica y una mafia de la inmigración.

Segunda observación: el mantero vende productos falsificados y lo hace sin pagar ningún tipo de impuesto, tasa o contribución ni municipal, ni IVA, ni IRPF, ni derecho. No se coloca en calles de barrios marginales en donde quizás sus productos más baratos podrían tener cierto interés para sectores con poca capacidad económica, sino que lo hace en el centro de las ciudades… justo delante de las tiendas que pagan alquileres superiores a los 3.000 euros al mes, liquidan IVA trimestralmente, pagan salarios y seguridad social e incluso los abusivos impuestos municipales… Se le llamaría “competencia desleal” sino fuera porque la actividad, en sí misma, es delictiva.

Tercera observación: el tratamiento del tema es excepcionalmente simple, consiste en anunciar que, a partir de tal día queda prohibida la actividad. O mejor aún: recordar que la venta ambulante sin licencia está prohibida desde tiempo inmemorial. El resto es cosa de la policía los mozos de escuadra o de inmigración. Resuelto el problema. Y alguien dirá: ¿de qué va a vivir esa pobre gente? Sencillo: de las subvenciones que reciben. Porque todos ellos, sin excepción, reciben subvenciones (por estar en el paro, vales de comida, subsidios por vivienda y así sucesivamente). ¿Qué no les llega? que vuelvan a su país. ¿Cómo? ¿Qué el país es “inestable” y son “refugiados”? Toda África es inestable, no de ahora, sino desde el paleolítico. Y no son “refugiados”, sino “listos” (más desde luego que las “autoridades” municipales).

Cuarta observación: la presencia de manteros refleja visualmente el empobrecimiento de la nación española o la falta de autoridad de algunas zonas del Estado como Cataluña o la ciudad de Barcelona. En la Plaza de Cataluña, es decir, en pleno centro de Barcelona, las aceras y la plataforma de los ferrocarriles están saturadas de manteros. Hay que recordar que no hace mucho en esa plataforma del metro había tiendas para los viajeros. Hoy sólo hay manteros, uno tras otro, impiden el paso, venden productos falsificados, molestan… pero están ahí. Inamovibles.

Quinta observación: lo último nos lleva a otra cuestión. ¿Desde cuándo están ahí con sus mantas? Respuesta: desde como mínimo 2001. Recuerdo una tarde cuando me dirigí desde Gracias hasta el Raval para asistir a una cena. A medida que iba avanzando, las calles de Barcelona cambiaban de fisonomía. Era como el descenso del Mekong de la película Apocalypse Now o el tránsito por el río Congo de la novela de Joseph Conrad. Poco a poco el paisaje iba cambiando, se hacía cada vez más sombrío, difícil. A partir de Aragón-Pº de Gracia, por la acera derecha, ya era imposible circular: todo eran manteros y así hasta la plaza de Cataluña, por las Ramblas y hasta mi destino en un restaurante del Raval. Si en más de 15 años no se ha solucionado, sino que el problema ha ido a peor ¿podemos pensar que se solucionará algún día? Respuesta: Sí, cuando los manteros sean autóctonos y blanquitos. No antes.

El problema no es, pues, nuevo. Se mantiene porque la izquierda considera que todos estos negros se lo merecen todo; si fuera por la Colgau ella misma les extendería las mantas y enviaría a un servicio municipal a que recogiera el género al terminar la jornada. FALTA AUTORIDAD para acabar por el problema. Falta convicción y, sobre todo, falta perspectiva para entender que la riada que llega del sur, es inintegrable, inasimilable y habituada desde el primer momento en que llegaron a que se les pague la estancia y se les consienta todo. Quien ha entrado en España vulnerando fronteras y es recompensado con la residencia, cree que aquí todo está permitido.

Luego pasa lo que pasa: que el otro día (2 de agosto 2018), en una pelea en el centro de Barcelona, un turista norteamericano fue agredido por una legión de manteros que lo golpearon los la hebilla de los cinturones. A urgencias. Las trifulcas con la policía de la Colgau son diarias, a pesar de que estos tienen orden de no intervenir salvo en casos en los que se impida la circulación de viandantes en el centro. Y eso en la Plaza de Cataluña, en una ciudad cuya única actividad importante es el turismo. Hay ayuntamientos tan giliflús que están dispuestos a matar a la gallina de sus huevos de oro, no sea que el mantero deje de sentirse el amo de las calles y se sienta “discriminado” sometiéndose a la ley como todo hijo de vecino. ¿Quejarme? Sí, y también sonrío por la estupidez… ¿Qué queréis barceloneses? Es lo que habéis elegido… La próxima vez votad pensando en lo que hacéis en lugar enviar “mantas” a las poltronas municipales.