La “derecha” es, siempre ha sido y no puede dejar de serlo,
una fuerza conservadora que insiste en “lo nacional”, mientras que la “izquierda”
debería ser una fuerza progresista que tira más a “lo social”. O al menos así
era en un tiempo en el que el elector tenía claro a quién votar. Luego había
eclécticos que recogían elementos de lo uno y de lo otro, reconociéndose como “fuerzas
centristas” y, finalmente, figuraban quienes no reconocían esta terminología y
se situaban equidistantes de todos ellos y más preocupados por encontrar y
seguir nuevos caminos que por definirse en función de otros. Pues bien, me quejo de que todo este lenguaje se sigue
utilizando cuando ya ha perdido todo sentido y no responde a la realidad.
El problema en España se originó en los primeros momentos de
la transición. Estaba claro, por ejemplo, que la “Unión de Centro Democrático”
englobaba al franquismo sociológico, pero a sus dirigentes les dio miedo que
pudiera recordarse su pasado en el “ancien
régime”, así que cortaron cualquier tipo de vinculación con él e incluso,
ellos que habían ocupado ministerios y subsecretarías, gobiernos civiles y
negociados, negaron tres y treinta y tres veces su pasado. Así pues, la democracia empezó mal en España: con una
derecha que lo primero que quería hacer era demoler su propia obra y no
reconocer su responsabilidad en el pasado.
Conservadores que no reconocían
su obra y que, por tanto, se negaban a conservarla… ese era el problema y ese fue
el leit motiv de la derecha. Claro
está que seguían haciendo alusiones a la patria, que defendían al empresariado
y que se alineaban en posiciones anticomunistas siendo más otanistas que los
socialistas que, sin embargo, nos habían metido directamente en la Alianza
Atlántica. Esa derecha calló cuando se negoció la entrada de España en la UE,
abrió las puertas a los primeros 3.000.000 de inmigrantes que entraron durante
el período Aznar, no hicieron absolutamente nada para defender a la familia y
la maternidad, de la misma forma que hoy no hacen absolutamente nada, no ya
para contener la proliferación vermicular del uso de la marihuana entre los
jóvenes, sino, ni siquiera para hacer campañas de prevención o de alerta de sus
efectos a medio plazo…
El gran problema de la
derecha española es que su pusilanimidad en relación a las iniciativas de la
izquierda ha tenido, desde las profundidades de la transición, la consistencia y
la energía del blandybup. Y, bruscamente, llega el siglo XXI y ni siquiera
se dan cuenta de que ser conservadores hoy, es la gran inconsecuencia de
nuestro tiempo, simplemente, porque ya
no queda nada que conservar, como no sean ruinas y tesoros ocultos en museos y
bibliotecas. La religión tradicional es un despojo y del Vaticano no llega
nada más que desorientación. El empresariado prefiere invertir en bolsas y
almacenar sus dineros en paraísos fiscales. El “Estado de las Autonomías”
presentado como el “gran logro”, es apenas una centrifugadora que ha secado
completamente la idea de Nación-Estado o de Patria. La enseñanza, en los años
de gobierno de la derecha, ha seguido si lánguido declive: hoy sería ya inútil
introducir reformas que el profesorado no sería capaz de aplicar, ni siquiera
de entender. Haría falta reformar los programas de enseñanza de las Escuelas
Normales que troquelan a los profesores y ¿en función de qué? ¿con qué
objetivo? ¿para enseñar qué?
Votar hoy a la
derecha es solamente un reflejo que tiene parte del electorado para evitar que
la izquierda marciana tenga el poder. No se vota a favor de un programa
(inexistente por lo demás), sino en contra de otro. Lo hace el votante “de
derechas” y lo hace el de la acera de enfrente.
¿Hay un camino a la
derecha? Pues no, lo hubo en tiempo de Cánovas y de Franco. No, desde luego hoy. Lo que existe es un camino rápido hacia la decadencia (a la
izquierda) y una vía hacia esa misma decadencia que consiste simplemente en
dejarse llevar por la inercia. Tal ha sido el papel histórico de Mariano
Rajoy. No sé porqué recuerdo ahora la frase que le contestó Lenin a los
anarquistas españoles cuando fueron a verlo y le hablaron de libertad: “¿Libertad?
¿para qué?”. Análogamente podría decirse “¿Derecha? ¿Para qué? Si ya no queda
nada para conservar…”. Me quejo de que
la derecha española no ha sabido conservar nada y su lasitud ha sido el
coadyuvante histórico pasivo de las chaladuras de la izquierda.