Me hacen gracias los amigos que se han obstinado en ser
defensores de “el pequeño comercio”: lamento deciros que el “pequeño comercio”,
el de siempre, el de proximidad, el que vivieron nuestros padres, ha muerto. Es
terrible, y todo eso, pero es la realidad: se lo han cargado las grandes
superficies. La primera de estas que vi en Barcelona debió aparecer hacia el
1962, era un Pryca en Balmes - Travesera de Gracia. No prosperó, unos años
después cerró y bastante más tarde, en la transición, en su lugar apareció otro.
Luego estaban los Spar, pequeños y recoletos, que convivieron durante un tiempo
con las “tiendas de ultramarinos”. Pedías en estas arroz y te lo servían.
Pedías aceite y le daban a la bomba de un barril Brent. Pedías galletas y te
abrían una caja de hojalata. Eso era el pequeño comercio. Inició su ocaso en la
transición y murió antes de llegar a la crisis de 2007. Pero, entre tanto, a
partir de mediados de los 90 se produjo otro fenómeno nuevo: llegaron
inmigrantes magrebíes y abrieron lo que podría ser considerado como primeras muestras
de “comercio étnico”. Apenas vendías unas pocas cosas: refrescos, frutas,
frascos de legumbres, latas… Pero la verdadera avalancha empezó a finales de
los 90 cuando los pakistaníes que utilizaban la manga ancha española en materia
de inmigración para saltar al Reino Unido e instalarse allí, decidieron que
España era mucho más barato y menos explotado: entonces empezaron a abrir su
badulakes.
Los pakis no podían competir en calidad, vendían lo mismo
que en cualquier super. Pero, inicialmente, lo vendieron más barato. Además,
tenían la ventaja de estar abiertos a horas extremas, desde las 6:00 hasta las
12:00, incluso más tarde. Competían en horario. Luego, empezaron a aprender
que, una vez ganada la fama de que eran comercios baratos, podían ir subiendo
paulatinamente el precio. Dejaron de competir en precio y pasaron a competir
solamente en horario. No les ha ido mal. Han ocupado una franja del comercio de
la que, inexplicablemente, desertó el comercio español. Y se han hecho los
dueños de esa franja del mercado.
No voy a quejarme de que en nuestros barrios el pequeño
comercio autóctono haya desertado y que en cada esquina proliferen como hongos
los badulakes pakis. Sería absurdo, porque cuando las ganas de hacerte una
birra aprietan a las 22:00, igual solamente encuentras un paki que te vente una
lata.
DE LO QUE ME QUEJO ES DE QUE CADA
VEZ HAY MÁS BADULAKES QUE VAN DE PALO. Me explico.
El otro día en Barcelona, me apetecía un Burn, bebida energética a base de
taurina. Veo a un paki que la vende a 85 céntimos. Precio normal: de 80 a 90.
Aceptable, por que el resto de marcas, Monster,
especialmente, van a 1,50 euros, con el mismo litraje, contenido en taurina y
cafeina. Cojo una lata de Burn, me
dispongo a pagar: ¡y, como la cosa más natural del mundo, me lo pasa dos veces!
Es cierto que apenas hablaba castellano, pero sabía perfectamente como decir: “son
1,70 euros”. Ahí se quedó el Burn.
Otra muestra: en un badulake de la costa compro una lata de Cider Magners (sidra
irlandesa). Ochenta céntimos. Bien. Ta güeña. A la semana siguiente vuelvo al
mismo badulake, compro lo mismo. Precio: uno ochenta euros… Ni siquiera se tomó
la molestia de realizar una discreta subida escalonada en unas semanas.
El principio
ético-moral de este “comercio étnico”: “si
pagan más es que son tan primos como parecen; por tanto, voy a probar…”. De
eso me quejo. De que en los badulakes, simplemente, nos toman por tontos. No
creo que ninguno tenga libro de reclamaciones, ni listado de precios, ni
siquiera estén al día con las licencias municipales. Son así: plena anarquía.
¿Este es el “pequeño comercio” que hay que defender? Es el
único que queda. Yo me pregunto, por qué, los jóvenes españoles no se unen dos
o tres y abren pequeños comercios autóctonos, retornando a aquellos tiempos en
los que el “tendero” conocía a su clientela, hablaba su idioma y, además, no
hubiera sido capaz de ofrecer mierda seca a precio abusivo, so pena de quedar
mal con sus vecinos. De eso me quejo.