Cuando han pasado cuatro días
desde la muerte de la diputada inmigracionista Jo Cox, nuestras previsiones se
están cumpliendo: el crimen ha servido para que los partidarios de seguir en la
UE vayan acortando distancias con los del Brexit. Una vez más, un crimen
inexplicable y sospechoso sirve para modificar el resultado de una votación.
Así es la democracia: el voto va y viene… demostrando la “personalidad” de los
votantes. Pero lo importante no es eso, sino que, finalmente, el crimen y las declaraciones
del ex alcalde de Londres, Boris Johnson, han logrado poner los puntos sobre
las íes y centrar el debate que verdaderamente les interesa a los ingleses.
Johnson, partidario del Brexit
dio sus razones: “neutralizaría los extremismos de la inmigración” dado que “el
sistema migratorio del país está fuera de control”. Johnson se mostró
partidario de legalizar a los indocumentados que “lleven más de doce años en el
Reino Unido” y se mostró partidario de un sistema de inmigración similar al
australiano en el que cada inmigrante reciba unos “puntos” en función de su
origen y de sus cualidades para poder residir en el país.
Justo cuando Johnson decía estas
palabras, el portavoz del PP en el Parlamento Europeo, González Pons, alertó
sobre la posibilidad de que un eventual triunfo del Brexit genere consultas
similares en otros países de la Unión que se encuentran en parecidas
circunstancias. Y citó los nombres: Francia, Países Bajos, Polonia… A los que
habría que añadir también Hungría, por supuesto. A nivel popular, lo que está
descomponiendo rápidamente la UE no es la inviabilidad de un sistema
económico-monetario mal concebido a partir de principios de los años 90, sino,
especialmente, la política migratoria de la EU.
La exigencia de la Merkel de
que Europa admita millones de “refugiados” sirios, ha sido solamente la gota
que ha colmado el vaso y que supuesto la evidencia de que la UE cumple un
evidente papel contra los pueblos y las naciones de Europa. En estas
circunstancias (con una crisis económica sostenida desde hace diez años, un
euro oscilante y una descomposición social en el interior de Europa), el futuro
de la Unión es demasiado negro como para pensar que, sea cual sea, el resultado
del Brexit, la UE puede seguir adelante con las actuales políticas de
inmigración.
Mediante una serie de artificios
electorales (Reino Unido), golpes de efecto (11-M, Jo Cox) y cambios de las
reglas del juego (Francia), o mediante fraudes electorales notorios (Austria),
se va falseando el estado de ánimo de la opinión pública y los resultados y la
composición de las cámaras legislativas, no son las que corresponden a la realidad
social. Eso está sirviendo para prolongar durante unas décadas la supervivencia
del sistema nacido en 1945; pero no se podrá prolongar eternamente.
En la
actualidad, existe una carrera entre un descontento popular en Europa cada vez
más amplio y la aplicación de procedimientos de “narcosis social” para
adormecer y neutralizar a las sociedades europeas: la legalización del
cannabis, la presión de los deportes de masa, rebajar cada vez más el listón
del sistema educativo, etc, son armas para aumentar la pasividad de las
sociedades europeas y apartar de ellas la sensación de que la democracia, el
voto y la clase política ya no responden a los intereses de la población: el
Estado contra la Nación en tanto que la Nación es el conjunto de los que
ciudadanos que poseen la misma identidad y el mismo origen.