Info|krisis.- África es una de las zonas en las que el islamismo registra una más
rápida expansión. Todo el Magreb y la franja del Shäel son islámicas, incluso
en las antiguas colonias portuguesas el islam ha irrumpido como ocurre
igualmente en el norte de la República Centroafricana. El islam se está
expandiendo de Norte a Sur y de Este a Oeste. Incluso ha llegado a Sudáfrica. Y
esto a pesar del desprecio racista con el que la cultura árabe trata a los
negros y las afrentas que los negros podrían presentar ante los islamistas que
históricamente fueron los responsables de las caravanas de esclavos que fueron
enviados a América. De ahí que cuando la noticia de que en la madrugada del
lunes 19 de febrero un millar de subsaharianos intentaron entrar en Melilla
asaltando la valla, la noticia puede leerse de otra manera: un millar de
islamistas subsaharianos asaltaron la valla. Vale la pena meditar sobre esto.
África era el paraíso de las
religiones animistas hasta que primero llegaron los misioneros cristianos y,
cuando se abolió la esclavitud, los mercaderes árabes de esclavos fueron
sustituidos por los predicadores islamistas y los imanes wahabitas. Después de
unas décadas en las que el catolicismo africano se encontraba en expansión, en
la actualidad los misioneros católicos se dedican más a tareas humanitarias que
a la predicación del Evangelio. La experiencia ha demostrado que el catolicismo
africano es inestable, poco sólido, menos “comprometido” con los dogmas y muy
superficial. Casos como el del atrabiliario Monseñor Milingo, ex obispo de
Lusaka, hoy excomulgado, evidencian que la “negritud” no es el terreno mejor
adaptado para el mensaje evangélico y los llamamientos al celibato y la
castidad. Además, la competencia de las sectas evangélicas y su mayor oferta de
“espectáculo” en las ceremonias dominicales, constituye una “competencia
desleal” para la Iglesia.
Boko Haram como ejemplo
En algunas zonas de África el
islam se encuentra en plena expansión actuando de manera particularmente brutal
y agresiva. Nigeria se encuentra en plena guerra civil y la marejada islámica
cada vez se extiende más hacia el sur. Algo preocupante a la vista de la
situación geopolítica del país en el Golfo de Guinea y de su importante producción
petrolera. El secuestro masivo de niñas por parte de Boko Haram no debe hacer olvidar que el grupo se ha extendido al
Chad, Níger y Camerún. A pesar de que es cuestionable que sea –como sostienen
los EEUU– una “filial de Al–Qaeda”, lo cierto es que se trata de un grupo
islamista que entre 2009 y 2014 ha asesinado a 50.000 personas.
El hecho de que su acción más
importante haya sido el secuestro de 276 colegialas en Chibok en abril de 2014,
no debe hacer olvidar que sus acciones terroristas ha provocado la migración de
millón y medio de personas. El ejército nigeriano se ha demostrado
completamente incapaz de afrontar la ofensiva de los 10.000 miembros armados de
Boko Haram que controla 20.000
kilómetros cuadrados del país. Hay que recordar que el nombre real del grupo
que utiliza en su propaganda en el interior de Nigeria es Jama'atu Ahli es–Sunnah tapa–Da'wati wal–Jihad, que significa
"gente comprometida con las enseñanzas del Profeta para la propagación y
la Yihad". El nombre de Boko Haram
se debe a que se trata de la consigna que difunde con más reiteración y que se
puede traducir tanto “la educación occidental está prohibida” como “la
influencia occidental es un sacrilegio”.
Hoy, Nigeria es, gracias al
petróleo, la mayor economía de África. A partir de 2000, la sharia se impuso progresivamente en las
regiones del norte del país. Occidente calló. La “versión oficial” es que Boko Haram nació de la corrupción de las
autoridades locales, pero, en realidad llegó
a través de personalidades que no tenían nada que ver con la
administración. En efecto, misioneros islamistas llegados de otros países,
fundaron la organización: Mohammed Marwa (a) Maitatsine (“el que maldice a otros”), con pretensiones de
“profeta”, nacido en Camerún y que ha condenado la lectura de cualquier libro
que no sea el Corán. Entre sus creencias
más estrafalarias figura la negativa a considerar la Tierra como esfera o sostener
que la lluvia no es el resultado de una evaporación de agua causada por el sol.
Su símbolo es una bandera negra con dos AK–47 cruzados y un ejemplar del Corán
abierto. La existencia y expansión de este grupo indican la facilidad con la
que el islam más radical se extiende por el África negra.
Inmigración subsahariana en España
La inmigración africana se inició
en 1996 cuando empezó a llegar a Melilla un mayor número de inmigrantes
procedentes de los países subsaharianos. En 1998, las cifras oficiales aludían
a 36.000 subsaharianos presentes en España, pero es posible que alcanzaran ya
la cifra de 100.000, dado que se contaba solamente a los que estaban en
situación de legalidad. Habitualmente trabajaban en agricultura, construcción y
comercio ambulante, sectores, todos ellos, con bajos salarios y contratos
temporales en el mejor de los casos.
Cuando llega Zapatero al gobierno
(abril de 2004), hay unos 300.000 subsaharianos de los que 100.000 residían en
Cataluña, 60.000 en Madrid, 40.000 en Andalucía, 30.000 en Valencia y el resto
disperso por otras autonomías. Durante los años del zapaterismo las llegadas de
subsaharianos se mantuvieron constantes y varios miles de ellos empezaron a
obtener la nacionalidad española.
En la actualidad, entre
inmigrantes subsaharianos legales, ilegales, nacionalizados e hijos de todos
ellos, considerados legalmente como españoles, nos aproximamos al millón, con
una concentración masiva en Cataluña que agrupa a más de un tercio de los
subsaharianos presentes en toda España. Desde 1996 cuando se produjeron las
primeras aglomeraciones de inmigrantes en Melilla llamó la atención ver como
algunos de ellos, entrevistados por los medios de comunicación españoles,
llegaban a España reclamando “casa y
trabajo”… cuando en España existían en ese momento dos millones de parados
y una subida acelerada en los precios de la vivienda. Desde entonces, el
desenfoque habitual con que los africanos percibían lo que iba a ser su vida en
España y el contraste entre las condiciones de vida en sus países de origen y
las que han encontrado aquí, no ha hecho nada más que acentuar el fenómeno.
Las ONGs, Cáritas y Cruz Roja,
definen a la inmigración subsahariana como “especialmente vulnerable”. Pero
tampoco puede olvidarse que en algunas regiones (Barcelona, por ejemplo) los
nigerianos controlan el tráfico de heroína y que otras bandas de ese país
vienen protagonizando desde hace dos décadas el timo de las “cartas
nigerianas”. Así mismo, entre los presos de ochenta nacionalidades diferentes
residentes en cárceles españolas, se encuentran inmigrantes procedentes de
Guinea–Conakri, Guinea–Bissau, Guinea Ecuatorial, Mali, Mauritania, Senegal,
Nigeria, Cabo Verde… La generosidad de las autoridades estatales, autonómicas y
municipales hacia esta inmigración es lo que ha facilitado el que especialmente
senegaleses, gambianos y nigerianos pueden ejercer sin ningún inconveniente
actividades comerciales ilegales y sistemáticas como “manteros”, especialmente
en la costa Mediterránea. Sin olvidar que una secta religiosa islamista
subsahariana se encuentra detrás de la red de manteros que opera en nuestro
territorio.
Para hacernos una idea de lo que
representa la inmigración africana, podemos decir que el salario medio en
África no pasa de 50 euros al mes. El envío de 200–300 euros mensuales por
parte de los inmigrantes, a sus países de origen, ha tenido un efecto deletéreo
en las zonas de emisoras de inmigración: al poder vivir holgadamente con los
euros enviados por los familiares residentes en Europa, zonas enteras de esos
países han visto cómo eran abandonados los campos de cultivo y cualquier otra
actividad que implicara trabajo y esfuerzo.
La inmigración africana no ha cesado: efectos actuales y futuros
El hecho de que hoy lunes 19 de
enero ¡un millar! de subsaharianos haya intentado cruzar la valla de Melilla es
sintomático: las oleadas migratorias procedentes de África negra distan mucho
de haber cesado. Los que ya están aquí escriben a sus familiares y amigos de
sus aldeas natales, explicándoles lo bien que los han acogido y que los tratan
y, lo esencial, que aquí, no hace falta trabajar para vivir, que desde que
desembarcan de la patera o saltan la valla, las autoridades les dan todo lo
necesario para vivir.
La indefensión con la que llegan,
los casos de hipotermia, las lacerantes lesiones por las concertinas, e incluso
la simpatía y la comunicabilidad de la mayoría de sus miembros, parecen
aureolar a la inmigración subsahariana de cierta condescendencia por parte de
la población española e incluso de las autoridades y no digamos de las ONGs. En
Francia ocurrió lo mismo al principio. En la actualidad, en muchas “zonas de non droit” (zonas en las que
el Estado Republicado ya ha dejado de existir y están controladas por las
bandas étnicas, lo que eufemísticamente, el gobierno define como “zonas
particularmente sensibles”…) gobiernan las bandas subsaharianas. No todas ellas
son islamistas. De hecho la característica habitual en la segunda y tercera
generación de inmigrantes es que muchos de sus miembros, ante la falta de
competitividad laboral a causa de su escasa preparación profesional, se
refugian, o bien en su identidad originaria (el islam), o bien, si el
sentimiento religioso no les ha poseído, adopten actitudes ultraviolentas,
engrosando los circuitos de la delincuencia, con tics racistas anti–blancos
reiterados. Esto, que es habitual en Francia, puede trasladarse en pocos años a
España.
Las dificultades de integración
de los grupos subsaharianos son extraordinarias (pensamos lo que supone para un
niño subsahariano acudir a clase en Europa y percibir muy pronto que ninguno de
los personajes históricos, de los literatos, de los científicos, a los que se
aluden pertenecen a su raza). Si a las diferencias antropológicas y culturales,
unimos las diferencias religiosas y el hecho de que la inmensa mayoría de
subsaharianos que llegan a España proceden de zonas controladas por el islam y
son islamistas, se oscurece todavía más el futuro y las posibilidades de
integración de estos grupos.
En las actuales circunstancias,
cuando es público y notorio en todo el mundo que en España existen casi
6.000.000 de parados, y que el país dista mucho de haber salido de la crisis
económica iniciada en 2007, no hay que hacerse ilusiones: los inmigrantes que
llegan en estas circunstancias ya no tienen ese interés y esa necesidad de
trabajar con los que llegaban los primeros inmigrantes en los años 90. Los que
llegan hoy vienen, simplemente, para aprovechar nuestro sistema de seguridad y
asistencia social y las dádivas que el Estado, directamente o a través del
“negocio humanitario” de las ONGs, distribuye entre la inmigración.
Pero la cuestión de fondo es ¿hacen
falta en España? Sí, especialmente para los intereses de determinadas
patronales y para que la economía española “gane competitividad”… Un africano,
a fin de cuentas está dispuesto a trabajar por menos dinero que un marroquí, un
rumano o un andino. Así pues, a pesar de que numéricamente estén por detrás de todos
estos grupos, su mera presencia, su peso muerto en el mercado laboral, tira,
por sí mismo, hacia abajo en los salarios.
A esto, que es ya de por sí una
amenaza, se une a otra mucho más directa y perceptible: quienes han entrado
ilegalmente en España y han sido recompensados por ello recibiendo dos años
después “los papeles” y, mientras tanto, un salario de supervivencia, quienes
se han habituado a ejercer de “manteros” sin ningún respeto a las legislaciones
municipales, y han recibido ayudas sociales de los ayuntamientos, sanidad y
educación gratuitas, quienes han estado completamente al margen de la legalidad
vigente, difícilmente se integrarán en alguna regla que les imponga la
convivencia, y considerarán como “xenófoba y racista” cualquier norma y
legislación que les obligue a algo que no están dispuestos, habituados, ni
educados para aceptar.
El problema de la inmigración
subsahariana dista mucho en España de haber alcanzado su clímax, pero si se
trata de prever su futuro no hay nada más que observar lo ocurrido en Francia.
Este tipo de inmigración co-protagonizó la revuelta generalizada de noviembre
de 2005 ex aequo con las bandas
étnicas magrebíes. Aquello, que no quepa la menor duda, se repetirá en España.
Y no es, desde luego, ni halagüeño, ni tranquilizador.