Info|krisis.- La crisis económica mundial ha llegado a tal extremo que para evitar
referirse a ella como a un todo, se utiliza el eufemismo de aludir a
“recesiones”. Vamos por la tercera desde 2007. Resulta inevitable que afecte de
manera brutal a la economía española. Menos comprensible parece que afecte
incluso a las locomotoras del a UE (Alemania y Francia). Sin embargo, todo se
entiende mucho mejor si se tiene en cuenta que las grandes economías de
Iberoamérica (Argentina y Brasil) empiezan a fallar y que tienen un volumen
suficientemente grandes como para que sus repercusiones afecten a todo el
mundo. Delicias del mundo globalizado.
Argentina y Brasil, dos países
inmensamente ricos y con potencialidades económicas espectaculares y, sin
embargo, mal gestionados, amenazan con situarse en el ojo del huracán de lo que
se empieza a llamar “tercera recesión”. La coyuntura política internacional
caracterizada además por las sanciones de “Occidente” a Rusia, a raíz de la
crisis ucraniana, agrava la posición de la UE. Los EEUU parece que resisten las
primeras avanzadas de la nueva recesión, pero en el momento en el que ésta vaya
creciendo en Iberoamérica se verán arrastrados también. En Europa, en cambio, la
nueva situación ya no puede explicarse como las dos recesiones anteriores, por
el despilfarro del “frívolo Sur” en
detrimento del “virtuoso Norte”.
Tampoco los excesos en materia
inmobiliaria ni en exposición a riesgos bancarios, explican el que la economía
de la zona Euro entre en recesión. Lo único que explica esta situación es la
interrelación entre las economías nacionales de la zona euro con el resto de
economías extra europeas dentro de un mundo globalizado en el que cualquier
pequeña crisis local repercute en todas las economías mundiales al poco tiempo.
Obviamente, los mentores de la globalización prefieren aludir a “recesiones”
localizadas geográficamente en algunas zonas, evitando dar la impresión de que
forman parte del mismo fenómeno: la crisis económica mundial desencadenada a
partir de 2007, esto es, la primera gran crisis de la globalización. Esta
crisis es irreversible y su prolongación demuestra, en sí misma, la
imposibilidad de un sistema mundial globalizado.
Si ese modelo económico mundial
sigue en pie es solamente porque permite al capital especulativo obtener unos
beneficios imposibles de alcanzar en una economía productiva a escala nacional
o de “gran espacio económico”. La transformación de la economía productiva en
especulativa es precisamente el desencadenante de este vaivén de recesiones.
El segundo gran desencadenante
afecta a la economía productiva, pero tiene también que ver con la obsesión por
la búsqueda de máximos rendimientos al capital invertido. No es lo mismo
producir en un polígono industrial de cualquier región española que en los
arrabales de Hunan en China… Estamos ante una economía en la que las economías
que tienen los costes de producción más bajos y los países que
antropológicamente están más predispuestos para el trabajo servil y
automatizado, con menos condiciones laborales, son más competitivos en relación
a los países de nuestro entorno cultural. En esas condiciones la
deslocalización empresarial con la consiguiente desertización industrial en el
antiguo Primer Mundo, resulta inevitable… y con él la precarización de las
condiciones de vida, la inseguridad y el empobrecimiento inevitable de la mayor
parte de las sociedades occidentales.
No es raro que las dos recesiones
anteriores hayan dejado especialmente en Europa un agrio sabor de boca: las
nuevas generaciones advierten que faltan oportunidades y que difícilmente van a
poder ejercer sus carreras en el Viejo Continente, al menos con una
remuneración que suficiente que justifique años de estudio. El paro aumenta
poco a poco en toda Europa y en aquellas zonas en las que está más disminuido
(como en Alemania) es porque aumenta la precarización del trabajo y el
mileurismo. Europa ya no puede alardear de tener las leyes sociales más justas
y avanzadas: cada día que pasa, para ser “competitiva”, precisa rebajarse a las
condiciones del “mandarinato”. No es raro que la brecha entre la “Europa
oficial” y la “Europa real” vaya en aumento y en todas partes, al
centro-derecha y al centro-izquierda tradicional vayan perdiendo influencia en
beneficio de movimientos más radicales que piden una rectificación, no sólo del
modelo económico europeo y de su papel dentro de la globalización, sino también
de los sistemas políticos y especialmente de las correlaciones de fuerzas que
se han mantenido inalterables desde 1945. La “construcción europea” está
detenida desde hace diez años: primero por la timidez en definir Europa en
aquel proyecto de constitución elaborado por Giscard d’Estaing y sometido en
España a referéndum por un recién llegado ZP. Luego por el inicio de la crisis
económica. No sólo el modelo económico mundial es inviable, sino que el modelo
de la UE no ha hecho, desde el inicio de la crisis, más que aumentar el
euroescepticismo.
No se sale de la crisis ni de sus
reediciones dándoles el nombre de “desaceleración” o de “recesión”, sino
emancipándose de la globalización.
Y luego está el particular caso
de España. Contrariamente a la propaganda de un gobierno que ya está preparando
el próximo año electoral, no solamente no salimos de la crisis, sino que cada
vez el país está más empantanado. Las exportaciones, mucho más que el consumo
interior, es lo que han salvado a España en los últimos años y eso a costa de
ganar competitividad rebajando conquistas sociales con el beneplácito de los
sindicatos subvencionados. La subsistencia de algunas zonas del país,
especialmente de la orilla mediterránea,
está vinculada estrechamente al fenómeno turístico. Se entiende perfectamente
porqué la Generalitat de Cataluña ha considerado casi una cuestión de
“seguridad” el impedir que los medios de comunicación local trataran como se
merecía la crisis de la legionela que en pocos días ha costado diez vidas a
causa del negligente control del autogobierno catalán sobre 19 torres de
refrigeración de Sabadell y Rubí. Si el turismo se hunde en Cataluña, ciudades
como Barcelona, cuya única actividad y su fuente preferencial de ingresos, es
el turismo, quedarían al nivel de Detroit, quebradas, abandonadas y con las
malas hierbas creciendo en las calles (con o sin independencia).
El hecho de que esta vez el foco
de la crisis se sitúe en Iberoamérica hace que afecta más directamente a la
economía española. Nuestros bancos han sobrevivido gracias a los más de 200.000
millones de euros insertados por socialistas y populares entre 2008 y 2014 para
cubrir su agujero negro y sus actuales beneficios proceden de dos actividades:
la compra de deuda pública del Estado con dinero del Banco Central Europeo y de
la actividad desarrollada fuera de España… en buena medida en Argentina y
Brasil. Amén de que ambos países son destinos habituales para nuestras exportaciones.
No es que, la nueva realidad
económica, “disminuya” las previsiones optimistas del gobierno formuladas hace
apenas un trimestre: es que las anula completamente. No es que “el crecimiento
se modere”, no es que en los próximos meses vayamos a “crecer menos”, como
dicen los portavoces del gobierno: es que nuestra sociedad se precarizará mucho
más.
La unión de estos tres factores:
repercusiones de las sanciones a Rusia, tercera recesión y avance del ébola, no
sólo nos harán “perder una décimas” en el crecimiento económico previsto por De
Guindos… sino que, de confirmarse, generarán un repunte del paro, mantendrán el
estancamiento de los salarios, impedirán el pago de la deuda, corriendo el
riesgo de sepultar los actuales equilibrios de fuerzas políticas y al propio
sistema político.
¿O es que alguien pensaba que una
sociedad –por muchos que sean los mecanismos ideados para mantenerla
narcotizada- puede soportar impasible ocho años de crisis económica sin que la
crisis social generada resquebraje el sistema político? La “tercera recesión”
corre el riesgo de ser la tumba del régimen nacido en 1978.
© Ernesto Milá – info|krisis – infokrisis@yahoo.es – Prohibida la
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