INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

domingo, 17 de octubre de 2010

Psicopatología del amor a los animales y otras nureosis (II de II)

Infokrisis.- Despues de la introducción que hemos dado en la primera parte de este pequeño estudio, pasamos en esta segunda y última parte a enumerar las distintas formas de neurosis que puede encubrir el "amor a los animales". Hemos puesto particular énfasis en una de las más llamativas que afecta, especialmente, a algunos detractores extremistas de la fiesta del toreo. Con esto liquidamos un tema que nos parece, curioso y digno de que fuera investigado en las facultades de psicología.


Las neurosis derivadas del “amor a los animales”

Todo lo anterior nos lleva a reconocer una serie de neurosis (literalmente: enfermedad funcional del sistema nervioso caracterizada principalmente por la inestabilidad emocional), generalmente de carácter leve… salvo que adquieran rasgos extremos. Y este condicional es importante, porque, el que suscribe no alberga la menor duda de que muchos “amantes de los animales” en sus vertientes más extremas, están como las maracas de machín o, ya que hablamos de animales, como las cabras que tuve que inopinadamente daban saltos absurdos desde los más inverosímiles lugares. Sí, también tuve cabras...

Podemos distinguir un cierto número de tipologías que revisten esta neurosis. Vamos a repasarlas brevemente:

1) El amor a los animales como reflejo de la propia soledad.- Hay gente que depara hacia sus mascotas unos cuidados muy superiores a los que tienen consigo mismos. Los he visto acariciando lúbricamente la panza de hembras de danés o peinando y repeinando a odiosos caniches. En cierta ocasión confundí al galgo afgano rubio, incorporado en el asiento trasero del vehículo de un amigo con una rubia despampanante cuyos cabellos caían en cascada sobre unos improbables hombros, pues hasta tal punto los tenía cuidados que no desmerecían en nada los de una hembra de trapío.

Estas actitudes de mimo exagerado hacia los animales son el reflejo de la propia soledad del propietario de la mascota. Dentro de la sociedad tenemos iguales a los que podemos deparar cariño: hijos, familiares próximos, amigos entrañables, o incluso otros seres humanos desconocidos que sufren del mal de la época, la soledad. En ocasiones no se trata de una soledad física, sino interior: cuando la mente está vacía, carece de intereses y preocupaciones, es posible que algunos humanos se "vuelquen" hacia los animales como se volcarían hacia un scaletrix o a una colección filatélica.

De hecho, todas las formas de neurosis hacia los animales indican algún tipo de carencia. La mujer soltera, el matrimonio sin hijos, el gay desengañado del mundo gay o periódicamente desengañado de su compañero periódico, tienen una tendencia a proyectar sobre su mascota todo el amor y el cariño que no pueden proyectar a otro ser querido.

No hacen daño a nadie, pero su soledad es tan evidente que, frecuentemente uno está tentado de invitarles a una copa en territorio neutral. Si el sueño de la razón produce –inevitablemente- monstruos, la soledad produce comportamientos monstruosos.

2) El resentimiento hacia los humanos.- Todos hemos sufrido desengaños y golpes duros de amigos, novias, novietas, familiares, amores y amoríos. Frecuentemente, no hemos entendido por qué se nos ha hecho daño, ni por qué otros se han aprovechado de nuestro dolor y de nuestra decepción. Pero eso no es motivo suficiente para renunciar a la compañía de lo humano. Un matrimonio se puede romper, pero hay muchas más mujeres que, sin duda, encajan con nosotros, puede convertirse en nuestra nuevas compañeras titulares, suplentes u ocasionales, sin necesidad de que nos arrojemos a comprar la mascota más abrakadabrante o que nos enganchemos en un curso de cocina o de cata de vinos (salvo que no sea para ligar).

Una decepción profunda, especialmente en la juventud, puede determinar nuestro comportamiento futuro. Universalizar el daño que alguien nos ha podido hacer a todo lo que camine erguido sobre las piernas parece excesivo, y mucho más excesivo transferir nuestro exceso de cariño a una mascota que ni entiende de amores ni de cariños sino solamente de instintos.

Es cierto que la “humanidad” (si es que puede otorgarse a este concepto carta de naturaleza) ha cometido los mayores errores en la conducción de su destino. Con el planeta envenenado, con los recursos en vías de agotamiento, buena parte de la humanidad y la totalidad de la clase política miran hacia otro lado. La “humanidad” decepciona más que jugar a las quinielas y mucho más que el rasca-rasca de la ONCE, pero no tanto como para arrojarnos en brazos de los animales. Hacerlo implica una carencia y un juicio enturbiado. De la misma forma que el reconocimiento de las carencias y el sinsentido de la monarquía moderna no debe hacernos olvidar las grandezas pasadas de los grandes Austrias, de nuestros reyes de la Reconquista o la gesta de la nobleza visigoda, el odio hacia tal o cual ser humano no puede arrastrar el odio a toda la humanidad y el refugiarse en los animales como “interlocutores válidos” para paliar nuestra soledad.

3) La transferencia sado-masoquista: el sexo es un "gran misterio" que diría Crowley y también un gran espejo de deseos, traumas y frustraciones. Estas últimas semanas no han dejado de sorprenderme algunas noticias aparecidas en la prensa. Reconozco que las protestas antitaurinas no han dejado de sorprenderme por su agresividad. En 1997, en Barcelona, entonces en vías de ser declarada “ciudad antitaurina”, ya tuve la primera sorpresa cuando los activitistas antitaurinos lograron prohibir la representación de la Carmen de Bizet, coreografiada por Salvador Tábora porque un rejoneador mataba a un toro en la Plaza de Toros de la Monumental. Será porque Carmen es una de las pocas óperas que no me han hecho bostezar que recuerdo ese episodio como el principio de mi alerta sobre algo que no funcionaba en los amantes de los animales. En los diez años siguientes, los activistas antitaurinos han multiplicado sus protestas. El 18 de junio de 2007 llegaron al límite convocando una manifestación durante una corrida de toros. Asistieron 5.000 antitaurinos llegados de toda España que “sitiaron” la plaza de toros Monumental, llena hasta la bandera con sus 18.000 espectadores protaurinos. Los primeros llamaron “asesinos” a los segundos. José Tomas fue aplaudido. Entre los “asesinos” figuraba la duquesa de Alba… esa venerable anciana casadera.

Son curiosos estos antitaurinos. Un amigo que había realizado un documental aún inedito sobre las corridas de toros, me comentaba que había intentado dar una visión equilibrada de la fiesta, a favor y en contra. Cuando terminaron el documental, la productora organizó una fiesta agradeciendo a todos los que habían colaborado de una manera u otra. Invitaron a taurinos y antitaurinos. Los primeros no tuvieron inconveniente en asistir sin preguntar quien más estaba invitado. Daban por supuesto que estarían presentes los antitaurinos pero era un buen momento para intercambiar impresiones con ellos en terreno neutral. Los segundos no asistieron al saber la presencia de los primeros: ellos “no se mezclaban con asesinos”. ¿Cuál es la postura correcta? Seguramente la tolerante. Pero la tolerancia no estaba del lado antitaurino.

Esto ocurría en 2006. El año antes, la Barcelona del tripartito había declarado a la villa condal el título de “ciudad antitaurina”.

En Las Ventas las cosas no iban mucho mejor. El 30 de septiembre de 2008, seis activistas antitaurinos de la Fundacion Equanimal (que dice ser “una organización que da la cara por los animales”) irrumpían en el ruedo en plena corrida para demostrar su protesta. Acabaron ante el Juez de Instrucción del nº 32 de Madrid. El juez entendió que la medida no era sancionable y los dejó en libertad sin más molestias. Están los tiempos como para preocuparse cuatro atontolinados con ganas de hacerse masacrar…

Por que, efectivamente, desplegar pancartas insultando a los espectadores en el centro de una plaza llena no es tener “valor”, sino cometer un acto de irresponsabilidad. Sería como ir a una carnicería para hacer publicidad del vegetarianismo, y tan solo tiene parangón con la estupidez de Pepe Bono, entonces ministro de Defensa, cuando fue al Pentágono a decir, con una seriedad pasmosa a los mandos del ministerio de la defensa norteamericano que él “prefería morir a matar”, lo cual equivalía a llamar a los militares “asesinos”. O intentar difundir rap negrata en una velada wagneriana en el Liceo de Barcelona…

Anteayer mismo, una organización de defensa de los animales denunció ante el Parlamento Europeo en Bruselas las corridas de toros con una protesta de treinta personas semidesnudas que simulaban tener banderillas clavadas en la espalda. Las siglas en inglés del grupo proponía “Gente por el Tratamiento Ético de los Animales” es PETA, que en la lengua de Cervantes suena incluso más rotundo. Las consignas rezaba: "Ponte en la piel del toro. Abolición de la tauromaquia". En junio pasado, toreros como el colombiano César Rincón y el español Enrique Ponce habían salido al ruedo en el Europarlamento para defender el toreo. El camino lo había abierto Alaska (esa chica que canta mal desde hace treinta y tantos años, a la que entrevisté en 2000 y comprobé por mí mismo sus limitaciones intelectuales más que patentes, pasa por musa de la “movida” y suele vestir de manera estrafalaria, uno de los síntomas del trastorno bipolar) que no dudó en fotografiar su excedente de humanidad con tres banderillas de atrezzo clavadas en la espalda...

Oíga, toda esta forma de protestar no es excesivamente normal: si ves a una chati en la calle tirada en el suelo y desnuda con una banderilla en la espalda se te ocurre cualquier cosa antes que pensar en que protesta por las corridos. ¿Es una streaper que reivindica mejores condiciones laborales? ¿acaso una meretriz anunciando su producto? ¿una nudista en ejercicio de su causa? ¿Acaso una masoca pidiendo guerra? ¡Vaya usted a saber! Cualquier cosa antes que pensar en el tema taurino.

Un cuerpo desnudo, lamentándolo mucho, remite, sobre todo, ante todo y por encima de todo, al sexo, salvo que tenga lugar en un lugar en el que la abundancia de carnaca inhiba la sexualidad, como una playa o un congreso nudista. Y lo sorprendente es que casi tenga que pedir perdón por esta frase, cuando la desnudez humana esta íntimamente vinculada a la atracción sexual. Y es bueno que así siga siendo porque demostrará, a fin de cuentas, que algunos todavía no tenemos los instintos anestesiados con litros de pentotal sódico.

Fijémonos en la imagen: gentes en el centro de la plaza (nuevo coliseo romano) provocando al personal y buscando el martirio (pues no iban, desde luego, a convencer a los antitaurinos llamándolos "asesinos" e insultándolos). Cuerpos femeninos desnudos tendidos luciendo banderillas en la espalda. ¿Me estoy equivocando si veo en estas protestas sublimaciones de una sexualidad masoquista presente en muchos antitaurinos?

El antitaurino en el centro de un ruedo, rodeado de un público hululante que los observa entre fastidiado e iracundo por interrumpir el espectáculo, les hace sentir como los pobres cristianos llevados por esbirros romanos al circo para enfrentarse a las fieras que inevitablemente los devorarán, o para ocupar el lugar del toro en el martirio-espectáculo que es, a fin de cuentas, una corrida de toros.

El antitaurino -¿por su “amor al toro” arquetipo de la virilidad? ¿por sus pulsiones masoquistas?- desearía sustituir al toro en el ruedo y ser él la víctima del suplicio, un suplicio del que a nadie se le escapan sus connotaciones sexuales. La figura del torero resalta por sus genitales y sus nalgas, estiliza su figura en los pases y todos los toreros consideran que su arte tiene mucho que ver con la sexualidad. Muchos han confesado que los pases del toro con su rozamiento les provoca erecciones en plena corrida, otros tienen por costumbre abstenerse relaciones sexuales antes de la corrida, incluso de masturbarse, pues “el toro lo sabe”… En el arte del toreo hay mucho de sexualidad, pero en las protestas antitaurinas la sexualidad que queda delatada es la de los activistas.

En las relaciones sadomasoquistas la parte pasiva se pone en manos del sádico para que haga con su cuerpo lo que desee. Análogamente, los antitaurinos se exponen indefensos gustosamente en el centro de miles de miradas (una de las fantasías habituales del masoquismo). Y en cuanto a esa proliferación de fotos de cuerpos femeninos desnudos con banderillas en la espalda, caídos en el suelo, es una imagen es, ni más ni menos, una fantasía que satisface tanto al masoquista que gusta mostrarse débil, vencido y expuesto, como al sádico que en pie observa al cuerpo que ha dominado y que tiene a sus pies.

En el cristianismo del siglo XIX existía una técnica de expiación de los pecados que inicialmente admitió el Vaticano. Era el llamado “sacrificio pro victimal”, en la que el penitente asumía los pecados de otras personas, intentando expiarlos mediante maceraciones y castigos autoinflingidos. En el llamado “vintrasismo” (la secta fundada por Pierre Vintras)  esta técnica llegó a su exasperación y derivó, como era inevitable, en prácticas sadomasoquistas. Los antitaurinos van por los mismos pasos: de un lado intentan redimir al toro de su martirio y hacerse ellos mismos objeto del juego erótico-taurino que incluso el mismo Almodóvar identificó en la que, en lo personal, creo que es su mejor película: Matador.

La redención del toro, implica transferir inconscientemente hacia ellos el martirio. No es lo que se dice una garantía de estabilidad mental. Uno hace esfuerzos por pensar qué problemas interiores tienen algunos antitaurimos para hacer tales alardes que delatan un caos en su subconsciente que haría frotar las manos al propio doctor Freud de encontrárselos en la sala de espera de su consulta.

Es posible estar equilibrado y protestar contra la tauromaquia (“de to’ tié que haber’” que diría "el Gallo" cuando le presentaron a Ortega y Gasset como filósofo), pero cuando se vulneran los límites de lo razonable, la protesta se convierte en un escaparate de la propia interioridad.

4) El humanismo ultra generoso: hay gente, como el que suscribe, partidario de restringir el título de “humano” a aquella minoría que aparte de comer y defecar tiene algún otro mérito que le haga acreedor del diploma de “cúspide de la evolución”. Hay otros, sin embargo, que prefieren extender el título de humano, no sólo a la totalidad de la especie humana (lo que ya nos parece mucho), sino incluso a algunas especies animales. Ahí están los fervorosos impulsores del Proyecto Gran Simio que han conseguido que el parlamento español (donde hay emboscado mucho simio o presunto tal) extienda los derechos humanos a los primates.

Se trata de una mala percepción de lo que es humano y de lo que no lo es. El ser humano es aquel que ha abandonado la estupidez (recuerden la frase de mi lama favorito) para tomar conciencia de sí mismo. Lo que define al ser humano es precisamente esto, el tener conciencia de sí mismo, y no el dominar unas pocas habilidades propias de niños de pocos meses.

El orangután es un proyecto frustrado de la evolución: es la única especie de mamífero superior al que no le importa carecer de un "hogar" propio. Cada noche, al acostarse, hace un nido nuevo. Ni siquiera se levanta para defecar. Duerme sobre sus propias heces y parece haber agotado su ciclo vital: apenas se reproduce y se extingue, no por que sea perseguido, sino porque no se reproduce. Es una especie que se agota por sí misma. El único derecho que cabría reconocerle es a una digna extinción, como a la rara avis de los comunistas todavía vivos y activos. No cabe reconocerles derechos humanos a especies que… no son humanas.

En cuanto a la experimentación científica con otros primates cabe decir que, difícilmente un científico se comportaría como un niño sádico empeñado en arrancar alas a las mariposas. Además, la imagen del científico que trabaja sólo pertenece al tiempo pasado. Hoy son equipos de científicos los que ejercen un trabajo de investigación: si uno de ellos plantea un experimento innecesario sobre un mono, los otros le censurarán su actitud y evitarán que el presupuesto de investigación, siempre escaso, se dilapide en lo superfluo. Así pues, el “ensañamiento científico” sobre los primates ya hace tiempo que cesó y también aquí el sentido común ha impuesto un código ético aceptado por todos. La investigación científica, por tanto, no es excusa para generalizar los derechos humanos a todo lo que se mueva. Si es algo, esta tendencia es un nuevo rostro de la neurosis.

Existen dos líneas diferentes de esta neurosis que derivan de dos actitudes distintas: la ignorancia es una de ellas (extender por ignorancia a todo lo que se mueva los mismos derechos que a lo humano) y la desvalorización de lo humano es otra (entender que lo humano y lo animal están en el mismo nivel, lo que implica, no que el reino animal es elevado a lo humano –algo imposible- sino que lo humano es solamente considerado desde el punto de vista de su estricta animalidad).

Ser ignorante no es ninguna enfermedad nerviosa, sin embargo, desvalorizar consciente y voluntariamente la naturaleza humana, degradarla hasta situarla en el rasero de los primates superiores, es una muestra de algo más peligroso: compartir la estupidez con los animales y odiar a la propia especie.

La pobre Jane Godall, apóstol de los primates, es heroica en cierto sentido, ridícula en otro y dramática en cualquier caso. El amor a la ciencia, como el amor a los animales, también tiene su límite, franqueado el cual se cae en formas de neurosis más o menos acusadas, con o sin premio Príncipe de Asturias.

También aquí, seguramente, son las malas experiencias personales con seres humanos, lo que hace que algunas personalidades frágiles tiendan a optar por preferir el reino animal a la compañía de los humanos. Pero, no por comprensible, estamos ante algo menos que una neurosis.

5. Exhibición de matonismo: Como se sabe hay especies de perros extremadamente agresivas que gozan del favor de determinados grupos sociales. En la actualidad y con cierta razón, el gobierno ha querido que existe un censo de estas razas y que sean los ayuntamientos quienes lo gestionen. Pitbull, mastines argentinos, doberman, etc., son razas que tienen un par de características comunes: dan la sensación de que son más tontos que otras razas de perros y precisan mayor tiempo en su adiestramiento básico, y de otro son extremadamente fuertes e incluso brutales. Es decir, lo tienen todo para no acercarse a ellos, y sin embargo algún colectivo hace de estas especies su mascota de compañía.

Cada cual es como es y el matonismo de algunos sujetos tiene su prolongación en su mascota que es vista, no como un animal de compañía, sino como una extensión de la propia personalidad que intenta ampliar el radio de acción y las potencialidades más bajas de la misma.

Es evidente que no todos los propietarios de estos perros responden a estas características. Algunos de ellos han optado por comprar un perro particularmente fiero para disuadir a posibles atacantes a su propiedad. Estos perros gozan de fama bien ganada de crueles y sanguinarios, así que, a fin de cuentas, disuaden que es de lo que se trataba. A otros les ha ocurrido algo todavía más simple: el vendedor de la tienda de perros les ha encajado una de estas razas porque tenía un excedente de los mismos o para deshacerse de ellos y no ha dudado en utilizar todos los argumentos del vendedor carente de escrúpulos: que si estos perros son muy inteligentes, que si son muy obedientes, que si aprenden pronto… no, ni son inteligentes, ni aprenden pronto, ni son obedientes especialmente cuando llevan 12 horas sin zamparse un filetillo. Recuerdo a un impresentable que conocí y que todavía sigue en la emisora de Luis del Olmo haciendo infumables programas de ocultismo que solía cambiar bienes tangibles por publicidad. Mister Guau, una empresa barcelonesa de perros, accedió al intercambio: cuando estaban de moda los siberianos le encajaron uno de estos bichos de ojos penetrantes. Se preocuparon de que lo viera de lado antes de llevárselo porque el pobre siberiano era completamente bizco. Años después intercambiaron con éste tipo, un pitbull de esos que “aprenden pronto”. Así que nuestro locutor intercambió más publicidad por los servicios de un adiestrador de perros. Al cabo de mes y medio, el pitbull seguía tan absolutamente asilvestrado como antes. No había nada que hacer. Era un leño, incapaz de sumir el más mínimo truco de adiestramiento.

Un perro de gran tamaño solamente puede tenerse en el campo. Y uno de estos perros agresivos, solamente puede tenerse en una jaula o de lo contrario puede dañar a personas y bienes que acierten a pasar por ahí. Además, su tontería congénita facilita el que cualquier ladrón lo pueda neutralizar con la mera exhibición de un hueso.

La inmensa mayoría de propietarios de este tipo de perros peligrosos, simplemente los consideran, como hemos dicho, una prolongación de la personalidad, un complemento y un refuerzo de la misma. En general,  quienes obran de este tipo tienen un bajo nivel de autoestima, se saben limitados y pequeños y precisan una mascota –a falta de un par de guardaespaldas con pinta de duros- que anuncie que han llegado y que genere respeto. Pobre diablo aquel que es respetado por la mascota que va delante de la correa.

6) La excentricidad confesable: conocí a una chica encantadora que en aquel momento tenía pirañas en el acuario. Me llamó la atención, pero como había otras cosas de ella que me llamaban mucho más la atención, no di mucha importancia al asunto. Mientras tenía compañia prescindía de las mascotas (seguramente por que  aquellas cubrían su necesidad de compañía y calor). Unos años después me la encontré por la calle con un animalejo extraño serpenteando entre sus piernas. Un hurón. No estaba, obviamente con nadie en ese momento. Cuando quiso regalarle algo a su hermano le regaló una iguana de la que todavía hay dudas sobre si se ausentó sin dejar señas o se la comió su perro pastor belga. Sí, hay gente que le gusta lo exótico.

Se trata aquí de una neurosis menor consistente en demostrar lo original que uno es teniendo una mascota que casi nadie tiene: una serpiente, un cocodrilo, un odioso escorpión. Tengo un matrimonio de amigos que durante años se dedicaron a la bonita cría del grillo. De su factoría salían semanalmente millones de grillos que alimentaban a las mascotas exóticas de media España. En cierto momento se fueron de vacaciones y al volver encontraron a todos los grillos muertos o agonizando: el sistema de calefacción había fallado. Los animales exóticos –iguanas, lagartos y lagartones- sufrieron durante algunos días hambre hasta que se recuperó el nivel de producción. Mis amigos dejaron el negocio de los grillos y se dedicaron a la publicidad. Sobre todo, coherencia.

Hubo un tiempo en que tener una iguana o un hurón era “original”. Ahora es señal de que en la tienda de animales se han desecho de un lote de estos bichos comprados a bajo precio. En un momento en el que todos los fenómenos sociales son de masas, es muy difícil ser original poseyendo una mascota que nadie más posee. No estamos en los tiempos de Blade Runner en donde tener un búho de verdad o un carnero de carne y hueso es un signo de poder (de hecho, el guión de la película se confeccionó sobre el libro ¿Sueñan los androides con ovejas metálicas?, clásico de la ciencia ficción).

Si alguien quiere demostrar algún rasgo de su personalidad o su propio estatus socio-económico y está lo suficientemente neurótico, es frecuente que lo haga a través de los animales. El famoso cura de Rennes-le-Château podrido de francos cuyo origen todavía hoy se ignora, tenía un zoológico en su jardín. Faisanes, serpientes exóticas, tigres y trigretones eran mostrados en sus jaulas para admiración del visitante. Cien años después, cualquier tahúr con fortuna derivada de la especulación o de la estafa pura y simple ha visto en el zoológico privado (jamás en la biblioteca privada, faltaría más) una forma de exhibir su poder. Desde Rodríguez Menéndez a los narcos colombianos.

Ya sea para demostrar originalidad o poder, la mascota es el recurso que indica cierta anemia en la imaginación y un obvio estado de dependencia hacia los animales.

7) Bestialismo: al documentarme sobre este tema he recurrido a libros y, por supuesto, a Internet. En la red he encontrado poco material, tirando a ninguno, y en la biblioteca las referencias a la etología me han confirmado en lo ya escrito en algunos artículos de infokrisis sobre los instintos animales (ver la serie de artículos titulada Militia). Así que he seguido escarbando en mi biblioteca. En los manuales de sexualidad he encontrado referencias al “bestialismo”, definida como todo tipo de parafilias en los que algún animal o animalejo entran en el juego sexual de la pareja o bien la cópula con algún animal. Como casi todas las parafilias ésta es bastante escalofriante para quienes no la compartimos y no puede de dejarnos de llamar la atención especialmente porque tiene que ver con la materia aquí tratada. Los psiquiatras se han interrogado sobre el origen del bestialismo, pero las respuestas no son concluyentes.

Los eruditos distinguen entre zoofilia (atracción hacia los animales) y bestialismo (acto sexual realizado con animales). Por lo visto hasta ahora, buena parte de las neurosis que hemos visto hasta ahora tienen como denominador común la zoofilia. Un “zoófilo” es aquel al que le gustan los animales, pero sin experimentar un deseo sexual. Un practicante del bestialismo, por el contrario, es el que se siente irreprimiblemente atraído hacia el coito con animales. Del bestialismo vamos a hablar a continuación. Dejando aparte el consabido caso de pastores que hasta no hace mucho pasaban meses enteros aislados con su ganado y sentían tentaciones lúbricas que saciaban con ovejas o cabras, el bestialismo es un fenómeno raro, pero no tan raro como para no ocupar un lugar en la red.

Una estadística sumergida en Wikipedia indicaba que en EEUU entre ¡un 10 y un 30% de personas! han tenido relaciones sexuales con animales… Y el Wiki añade: “la estadística aumenta hasta un 50% en jóvenes que viven cerca de granjas”… En el libro Mi Jardín Secreto de Nancy Friedman, sobre 180 mujeres norteamericanas entrevistadas el 10% confesaban como la cosa más natural del mundo el haber tenido relaciones con animales. Y realmente no debe ser algo tan infrecuente cuando el bestialismo está penado en todas las legislaciones de los países occidentales. En España, en cambio, no hay ninguna ley que prevenga actos de este tipo y se aplican las leyes contra el maltrato animal.

El título de algunas películas porno halladas en la red es suficientemente significativo: “Mi mujer follando con el mastín” o aquel clásico de “Que grande la tiene mi caballo loco” (en inglés suena mejor). De todos los clásicos de lo porno, los labios de Cicciolina jugando con el pene de un garañón es quizás uno de los espectáculos más antieróticos que hayamos visto en nuestra juventud. Uno tarda en recuperarse de tales imágenes.

Habitualmente, las parafilias derivan de la búsqueda insensata de nuevas experiencias sexuales e irrumpen en personalidades particularmente obsesionadas por el sexo. La multiplicidad de emociones fuertes, rebaja la intensidad de la emoción, así pues para seguir teniendo emociones fuertes hay que rectificar el tiro y buscar siempre novedades, como el cliente habitual de un burdel especializado en número sofisticados al que después de una larga negociación el cliente habitual termina pidiendo: “¿tienen algo en peces?”. Decididamente, los labios de un besugo recuerdan a los labios recauchutados atiborrados de botox de cualquier producto erótico de consumo. Y el locutor de Punto Radio que antes os mencionaba –os lo juro por mis hijos- en directo y en cierto programa olvidable, le espetó a modo de piropo a una vidente: “Aquí está maga Iris con esos ojos de vaca…”. Y se quedó tan fresco. Comparar una mirada femenina con la de una vaca evidencia cierta perturbación mental, además de una indescriptible tontería.

Cuando esta parafilia no deriva de la curiosidad sino de la obsesión por lo animal, la cosa es mucho más grave. Las tipologías son varias: desde el marido voyerista que no toleraría jamás que su mujer hiciera el amor con otro hombre, pero que no tiene inconveniente en que el pastor alemán (raza de perro) penetre a su mujer, hasta la solterona que ha adiestrado a su caniche para el consabido trabajo en los bajos.

Determinadas parafilias suscitan tanto ironías como conmiseración, a partes iguales. Si la vida te ha llevado a que tus orgasmos dependan de un caniche o de la lengua de un Alaska Malamute, menuda vida sexual más triste y decepcionante.

La conclusión de este trabajo es que si el rechazo a lo humano, la desconsideración por lo humano, la minusvaloración de lo humano, la soledad en relación a lo humano, el resentimiento hacia lo humano o las transferencias masoquistas, te han llevado a amar a los animales, lo primero que debes hacer es visitar al psiquiatra más próximo. Hay algo en tu sistema nervioso que hace contacto.

Si perteneces a alguna asociación de defensa de los animales, estás haciendo un trabajo altruista en lo que crees justo. Piensa de todas formas que muchos humanos sufren mucho más que los animales que, a fin de cuentas, carecen de sentido de la presencia. Y piensa incluso que cerca de ti siempre hay humanos que sufren y que requieren ayuda. Tú no tienes derecho en creerte obligado a ayudar a especies inferiores, mientras que los que son como tú, y que están cerca de ti sufren.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com