Infokrisis.- Cuentos infantiles y leyendas heroicas, han elevado a caverna y montaña al rango de símbolos arquetípicos. René Guenon ha sido de los primeros en subrayar la oposición entre estos dos símbolos geográficos y a escribir sobre ellos algunas de sus más inspiradas páginas. No en vano los primeros templos fueron cavernas y la indiscutible morada de los dioses se presintió en las altas cumbres.
Lo que llamó inicialmente la atención de Guenon fue que la esquematización gráfica de la montaña fuera un triángulo con el vértice hacia arriba () y el de la caverna justamente su contrario (). Guenon conocía todas las relaciones que podían establecerse a partir de aquí. Por de pronto el triángulo invertido estaba asociado al símbolo sexual femenino; no se nos escapa, al respecto, que algunas cavernas que sirvieron de lugar de culto al hombre antiguo tenían su entrada pintada de rojo: así pues el lugar de culto quería emular una vagina que daba entrada a un útero materno. La montaña y su símbolo quisieron representar, por su parte, el órgano genital masculino, asociado al fuego, a lo ascendente, a lo que busca la verticalidad.
Así pues las transposiciones simbólicas de la montaña y la caverna nos han llevado de nuevo a la antítesis básica, masculino-femenino, pero sería absurdo detenemos aquí. No se trata de elementos que hayamos asociado gratuitamente o que el azar los haya convertido en contradictorios; antes bien, de ellos derivan importantes contenidos rituales, esto es, mágicos.
"Caverna iniciática" y "montaña mágica", todas las grandes tradiciones han conocido lo uno y lo otro. La primera frecuentemente ha sido asociada a los preliminares de la iniciación; aun hoy las logias masónicas intentan reproducir este elemento en su gabinete de reflexión, de la misma forma que ayer los templarios, tras su reniego de la cruz y el rito del "bautismo por el fuego" (baphos-metheos = Bafomet) debían retirarse a un lugar aislado y oscuro, igualmente remedo de la caverna. Los sectarios de Mithra reproducían la muerte del toro en sus rituales de acceso al primer grado -"corax"- de su cofradía y el recipiendario esperaba recogido en estrecho antro que del techo enrejado colara la sangre del animal sacrificado sobre su cabeza y con la que debía bañarse.
El mundo clásico conoció el mito de la caverna de Platón y el de Empédocles, el oráculo de Trofonio, como conceptos y experiencias que se desarrollaban a partir de una caverna. El espíritu clásico, ansioso de la luz olímpica, veía necesariamente en la caverna la imagen más evocadora de la prisión que sufría el alma. El iniciado en Eleusis debía meditar encadenado en el interior de una gruta lo que iba a representar para él el tránsito de la oscuridad a la luz. Para él la caverna era la dramatización plástica del estado de su alma previa a la iniciación: aislada, oscura, ignorante, presa, carente de vida, reducida a mero estado de latencia. El sacerdote le preguntaba si fuera de la caverna su alma sería más libre y él respondía que no mientras fuera prisionera de su espíritu hecho de pasiones e intereses. El sacerdote le conminaba luego a romper las cadenas con la sola fuerza de su voluntad, los dioses, le decía, solo ayudan a quien se ayuda a sí mismo. Y el adepto se quedaba solo meditando. Puede suponerse el impacto del choque de sus sentidos cuando tres días después era sacado de la gruta y llevado hasta la luz; era entonces cuando muchos decían sentir como Apolo los arrastraba hacia sí y se veían invadidos por su luz soberana.
Jesús, el hombre nuevo, nace, nació necesariamente, en una gruta y su presencia fue anunciada por la estrella. Cámbiese aquí aspirante a la iniciación por Jesús; caverna iniciática por Portal de Belén y estrella de los amigos, por luz apolínea y tendremos los mismos elementos que en el rito de la iniciación eleusina. El texto bíblico nos señala también la importancia del monte en la trayectoria espiritual del Salvador del Mundo. Fue en el Monte de la Transfiguración donde Cristo luchó durante 40 días contra las tentaciones del Maligno hasta vencerlo finalmente. Era también en la montaña donde el mundo clásico situaba el Olimpo de los Dioses y la humanidad medieval situaba en una montaña mágica el emplazamiento del Castillo del Grial.
A la inmersión en la caverna iniciática, a la experiencia que supone penetrar en la madre tierra, realizar un viaje hasta el fin del subconsciente, sigue una etapa posterior de perfeccionamiento: pasar de las profundidades de la tierra a las alturas más próximas al cielo supone evidentemente asumir una naturaleza próxima a la de los dioses.
Cada tradición ha considerado a alguna montaña como el centro del mundo. Su altitud implica un alejamiento del seno materno, es decir, del estado de ignorancia primordial. Salir de la caverna, dejar tras de sí el útero y cruzar el umbral de la vagina, ver la luz y encaramarse por los peldaños que conducen a la fuente de toda luz, implica adquirir conocimiento y saber, esto es, liberación: del estado de ignorancia primordial a la vida regida por la supra-conciencia, tal concepto es lo que supone el tránsito de la caverna a la montaña. Dante coloca su Paraíso en la cima de una montaña en cuyas laderas ubica el Purgatorio. Más abajo los réprobos sufrían en las cavernas infernales.
Hasta tal punto es importante la montaña que la imagen que algunas tradiciones se forjan del fin del mundo aluden a que éste comenzará cuando la voluntad divina derrumbe a las montañas. Una vieja tradición barcelonesa nos dice que el diablo, envidioso de la devoción que los ciudadanos profesaban a la Santa Madrona (una santa derivada de la Magna Mater latina) decidió allanar la montaña de Montjuïc ayudado por los "espiadimonis" (libélulas). Advertida la Santa logró poner en fuga al diablo. Todavía se conserva en Montjuic el llamado "Forat del Diable" (agujero del diablo) muestra del inicio de su tarea destructora.
Pero también hay otra lectura de estos mitos. Si antes hemos aludido al tránsito de la caverna a la montaña como muestra de iniciación, también la dirección opuesta es utilizada por algunas tradiciones. En las fases terminales y decadentes de un ciclo, lo que hasta entonces ha constituido la "verdad tradicional", parece ocultarse. No muere, sino solo pasa a un estado de latencia. Aparecen entonces los mitos de las ciudades subterráneas de las que Shambala constituye su más afinada representación, Allí los hombres justos, los iniciados, van a rodear a Guesar de Ling el héroe tibetano que les llamará al combate cuando suene la hora de la lucha final contra las potencias del caos y la oscuridad. El mismo mito sin apenas alteraciones se conservó en la mitología nórdica con el Ragna-rök, Odín y sus guerreros muertos que llevados por las walkirias hasta su morada, constituyen la orda que cabalgará contra el enemigo en el combate decisivo. Federico 1, el Buen Barbarroja, está también oculto en el interior de una caverna y espera el momento fatídico en que los signos de los tiempos indiquen que debe cabalgar de nuevo al frente de sus huestes.
(c) Ernest Milà - Infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.
Lo que llamó inicialmente la atención de Guenon fue que la esquematización gráfica de la montaña fuera un triángulo con el vértice hacia arriba () y el de la caverna justamente su contrario (). Guenon conocía todas las relaciones que podían establecerse a partir de aquí. Por de pronto el triángulo invertido estaba asociado al símbolo sexual femenino; no se nos escapa, al respecto, que algunas cavernas que sirvieron de lugar de culto al hombre antiguo tenían su entrada pintada de rojo: así pues el lugar de culto quería emular una vagina que daba entrada a un útero materno. La montaña y su símbolo quisieron representar, por su parte, el órgano genital masculino, asociado al fuego, a lo ascendente, a lo que busca la verticalidad.
Así pues las transposiciones simbólicas de la montaña y la caverna nos han llevado de nuevo a la antítesis básica, masculino-femenino, pero sería absurdo detenemos aquí. No se trata de elementos que hayamos asociado gratuitamente o que el azar los haya convertido en contradictorios; antes bien, de ellos derivan importantes contenidos rituales, esto es, mágicos.
"Caverna iniciática" y "montaña mágica", todas las grandes tradiciones han conocido lo uno y lo otro. La primera frecuentemente ha sido asociada a los preliminares de la iniciación; aun hoy las logias masónicas intentan reproducir este elemento en su gabinete de reflexión, de la misma forma que ayer los templarios, tras su reniego de la cruz y el rito del "bautismo por el fuego" (baphos-metheos = Bafomet) debían retirarse a un lugar aislado y oscuro, igualmente remedo de la caverna. Los sectarios de Mithra reproducían la muerte del toro en sus rituales de acceso al primer grado -"corax"- de su cofradía y el recipiendario esperaba recogido en estrecho antro que del techo enrejado colara la sangre del animal sacrificado sobre su cabeza y con la que debía bañarse.
El mundo clásico conoció el mito de la caverna de Platón y el de Empédocles, el oráculo de Trofonio, como conceptos y experiencias que se desarrollaban a partir de una caverna. El espíritu clásico, ansioso de la luz olímpica, veía necesariamente en la caverna la imagen más evocadora de la prisión que sufría el alma. El iniciado en Eleusis debía meditar encadenado en el interior de una gruta lo que iba a representar para él el tránsito de la oscuridad a la luz. Para él la caverna era la dramatización plástica del estado de su alma previa a la iniciación: aislada, oscura, ignorante, presa, carente de vida, reducida a mero estado de latencia. El sacerdote le preguntaba si fuera de la caverna su alma sería más libre y él respondía que no mientras fuera prisionera de su espíritu hecho de pasiones e intereses. El sacerdote le conminaba luego a romper las cadenas con la sola fuerza de su voluntad, los dioses, le decía, solo ayudan a quien se ayuda a sí mismo. Y el adepto se quedaba solo meditando. Puede suponerse el impacto del choque de sus sentidos cuando tres días después era sacado de la gruta y llevado hasta la luz; era entonces cuando muchos decían sentir como Apolo los arrastraba hacia sí y se veían invadidos por su luz soberana.
Jesús, el hombre nuevo, nace, nació necesariamente, en una gruta y su presencia fue anunciada por la estrella. Cámbiese aquí aspirante a la iniciación por Jesús; caverna iniciática por Portal de Belén y estrella de los amigos, por luz apolínea y tendremos los mismos elementos que en el rito de la iniciación eleusina. El texto bíblico nos señala también la importancia del monte en la trayectoria espiritual del Salvador del Mundo. Fue en el Monte de la Transfiguración donde Cristo luchó durante 40 días contra las tentaciones del Maligno hasta vencerlo finalmente. Era también en la montaña donde el mundo clásico situaba el Olimpo de los Dioses y la humanidad medieval situaba en una montaña mágica el emplazamiento del Castillo del Grial.
A la inmersión en la caverna iniciática, a la experiencia que supone penetrar en la madre tierra, realizar un viaje hasta el fin del subconsciente, sigue una etapa posterior de perfeccionamiento: pasar de las profundidades de la tierra a las alturas más próximas al cielo supone evidentemente asumir una naturaleza próxima a la de los dioses.
Cada tradición ha considerado a alguna montaña como el centro del mundo. Su altitud implica un alejamiento del seno materno, es decir, del estado de ignorancia primordial. Salir de la caverna, dejar tras de sí el útero y cruzar el umbral de la vagina, ver la luz y encaramarse por los peldaños que conducen a la fuente de toda luz, implica adquirir conocimiento y saber, esto es, liberación: del estado de ignorancia primordial a la vida regida por la supra-conciencia, tal concepto es lo que supone el tránsito de la caverna a la montaña. Dante coloca su Paraíso en la cima de una montaña en cuyas laderas ubica el Purgatorio. Más abajo los réprobos sufrían en las cavernas infernales.
Hasta tal punto es importante la montaña que la imagen que algunas tradiciones se forjan del fin del mundo aluden a que éste comenzará cuando la voluntad divina derrumbe a las montañas. Una vieja tradición barcelonesa nos dice que el diablo, envidioso de la devoción que los ciudadanos profesaban a la Santa Madrona (una santa derivada de la Magna Mater latina) decidió allanar la montaña de Montjuïc ayudado por los "espiadimonis" (libélulas). Advertida la Santa logró poner en fuga al diablo. Todavía se conserva en Montjuic el llamado "Forat del Diable" (agujero del diablo) muestra del inicio de su tarea destructora.
Pero también hay otra lectura de estos mitos. Si antes hemos aludido al tránsito de la caverna a la montaña como muestra de iniciación, también la dirección opuesta es utilizada por algunas tradiciones. En las fases terminales y decadentes de un ciclo, lo que hasta entonces ha constituido la "verdad tradicional", parece ocultarse. No muere, sino solo pasa a un estado de latencia. Aparecen entonces los mitos de las ciudades subterráneas de las que Shambala constituye su más afinada representación, Allí los hombres justos, los iniciados, van a rodear a Guesar de Ling el héroe tibetano que les llamará al combate cuando suene la hora de la lucha final contra las potencias del caos y la oscuridad. El mismo mito sin apenas alteraciones se conservó en la mitología nórdica con el Ragna-rök, Odín y sus guerreros muertos que llevados por las walkirias hasta su morada, constituyen la orda que cabalgará contra el enemigo en el combate decisivo. Federico 1, el Buen Barbarroja, está también oculto en el interior de una caverna y espera el momento fatídico en que los signos de los tiempos indiquen que debe cabalgar de nuevo al frente de sus huestes.
(c) Ernest Milà - Infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.